Por: Gabriel González
Era difícil pasar por su lado sin leerlo: en su conducta tenía más palabras que los libros.
Pablo Neruda
“Todos se arrimaron al pozo en búsqueda de agua”. Así comienza La piedra que era Cristo, una de las novelas venezolanas más entrañables, y cierra su narrativa Miguel Otero Silva, un joven que abandonó la carrera de Ingeniería para hacer una de las historias literarias y periodísticas más sobresalientes. La cosa empezó cuando tenía 20 años y Pío Tamayo, un comunista, le tocaba enfrentar con un poema la más dura prueba que vivieron los estudiantes antigomecistas: los sucesos de febrero de 1928.
Quienes participaron en la protesta fueron a dar o al exilio o a la cárcel o bajo tierra. Al joven Tamayo le tocaría el mayor sacrificio. El joven Otero Silva, encendido por la experiencia, se fue del país. La sensibilidad social se plasmó desde sus primeros versos y en Fiebre, su primera novela. En España dio unas palabras en un mítin de la Pasionaria. En 1929 forma parte de la expedición comandada por Gustavo Machado que asalta un fuerte en Curazao, se lleva el vapor “Maracaibo” y desembarca en Coro.
Las siguientes décadas Otero Silva navega entre la política, el periodismo y el humor. En 1941 es cofundador del semanario humorístico El morrocoy azul. Su padre era un empresario que pasó de fabricar velas y alpargatas al comercio del cabotaje; compró el acueducto y la electricidad de la anzoatiguera Barcelona para luego comprar unas 6.182 hectáreas de concesiones petroleras. Nueve años después, en 1943, fundó El Nacional, en una época de guerra mundial donde el papel debió valer oro. MOS practicó un periodismo ético y comprometido con la verdad y el lector. Ejerció la dirección del periódico hasta que, desde EE UU, la temible SIP (vendedores de papel, agencias de noticias y anunciantes incluidos) forzó su salida del cargo para siempre.
A su primera novela le siguieron: Casas muertas (1955), historia de una ciudad aniquilada por el paludismo y el éxodo; Oficina n° 1 (1961), sobre la ciudad nacida por la explotación petrolera y La muerte de Honorio (1963), una pieza que desemboca en el 23 de enero de 1958. Sus cuatro obras primeras pertenecen a la novela de denuncia y están escritas con el lenguaje sobrio y directo de su experiencia periodística. Luego viene la novelística experimental que asume retos más complejos como el humor y yuxtaposición de historias en Cuando quiero llorar no lloro (1970), o la novela “histórica” Lope de Aguirre: príncipe de la libertad (1979) y la poética La piedra que era Cristo (1985).
Miguel Otero Silva fue comunista. Con comunistas fundó El morrocoy azul que ideó Kotepa (artífice de Tribuna popular y Últimas noticias); entre los morrocoyunos estaban Andrés Eloy Blanco (adeco, con quien compartió la pluma en uno de los mejores sainetes: “Venezuela huele a oro”), Aquiles y Aníbal Nazoa, y Zapata (converso; pero militante por los presos políticos en época de Las celestiales, lo que le valió la clandestinidad con MOS). Y entre los comunistas se enamoró de María Teresa Castillo. Militó hasta que una célula —en El Nacional—, capitaneada por el caricaturista Claudio Cedeño lo expulsó: pues patrón y obreros tenían intereses de clase “irreconciliables”. Sin embargo, siguió colaborando con las luchas sociales hasta la hora de su muerte, ocurrida en brazos del insigne médico y amigo Eduardo Gallegos Mancera, un ñángara convertido alguna vez en uno de sus personajes.
Ensayo
El escritor José Rafael Pocaterra/El poeta Andrés Eloy Blanco
Poesía
Crónica
Novela
Casas muertas (capítulo 1)
Cuando quiero llorar no lloro (prólogo cristiano)
En Biblioteca
Casas muertas (libro completo)
Cuando quiero llorar no lloro (libro completo)