De humilde llano
Al fin murió la pobre vaca vieja,
Con un mugido prolongado en queja.
A pleno sol cayó desfallecida,
Exangüe y nada más, sin una herida.
El hambre y la vejez en cruel asedio,
Hundieron sus pupilas en el tedio.
Y el tedio a la vida, nos desata
De todo afán de bien, porque nos mata.
En la pampa desnuda de verdores,
Y sin penas, ni angustia ni dolores,
Inmóvil se quedó la vaca vieja
Con un mugido prolongado en queja.
Unos meses después… pleno verano,
En la gris solemnidad del llano
– triste despojo que la muerte deja-
Vi el esqueleto de la vaca vieja.
¡Pobre tierra mía, seca y dolorida!
No produces nada, por el sol ardida;
y siento que sufres con dolor humano
las calcinaciones del largo verano.
Hasta los bejucos tristes y dolientes,
Se retuercen, secos, como las serpientes.
Donde brotó el agua no queda una gota
La tierra se agrieta, se exprime y se agota.
Y los arenales que levanta el viento
gimen, cuando paso, con sordo lamento.
Como un hilo de agua ha quedado el río
en el fondo blando del cauce vacío.
Canta en lejanía un ave agorera,
presagiando angustias la voz plañidera.
En el horizonte se van los caminos,
blancos, tristes, solos, hacia su destino.
Pasan las vacadas con una sed loca
que abrasa con furia gargantas y bocas.
Las plantas se mueren, buscando frescura,
hunden las raíces en la tierra dura.
Y mientras tú sufres, pobre tierra mía,
empapa mi alma tu melancolía;
y te siento mía, hondamente mía,
como mis dolores y mis alegrías!
Chispa infinita
¿Soy una breve llama desprendida
de la hoguera infinita,
o una breve hoja
que el viento loco agita?
Siento algo en mí que busca hacia la muerte
y algo también que vibra con la vida…
Cierro los ojos. Sueño…
¿Dónde está el alma suspendida?
Manos tendidas al camino,
ojos abiertos, labios mudos.
Sombra, silencio despiadado,
que nadie nunca romper pudo.
Largo el camino y pedegroso.
Hambre de luz y de certeza;
los pies heridos y cansados
y el alma absorta en la belleza.
¿Cuándo será que los caminos
abran sus brazos amorosos
para ofrecernos en la noche
sitio propicio de reposo?
Palpo las cosas de la vida
con la inquietud de la ceguera.
Tengo hambre y sed que nadie sacia.
¡Quiero la fuente verdadera!
Atardecer
Está fresca la tarde y un poco nublada.
Viene un carro de bueyes, cada yunta cansada:
toda llena de polvo, las pupilas sin luz,
inclina lentamente, bajo el yugo, el testuz.
Una brisa de lluvia y de olor campesino
invade la ventana. El aire vespertino
vierte en todo mi ser la inefable frescura
del agua cantarina, diáfanamente pura.
La cigarra interrumpe con su canto vibrante
el silencio de ensueño del luminoso instante.
En la ciudad (fragmentos)
Mañana nuevo día.
Quizás un claro día
de cielo limpio y pura luz.
¡Quién pudiera ir al campo,
corretear por las sendas resbalosas,
y mojarse el cabello, sacudiendo
verdes arbustos de menudas hojas
que dejan entrever el cielo azul!
¡Si pudiera montarme en mi caballo!
Alisarle las crines con la mano,
dejarlo galopar,
galopar, galopar por la llanura
hasta sentir jadeante y sudorosa
la pelambre sedosa
(…)
¡Si pudiera coger gajos floridos
con el temor enorme
de sorprender un nido
entre las ramazones de la fronda!
(…)
Aún llueve lentamente.
Estoy en la ciudad. Me siento hambrienta
de sol, de llano, de la tierra mía.
Todo mi corazón se clava en ella,
como oscura raíz que deja grieta
pero que ni en el fondo se desvía