literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Andrés Mata

Nocturno

Desperezó sus alas en el seno
Impenetrable de la selva fresca
Y mintió al tropezar contra las ramas
Una escala cromática en las hojas.
Después siguió un preludio, y al preludio
Un himno intraducible, cuyas notas
Eran gritos de amor sin esperanza,
Recuerdos que se ocultan en la sombra,
Blasfemias, por dolores sin remedio,
Y lágrimas de espíritus que imploran.

¡La brisa es triste al sacudir sus alas
En lo profundo de la selva hojosa!

La sombra como negra colgadura
De un viejo catafalco, en la sombría
Nave de un templo abandonado al culto
En que vivieron épocas extintas,
Ya condensada en la mitad del cielo
En opulentos pliegues descendía.
Flotó un rayo de luz entre las nubes,
Y brilló, cual trágica pupila

¡La luz cambiante de la luna es triste
Cuando en la densa oscuridad palpita!

Sobre el lago insondable y misterioso
De la intrincada selva, aquel reflejo
Cortó el agua dormida, como corta
Las sombras el relámpago siniestro;
Y del profundo abismo surgió entonces
Una confusa procesión de espectros
Que en macabro galope se retorcían,
Chocando sus crujientes esqueletos,
¡Era la inmensa noche del pasado,
Poblándose de fúnebres recuerdos!

¡Ay, cuando el lago misterioso tiembla,
Y cuando empiezan a danzar los muertos!

Momento optimista

¡Pobre alma sin amor! Tu pena aguda
no tiene con mi pena semejanza.
Resplandece en la mía la esperanza,
la tuya se ennegrece con la duda.

¿Ves el ave y el nido en la desnuda
rama del árbol que a morir avanza?
¿No te sorprenden en estrecha alianza
la primavera y la estación sañuda?

¡Vive tu juventud! Despierta al ruido
del verbo y de la acción. Cede al encanto
de triunfar sobre el odio y el olvido.

¿Qué estímulo mayor a tu quebranto?
Sobre la débil rama el blando nido
y sobre el nido la piedad del canto.

Alma y paisaje

Debajo de los árboles. Ninguna
pena que inquiete el pensamiento mío.
Encima de los árboles, la luna;
debajo de los árboles, el río.

Abro mi corazón… leo y confío
en la gloria, en el bien, en la fortuna.
Habla de amor, al discurrir, el río;
Habla de amor, al esplender, la luna.

Quietud y soledad… nada importuna
la comunión del pensamiento mío
con el bien y la gloria y la fortuna.

Bajo el ramaje trémulo y sombrío
sueña un hilo de oro de la luna
sobre el silencio diáfano del río.

El río
Debajo de los árboles… ninguna
pena que inquiete el pensamiento mío.
Por cima de los árboles, la luna;
debajo de los árboles, el río.

Abro mi corazón… Leo y confío
en la gloria, en el bien, en la fortuna:
Habla de paz, el discurrir del río;
habla de amor, al esplender, la luna.

Quietud y soledad… Nada importuna
la comunión del pensamiento mío
con el bien, con la gloria y la fortuna…

Bajo el ramaje trémulo y sombrío
sueña un hilo de plata de la luna
sobre el silencio diáfano del río.

Música triste

¿Un amor que se va? ¡Cuántos se han ido!
Otro amor llegará más duradero
y menos doloroso que el olvido.

El alma es como el pájaro inseñero
que roto el nido en el ruinoso alero,
bajo otro alero reconstruye el nido.

Puede el último amor ser el primero.
Mientras más torturado y abatido,
el corazón del hombre es más sincero.

Tras de cada nublado hay un lucero,
y por ruda tormenta sacudido,
florece hasta morir el limonero.

¿Un amor que se va? ¡Cuántos se han ido!
¡Puede el último amor ser el primero!

No te alejes del piano todavía.
Alada brote del marfil del piano
Bajo el lirio fragante de tu mano
La tierna y amorosa melodía.

Ese adagio tristísimo y arcano
Dulcifica mi espíritu doliente,
Como si presintiera por mi frente
La inefable caricia de tu mano.

Si dispuso el dolor con golpe fiero
Llenar de sombras la existencia mía.
Ya se levanta luminoso el día,
Y florece otra vez el limonero.

No te alejes del piano todavía…
¡Puede el último amor ser el primero!

Idilio trágico (fragmentos)

¿Quién, a la tarde, cuando el sol alumbra
el dorso inaccesible de la sierra,
se dirige a la ermita, y acostumbra,
de la nave central en la penumbra,
orar, contrita, la rodilla en tierra?

Hoy no es la hermosa niña
que en su nevada frente de camelia
ceñía, como Ofelia,
Las flores que arrancaba en la campiña.

Presa del sufrimiento, ya no viste
sino el obscuro traje que responde
al recóndito afán de que está triste;
y mientras lucha y al dolor resiste,
dentro del alma su dolor esconde.

Hoy es ya la mujer que en el ocaso
de su radiante juventud, el vaso
de amargas penas hasta el fin apura;
y empujada por íntimos empeños
bajo las gradas del altar procura
enterrar el cadáver de sus sueños.

VII
¡Oh tú, la candorosa compañera
de mis mejores años! El olvido
no ha logrado borrar de mi memoria
aquella breve, perdurable historia
que comenzó del río en la ribera…
¡Yo buscaba en los árboles un nido
cuando nos vimos por la vez primera!

V
¡Oh juventud radiante que envejeces
cuando la aurora triunfa de la noche!
Al caer desmayada te pareces
al lirio que en la plácida laguna
abre a la tarde el argentado broche
¡Y muere al beso de la casta luna!

XIII

Huyendo del conflicto sanguinario
de las guerras civiles,
que convierte la patria en escenario
de torpes odios y venganzas viles.
Nuestras madres, tan puras y tan buenas,
buscaron sitio agreste y solitario
donde calmar sus penas.

XV

Mientras daban al viento sus pendones
de purpúreo color los batallones
que a defender el valle se prestaron,
desplegaban banderas amarillas
las compactas guerrillas
que en las verdes colinas acamparon.

Vibró el himno de la muerte en las cornetas;
volaron las legiones al combate;
y fue lucha de atletas contra atletas
que en impetuoso y sanguinario embate
decidieron al fin las bayonetas.

XV

Debajo de los árboles. Ninguna
pena que inquiete el pensamiento mío.
Encima de los árboles la luna;
debajo de los árboles, el río.

Abro mi corazón…Leo y confío
en la gloria, en el bien, en la fortuna.
Habla de amor, al discurrir el río;
habla de amor, al esplender la luna.

Quietud y soledad…Nada importuna
la comunión del pensamiento mío
con el bien y la gloria y la fortuna…

Bajo el ramaje trémulo y sombrío
sueña un hilo de oro la luna
sobre el silencio diáfano del río.

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