Por: Alirio Fernández Rodríguez
Luis Barrera Linares (Maracaibo, 1951) es un escritor, profesor, crítico y editor venezolano. Hizo estudios de pregrado y postgrado en el área de lengua y literatura. Es Doctor en Letras por la Universidad Simón Bolívar (1993) y ha sido profesor en varias universidades, en Venezuela y fuera de su país. Es un destacado investigador en los ámbitos de la narrativa y la lingüística, y es unánime el reconocimiento a su trabajo crítico. En cuanto a sus orígenes, Barrera Linares se autodenomina como un maragocho que hizo su vida en Caracas. Sigue siendo profesor desde Chile, su actual lugar de residencia. Es un hombre que —a todo riesgo— ha decidido vivir sin imposturas, rodeado de su pequeña y valiosa familia, siendo eterno deudor de su madre, quien le dio todo lo que él es hoy.
Soy un coctel de “nacionalidades locales” y siento franco orgullo por ello. Este es el curioso modo que tiene Luis Barrea Linares para nombrar su lugar de procedencia; nacido en Maracaibo, también vivió en Los Andes venezolanos y entregó el resto de su vida a esa ciudad imposible del valle de los toromaimas: Caracas. «De mi querida Caracas, —cuenta el escritor— los espacios me cautivaron, desde que a ella llegué un día de terremoto, creo que era sábado o domingo: a decir verdad, apenas puse los pies en ella y salí espantado; pero volví pronto, a las tres semanas y allí he permanecido desde agosto de 1967, porque, aunque de momento estoy fuera, no me he ido, ni me iré jamás».
A Barrera Linares el tiempo le ha concedido cierta cortesía, la de ver hacia el pasado y poder conservar testimonios de sus orígenes, signos de aquellas vidas que hoy confluyen en su presente. El comienzo ocurriría en Maracaibo, el 3 de junio de 1951, cuando un marabino y una andina iban a celebrar la llegada de uno de sus muchos hijos: la de Luis Guillermo. El pequeño crecería, hasta muy jovencito, en Los Puertos de Altagracia. «El Macondo zuliano, al sureste del lago de Maracaibo, con su atmósfera de permanente misterio. Al menos en mi época, a cada paso nacía un personaje, de verdad», recuerda Luis Barrera Linares.
En los Puertos de Altagracia, el Macondo zuliano al sureste del lago de Maracaibo, con su atmósfera de permanente misterio, al menos en mi época, a cada paso nacía un personaje.
Pero a la vida del hoy escritor, el autodenominado maragocho, hay que sumar los años de estancia andina, lugar de origen de su amorosa madre. Él no presume de esa combinación de espacios vitales, pero está orgulloso de llevarla consigo. ¿Un recuerdo poderoso? «De Trujillo, sus fabulosos y enigmáticos escenarios e historias: mitos y leyendas por doquier; una provinciana ciudad de fábula», rememora Barrera Linares, hoy desde tierras más frías, más lejanas.
La literatura está siempre repleta de las experiencias de la niñez y la adolescencia, me dice Luis Barrera Linares. La fuente de esa rebeldía que lo caracteriza, no sólo como crítico, sino como un hombre que ha asumido la literatura como una actitud de vida, le viene de la infancia y la juventud. Y, contrario a lo que pueda pensarse, en él la rebeldía no se ha diluido con los años, parece más bien avivarse para impulsarlo cada vez más.
«Todo lo que he escrito —cuenta Barrera Linares— ya estaba “redactado” en mi etapa juvenil: cada cosa comenzó allí y, claro, luego se ha prolongado hasta este setentón adolescente que ya voy siendo. Lo que haces luego es, sencillamente, darle forma a aquella herencia, extraerla de tu arquitectura mental, darle forma y complementarla con lecturas y otras experiencias posteriores».
La literatura no es un artificio para Barrera Linares, no es una decisión, ni siquiera un golpe de suerte, aunque los haya. Para el hombre que es hoy Luis Barrera Linares sería imposible escribir una sola línea sin la carga valiosa de aquellos años mozos —a veces crudos y dolorosos, pero nutritivos— que permanecen vivos todavía. «Difícilmente podrá contar historias, redactar ensayos, pergeñar poemas o crónicas quien no tiene materia previa para hacerlo; no “materia gris”: materia vital. Parece un edicto sagrado, un ritual, una predestinación», agrega el escritor.
Difícilmente podrá contar historias, redactar ensayos, pergeñar poemas o crónicas quien no tiene materia previa para hacerlo; no “materia gris”: materia vital.
Mi acercamiento a la lectura y escritura siempre fue enigmático, —dice Barrera Linares— me refiero a la lectura voluntaria, espontánea, no a la que luego habría de hacer como parte de mis clases, como lector profesional. Confiesa, además, que siempre se ha preguntado qué fue primero, la lectura o la escritura. Suponiendo que primero se hizo lector, pues, la verdad es que no se lo debe a los clásicos o a los grandes libros que andaban en boca de todos y eso no lo avergüenza. Lo que sí recuerda es que leía de todo, desde periódicos y revistas hasta las etiquetas de los productos.
Sobre el lector que empezó a ser el pequeño Luis Guillermo, sobre las lecturas de formación, me confiesa que «lo más cercano a ello era la revista Selecciones y un volumen porno con el que sí me aficioné: se titulaba Tierna era mi carne y todo en él era sexo del duro, perverso, fuerte; pero era lo que había. Ya puedes imaginar lo que podría salir de ahí. El profesor de Castellano de ese momento me lo decomisó cuando me descubrió pasándolo por debajo del pupitre a un compañero para que lo leyera. Trataba —continúa Barrera Linares— de una joven que practicaba el sexo en todas las modalidades y estilos posibles, sin importar con quién o con qué».
Pero para que germinara el escritor en Luis Barrera Linares tendría que llegar a la «escritura tensa de 24 horas de la vida de una mujer, de Stefan Sweig, libro que no citaba nadie. Lo leí —cuenta el escritor— casi llegando yo a los quince y creo que esa vez sí decidí asumir la posibilidad de escribir en serio, cosa que no haría hasta algunos años después». Antes, cuando estaba en primero de Bachillerato, ocurrió el primer intento de escritura de un cuento. Aquel joven confiaba en el portento de su relato; pero todo acabó en desastre cuando el profesor de Castellano creyó que el jovencito Luis Barrera se estaba burlando de su hija.
Así que, a modo de balance, para Luis Barrera Linares, bueno es que se sepa, «aparte de aquellos autores —dice— que alguna vez leí en bachillerato, a los que tal vez podría haber agregado a Andrés Eloy Blanco y Aquiles Nazoa (porque me gustaban), mi limitado inventario se reducía a las colecciones de Agatha Christie y Marcial Lafuente Estefanía». No obstante, ya adulto Luis Barrera Linares se encontró con lo que él considera la cima de la literatura, pero no por convencionalismos sino porque llegó a esa cima sin forzar la barra. Se trata de el Quijote, «lo asimilé —cuenta el escritor— ya siendo casi adulto. Obligado a resumir cada capítulo, terminé con el síndrome de Estocolmo; me autodeclaré cautivo del libro y terminó gustándome. Me agradó, porque descubrí yo mismo que ahí está todo y creo que, por mucho que se haya intentado, nadie ha logrado todavía crear alguna técnica narrativa ausente en ese libro repleto de maravillas».
En cuanto a la escritura, reconoce como fallidos sus primeros intentos, y me cuenta sobre una novela que publicó «para rendir culto al lugar común (Parto de caballeros) y a una reputada periodista y poeta, adicta a la metáfora sutil, sugerente, y al “buen gusto”, casi le da un infarto al reseñarla. Menos mal, diría mi tía Eloína, que logré después entrar en el carril, aunque todavía puedo confesar ignorancias: así como no soporto a Tchaikovsky, me sigue aburriendo Proust y me parece que se burlan de mí los poetas que escriben vainas como “la soledad, mi mejor estado de supervivencia, yo que vengo de una comarca de fumadores de tabaco y caracolas ilusionadas por la cornucopia”», termina agregando Barrera Linares.
Mi propia vida vulgar daría para una novela, me cuenta Barrera Linares parafraseando a Panini. No se ruboriza al mostrar la que le tocó, sin imposturas o fines biográficos, exagerados con astucia literaria. Pero a Barrera Linares no le interesa la épica o romantizada del escritor que él no es, sino la vida verdadera que ha alimentado su «egoteca».
De esa vida real, el autor recuerda su primer trabajo, muy pequeño todavía, como ayudante de limpiabotas; y era un trabajo porque su jefe le pagaba el 25% de los ingresos. «Ser un niño de seis años y ver desde abajo el rostro de un hombre trajeado cuyo pie reposa en el soporte del cajón es una experiencia que nunca he olvidado; aunque pagaban, aquellos tipos me parecían ejercer el poder absoluto sobre nosotros…», cuenta el escritor. Ese “nosotros” incluía al jefe, el que recaudaba lo hecho durante el día y le pagaba su jornada laboral por la noche en el calor del hogar, se trataba de su hermano.
Luego, cuando vivió en Los Puertos de Altagracia, trabajo como “lotero”, es decir, vendedor de lotería, misma que se anunciaba por la radio. «En esa época, —cuenta Barrera Linares— medio pueblo vivía de quienes la compraban y la jerarquía de los vendedores se infería con base en el sistema de movilización: a pie (uno), en bicicleta común (dos), en bicicleta con motor (tres), en motocicleta (cuatro: ¡la crema y nata!)». No olvida que siempre fue vendedor de categoría uno e incluso descendió como ayudante de un joven amigo al que, por sus prematuras canas, apodaban El viejito.
También, aun estando en primaria, fue vendedor de dupletas del 5 y 6 en los caballos, aunque también podía hacer de sellador de los cuadros en las carreras de sábados y domingos. En el niño Luis Guillermo no había más limitaciones para ganarse el dinero que la voluntad de hacer algo, aunque la labor le fuera desconocida. No obstante, «tal vez mi mejor oficio de la época —cuenta el escritor— fue el de recadero o mandadero de las habitantes de la “zona de tolerancia”: las prostitutas de los distintos botiquines (así se decía a los bares) me pagaban por hacerles los mandados o llevar recados a sus “clientes”».
Mientras fue creciendo, el jovencito Berrera Linares tuvo que seguir trabajando para poder comprar uniforme o libros. Entre otros trabajos curiosos, ya en bachillerato, hizo de vendedor de productos de higiene personal. «Parte de la estrategia de ventas requería contar chistes con los productos: algunos tenían nombres simpáticos como “sacabollitos” y “segundo marido”, por ejemplo», recuerda el escritor. Luego intentó de nuevo como vendedor, esta vez a domicilio, de diccionarios de la editorial González Porto, pero en casi tres meses no vendió ni uno; aunque los leyó y estudió con afán.
Ya cuando estaba por graduarse de bachiller, en el centro de Caracas, trabajó como recepcionista nocturno en varios hoteles; en uno de ellos coincidió con un compañero que luego sería rector de la UCV. De esta época, fue clave su trabajo en el hotel Capitol, justo frente al Capitolio. «Podría decir que allí, en sus habitaciones y en su restaurante, —cuenta Barrera Linares—se escribió o se vivió buena parte de la historia del país de esos días (finales de los sesenta) y esto, por una razón muy sencilla: era el sitio de hospedaje y reunión preferido de los diputados y senadores. Muchos de ellos venían del interior y allí confluía todo lo que se pueda imaginar: reuniones políticas, amantes ocasionales o fijas, acuerdos y desacuerdos de fracciones y facciones, borracheras, juergas, discusiones, en fin…»
En medio de este mundo en el que el poder hacía de la suyas, pero también se deformaba, donde las vidas de la gente común aparecían como testigos silenciosos, ahí el joven Luis Barrera Linares se vio envuelto en una situación gravísima, de la que lo salvó su inocencia. Sobre esa gente y lo que pasó, me dice que «los hubo buenos, generosos, bondadosos y también los hubo hijos de su puta madre; por culpa de uno de ellos (de la fracción perezjimenista), casi me culpan del robo de un revólver, me las vi negras con unos suspicaces “petejotas” de la época que, por obvias razones de chupamedismo ante el más poderoso, le creían más a él que a mí».
Para su fortuna, un protector suyo intervino y, al fin, se supo que una amante del político perezjimenista se había llevado el arma. Este mismo benefactor del joven que estaba ya por graduarse del bachillerato, le dijo: «Vete de esta ratonera, Luisito, aquí no hay futuro. Yo te ayudo». Y este amigo, al que Barrera Linares todavía hoy le agradece, lo ayudó a comenzar sus estudios universitarios.
Aquí sucede el gran cambio en su vida, pues, empezaría así su carrera académica y docente. Luis Barrera Linares ve en todo esto, me dice, no un fracaso y un cuadro pesimista, sino el panorama de obstáculos que un hombre de vida común tiene sortear para ir creciendo, madurando. Como testimonio de esta época difícil, —dice el escritor— escribí Sin partida de yacimiento con la correspondiente dosis ficcional.
Nunca aspiré a vivir de la literatura, pero sí a vivir en la literatura
Nunca aspiré a vivir de la literatura, pero sí a vivir en la literatura, —afirma Barrera Linares— por eso creé y crie como personaje a mi alter ego, la tía Eloína, y ella se ha encargado de lo demás. Es maga, mal hablada, jocosa, humorística, perversa, confusa, absurda, patética, reflexiva… Tiene vida propia y si ella me sobrevive, ese será el mejor logro en mi modesta literatura.
Barrera Linares no guarda en su trabajo literario pretensiones ocultas, en él está mostrada su vida con la ayuda de algunas astucias que la literatura le ha concedido. No quiere fama ni inmortalidad alguna, mucho menos le angustian los premios y le espanta la idea de deber favores a algún poderoso, sólo para que su «trabajo sea visibilizado». Me dice que si una persona, sólo una se anima a compartir algo de su trabajo, pues, se da por bien retribuido.
¿Sobre la literatura que hace Barrera Linares?, le pregunto; «para limpiarse de oscuridades, —me responde— hacerse libre en la medida en que eso sea posible. Para eso la he practicado siempre, para ejercer sana venganza sobre malas o muy duras e impactantes experiencias, personas o situaciones».
Como la entendíamos hasta hace poco, la literatura pasó de moda
Como la entendíamos hasta hace poco, la literatura pasó de moda, —afirma Barrera Linares y explica que— guste o no, hay un nuevo esquema de lo literario. Los derechos de autor y las estancias públicas en pasarelas, como divas o divos, serán en poco tiempo cosa del pasado, no porque el libro vaya a desaparecer, sino debido a que el mundo de la comunicación es otro; lo que antes era ficción es ahora la realidad; el metaverso se impondrá y ya cualquiera podrá ser escritor-lector si lo desea.
Contra esta nueva realidad, Barrera Linares ve (y detesta) cierta manía de los escritores contemporáneos, y eso incluye a la literatura venezolana, de «difundir lo que escriben a fuerza de empujoncitos». Para él no es que esté mal ayudarse, pero está mal en lo que parecen terminar esas prácticas: «en grupusculitos que se convierten en circulillitos… Es un tú-me-ayudas-yo-te-ayudo-nos-ayudamos y a veces eso define premios, becas, publicaciones, reseñas, alabanzas superficiales vestidas de lenguaje crítico».
En cuanto a la literatura venezolana de la actualidad, Luis Barrera Linares afirma que «está viviendo sus pasos iniciales, volando sola, autónomamente, con una fortaleza admirable; ha comenzado a enraizarse con voz propia, pero, cuidado, requiere acoplamiento, mesura, reflexión, para no seguir en el ombliguismo que la caracterizó mientras se escondía en su propio cascarón».
La literatura venezolana se liberó del yugo de lo local, lo nativo; pero hay otros peligros
Barrera Linares reconoce que la literatura venezolana se liberó del yugo de lo local, lo nativo; pero hay otros peligros que su tía Eloína advierte, como el de escritores venezolanos que parecen seguir «anclados en el modelo literario convencional: yo escribo, publico y mis libros de papel van a los lectores, quienes se admirarán de mi temprana genialidad y lo manifestarán a través de Twitter o Facebook, mientras dos o tres compañeros de secta me reseñan y argumentan que soy la verga de Triana». En este difícil asunto, cree el escritor, hay que asumir los cambios de la literatura de hoy.
La actualidad de Barrera Linares desde tierras australes está marcada por el oficio de escritor. «No he dejado de escribir, porque un escritor, si de verdad lo es, nunca abandona el hábito; escribe incluso cuando duerme, en el baño, mientras está con otros; debes haber pasado por eso. La escritura es una actitud de vida. De manera que escribo cada día, pero de diversas cosas».
Sobre sus proyectos literarios y la lectura, me responde: «Alguna vez concluiré la segunda parte de Sin partida de yacimiento, que pienso poner a deambular por Internet, para que quienes quieran lo reajusten o hagan con eso otras cosas. Por supuesto, leo en la medida en que puedo, casi siempre libros en formatos digitales, a veces algún libro físico que me prestan un par de vecinas y escritoras venezolanas que aquí hacen de hadas madrinas nuestras, porque ya no adquiero libros físicos, no quiero pesos adicionales para mi equipaje».
En cuanto a la vida, allá en Chile, y el pasado, aquí en Venezuela, me dice «cómo negarlo, pienso, pienso excesivamente en mi país; en su futuro, en lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. Leo de nuestra historia para entender algo que todavía me carcome: ¿cómo llegamos al abismo?». No obstante, me confiesa que no ha querido escribir sobre este asunto, al menos, no ahora mismo, porque para él la cercanía de los hechos no es buena consejera del buen juicio.
Y sobre los afectos en la vida de un hombre del tamaño de Luis Barrera Linares, pues, para nadie es secreto que su vida gira en torno a su esposa, con quien ya tiene casi cincuenta años compartiendo, e hijos. Ahora también se suma su nieta, de quien me dice que le regala siempre un rostro feliz. También se siente afortunado de otros hijos que la docencia le ha regalado, porque esto también es compromiso para Luis Barrera Linares.
«En otro momento —me dice Barrera Linares— habría hablado de esa otra luminosidad que hubo en mi vida, mi querida madre, pero falleció hace ya bastante tiempo y solo me quedan su memoria y sus enseñanzas; su mano tomando la mía para que aprendiera a delinear las vocales. Por ella he sido lo que soy», me dice despidiéndose, dejando entre él y yo: un silencio y dos gargantas anudadas.
En la mochila, Luis Barrera Linares tiene entre otras publicaciones: En el bar la vida es más sabrosa (cuentos, 1980), Beberes de un ciudadano (cuentos, 1985), Parto de caballeros (novela, 1991, 2002), Cuentos de humor de locura y de suerte (1993), Sobre héroes y tombos (novela, 1999), Cuentos en-red-@-dos (2003), Del cuento y sus alrededores (teoría literaria,1993, 1997, con Carlos Pacheco), Psicolingüística y desarrollo del español (Vols. I y II, 1991, 2004, con Lucía Fraca) Discurso y literatura (teoría literaria, 1995, 2000, 2004), La negación del rostro. Apuntes para una egoteca de la narrativa masculina venezolana (crítica, 2005), Nación y Literatura (con Carlos Pacheco y Beatriz González S., Caracas: Fundación Bigott-Equinoccio-Banesco, 2006), Cuentos en-red-@-dos/Sobre héroes y tombos (reedición corregida y ampliada, 2007), Sin partida de yacimiento (novela, 2009), Habla pública, Internet y otros enredos literarios (ensayo y crítica, 2009).
OTROS DATOS
Miembro fundador de la Asociación Latinoamericana de Estudios del Discurso (ALED), de la que fue su primer Delegado Regional por Venezuela. Exgerente de Ediciones de FEDUPEL. Coordinador de la colección de autores venezolanos de Alfaguara (2005-2011). Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Premio “Armas Alfonzo (1982), Premio CONAC de narrativa (1986), Premio Municipal de Investigación Literaria (1990, 1994). Integrante del Programa Venezolano de Promoción del Investigador (1990-2011, PPI, nivel IV).
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