literatura venezolana

de hoy y de siempre

La novela

Dic 31, 2022

Cecilio Acosta

Respecto a la novela, lo que se ha hecho es dar los pasos primeros, entre otras causas, por no haber esa sobreabundancia de vida que sirve a dar a esta expresión del pensamiento. Como este género abraza la pintura de las costumbres, usos, creencias, virtudes y vicios, y de cuanto constituye la fisonomía de un pueblo, de que viene a trato sea fiel, sino que haya en el algo de romanesco o de extraño, y siempre de original y artificioso, a fin de que ser aquel espejo o trasunto, no solo es preciso que venga a despertar el interés, que será tanto más vivo, cuanto mayor el movimiento y más animado el drama social. Fuera de la jurisdicción a que alcanzan la comedia y la tragedia, aficionadas de suyo a lo que es elevado por el carácter, o fuerte por el colorido, hay una multitud de medias tintas, que son como medias verdades; o de matices, que son como transiciones; o de sombras, que ayudan a ocultar el tejido; todo lo cual sirve a la sociedad para hacer completo el cuadro. Esta clase de composición esta llamada a tener de la historia el fondo, del cuento la sencillez, de la imaginación las galas, sin que por eso desdeñe la filosofía, si no es obscura, ni las gracias del estilo, si son naturales; a entrar a la casa de los reyes para ver su orgullo; a los salones de la nobleza para admirar su fausto; a los comicios populares, para oír el derecho bravío; y a las sociedades clandestinas, para sorprender la rebelión; a seguir los pasos del espíritu, que ora encarna en el tipo de imprenta, ora viaja en la hoja periódica, ora derrama desde la tribuna o el liceo la luz que va siempre delante para dejar detrás la cifra de la verdad limpia y la causa del progreso asegurada; y por último, a penetrar en un confuso laberinto donde las pasiones hierven, las ideas se agitan, los principios se acendran, las instituciones se levantan; y todo ello a fin de producir un libro moral, que sirva de pasatiempo a los ancianos, de enseñanza a los jóvenes, de divertimiento a los niños, y que este tan bien colocado en el estante como en el bufete, el velador y el sofá.

Es cierto que los tiempos antiguos han sido, con harta frecuencia, asunto privilegiado de la novela, como si se buscase llenar de este modo el vacío de la historia con ciertos pormenores interesantes, y suplir lo que le falta de vida, con el calor de la anécdota, el chiste, la especie autorizada y el libelo; y hasta con la relación de los trajes y gustos de la gente de alta guisa, y de las malas artes, resabios, confabulaciones y hablillas que prevalecen en el vulgo y en las compañías del hampa. Madama de Stael retrata a Roma antigua; Walter Scott las costumbres caballerescas y heroicas, y muchos novelistas modernos no han hecho otra cosa que galerías nuevas con cuadros retocados, lo cual revela, puesto que todo está bien hecho, que se echaba menos este colorido en la integridad de la verdad. Pero aparte de que es común que haya alusiones a la época presente, para cuya enseñanza siempre se escribe, y cuyo carácter y tendencias casi nunca se pierden de vista, tiene esta última tal influencia sobre el escritor, que de ordinario ella es la que viene a decidir del buen o mal desempeño de la otra. Aunque se quisiera prescindir, para la comprobación de lo que digo, de que un estado social cuando es glorioso, rico o floreciente, es el que de ordinario sirve de despertador y musa al numen, no cabe hacer lo mismo respecto del idioma, que de un modo o de otro debe tener las condiciones precisas para ese linaje de trabajos. No basta para la novela que una lengua sea armoniosa, llena y varia en construcciones: es menester además que tenga ciertas frases crepusculares, ciertas expresiones indecisas, cierta delicadeza indefinida y ciertos modos de decir característicos y autorizados por un trato social extenso y una civilización que sea del día. De no ser así, las lenguas quedan para los besamanos, o para otros actos serios; pero no sirven, o sirven mal, para las tertulias del gran mundo: novelar es conversar; y así como está bien que Cervantes represente en Rinconete y Cortadillo, en tiempos que el alcanzó el humor alegre y la vida suelta de la gente apicarada, no se comprende como posible escribir en el mismo idioma en que esta la sátira de Horacio contra Rupilio y Damásípo, la Gitanilla de Madrid, o cualquiera de las novelas de Jorge Sand.

No hay por qué ocultarlo: España no ha sido fecunda en este género, salvo el Quijote, que forma colección con lo más alto de’ ingenio humano; y las Novelas Ejemplares del propio autor, notables solo por la corrección del lenguaje, la pintura de caracteres y el donaire del estilo — que es como una epidermis de las costumbres retratadas — no hay que ir a buscar gran cosa, ni en La Picara Justina, cansada y silenciosa; ni en El Patrañuelo, insulsa y fría; si no es que hagamos excepción de la Celestina (caso de calificarse de novela) por la pureza del lenguaje, y del Lazarillo de Tormes, por ser tesoro de chistes, y hasta de las Guerras civiles de Granada, por el fondo romanesco. Lope de Vega escribió en esto mucho para poco; Quevedo para la sal, que era su comezón; y Montalbán, María de Sayas y Luis Vélez de Guevara, para cuentos que tan pronto como se leen se olvidan.

¿De que nace esta pobreza? ¿Cómo ha podido ser que una nación tan abundante en otros géneros, en este esté necesitada? ¿Por qué Walter Scott es el segundo de los novelistas, Bulwer encanta por su estilo, Disraeli es popular, y aun la novela francesa, que se derrama como un rio, no obstante que es peligrosa por inmoral, e incompleta porque solo retrata al hombre fisiológico, llena las bibliotecas y da la vuelta al mundo? Diré mi juicio en esta cuestión difícil, tantas veces propuesta. No es por la gravedad española, que también la tienen los ingleses; ni porque haya falta de lengua, que allí está la de Calderón y Lope; ni por falta de galantería, que caballeros como los españoles no ha habido nunca, ni más de pro ni más de fama. La causa de esto ha sido que la vida de esta nación estaba en la corte y no en la sociedad; y la novela, como el calor vital de ella, debe salir de los salones, que dan siempre, o la materia prima de la obra, o el artífice que la labra. Y sea dicho de paso, ya que cada tiempo trae sus necesidades, que la novela es en las letras, así como el periódico en los negocios, la forma más sencilla y veloz del pensamiento.

Ahora es explicable por qué España, a pesar de haber progresado tanto en la presente centuria en los estudios de las letras, n0 ha logrado lo mismo en los de la especie que vengo mencionando, rezagada como se ha visto en el movimiento general del progreso: la educación popular no crece, la industria no florece, ni pueblan sus bahías las naves portadoras del comercio; y bien se ve que los frutos en este sentido han tenido que afectarse, así de lo erial como de lo estéril donde se ha puesto la semilla.

Pero lo que es en los otros géneros, ya queda dicho cuanto ha progresado aquella nación. Además, la alta enseñanza se ha promovido, los estudios sociales cultivado, y los cuerpos científicos o literarios, establecidos de antiguo, no han decaído de su primitivo esplendor. Hombres notables en muchos ramos, ingenios, escritores, oradores nunca han faltado, y hoy son ornamento de esos mismos institutos, así como de la prensa, de la tribuna y del foro. Ocupa lugar de preferencia la Real Academia de la Lengua, no solo por el celo con que ha sabido conservar el depósito de ella, enriqueciéndola cada vez que ha encontrado joyas que no desdigan de las suyas, sino porque en todas ocasiones ha contado en su seno, y hoy como siempre, varones eminentes, de que da buen testimonio la fama.

La reseña que he hecho hasta aquí, venia reclamada por la necesidad de probar que el cultivo de las letras, en lo vencido de la presente centuria, ha sido esmerado; que la cosecha ha correspondido; que un estado así es el mejor campo y el mayor estímulo para los ingenios; y que en efecto han florecido grandemente así la comedia como la tragedia: la primera, limpia de resabios, y la segunda de declamación y pompa vana.

Esta es la oportunidad de hacer una reflexión que para mí tiene importancia. Hay todo eso en España, y es mucho. ¿Por qué no suena en el mundo, y se queda dentro de cuatro paredes, y, como si dijéramos, para la familia no más?

Obran en esto, a mi ver, dos causas, engendrada la una de la otra, y tan solidarias entre sí, que la responsabilidad les es común, a saber: el estado social y la lengua. Bien merece la importancia del asunto la pena de decir algo sobre él, aunque sea no más que de paso.

Después que los intereses se han proclamado patrimonio, y puesto al alcance de los diversos gremios del cuerpo social, el movimiento del progreso consiste en que ellos circulen por las varias venas de él, y para esto, que haya un estado de justicia que los afiance, y condiciones de fomento que les den calor y vida. De esta manera el pensamiento toma todas sus manifestaciones, la industria todas las suyas, los recursos acuden a las necesidades, el capital al trabajo, y florece este a la sombra de la libertad que lo protege al mismo tiempo que fecunda. Paso el tiempo en que el poderío nacional se cifraba en la fuerza bruta y la conquista: hoy ser para los pueblos es crear; y aquel de entre ellos es grande, que tiene mercados repletos, costas visitadas, talleres en acción, bolsas que ajustan, diplomacia que arregla y periodismo que difunda una atmosfera de luz. En naciones así constituidas, donde el vapor vuela y el telégrafo eléctrico devora espacios inmensos, es donde el reloj del tiempo suena para la historia, y que esta recoge y graba cuanto pasa en sus varios monumentos, el primero de los cuales es la lengua hablada o escrita. Una lengua con tales dotes, y enriquecida, además, con el desenvolvimiento de cuanto se produce, que ella bautiza, con el caudal de cuanto se aprende, que ella atesora, y con el influjo del espíritu, de que ella se impregna, tiene el recurso de la riqueza en las voces, la trasparencia de la verdad en las ideas y es una verdadera credencial, porque da entrada, y un verdadero órgano, porque trasmite.

Repárese, en prueba de esto, lo que va de nación a nación, aun en la parte más culta del antiguo continente. La Rusia es una más de granito, temible solo por su peso; el Austria, una formación feudal, que la ahoga a ella y a las partes; la Turquía una ataracea del Asía, que tiene el sueño de su origen; la Italia un conjunto de escombros de grandeza, unidos, diversificados apenas por la débil yedra y el amarillo jaramago; no habiendo en ninguna de esas regiones más que quietismo perfecto, o movimientos convulsivos, o fuerza en desequilibrio, o formas vanas: la corte como regla, la servidumbre como estado, o la guerra algunas veces como la única voz autorizada del derecho. Dan lastima esas sociedades, cuando no dan grima: porque no hay en ellas, o hay escaso, lo que son signos de progreso en las naciones que lo tienen: la escuela, el taller, el banco y la hoja suelta.

No sucede lo mismo con pueblos como Inglaterra, Francia, los Estados Unidos de Norte América y el Imperio Alemán, donde no hay plétora social, sino fuerzas igualmente repartidas. En ellos se hace todo lo que se quiere, y se sabe cuanto se hace: son como arterias del gran mundo, como teatros donde se representa el drama universal; y la materia prima, el artefacto, el invento, la obra de arte, la obra de pensamiento o imaginación, y las demás conquistas del espíritu, no se producen, no nacen allí sino para dar la vuelta al mundo. He aquí por que lo que se escribe en francés, ingles o alemán, es como si se dijera al oído, a la conciencia del orbe, o como si se estampara en las crestas de las más altas montañas.

Igual cosa no pasa con lo que se escribe en castellano: por profundo que sea en filosofía, o ejemplar por el ingenio, ha menester, puede decirse, dar de gritos a la puerta de la civilización, para que se traduzca la obra, y logre al fin entrada; de manera, según esto, que España tiene hoy mucha riqueza propia acumulada, pero que no circula porque no tiene el sello corriente. Paso el tiempo en que el castellano se estudiaba por necesidad o conveniencia en casa ajena; y aun en la propia, después de su grande época, no es el órgano de todas las manifestaciones del espíritu: con lo cual, no por bueno se busca, ni buscado mismo aprovecha; y las obras escritas en el —- con raras excepciones — no pasan de ser joyas guardadas. Resulta de aquí que desfallece todo anhelo; que se entibia el amor de la gloria; que se trabaja solo en familia, y que se va cubriendo de polvo el oro acendrado de la lengua. Las lenguas son siempre efecto y nunca causa del progreso. Como esta al presente el mundo, ellas nada son, si no representan de la industria sus conquistas, de las artes sus bellezas, de las ciencias sus tesoros y del estado social sus varios, modos, reuniendo hasta donde se pueda el tecnicismo que señala, con la gracia que cautiva. Paso el tiempo de los idiomas de hipérbaton: hoy se va al vapor; y lo que queda de aquellos se admira como la talla antigua de algunos artesones, o como los adornos mudos de algún soberbio mausoleo. El francés se distingue por su manera melindrosa y blanda, eso si artística y bella; el inglés por su enérgica concisión; el alemán por su exactitud filosófica, su variedad y el caudal casi inagotable de sus palabras compuestas; pero nótese que todos estos son instrumentos que tienen los tonos que dan todas las variaciones del progreso.

No hace diferencia lo fácil o difícil de una lengua, para ser o dejar de ser órgano principal del pensamiento, con tal que lo sea de la civilización contemporánea. Grecia fue un pueblo eminente y casi puede decirse único por las artes de la imaginación y del buen gusto: creó cielos con la fantasía e idealizó la materia hasta el punto de encontrar, puede decirse, las huellas de Dios en sus formas puras y castas; y aunque se comprende lo delicado que tenía que ser un idioma que tal expresase, lo cierto es que llego a ser tan popular en el mundo la teogonía de Hesiodo, como los dioses de Homero, la historia de Tucidides como los versos de Anacreonte. El latín no puede ser más hermoso y vario, tan correcto en Horacio, abundante en Ovidio, profundo en Tácito; no obstante lo cual, pudo hablarse de la Hibernia al mar Bermejo, del Ponto Kuxino al monte Atlas; pero es porque Roma llego a extender su asiento a donde llegaron sus águilas, a tener un Foro que era el oráculo del mundo, y a escribir en granito cifras de gloria, que aún no ha podido borrar el orín del tiempo.

No he de pasar de este lugar, ya que la ocasión es propicia, sin decir dos palabras siquiera sobre la suerte actual del castellano, así como el género de cultivo que debiera dársele en el uso. Cualquiera comprende fácilmente que una lengua en que ha podido escribirse el Quijote, bajo cuyo estilo, no el más perfecto, pero si el más vario conocido, se oculta el pensamiento más ingenioso del entendimiento humano; la Guía de Pecadores, en cuya frase, entretejida de encantos místicos toda, casi ve uno a Dios (según la frase de Linneo), de paso y por la espalda, y que sirvió de cauce a Lope y Calderón, debe ser una lengua ennoblecida con muchas dotes; y cierto, que a ser la España de hoy la que ilustraron los Felipes de la rama de Austria, el español, sobre ser una lengua sabia por su organismo, fuera un instrumento expedito de la vida social contemporánea. Está visto que no puede ser así; pero en tanto que llegan las circunstancias que producen siempre de suyo el milagro de la transformación en el estilo y de la abundancia en la expresión, es laudable todo celo que se muestre en el sentido de conservar y aumentar deposito tan rico. A la Real Academia Española se deben en esta materia servicios importantísimos: por una parte pone diques a la irrupción del estilo gacetero que tanto cunde y pervierte; y por otra, fija los buenos usos y trasmite las buenas tradiciones, manteniéndose en medio, como un tribunal que juzga, y como un cuerpo de sabios que da ejemplo. Es tanto más difícil este encargo, cuanto que en los países adelantados hay muchos centros de sanción para las lenguas, por lo cual se observa ser el periodismo más o menos correcto, y las traducciones más o menos regulares; mientras que en una nación que va detrás, el cultivo de aquella esta reducido a un corto número de prosélitos. Fuera de que, en este último caso, tal culto (y sea dicho para ignominia de los profanos) o es vergonzante, porque se afea; o es tibio, porque se ignora; a tiempo que en el primero, esos estudios están en boga, y casi no se conoce hombre de Estado que no sea hombre de letras, como lo prueban Bacon, Colbert, Thiers, GuizOt≫ Lord Derby, autor de la mejor traducción inglesa de la Iliada, y Disraely, uno de los más celebres novelistas de su nación.

Quisiera dos cosas respecto al castellano: que se conservase la índole de la lengua, y que fuese esta atemperándose al espíritu, a las necesidades y a las tendencias reinantes: las lenguas también tienen despojos que dejar. Hay un tejido intimo que hace parte de la complexión, y que no cabe que se pierda. Cervantes, los dos Luises, Santa Teresa, Malon de Chaide, Nieremberg, Brcilla y mil otros de los grandes siglos, quedarían siendo modelos, y, o se ocurre a ellos por oro o no hay moneda; pero junto con esto, es de observarse que hay cierta escoria, es decir, ciertas formas que entraron en uso de antiguo, que, o quedan para arcaísmos, o quedan mal empleadas siempre. Las frases no son piezas de encaje, para que sean los idiomas juegos chinescos. Por casta que sea la manera de San Juan de la Cruz, estaría mal para una arenga popular, y todo el afeite de Solís no excusaría su empleo en una obra didáctica. Hay cierto movimiento, cierto calor de situación, que exige, no otro carácter, sino otras formas: las formas de que hablo, no son el Lenguaje, que es el organismo; ni el estilo, que son las líneas del contorno, sino por decirlo así, los trajes de moda que exigen las necesidades de la época. De otra suerte, se escribiría con elegancia, pero con amaneramiento; con pureza, pero con trabas; y una obra así, seria curiosa como antigualla, pero no una obra de uso.

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