literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Gina Saraceni

El silencio abandona
las raíces de los árboles
y se levanta hasta las hojas
comidas por los loros.

Cada mañana volvemos al parque
con los pies clavados en la tierra
y el pulso latiendo entre la sangre.

Podríamos morir de madrugada
escuchando el canto de los loros,
ese estruendoso canto
que alberga en nuestra sangre
y atraviesa el cielo
y lo sofoca y lo deja sin aliento.

Podríamos morir de madrugada
rodeados de loros que nos miran
correr como liebres fugaces,
cada uno con su canto
en la garganta
cada uno con su vuelo a ras del piso
abriendo zancadas en la hierba.

Podríamos volar como
los loros y ser manada
que hunde en el cielo
un grito atroz.

Cada madrugada
buscar cómo fugarnos
del verde plumaje de sus alas.

***

Las casas mueren cuando se vuelven árboles,
cuando una mancha vegetal las recubre
y convierte en jardines verticales.

De sus ventanas brotan raíces
que rozan el filo de las nubes.

La casa muere con el verano en la garganta.

Hubo luz, un tiempo, en esa casa.
Hubo vidrios limpios que acogían una
mano temerosa de que el viento los quebrara.
Hubo niños oliendo a pinos y olivares
y una puerta grande donde entraba
todo el pasado y su memoria.

Los muertos regresan a la casa
Hablan una lengua incomprensible y
levantan el polvo acumulado de los años.

Puede que aquí el tiempo se detenga
y sólo exista el instante en que la casa
se torna un paisaje fugitivo.

Todo se mueve en su cuerpo de piedra,
hasta la hoja más pequeña que se asoma
a la intemperie y se abandona.

No hay de dónde sostenerse
para seguir de pie ante la casa;
para no caer delante de sus ruinas
y volverse una planta más que la recorre.

No se puede mirar tanto pasado
sin perderse en el hueco vertical
de sus paredes.

No se puede mirar en ese quiebre
sin pensar que alguien fue feliz en esta casa
alguien aferrado al canto de los grillos.

***

El amanecer llega a la casa lentamente.

Nada quiebra el silencio que queda de la noche.

Sólo se oye respirar a los insectos.

El padre y la madre desayunan.

El padre muerde el pan duro,
lo moja en agua y aceite
come la harina espesa de la guerra.

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La madre, en cambio,
prefiere la avena y la manzana,
hechas arena al tacto de su lengua.

Ambos comen la corteza
del tiempo que se acaba.
Ese ser dos en la vejez,
aferrados a un ritual
que les devuelve los primeros
paisajes de sus vidas.

Ese ser hijos de los mismo,
del mismo pan duro que mastican,
sin que la magia ceda
al diente que la muerde.

***

El invierno pasó
y dejó la hierba seca y amarilla
donde los conejos comen
los restos del frío.

El lago tiembla
y suenan el viento
y las olas.
No tardes en llegar
que en la rama brota el almendro
y volvieron los osos y son azules.

***

Está triste el animal del frío.

Algo duele en su pequeño corazón helado.

Pronto tomará el camino
hacia la tundra y vivirá
cerca de los lobos.

Un día amanecerá muerto.
Habrá algo menos
en el latido del mundo

***

1.

Las piedras se vuelven más duras
cuando finaliza el verano.

Algo demora en pasar al otro lado.

La playa es una respiración delgada
y en los huecos de la arena
quedan atascadas las palabras.

Un tronco navega a la deriva
y las olas lavan la historia
de ese pedazo de madera
que flota por aquello que le falta.

El verano duele como un abandono.

Como el amor su interrupción duele,
su querer permanecer
hasta las uvas de septiembre.

El verano es una espalda cansada
donde los caracoles se preparan para morir.

2.

Cómo despedirse del verano
sin quedar atrapado en sus viñedos,
en su vena más angosta,
en el letargo de su calma meridiana.

Cómo decirle adiós sin dejar algo
en el abrazo inmenso del estío
donde la marea desata el trueno de su fondo.

Cada verano hay una piedra menos
que anticipa la inminencia de un desierto.
Cada verano alguien falta
al llamado de la tribu y las algas
lloran hasta secarse de tristeza.

No hay punto de retorno
cuando la playa pierde sus herencias
y queda el mar reventado
por el golpe de sus olas.

3.

El verano es un animal
que arrastra sus huesos por la playa.
Camina despacio
espera que la marea entierre su cadáver.

Cuando el amor es imposible
revienta duro y sólo el mar
comprende la inmensidad de sus consecuencias.

Se oye un lamento salobre.

El viento quiebra las alas de los pájaros.

El verano es una lejanía.

Llueve y crece la marea.

Algo se demora

no hay cómo atraparlo.

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