Por: Pedro Grases
Mariano Picón Salas nació en Mérida, de Venezuela, el 26 de enero de 1901. Falleció en Caracas el 1.º de enero de 1965. Sirvió su vocación para las letras desde edad realmente precoz: a los 16 años publicaba su primer trabajo, «Las nuevas corrientes del arte»; y a los 20, su primer libro, Buscando el camino, de título y contenido muy significativos. En Chile (1923-1936) perteneció al grupo literario de la revista Índice y colaboró en revistas y periódicos. Publicó varios libros. Novelas: Mundo imaginario (1926), Odisea de Tierra Firme (1931), Registro de huéspedes (1934); ensayos: Hispanoamérica, posición crítica (1931), Problemas y métodos de Historia del arte (1934), Intuición de Chile y otros ensayos en busca de una conciencia histórica (1935); e historia: Imágenes de Chile (vida y costumbres chilenas en los siglos XVIII y XIX) (1933), en colaboración con Guillermo Feliú Cruz. Al explicar su propia labor de escritor, Picón Salas la define así: «historia, ensayo y creación son las tres vertientes de mi obra». Está ya pues definida la futura senda de sus meditaciones y de su tarea literaria.
En 1936, a su regreso a Caracas lleno de esperanza en el porvenir del país al morir el dictador Gómez, cobra nuevo signo su trabajo. Intenta incluso intervenir en la vida política, como él mismo lo confiesa: «Después de la muerte de Gómez figuré transitoria, pero ardientemente, en la acción política, pude medir de modo más concreto la distancia entre los esquemas lógicos y la muy singularizada realidad». Más tarde vuelve a recordar este episodio circunstancial de su paso en los asuntos políticos del país:
«No dejé de vivir a mi regreso a Venezuela -cuando la vejez se llevó, por fin, a Juan Vicente Gómez- el drama de los emigrados que retornan. Microscópicamente era el que sufrió Francisco de Miranda, especie de tatarabuelo trágico de los venezolanos errantes, quienes buscaron fuera del suelo nativo las luces y libertades que faltaban e inventaron una patria utópica, del tamaño de sus sueños y su nostalgia».
Superada la tentación política, que fue un breve parpadeo en su vida, vuelve a su actividad de escritor, en Caracas o donde le lleve el destino: Europa, Estados Unidos, México, Sur América. «Todas estas tierras, paisajes y sugestiones de la cultura pasaron por una inquieta -a veces difusa- mente suramericana que, entre todos los contrastes de la época, ansiaba ordenar lógica, estética y emocionalmente sus peculiares categorías de valores». Va a vivir una continua aventura de argonauta, como él mismo la apellida, en la afanosa persecución del esclarecimiento de las más legítimas realidades del mundo criollo. Va a sufrir una existencia trajinada, con intervalos demasiado breves de residencia transitoria en algún lugar. Ello le hace pedir en algún momento tregua para soñar o meditar. Y se queja de que «no hay mucho tiempo para estar completamente a solas con un libro, y seguir con él, después de leído, esa melodía silenciosa de sugestiones, asociaciones y sueños que parece completarlo y multiplicarlo». Las exigencias de los tiempos actuales lo atosigan y se lamenta de que «el hombre no tiene tiempo para un poco de soledad meditadora, para el libre solaz y hasta para el examen de conciencia a que nos acostumbran las grandes obras». «Si todavía es necesario leer para tener una carrera, merecer un título y recibir un salario, disminuyen por las horas de alboroto aquellas otras horas placenteras de la lectura por sí misma, para incorporar secretamente a nosotros -en secreto tan fecundo como el del amor – el mensaje confidencial de poetas y pensadores».
Pero, desvelado escolar de todas las horas, como él llamó al paradigma del humanismo americano, Andrés Bello, prosiguió su empresa de escritor en las tres vertientes señaladas en su propia definición. En 1936, editaba en Praga una hermosa semblanza de Alberto Adriani, hermano mayor de la generación de Picón Salas. En 1938, entrega a las prensas sus Preguntas a Europa, angustiado interrogante a la Esfinge de la cultura, como aman decir los hombres de su tiempo. Funda en Caracas, la Revista Nacional de Cultura (noviembre de 1938) en cuyo pórtico formula su profesión de fe en la nueva Venezuela, que es para él «llamado, mandato, fascinación». Promueve ediciones y marca rumbos a la colaboración oficial de todas las empresas intelectuales. En 1940, publica Un viaje y seis retratos; Formación y proceso de la literatura venezolana; y 1941, cinco discursos sobre pasado y presente de la nación venezolana. En 1944, como resultado de los cursos dados en centros universitarios norteamericanos, edita una obra fundamental, De la conquista a la independencia; tres siglos de historia cultural hispanoamericana, libro de obligada consulta para orientarse en el difícil tema de la formación del continente hispanohablante. En 1943, ha sido impreso en México un libro delicioso, Viaje al amanecer, evocación fresca y agilísima de sus días de infancia y mocedad en la Mérida andina, su terruño inolvidable, del que re cuerda sus mitos, cosas y seres, páginas escritas en que sale «a explorar -para que otros la gocen como yo la gocé- la distante flor azul de los días infantiles», recreación de esa ciudad, «uno de los lugares en que valía la pena vivir».
Su biografía de Miranda aparece en 1946, y en 1947, edita otro libro básico en su bibliografía, Europa-América, preguntas a la Esfinge de la cultura, en el que realiza la magistral simbiosis de sus Preguntas a Europa, ya mencionado, con su nuevo acopio de observaciones en el mundo americano. Este año de 1947, se incorpora como Académico de Número en la de la Historia, en Caracas, y traza en su discurso una revisión de la historiografía nacional. Las reflexiones sobre su país natal las agrupa en un volumen importante, Comprensión de Venezuela (1949), que ha de reeditar, muy ampliado, en 1955. Ha dejado a su fallecimiento una nueva ordenación de este libro con el título de Suma de Venezuela. Poco después, en 1950, las prensas mexicanas entregan una nueva obra, Pedro Claver, el santo de los esclavos (1950), auténtico alarde de estilista, que juega a elaborar una perfecta prosa, intencionalmente barroca y preciosista hasta el límite de un cincel maestro. Nuevos títulos se añaden a su copiosa obra impresa: Dependencia o independencia en la Historia hispanoamericana (1953); Simón Rodríguez (1953); Suramérica, período colonial (1953); Los tratos de la noche (1955); Las nieves de antaño; pequeña añoranza de Mérida (1958); Crisis, cambio, tradición (1955), volumen éste, de ensayos, en los que aparece la madura plenitud del meditador.
En 1959, edita el libro autobiográfico, que venía anunciando en varios de sus ensayos y, particularmente, en las explicaciones prefaciales a sus obras: Regreso de tres mundos; un hombre en su generación, lectura deliciosa por la gracia del estilo y la vibración emotiva e intelectual de todas sus páginas. La revisión de una existencia tan valiosa como la de Mariano Picón Salas será siempre aleccionadora para una persona de nuestro tiempo.