ZALEZ
El muchacho entró en la noche.
Supo que sus pantalones eran tijeras.
Apartó el cielo por ambos lados.
Lo hizo con sus manos largas,
ojos gastados y ramas en el pelo.
El muchacho se hizo vidente.
Acudió puntual soplo antes que
en la botella de vidrio transcurriera.
Vivió en un armario.
¿Quién lo iba a decir?
Una cabra balaba en el desierto
que tenía por sentido.
El muchacho dejó su almohada
donde rugían siete tigres
y siete eran sus ojos, llovía.
Me pregunto si era el alma aquello.
El muchacho probó el oro de los vicios.
Canción de humo fueron sus días.
Oro sí, del cual brotan hormigas.
Transfiguración, alude el Tao.
Callar esto pide la palabra.
BLANCO
Saber que no se puede escribir
es una forma de escribir
Robert Walser
No estoy diciendo lo que voy escribiendo.
No voy escribiendo lo que estoy diciendo.
Escribir nada delante de nada que pide ser
llenada de nada. Nada escribo y, esto, ya,
es nada, nada: escritura de nada, nada, sin
nada escribiendo nada.
CAMINANDO EN CORO CON JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ
Sus pasos se hundían en la brisa.
No voy a decir cómo en esta acera.
No ahora, porque_ no llegamos.
Ha tantos años que estuvo de paso
por la ciudad de Nadie.
Esperaba viniera a encontrarlo
su filiación oscura en esta muda
esquina del último recodo del mundo.
La luna de los insomnes bajo sus ojos.
Búho enfundado de pulover celeste.
Quería oír de su voz amanecida:
‘Suenan como animales de oro las palabras’
No lo hizo. En su lugar bromeó sobre
el verde intenso del césped artificial
y el olor, tendido perro sobre la alfombra,
sorbiendo un tinto en el bar del hotel.
Con el pulgar y el índice hizo migas de pan,
enseguida nubes, lanudas ovejas en el mantel.
-Malena está en Buenos Aires,
no me acostumbro a su ausencia-, dijo,
dándose él mismo un sólo y único abrazo.
Iba a su lado al ritmo de sus pasos de jazz_
su sombra el aire atravesaba y el vaivén
del tiempo columpiaba en su giba.
– Una vuelta y volvemos-, sugirió, bajito-,
intentemos llegar al Cementerio Hebreo
y a la vuelta será bueno un banco de plaza,
andá, busquemos un árbol que filtre esta
escasa luz que nos hace casi inexistentes-.
Llegando al cementerio el fúnebre lugar no
estaba abierto a esa hora en que la tarde
decía hasta mañana en el horizonte.
Se fue la poca luz y sus ojos y los míos
eran puntos suspensivos en lo que era noche brasas a las que el viento desvestía,
sin sombras identificables_
sujetos ambos al espeso silencio.
Niños andantes por la acera y él hablaba
despacito con las palabras que le quedaban:
‘aquello que tú echas de menos
que arde
es joven
y es antiguo
pero ninguna madre nos habla ya
sino la puta madre muerte/
que come
umbelas umbrales
cerezos rojos en el patio’
Y volvió la luz alcanzando el hotel.
Ahora sé por qué sus pasos se hundían
en la brisa y por qué en nuestro paladar
cavó hondo su despedida en la puerta.
Una breve risa y sus dientes.
SILBO
Por esta calle anduve otra vez.
Algo aludía la melodía silbada
en la céntrica plaza.
El disco lunar filtraba mi sombra
por el tupido redondel
de una venteada arboleda.
Adelante una estrábica niña.
El aire se escapaba llevándose
la luz de la casa.
Sin saber dónde estaba se abrían
las puertas hasta cerrarse
de nuevo a la vuelta del soplo.
Soy Nadie caminando en el olvido,
alcancé a decirme paso a paso…
Vuelta de hoja, deshojado cuaderno
en la calle de la otra vez, la primera
o la última por la que sigo andando
sin saberlo y otro me lee y me
borra antes que pase a otro margen,
o me detenga en ese callejón
donde aún sigo siendo Ninguno,
un ajeno silbido antes de desaparecer
por donde otro viene caminando_
a merced de la tachadura
o la corrección_ahora mismo.
CARRERA
Una pierna sigue a otra
cortando el aire con diligencia.
Ésta le réplica que la espere_
que ha de afirmarse en el impulso.
Ambas saben que van dejando
un incesante trazo de tijera.
Una de las dos simula llegar
antes que la otra cuando las dos
lleguen_ una de las dos seguirá
andando porque en ningún lugar
estuvo detenido su tranco para
que juntas arribaran a la meta.
El que gana no sabe que terminará
triunfando por aclamación el silencio.
El que pierde no tiene otro oro
que el de la pérdida.
El aplauso de mil manos
levantando el trofeo del olvido.
Una pierna da a otra velocidad
consecutiva_ ambas han de parar
cuando las alcancen los puntos
suspensivos del cansancio.
Cuando no compiten
ambas son la huida del perseguido_
del que corrió por su vida
y la de otros que lo esperaban
en el alcance y llegar no lo vieron
de este lado de la pantalla
PÁJAROS
La luz que los trae a mis ojos
es la luz de la inexistencia.
Detenidos en el semáforo
a la espera de quien llega
en vía opuesta a donde vuelan
concurrentes y tranquilos en
bandada, conversando unos y
otros pían en la fronda respirable
de los árboles, la claridad de
sus aleteos, el sigilo anunciante
de sus vuelos_ atravesar nubes,
volver a otra ciudad que no los
espera. El cielo no los fija a lo
tangible como quisiera. Ese
instante cuando deje de estar
afuera y lea el breve soplo
al que no hacen resistencia y
se los lleva. Podré conversar con
ese ‘Nadie’ que me sigue, piaré
en el verde que aún quede, donde
me vean como uno de ellos,
donde por fin, sólo sea más nada
que canto, solo, sólo canto.
VUELTA
‘Ninguno’ en la noche semejante
de su olvido se pregunta si es
isla que la tormenta separó
de la esquina o tan sólo mar
habitado por criaturas que lo
devoran sin saber que existe.
Voy a donde dicen conocerme.
A esa calle que me atraviesa
antes que ola me envuelva y
me arroje a la orilla despoblada.
Viro por otra en la que alguien
dice saber de qué esperma vine,
de qué parentesco soy, andando.
Un mudo va y dibuja en el aire
la forma que figura mi nombre:
el pájaro volando de un rap.
Ellos dicen lo que nosotros no
vamos a decir, lo que en verdad
nos sabe a sed. Acaso sólo soy
la inaudible música que viene
detrás de mis pasos, la vuelta en
mí para ver al otro que me sigue
sin inmutarse por si vengo o voy.
O aferrado quedé a esa puerta
que ‘Nadie’ abre y ‘Ninguno’ cierra.
JAZZ EPILEPSIAL
Una clara melodía escurre el viento.
Las arenas arremolinan
la carrera de la previa quietud.
El brazo izquierdo y su breve temblor.
La cabeza perdida en la distancia
desconocida donde no se pertenece.
Los pies en el aire bailan la danza
del salto a otro lugar.
Llueve en no sé dónde
y en no sé qué está escampando.
Solo sé que volveré a mis huesos.
A los que llevo esta luz para desalojar.
Iniquidad dejo en manos del redentor.
El cielo estrena una piel
que no puedes ver,
antes que todo sea bebido de un sorbo
por el convulsionado saxo de Coltrane
y hable el temblor todo
con sus tuercas desajustadas.