Cigarrón yo
abro mis alas
el único esfuerzo que abarca
aun al cansancio último del fin.
Afuera la claridad, las nubes
mi silueta de tijereta entre el horizonte
sobre las flores, las puertas
ventanales que una y otra vez me detienen
impulsándome a seguir
con el fruto rojo de la tierra
y las margaritas exactas.
Las cascadas
van de lo alto hacia lo bajo
siguen rectas
iguales a mi, cigarrón de sol, vacío
de ciruela, semillas, aire
Jamás he visto ni probado
ni tocado el comienzo del fin.
¿qué aguardo para retomar la vida?
Voy
y al traspasar los contornos perfilados de las puertas
vuelo
vuelo mucho, demasiado. No soy ave
mas poseo un dominio absoluto
de mi figura de insecto
suficientemente capaz para no compararme
con esas cenicientas y obesas torres de los crematorios.
Estarnos cercados.
El espacio amordaza.
La altura desaparece.
Se ha perdido la inmensidad
permaneciendo un oscuro cascarón
que busca afanosamente
el borde final del cielo.
La marginación ha estallado.
Los encuentros se alejan y se repelen
junto a debilidades suspendidas
mientras lo retraído se plasma y se oculta
en esa faz presentándose sin más fin
que mostrar las vigilancias solitarias
del recogimiento y la concentración.
Digo mar
resplandecen las rodelas
se alargan los alcores
mas sólo he pronunciado
aquella voz primaria
traslúcida
vibrante
con la que el hombre
se unió a la tierra y a los cielos.
reminiscencias errabundas
presencias de entrañas
soplos de desiertos
restos de dinosaurios.
Se escribe con la embestida
de las cosechas de los hombres
ciudades
campos
con la luz y la sombra
yendo de una orilla
hacia la otra orilla.
Te gustaba oler el jengibre
la hierbabuena
paladear el sabor claro del horizonte.
Si te acercabas a las raíces
buscabas aquélla que de alguna manera
te podía indicar el rumbo
de la nube que no pudiste poseer.
Y mecías las hierbas
que ya nadie recuerda
y permanecías junto a ellas
por largo tiempo
llevándote entre la lengua
el grano blanco que durante días
había nutrido las aguas de los ríos
con los atardeceres y el sol.
Si la chispa está en la chispa
es porque la chispa
no cesa de existir
y por eso está la muerte
entre la chispa del fuego
y las aguas de las orillas.
Chispa de la chispa
en la otra chispa
despertando en la caída
y el advenimiento
de la traspasable llama del aire.
Esa sangre latiendo
sin otra cercanía que la del viento.
Ese rostro contra los espacios
serenamente deshojándose hacia dentro
donde la huella no cede.
iAh de su irrompible resignación!
La piedra permanece
para que lo frágil se sostenga.
Para mirarla
raspamos el cielo
y se desprenden las nubes
la lluvia, la centella
aun lo luminoso, esférico, espacial
desde el primer instante del sol.
Ni aun así
concluye nuestra reyerta contra la inmensidad
como si a la flor
no pudiéramos arrancarla de los cielos, de la tierra
donde cabe lo que se dice de ella
nunca parecido a cuando vive
dentro del largo pasadizo del alma.