Mensaje a la metrópoli intacta
Alguien o algo está naciendo,
alguien o algo se ha detenido en las cabañas,
se ha posado en las cúpulas,
duerme debajo de los puentes y en los establos;
alguien o algo viene alimentando
su estrella con aceite de criaturas deshabitadas,
con llanto de piedras rotas y de campos hundidos.
El agua le ha quitado sus gritos a la muchedumbre
para crecer, para subir, el agua que amenaza
con su voz, con sus brazos, con sus nudos terribles,
los cuellos de las torres desprevenidas,
el agua de los ríos, de los mansos ríos de Dios,
porque os habíais olvidado de su sed enterrada
bajo sus muertos ojos de pez en las arenas.
Bajad de vuestras cumbres para encontrar vuestra memoria,
antes de que la soga os llegue a la cintura
y antes de que flotéis para los cuervos.
A qué tanta prisa inútil por las calles,
tanto viento mecánico como queréis que os lleve,
si no vais a la tienda, ni a la oficina, ni al negocio,
ni siquiera marcháis a vuestras casas:
vais huyendo del río, vais huyendo del agua inmensa.
Yo lo sé. Yo os lo digo. No me creéis y entre vosotros
no hay uno que me tienda la mano
para comenzar la rueda, para empatar la ronda
de la miel y del vino, de la leche y la espiga.
Si de veras sois mis hermanos, no me dejéis llorando
por tanto amor sin pan en las esquinas,
por tanto pie calzado de basuras y lodo,
por tantos agujeros como ya ponen nuestras uñas
en estos diminutos bolsillos para el frío;
no me dejéis acribillando las paredes horribles,
matando pechos, pechos sin sangre, que me huyen
detrás de los cerrojos donde se amella mi protesta;
no me dejéis rasgando blancuras de sepulcros,
para que corran en jirones, entre hilachas,
y yo pueda sentarme con el nardo y el lino.
Bajad a recoger vuestra memoria.
Detened vuestro viento, marchad conmigo adonde todos
podáis decir: vamos a un sitio de verdad.
No me dejéis llorando,
no me dejéis acribillando, no me dejéis rasgando.
Es tiempo todavía de coserle las rutas
al frío de los puentes, de malograrles las agujas
a los pavos de vidrio, a los bueyes iluminados,
para quien los devora con los ojos.
Os ofrezco la oliva,
os ofrezco mi mano para la ronda del milagro,
no mañana, esta tarde, este minuto,
que el agua inmensa vienen rodando montes
y aun podemos cantar, danzar en torno de la alianza,
construir el arca y soltar la paloma.
***
Un alerta para Abraham Lincoln
Mi capitán, yo he visto
como salen del hueco de tu herida
las abejas contentas,
a posarse em los ojos de Walt Whitman
y a mecerle la barba rumorosa.
Mi capitán, te busco
porque oí que te quieren asesinar de nuevo.
Y esta vez lo sabemos.
Oye las pisadas
de quien tras de la puerta conspira entre langostas,
suelta la nube y goza ya com el hartazgo de los verdes.
Alerta, capitán, alerta.
Que tiemblan la espigas y está sombrío el cielo.
Elitros ys tenazas y mandíbulas
te están diciendo: alerta.
Allí, en tu palco.
Lo sé yo y te lo digo,
porque el eclipse anda rondando los campos más hermosos.
Y nada quedará piedra sobre piedra,
porque ya tu ciudad está llorando por sus grietas.
Si te matan de nuevo,
quién sacará miel de tus colmenas,
ni encauzará los trenes
de tu leche de paz a las hormigas.
Si te matan de nuevo,
quién verá por tus hormigas negras.
Si te matan de nuevo,
ya nunca más será posible,
ni tan siquiera en el laurel del sueño,
la ronda de tus hormigueros
entre el sol y la noche.
Mi capitán, te busco
para decirte que te buscand
con la boca de la pistola
que ya quisiera abrirte la nueva herida sin abejas,
ay, porque en esse huevo de tu muerte sin sangre
perecerían todas tus colmenas.
Y en donde
pudiéramos entonces enterrarte
los que nos vamos por tu voz de abeja
y bebemos de tus ojos tristes.
En dónde,
Que no fueras un vivo sino un muerto.
***
Sol de las cinco de la tarde
Sol de las cinco de la tarde!
Sol de alargar todas las cosas,
desde la angustia de la espera
hasta el diseño de las sombras!
Sol del paseo y de la cita
en la calleja con la novia
que no verá, tal vez, logrado
el fiel anhelo de sus bodas!
Sol millonario y generoso
que vas tejiendo de limosna,
para las casas miserables,
tapicerías ilusorias!
Sol de alegría y rebeldía
de colegiales a la hora
en que suceden al bostezo
la libertad y la pelota!
Sol de soñar convalecencias,
al verde claro de las frondas,
la pobre niña ciudadana
que se volvió tuberculosa!
Sol de la pálida obrerita
que en sus pupilas de congoja
refleja el término del día
sin apartarse de la obra!
Sol que resbalas como un eco
por empedrados y baldosas,
hasta violar por las rendijas
la oculta paz de las alcobas;
y en las ventanas y los muros,
las arboledas y las lomas,
cuelgas retazos desvaídos
como de viejas banderolas!
Sol de las cinco de la tarde!
Sol casi hermano de la sombra!
Sol del paisaje y del misterio!
Sol de alargar todas las cosas!
Y de los lamentables arreos
que ponen tintineos
de campanitas en la tarde bella;
y bajo de la estrella
que a la hora de la oración,
mira ascender el humo de tu aroma,
mientras desploma
su rayo vertical sobre el fogón
Oh, viejo aroma del café tostado!,
cómo me reconstruyes el pasado
con claros hilos de leyenda!…
La infancia feliz y tremenda,
llena de cariños y de travesuras,
la merienda!,
tras el Rosario y las lecturas,
en la escuela donde yo aprendía,
y, donde sobre todo, se tostaba café,
y también se batía,
como tú sabes y yo sé,
la melcocha, esa rubia golosina nuestra,
que era otra sabiduría
de la maestra…
Oh, viejo aroma del café tostado!,
todo aquel tiempo está aromado
por tu aroma cordial!…
Más eres todavía algo más puro,
cuando te transfigura la proeza
del rancho del arrabal:
proeza del vivir oscuro
que suda su constancia y su fiereza
en tu penacho de humo que es un airón marcial!…
***
Romance del panadero
Aquellas tardes ingenuas,
cuando vivía mi madre,
alumbradas y con frondas
debajo de sus cristales…
Aquellas tardes ingenuas
de mi casona del parque,
los chicos del barrio viejo,
con impaciencias unánimes,
desde las puertas vecinas,
atisbábamos la calle
La calle que transitaban,
sobre su mula incansable,
las roscas de la merienda
y el pan de las navidades…
La misma calle de piedras
y aleros de sombra grande,
donde enredaban los días
los oros de sus encajes…
Todas las tardes del mundo
surgía en aquella calle,
entre un rumor de cerones
y un látigo saltimbanqui,
la pobre mula de Adolfo,
la pobre mula marchante,
que en penas de cada día
llevaba roscas y panes.
Era Adolfo el panadero
de las generosidades,
y su mula el más paciente
de todos los animales.
Ella soportaba moscas
y mataduras y ultrajes,
mientras él nos repartía
sus sábados proverbiales.
Los sábados en mi tierra
no los desconoce nadie;
que bien me sabían ellos,
cuando vivía mi madre!…
A lomos de aquella mula
sonajas inconsolables,
repicaban los cerones
donde bailaban los panes.
Y en la miseria de Adolfo
caía el sol de la tarde,
como una guja piadosa
que quiere zurcir un traje…
A lomos de aquella mula
toda triste y ambulante,
llegaron hasta las mesas
que albeaban nuestras madres,
el sabor de las harinas
y el eco de los trigales
de unos remotos países
en donde la nieve cae…
Y para ensanchar el mundo
fueran entonces bastante,
en las veladas ardientes
de mis noches tropicales,
sin nieves y sin jaurías
de lobos merodeantes,
aquellos cuentos con nieves
que me contaba mi madre.
Pobre Adolfo, el panadero,
pobre la mula marchante!…
Ya no son nada en mi vida
ni los atisbo en mi calle.
Los dos, Adolfo y la mula
por qué caminos, quien sabe!,
si ya nadie los espera
ni ellos esperan a nadie.
***
San José
En casa de José, ¡qué ardido nardo!
Y es flor al par de íntimo contorno,
donde no sufren: el cristal, bochorno;
garra, el balido; ni la pluma, dardo.
En casa de José no medra cardo,
ni el hacha duerme, ni descansa el torno,
y alondra de salida o de retorno,
la hormiga del Señor lleva su fardo.
En casa de José, ¡qué alegre lumbre!
La oveja hila, y guarda la techumbre
o el ojo del arcángel y la estrella.
En casa de José sueña María
que el Niño entre viñedos florecía
y abrazada a sus pies lloraba Ella.
***
ZAPATITOS DE LLUVIA
Zapatitos
de lluvia
calza
la pordiosera.
Se los dio su madrina
que es hilandera.
Zapatitos de lluvia
calza
resplandeciente.
Con lazos de arco iris
se los anuda,
con lazos de arco iris
y de ponientes.
Zapatitos de lluvia
calza
por los senderos.
Cuando la niña pisa
saltan luceros.
Zapatero:
su padre no tenía
para los tuyos.
En cambio,
la madrina hilandera
los teje al gusto:
de agua, de luz, de brisa,
de lo que quieras.
Zapatitos de lluvia
calza
la pordiosera.