Por José Ygnacio Ochoa
La noche y los sueños se avienen. Cada uno en su medida y desde luego cada uno en su artejo se fortalece. La noche contiene un lenguaje en el que se describe un acento de lo invaluable en cuanto a lo material. La noche puede ser el momento que se espera para conciliar el cansancio de horas de actividad. Para otros puede ser el instante de un estado de conmoción. Los sueños es lo que le da continuidad a la noche. Quién no ha dicho: «anoche soñé contigo» o «anoche tuve un sueño», en ese tránsito ocurre todo lo que nos envuelve como seres elegidos para entregarnos a la oscuridad: el estado de absoluto reposo físico pero que da cabida para que el inconsciente demarque su territorio. Entonces noche y sueño se complementan. En el libro Breve tratado de la noche (Grupo Editorial «Eclepsidra», 1995) del ensayista venezolano Juan Carlos Santaella, en torno a la noche y el sueño, afirma que: El viaje a los sueños suele hacerse, por lo general, bajo la supervisión de la noche. En tal sentido, no se puede decir que haya auténticos sueños fuera de los dominios sagrados de la noche, fuera de las conjunciones mágicas que ellos establecen con absoluta plenitud (pp. 55-56). Santaella incorpora otro dispositivo: el viaje. Entonces, noche, sueños y viaje comportan un enlace que por medio la palabra le dan vigor a la ficción.
En la novela La noche llama a la noche (Monte Ávila Editores, 1985) de Victoria De Stefano se funda una historia desde la metáfora de la noche. La noche posibilita el desarrollo de una urdimbre de situaciones: miedo, olvidos, soledad-es, muerte-suicidio, recuerdos, secuestro, mentira entre otros, como los temas constantes, propios de las pasiones que se registran en una «textura verbal»… Sí, quédate conmigo esta noche, quédate para que puedas así protegerme y calmar mi sueño perturbado… en donde los temores de la noche son una constante. Paralela a esta intensidad ficcional se desarrolla, en una supuesta página en blanco, la teoría de la novela — ¿metanovela? —: notas, borradores, bosquejos, diarios e ideas van en consonancia con la gestación de un estilo. Historias que se trasponen con los tiempos.
El tema del secuestro se entrecruza con el sentimiento, se filtra entre avaricia contra dolor y abandono. Los sentimientos van mutando en los personajes. El silencio se detiene en los pensamientos y hace ruido como las lágrimas espesas que viajan por las ondulaciones del rostro de las relaciones reveladoras de los personajes. Quién libera las palabras y los pensamientos en una novela donde la noche y los sueños son los protagonistas. Si se establecen análisis desde lo fonético, acá en la novela debemos establecerlo a partir del silencio: contradictorio pero es así. Comparaciones entre el novelista y el poeta.
Largo será el camino de quien escribe una historia, el poeta tendrá la paciencia y la lentitud. Sin embargo los une la palabra dispuesta en el mapa de la escritura. Aparecen en el transcurso de la novela: Virginia Woolf, Flaubert, Ana Karenina, La Metamorfosis, Thomas Mann, Joyce, Quevedo, Sócrates, Platón, Hamlet, Virgilio, Beethoven, Voltaire, Proust, Balzac, Hermann Hesse, Beethoven, Schubert, el Conde de Montecristo, Shakespeare, Chejov, Mallarmé, entre otros. Personajes, escritores, filósofos, obras y músicos todos se barajan ante el espejo de La noche llama a la noche. Para el escritor que aparece en la novela, la eternidad es igual a sus horas de trabajo en la escritura. Vuelve el otro en el espejo, la continuidad infinita reflejada en el espejo de la noche y los sueños. Es el viaje continuo. Los vocablos se erigen como sonoridades que se rehacen en una nueva significación:
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¿Qué ha dicho usted?
¿Quéha dicho usted? ¿Quéhadichousted?
He dicho que me importa poco.
Quemeimportapoco.
¿Eso ha dicho?
Esohedicho.
Ayer noche fue el cumpleaños de Pablo.
Ayernoche.
¿Alguien tiene un boleto para entrar al teatro?
Alguientiene unboleto para entrar al teatro?
¿Alguien tieneunboletoparaentraralteatro?
[…]
El juego está sobre la página en blanco. Es la pasión de escribir y besar. Quien escribe besa —en tanto es un acto reservado a los sentidos—. Quien besa escribe. Es un episodio único de entrega. La pasión: «la ficción de la ficción». Ésta a su vez se patenta en la escritura, la novela salta las distancias y no pierde su vigencia: Una novela es como una sinfonía de Beethoven. Nos ofrece la mayor confusión, asentada, no obstante, sobre el orden. La diferencia está en que aquello que la música expresa en abstracto, la novela lo encarna en sustancias corpóreas, por la cual es imposible concebirla en su inmediata pureza e inteligibilidad. La voz del narrador se conforma con la creación de su alfabeto, lo dispone ante el espejo para que replique las múltiples puertas para que la noche ejecute los rasgos del espíritu. La complejidad de los personajes en su transitar de la trama está acompañado por el espejo, insistimos en esto por cuanto en él se refracta la presencia del otro: El otro es la precisión capaz de poseer el todo, el secreto, la peligrosa sugestión. El otro puede extendernos sobre el mapa, restituir en líneas netas los relieve, las depresiones de nuestra forma real, espacializar nuestros contornos.
La escritora deriva su sistema de vocablos. Palabras y gestos convergen, luego se convertirán en un signo dispuesto para los lectores, dicho así, la novela queda a merced del lector quien fundará otro significado con su lectura. Estimados que esta novela asoma una particularidad, que exige, a medida que avanza la lectura, pues, el lector requiere de pausas necesarias para digerir el aluvión de imágenes que se agolpan. Es un signo de trascendencia, así lo creemos, puesto que no le escamotea al lector nada de su alfabeto.
La lengua generalmente se utiliza para acercarnos a la realidad, a aquellos detalles de la cotidianidad, pues en literatura el narrador la ocupa para buscar en la ficción otra conexión. Va más por otro comportamiento de la naturaleza humana. Va por lo desconocido. Por los temas que están emparentados con la creación de mundos inverosímiles. La palabra aquí juega el papel determinante. El escritor asume el rol nada ingenuo en la búsqueda de un ritmo-cadencia para convertirse en carácter de su escritura. La cohesión de la novela, en este caso, estará sujeta por el temple de Victoria De Stefano como autora al agrupar los aspectos de la novela: los personajes con sus diferentes caracteres, la historia, las secuencias, el tiempo —su gestación en el devenir—, el espacio que se dibuja con los personajes.
Además de los temas abordados que dan una tensión determinada a la obra en su conjunto. Todo ocurre con la composición de la palabra. Esta alude a un lenguaje que convoca una movilidad en el tiempo. Este ritmo estará marcado desde el silencio del lector. Su gozo no lo detiene nada. Las voces que cobran vida en cada uno de los personajes suman para el desarrollo de la historia. Se modula un sonido característico de la novela. El pulso lo dará la estilográfica de la autora. El temple de su escritura está en consonancia con los sonidos del alma. Lo intangible está acá. Lo demás allá afuera. Es así, lo que importa es lo que le acontece a estos personajes: mundo de sombras, voces desde las entrañas, suave sensualidad y ecos de los recuerdos: Nada resulta tan conmovedor como sentirnos cada día un poco diferentes de lo fuimos, transformarnos, desplazarnos, cambiar de dirección.
Cada personaje se funda en un espacio de intimidad sólo comprendido por ellos, por ejemplo tenemos el caso del escritor con sus propuestas teóricas para alcanzar la voz ficcional. Es uno más de la trama, dialoga con los personajes, se inmiscuye en sus devaneos y por otra parte construye su guión: — ¡Qué quieres tú! Nunca se termina realmente. Al final, somos hijos de las criaturas que creamos. Escribo, gozo y también me condeno. Igual vemos a Teresa y Ramón entre susurros y silencios en su relación sensorial. Matías comienza la novela, desaparece y en torno a él se tejen múltiples situaciones, luego aparece en el capítulo veinte, titulado «La noche llama a la noche» en un viaje interminable en donde se encuentra con un monja y un profesor. Mantienen una suerte de contrapunteo entre sus realidades y sus deseos en intermitencia en el viaje: tres vidas, tres momentos, tres historias. Como lo planteamos al comienzo, es el espacio que traspasa los espejos.
Veinte capítulos para leer detenidamente. La novela contiene una mirada que traspasa el espejo como aspirando a descifrar el gesto de cada uno de los artificios de los personajes. Otra mención merece el final abierto. Sugerido para que el lector se refleje en el cristal de la ventana en esas efervescencias del alma.