La casa
Hay quien regresa a su sangre.
Podría estar en cualquier época,
en cualquier cuadro pintado
colgando del muro.
Nada extraordinario habita en esa casa,
apenas podrá recordarse
una ventana acaso,
el rincón de los retratos
o el gato rasgando el sofá,
mientras
en la despensa
sigue la araña tejiendo su red.
Deseo
Intentaste robar mi palabra
como el fuego de los dioses.
Pobre,
no sabías.
La palabra
es algo que nadie tiene en la boca,
tampoco en el pecho.
La mía está en el deseo.
Limbo
Déjame que sueñe sola
ese limbo de voces blandas y heridas.
No menciones las palabras de la muerte
donde las bocas se borran
como un puñado de polvo sin forma.
Déjame en el árbol
de rayos dormidos
hasta librar sus fantasmas,
en la fiebre,
donde no muerde el hambre
ni pesa la ausencia de los dioses.
Grito
De sus silencios
y ataduras,
han de brotar pequeñas bocas
que lamerán la sangre del hierro.
Una lengua canta
ante el sudario de tierra,
ante las manos nacidas del óxido.
¿Quién puede callar el grito
que crece en los ojos?
Fuego
El fuego siempre tiene hambre.
Para masticar a los hombres le bastan
sus dientes de arena roja.
Así moldea cuerpo y sombra,
como un herrero que martilla la noche
hasta convertirla en acero.
Enfermedad
La locura del país enfermo contagia
su envejecimiento,
ritualiza la ternura demencial.
En el encierro de estos días
hemos sido huella de astros oscuros
que desencadenan el polvo
como una mancha arquetipal sobre las nubes.
Fuimos almas ofrendadas
desde el anonimato, mientras el tifón
mostraba sus dolores
en el rastro de cada letra.
Los cuerpos sufrimos los síntomas
de la posesión hierática.
¿Cuál será la verdadera naturaleza
de nuestra desnudez?
Iremos a la intemperie
No llevaremos dioses
ni orquídeas de guerra.
Hablaremos sin imágenes para los otros,
en voces incomprensibles;
con música escondida en la carne.
Seremos indigentes,
nos acusaran de rotos
y otros nombres indignos de mencionar.
Abrazaremos las alambradas,
volveremos a nacer
en la rasgadura del borde:
su ebriedad.
Seremos muchos,
marcharemos por el camino descubierto.
Llevaremos el pensamiento
en los huesos,
la fiebre amarilla
y las ruinas asimétricas del destierro
Iremos a nosotros mismos
Desconocido
No temas cambiarte el nombre,
la ciudad imaginada no lo recordará.
Su estrago arde más allá del precipicio.
Completa tu forma hueca
antes del disparo frente al espejo.
Hereda tus pertenencias.
Reúne trozos,
baraja las fotos de difuntos
y los mechones sucios de tus hijos.
Abre el vientre
de la aldea que te escupe.
En el humo encontrarás la memoria.
Palabra
Sí, mi lengua está desnuda
en ella habita un animal acuático,
se riegan las mieles de su esperma
brota la raza que habla.
Gestos
Nos han traído la palabra,
la miseria de los exóticos ídolos.
Esa voz que pone hierros
para que el canto negro
muera prematuro en la garganta,
deja compases vacíos
y cueros solitarios.
Pero el ciclo del mar es sabio,
marchará en sentido contrario
devolviendo las rodillas
y los gestos a su origen;
no en la muerte,
sólo en la libertad.
Limbo
Déjame que sueñe sola
ese limbo de voces blandas y heridas.
No menciones las palabras de la muerte
donde las bocas se borran
como un puñado de polvo sin forma.
Déjame en el árbol
de rayos dormidos
hasta librar sus fantasmas,
en la fiebre,
donde no muerde el hambre
ni pesa la ausencia de los dioses.
El mismo ruido
Mi sueño inicial es la noche,
visión dionisiaca
que tiene todos sus hijos enmarañados.
Escucho su tormenta.
Viene por mí,
es la única fuerza que entiende mi alma.
Somos el mismo ruido.
La suerte de los muertos
Un trébol
Cuchillo
No he de explicar el reflejo del cuchillo original,
sus orillas dentadas.
Los cuervos igual acompañan mis oraciones
seriamente comprometidos
en la profundidad de la abstracción.
El caso es despegarse
de la culpa. Sin embargo,
reconocer los arpegios y el inicio de la fragilidad.
Deslizarnos hacia la superficie
y fingir una fórmula que ahuyente el cansancio
que nutre la escritura.
Hemos de morir periódicamente,
–mis aves y yo–
antes de conocer los secretos de la herida.
Manjares
Ofreces manjares,
figuras en reposo
después de la contienda.
Así prometes,
mirando con intensidad.
Pero nuestras bocas
aún no cruzan la primera palabra.