literatura venezolana

de hoy y de siempre

Poemas de Amarú Vanegas

Dic 26, 2022

La casa

Hay quien regresa a su sangre.
Podría estar en cualquier época,
en cualquier cuadro pintado
colgando del muro.

Nada extraordinario habita en esa casa,
apenas podrá recordarse
una ventana acaso,
el rincón de los retratos
o el gato rasgando el sofá,
mientras
en la despensa
sigue la araña tejiendo su red.

Deseo

Intentaste robar mi palabra
como el fuego de los dioses.

Pobre,
no sabías.
La palabra
es algo que nadie tiene en la boca,
tampoco en el pecho.

La mía está en el deseo.

 

Limbo

Déjame que sueñe sola
ese limbo de voces blandas y heridas.

No menciones las palabras de la muerte
donde las bocas se borran
como un puñado de polvo sin forma.

Déjame en el árbol
de rayos dormidos
hasta librar sus fantasmas,
en la fiebre,
donde no muerde el hambre
ni pesa la ausencia de los dioses.

 

Grito

De sus silencios
y ataduras,
han de brotar pequeñas bocas
que lamerán la sangre del hierro.

Una lengua canta
ante el sudario de tierra,
ante las manos nacidas del óxido.

¿Quién puede callar el grito
que crece en los ojos?

 

Fuego

El fuego siempre tiene hambre.

Para masticar a los hombres le bastan
sus dientes de arena roja.

Así moldea cuerpo y sombra,
como un herrero que martilla la noche
hasta convertirla en acero.

 

Enfermedad

La locura del país enfermo contagia
su envejecimiento,
ritualiza la ternura demencial.

En el encierro de estos días
hemos sido huella de astros oscuros
que desencadenan el polvo
como una mancha arquetipal sobre las nubes.

Fuimos almas ofrendadas
desde el anonimato, mientras el tifón
mostraba sus dolores
en el rastro de cada letra.

Los cuerpos sufrimos los síntomas
de la posesión hierática.

¿Cuál será la verdadera naturaleza
de nuestra desnudez?

 

Iremos a la intemperie

No llevaremos dioses
ni orquídeas de guerra.

Hablaremos sin imágenes para los otros,
en voces incomprensibles;
con música escondida en la carne.

Seremos indigentes,
nos acusaran de rotos
y otros nombres indignos de mencionar.

Abrazaremos las alambradas,
volveremos a nacer
en la rasgadura del borde:
su ebriedad.

Seremos muchos,
marcharemos por el camino descubierto.

Llevaremos el pensamiento
en los huesos,
la fiebre amarilla
y las ruinas asimétricas del destierro

Iremos a nosotros mismos

 

Desconocido

No temas cambiarte el nombre,

la ciudad imaginada no lo recordará.

Su estrago arde más allá del precipicio.

Completa tu forma hueca

antes del disparo frente al espejo.

Hereda tus pertenencias.

Reúne trozos,

baraja las fotos de difuntos

y los mechones sucios de tus hijos.

Abre el vientre

de la aldea que te escupe.

En el humo encontrarás la memoria.

 

Palabra

Sí, mi lengua está desnuda

en ella habita un animal acuático,

se riegan las mieles de su esperma

brota la raza que habla.

 

Gestos

Nos han traído la palabra,

la miseria de los exóticos ídolos.

Esa voz que pone hierros

para que el canto negro

muera prematuro en la garganta,

deja compases vacíos

y cueros solitarios.

Pero el ciclo del mar es sabio,

marchará en sentido contrario

devolviendo las rodillas

y los gestos a su origen;

no en la muerte,

sólo en la libertad.

 

Limbo

Déjame que sueñe sola

ese limbo de voces blandas y heridas.

No menciones las palabras de la muerte

donde las bocas se borran

como un puñado de polvo sin forma.

Déjame en el árbol

de rayos dormidos

hasta librar sus fantasmas,

en la fiebre,

donde no muerde el hambre

ni pesa la ausencia de los dioses.

 

El mismo ruido 

Mi sueño inicial es la noche,

visión dionisiaca

que tiene todos sus hijos enmarañados.

Escucho su tormenta.

Viene por mí,

es la única fuerza que entiende mi alma.

Somos el mismo ruido.

La suerte de los muertos

Un trébol

 

Cuchillo

No he de explicar el reflejo del cuchillo original,

sus orillas dentadas.

Los cuervos igual acompañan mis oraciones

seriamente comprometidos

en la profundidad de la abstracción.

El caso es despegarse

de la culpa. Sin embargo,

reconocer los arpegios y el inicio de la fragilidad.

Deslizarnos hacia la superficie

y fingir una fórmula que ahuyente el cansancio

que nutre la escritura.

Hemos de morir periódicamente,

–mis aves y yo–

antes de conocer los secretos de la herida.

 

Manjares 

Ofreces manjares,

figuras en reposo

después de la contienda.

Así prometes,

mirando con intensidad.

Pero nuestras bocas

aún no cruzan la primera palabra.

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