literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Félix Armando Núñez

SÚPLICA

¡Déjame que te quiera!
Estoy solo y volvió la primavera.
¡Déjame que te quiera!

Mi amor no es la dulzura esperanzada
del huerto en primavera.
Mi amor no espera nada.
¡Déjame que te quiera!

Yo tengo la dulzura fatigada
del árbol que en otoño sólo espera
entregar su cosecha perfumada
para morir soñando ¡Déjame que te quiera!

No podrías amarme. Eres retoño
de nuevas primaveras,
y mi vida es un lánguido otoño;
¡déjame que te quiera como quieras!

***

EL VIENTO DE LA TARDE

Brisa crepuscular en el estío…
¡Qué dulcemente danzan los ramajes
a la luz de los globos opalinos…!
Se ha poblado de espíritus la tarde

El ambiente se vuelve puro, íntimo,
el vaivén cadencioso de los árboles…
Hace pensar nuestra actitud, que oímos,
narraciones de un vago y dulce viaje.

Parece que un viajero conocido
que fuimos a esperar hace un instante,
habla en voz baja, como en un suspiro
de un silencioso e inmaterial paraje.

Se hace más rumoroso el viento; y tibio
puro, trascendental, flota en el aire
un perfume de incienso diluido…
Siento un beso en la frente… Mas, no hay nadie…

Nada más que los globos opalinos…
La danza cadenciosa de los árboles…
Las primeras estrellas… Los caminos…
color de ámbar… y la sombra cae.

***

ALTAFLOR

Sin ruido te deslizas a hacerme compañía,
cautiva de la tarde, del silencio amadora
y sabia en soledades te complace ser mía
entregándome tu alma en cada sitio y hora.

Ni riquezas, ni nombre, ni juventud ni gloria
es la fuerza secreta que hacia mí te encamina:
es el sino que pone su intención en la historia,
su delicia en el verso y el día que declina.

Hecha del suave pétalo de una flor escogida
o la más alta rama de un follaje lustroso,
aspirando tu esencia se le acaba la vida
en un milagro eterno de dulzura y reposo.

Te viste tu blancura en túnicas de cielo
y no puedo tocarte sin romper el encanto
de estar contigo, encanto de no tener anhelo
porque me envuelves toda como un sagrado canto.

Dentro de un año acaso no volverás tan bella.
Mientras tanto hablo poco y tú no dices nada.
Entre los tilos claros aparece una estrella
y mi charla retorna augusta y serena.

***

ÉXTASIS

¡Qué silencio tan hondo! ¡Qué dulce este reposo
entre el recogimiento sutil de las colinas!
Un humo… y una choza… y el valle silencioso…
El cielo sube mientras más puro y más sereno,
y casi inmateriales entre un fresco olor a heno
a pinos y trigales,
pensamos los más hondo, sentimos lo más bueno…
Tinto en el último oro y en un rosado vago
el río entre los pinos se corta como un lago.

Como un cristal se aclara nuestro terreno vaso.
Todo calma su curso, se sosiega, se ahonda,
se eleva con el cielo, se funde en el ocaso;
no hay más rumor que un beso del viento entre la fronda.

Y el alma abandonada a la casta pureza
del viento, de los pinos, del río y las colinas,
palpa, aunque fugazmente, ¡oh gloria de las glorias!
su cálida excelsa, sus raíces divinas.

Y siente que sobre las normas transitorias
tiene un valor eterno esta última pureza
con que nadamos místicamente en la belleza,
en la belleza eterna, ¡oh gloria de las glorias,
pureza libertada de normas transitorias!

***

LOS SAUCES DE PRIMAVERA (fragmentos)

Oh! sauces de graciosas y sueltas cabelleras
que junto a los canales de todas las praderas
alzáis en cada copa un verde surtidor!
Sois como unos santuarios de paz y dulzura
y os quise una mañana que herido de ternura
vagaba por el campo soñando con mi amor.

Con qué molicie alada de vaporosos chales
agita vuestra fronda los límpidos cristales
o se destrenza al viento como ebria de placer!
Oh! sauces soñolientos bajo el azul suntuoso!
En vuestras copas triunfa el lánguido reposo
que hay en toda hermosura perfecta de mujer.

No sois los sauces tristes, los árboles de llanto
que el mundo me decía. Sois un raudal de canto
que se abre en cien bandadas al viento matinal,
y en cuanto un hilo de agua ondula en las praderas,
os acercáis soñando en plácidas hileras
a oír la clara música del lírico cristal.

No acierto a apoderarme con una imagen pura
del inefable encanto, del toque de hermosura
que fulge en vuestras ramas de de pálido esplendor.
No sois como los otros árboles que he visto.
Sobre el follaje vuestro posó su mano el Cristo
y al borde del camino os inclinó de amor.

Oh! sauces de graciosas y sueltas cabelleras
que junto a los canales de todas las praderas
alzáis en cada copa un verde surtidor!
Sois como unos santuarios de paz y dulzura
y os quise una mañana que herido de ternura
vagaba por el campo soñando con mi amor.

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