Poética del caminante
De paseo, sin rumbo fijo
veo un zapato solo
a un lado de la carretera,
desalojado, huérfano de pie
y de costumbres.
Veo, entonces, por añadidura
un hombre que camina descalzo,
una tristeza adherida al día,
un ojo que escruta
por la cerradura de una puerta
el aire abandonado
de una habitación vacía.
Al referirme a esto
y otras cosas -me doy cuenta-
retomo el hilo
de un obstinado soliloquio.
Apruebo con la frente
el lugar que ocupa
cada presencia a mi alrededor.
Me detengo y anudo con fuerza
los cordones de mis zapatos.
Sólo después sigo mi curso.
Digo, el discurso que dictan mis pies.
La mujer imaginada
Una mujer imaginada en los andenes
de cualquier estación del metro de esta ciudad.
Una mujer que no llegó, que no vino
y sin embargo camina entre la gente
buscando las mismas salidas que nosotros.
Una mujer imaginada, perdida
en el bosque de Chapultepec
o en la espesura de algún sueño.
Una mujer imaginada, simplemente,
huyendo como todas ellas
de alguna foto que nadie ha tomado aún.
Ellas nos acompañan sin saberlo,
sin siquiera imaginarlo.
Por ellas caminamos junto a ellas,
sobre las mismas accidentadas aceras
o pisamos hojas imaginadas, tal vez ya pisadas
por ellas, que apenas conocen la existencia del otoño.
***
Hogar
Vivo en esta ciudad, en este país despoblado,
avergonzado por sus propios fantasmas,
confinado a cuatro paredes hurañas.
Vivo en cuartos vacíos.
En habitaciones que a ratos se encogen
expulsando todo aquello
que hasta ayer me acompañaba.
Vivo en su centro como viven los moluscos,
babosos e invertebrados, cordializando
con la concha que los protege.
Doy rondas, tanteo su superficie,
hago trampas: intento horadarla
guardando la esperanza de encontrar
respiraderos al otro lado.
Pero soy de acá, este es mi hogar
y aunque me vaya, aunque me escape lejos,
este encierro siempre será mío.
Vivo como el cangrejo ermitaño,
como un decápodo errante,
refugiado en conchas vacías,atrapado, impenitente, confiado
en la bondad de alguna ola que me arrastre
o termine de ocultarme en la arena.
***
La costa abandonada
De niño descubrí en la soledad
alivio a mi timidez. Allí imaginé
amistades perdurables, nacidas
para custodiar los mismos secretos.
Fue también, por entonces, que el mar
me enseñó a no alcanzar la arena con los pies,
y a pesar del temor a la resaca,
siempre venció en mí el deseo
de ver a lo lejos la costa abandonada.
Poco a poco, me quedé flotando en lo hondo
hasta alcanzar el hábito de inventar la nostalgia;
esa que ahora se me da tan naturalmente.
No tengo otro modo de ser, pues todo
lo que hago, sin haber sido, ya es pasado
que añoro a la distancia.
Algunos voltean al caminar,
yo avanzo con aplomo,
mirando de frente lo perdido.
***
El equilibrista
«No sueñes. Ya no fue en esta vida».
Me insiste una ronca voz
mientras duermo.
Yo escucho lo que puedo
y me encuentro perdido,
me siento al borde de mis sueños
caminando como un equilibrista
o un forastero que ha cruzado
una frontera, sin saber
de dónde viene
ni adónde va.
Me siento en el borde,
estiro mis orejas
y con los dedos escarbo adentro
en lo hondo
hasta alcanzar el eco de esa voz
balbuceante entre martilleos
que me repite:
«despierta, ya no fue».
Solo entonces acuso recibo
y me levanto. Contemplo
el día iluminado
y salgo a vivir un día más.
***
El emigrante
No es una línea,
un trazo hallado en el suelo.
Es una frontera que cruzas dentro de ti
y que al voltear
has convertido en muralla.
***
Cuando llegues
Al
llegar
a la playa
del tiempo
descubrirás
en el centro
de la página
un manantial
del que brotan
y resucitan los días
en incierta sucesión.
A
esa
hora
recordarás
y anotarás
todo lo olvidado
para borrarlo de nuevo.
La
espuma
de las olas
será tu confidente,
reposando sobre la arena
la alisará hasta ocultar tus huellas.
Solo
entonces
te adentrarás en el mar.
***
Telarañas
Las telarañas desconocen
su propia geometría.
Una moneda que pasa de mano en mano,
el vaso compartido con la boca anónima e indecisa,
el apartamento que custodia celoso
las manías de antiguos inquilinos,
las comunes páginas de los libros,
el poema leído, a una misma hora, en distantes latitudes.
Las telarañas tiemblan
ante el mínimo soplido.
Las repetidas llaves de un cuarto de hotel,
la primera mujer de la adolescencia,
la voz del otro lado: la que contesta la llamada equivocada.
Las arañas caminan por el aire
caprichosas tejen
y entretejen.
Hacen su trabajo silenciosas.
***
Signos
Hay quien besa con los ojos abiertos,
quien respira después de pensar,
quien sube las escaleras y cuenta
de dos en dos los peldaños impares.
Del mismo modo, hay días
esdrújulos y sin tilde
que ignoran toda regla de acentuación;
días en que el agua es ajena a la sed;
días engendrados en madrugadas premonitorias
de insomnios inútiles y sin lámparas.
Amaneceres en que el cielo
es una hoja dubitativa
y las nubes, signos movedizos,
dotados de enigmática elocuencia
anterior a la soberbia
del calígrafo y las palabras.