literatura venezolana

de hoy y de siempre

Los pájaros se van con la muerte (acto I)

Edilio Peña

A Luisa

A Livio Quiroz, por sus brillantes análisis que tanto me ayudaron

PERSONAJES

MADRE. Cuarenta y cinco años mal vividos. Vestido negro, raído. Lleva puestas unas sandalias.

HIJA. Veinte años infantiles y tristes. Vestido rojo que empieza a ser negro, raído.

LUGAR

Interior de un rancho. De un realismo extraño y tropical. Tres paredes de lata y zinc se abren sobre el público. A) La del fondo tiene una puerta con un grueso candado amarillo que la cierra. Cerca, dando con la pared derecha un enorme baúl, viejo. Un poco más arriba, en la pared, un clavo que sujeta una corona descolorida de plástico. B) La del lateral derecho, una ventana, que se cierra con pasaderas. C) La del lateral izquierdo, una ventana igual que la otra. Al lado, un pequeño santuario con la llama de una vela que está por apagarse. En el centro, se destaca una pequeña estatuilla en yeso, de María Lionza, montada desnuda sobre una danta; alrededor de ella, una gran cantidad de retratos y personajes que conforman su corte. Más arriba, una argolla con dos hamacas enrolladas. Al centro lateral derecho, una mesa con dos sillas, torpemente pintadas.

También puede modificarse la escenografía usándose un escenario circular para establecer otro nivel de comunicación más cercano al público. 3

PRIMER ACTO

Escena 1

Primer tiempo

Las hija con una luz tísica sobre los hombros está parada detrás de la madre; termina de sacarle los piojos. Ambas tienen los cabellos revueltos. La hija se sienta. Se miran desoladamente.

HIJA: Anoche soñé que un aguacero tumbó el rancho y nos sorprendió desnudos a papá y a mí… Estoy mojada.

MADRE: A los veinte me pasó lo mismo. Tócame, aún sigo empapada. (Le toma la mano y se la lleva al sexo.) Tiene los ojos tan… tan…

HIJA: ¡Espera! (Le toma un piojo de la sien.)

MADRE: Pero…

HIJA: ¿Pero qué, mamá?

MADRE: Lo llevas siempre como…

HIJA: Como una broza. (Se lleva el piojo a la boca.)

MADRE: Así es, hija mía.

HIJA: (Ingenua.) ¿Y por qué no lo matas? (Mastica el piojo.)

MADRE: Es tan difícil…

HIJA: ¿Por qué está en mí?

MADRE: Y en mí, como la carne. Su mirada…

HIJA: Eso me da tristeza.

MADRE: Lo sé. Yo lo veo en esos ojos tan… tan… ¿Cómo decir?

HIJA: Que te castigan mamá.

MADRE: Sí, hija mía.

HIJA: Por eso me tienes rabia.

MADRE: No. A ti no. A él si le tengo.

HIJA: Sin embargo yo debo pagarlo todo como si fuera sus mujeres y sus cosas malas. Como si fuera él mismo.

MADRE: No. Tú eres otra cosa.

HIJA: ¿Qué, mamá?

MADRE: (Lejana.) Huella y abandono.

HIJA: Sigues culpándome, mamá; sigues culpándolo y no te das cuenta que todo me cae a mí.

MADRE: Yo no lo puedo evitar. (Pausa.) Son los años… deben ser. Yo no tengo la culpa.

HIJA: No. Los años no juegan aquí. (Señala la habitación.) ¿No te das cuenta que aquí nada cambia?… Juega él, y tú vives para él: porque detrás de esas cosas, lo quieres. ¿Dime que no, mamá?

MADRE: (Contenida.) ¡No!

HIJA: No lo dices porque eres muy…

MADRE: (Interrumpiéndola bruscamente.) ¡Cállate! ¡Quiero que te calles ahora! (Levanta una mano para pegarle.)

HIJA: (Piadosa.) No me pegues…

MADRE: (Mirándola a los ojos, temerosa, baja la mano lentamente.) No te estoy… No te pego. Sólo pido que te calles. ¿Es que tú no puedes callar y hacerme caso?

HIJA: Ya lo he hecho. (Se abstrae. Coloca los dedos en los párpados y cierra los ojos.)

MADRE: Entonces, trae el ron y los tabacos. También la cinta roja y los fósforos. ¡Ah!, y no te olvides del sombrero. (Silencio.) ¿No oyes?

HIJA: (Abriendo los ojos.) Ah, ah…

MADRE: ¿Qué vaina es ésta…? Estoy hablando contigo y te vas así por así… (La escudriña con la vista.) Don…. ¿Dónde estabas? Vamos, ¿dónde?

HIJA: Estaba pensando en él.

MADRE: ¿Sí?

HIJA: Sí. Y lo vi… Lo vi mamá.

MADRE: (Entusiasmada.) ¿Dónde? Cuéntame.

HIJA: Mejor no. Te vas a poner brava… Y me pegarás.

MADRE: ¡Dímelo!

HIJA: Está bien, pues. (Pausa.) Estaba en un lindo parque.

MADRE: ¡Ja, ja, ja! (Violentamente seria.) ¿Solo?

HIJA: No.

MADRE: Con… ¿Con quién?

HIJA: Conmigo.

MADRE: Me… Me refiero si estaba…

HIJA: No, no. Los dos nada más.

MADRE: (Complacida.) Ya, ya.

HIJA: ¿Sigo?

MADRE: Sí, sigue. Y no me digas embustes ¿Estamos?

HIJA: Sí mamá.

MADRE: Sigue pues.

HIJA: Bien. (Tose un poquito. Se acomoda el vestido y coloca las manos en las rodillas.) Mira, jugábamos a los caballitos y comíamos cotufas. Yo lo montaba y corríamos por un lindo campo lleno de juguetes. Mientras él se reía entre la hierba… (Se levanta y camina como suspendida. Cierra los ojos y se acaricia.)… Entre la hierba…. (Respira y expira sensualmente.) ¡La hierba, papá!

MADRE: ¡Eso es embuste! ¡Todo eso lo has inventado! ¡Eres como tu papá! (Le pega.)

HIJA: ¡No me pegues!… (Le mira llorando.) No lo hagas por… por favor.

MADRE: Debiera darte una cueriza bien… (Le mira a los ojos.) No te pego, ¿eh?. Sólo te estoy pidiendo que te calles, que no digas mentiras.

HIJA: (Con el dorso de las manos se seca las lágrimas.) Yo no miento, no miento.

MADRE: ¡¿Es que no te puedes callar, carajo?!

HIJA: (Silencio.) Ya lo he hecho. ¿Acaso no lo sientes?

MADRE: (Viéndola nuevamente a los ojos.) Mucho… Me persiguen…

HIJA: ¿Qué?

MADRE: Nada, nada. No preguntes.

HIJA: Sí, mamá.

MADRE: (Pausa corta.) Tráelo todo. (Pausa.) ¿No oyes?

HIJA: ¿Ah?

MADRE: ¡Cónchale! Que traigas el ron, los tabacos, los fósforos, la cinta y…

HIJA: Sí, sí, ya te oí.

MADRE: Tráelos pues.

HIJA: (Incorporándose.) ¿Dónde están?

MADRE: ¿Dónde los pusiste ayer?

HIJA: No sé…

MADRE: Sí lo sabes, sí lo sabes. ¡Vamos!

HIJA: Mamá, no sigas con… (Mueve las manos.)

MADRE: ¡¿Qué esperas?!

HIJA: (Se incorpora completamente. Camina y tropieza consigo misma.) Nada. Yo no espero nada. (Buscando en el baúl.) ¿Qué puedo esperar?

MADRE: Escaparte.

HIJA: (Voltea en cuclillas.) Escapar. (Ve la puerta.) Sí, escaparme. (Soñadora.) Porque yo nunca he visto el sol que anda por el techo.

MADRE: ¡Ja, ja, ja! Tú sí dices cosas raras, chica.

HIJA: Porque lo poco que ganas lo malbaratas en esto. (Saca el ron, dos tabacos y la cinta roja.)

MADRE: ¡Te gustaría que abriera la puerta!

HIJA: (Cierra el baúl con la mano desocupada. Grave.) Sí, claro, mujer.

MADRE: (Contrayéndose.) No me hables así cuando…

HIJA: (En el mismo tono.) ¿Por qué, mujer?

MADRE: Me produces…

HIJA: ¿Qué?

MADRE: (Atrapada.) Tú lo sabes.

HIJA: (Normal.) Ay mamá, qué miedosa eres. Eso que no hemos comenzado.

MADRE: ¡Cierra la jeta! Vamos, trae eso acá.

HIJA: Sí, mamá.

MADRE: Colócalo en la mesa.

HIJA: Sí, mamá. (Lo va a colocar…)

MADRE: ¡Espera! ¿Qué haces?

HIJA: Lo que ves.

MADRE: El mantel. ¿Dónde está el mantel?

HIJA: En el baúl.

MADRE: (La remeda.) “En el baúl” ¿Qué hace allí? ¿No sabes que debe tenderse primero?

HIJA: Como no pidió que lo trajera.

MADRE: Ah, también debo decírtelo. ¿Si yo no me acuerdo tú no te puedes acordar?

HIJA: Está bien. Se me olvidó.

MADRE: Siempre lo olvidas.

HIJA: Se repite tanto. Todos los días.

MADRE: ¡A callarse! (Mística.) Lo sagrado se respeta.

La hija busca el mantel y al extenderlo en la mesa se nota un extenso dibujo de frutas y carnes cocidas dentro de platos y bandejas de plata y oro. Todo en base a vivos colores. Pone la botella de ron al centro y a los lados dos tabacos y la cinta roja. La colocación la hará con torpeza.

MADRE: La corona de rosas.

HIJA: (La descuelga y se la coloca en el cuello a la madre.) Huelen a muerto.

MADRE: Mentirosa, son de plástico. (Toma un tabaco y se lo pone en la boca. La hija sonríe.) ¿De qué te ríes?

HIJA: Te ves tan cómica.

MADRE: ¡Respeta! Acostúmbrate a respetar. (Sonríe con sadismo.)… Si no… Si no se lo diré a la reina. ¿Um? (Señala hacia el santuario.)

HIJA: (Aterrada.) ¡No, mamá! ¡No se lo digas! A ella no…

MADRE: (Busca encender el tabaco.) ¡Los fósforos!

HIJA: No sé…

MADRE: ¿Cómo que no sabes?

HIJA: No…

MADRE: Ajá, la niña del vestido rojo no sabe. No sabe dónde están los fósforos. Muy bonito. Jú, no me busques, no me busques porque me encontrarás.

HIJA: No lo sé, créeme.

MADRE: ¡No empieces! No empieces como ayer, mosquita muerta. ¡No empieces! ¿Dónde están?

HIJA: Donde siempre.

MADRE: Lo sabía. Y no los trajiste porque no te dio la perra gana. Qué hija… (Va hasta el baúl y busca.) Aquí no hay nada. (Revisa más.) Aquí… (Gira sobre sí misma.) Dámelos… (Repentinamente.) ¡Dámelos! ¡Los tienes escondidos! ¡Lo sé!

HIJA: No… No tengo nada. (Trata de escapar.)

MADRE: Ajá, ahora quieres irte. ¿Sí? ¡Dámelos o te pesará haber nacido!

HIJA: No tengo nada… ¡De verdad!

MADRE: ¡No me grites! ¡Hazme el favor de no gritarme!

HIJA: (Corre hacia la puerta. Trata de abrirla. Forcejea.) Si… Si… Si… tuviera la llave. Si pudiera abrirte… ¡Maldigo la hora en que nací!… ¡Coño!… Como te odio puerta. ¡Como te odio! (La patea.)

MADRE: Ajajá… (Se sienta y la contempla.) Quiere abrir la puerta. Y quiere llevarse mis fósforos. Quiere dejar a su mamaíta. Quiere abrir la puerta pero no tiene la llave mágica, pobrecita. (Cantando.) Yo sí la tengo, yo sí la tengo; la gallinita ciega no la tiene, lalalá , lalalá… (Saca la llave de entre los senos y la hace sonar.) La llave está en el fondo del pozo negro, pinn… (La deja caer nuevamente entre los senos.)

HIJA: (Se desliza pegada a la puerta, hasta caer llorando.) Qué desgracia, qué desgracia la mía. ¿Hasta cuándo?…

MADRE: (Se levanta violentamente de la silla y luego se acerca parsimoniosamente.) Dame los fósforos… (Pausa. Se inclina sobre la hija.) Dámelos. (Pausa. Decide registrarla. Se los saca de entre los senos.) Eres como él… (Camina y sonríe divinamente. Enciende el tabaco con varios fósforos que se apagan rápidamente. Se pasea por toda la habitación, dejando estelas de humo que se concentran como una nube en el techo. Suena los dedos iniciando la ceremonia. Después lo hace frente al pequeño santuario.) Prende tu tabaco…

HIJA: (Tose.) Me mareo.

MADRE: Siempre te mareas, siempre toses. Hazme el favor de no empezar con tus pendejadas. Prepárate. (Hace contracciones con el cuerpo, se sacude, gime y sus ojos enrojecen.) Poséeme señora, poséeme santísima. Yo te lo ruego, florida. Para que me lo traigas mansito sobre los pies descalzos de tu reino precioso. Quiero verlo maniatado con su bochinche de engaños. Poséeme señora, poséeme santísima. Vomítamelo. Aquí… ¡Aquí! (La hija sorprendida corre hacia la mesa, tropieza, llega y se recoge los cabellos, amarrándose la cinta roja en la frente. Toma el tabaco y se lo coloca en la boca.) Ven, mi niña. ¡Ven!

HIJA: Sí…

MADRE: Prende tu tabaco.

HIJA: (Temerosa.) ¿Quién es?

MADRE: La reina. La Santísima. ¿No oyes su voz?

HIJA: (Impresionada.) Reina. Santísima. Ahora sí…

MADRE: (Le da los fósforos.) Préndelo.

HIJA: (Los toma.) Sí, mi reina.

MADRE: Desobedeces mucho a tu madre. (Toma la botella de ron y bebe.)

HIJA: Es que…

MADRE: Los súbditos no deben cansarse. Olvidas que en el fondo me sirves a mí. A mí, mi niña.

(La hija enciende el tabaco y suena los dedos. Coloca los fósforos encima de la mesa. Reza en murmullo. Luego la madre le da a tomar de la botella y le riega ron en la frente y los hombros, en el sexo y los pies. La persigna y se persigna ella. Seguidamente se empina, ansiosa, la botella.) Ahora, que vengan los ruidos. Ahora, que empiece el tropel. (Se oye una música extraña y ritual.) ¡La sangre! ¡La sangre se alborota! ¡La sangre! ¡Mira como se te empoza en la cara, mi niña! ¡No te resistas! ¡Deja que te arrastre!…

Las dos comienzan a ejecutar una danza que se asemeja al Vudú. Bailan torpemente. La hija lentamente se coloca en cuatro patas, y la madre salta sobre la espalda de ella recogiendo las piernas e irguiéndose imponente. Posesivamente masculla palabras.

MADRE: ¡A mi paraíso, mi niña! ¡Asciende la montaña! ¡Asciéndela bajo mis fuertes piernas, querida! ¡Eres mi Danta escalando montañas! ¡Mi reino… Siente su humedad, la tierra… la tierra se inclina ante tu piel morena, mi amor. Se hunde con el verde de las ramas… los árboles! ¡Mi reino! ¡No lo olvides, mi niña! ¡No lo olvides! ¡Adelante!

HIJA: ¡Sí mi reina, sí mi Santísima! (Escupe el tabaco.)

MADRE: ¡No te oigo!

HIJA: ¡Sí mi reina, sí mi Santísima!

MADRE: ¡Más fuerte, tu voz se me escapa!

HIJA: (Grita como un animal.) ¡Síiiiii! (Echa a correr mientras la madre, con el tabaco en la boca, fuma ansiosa y eleva sobre su cabeza la botella de ron que sujeta entre las manos.)

MADRE: ¡Más rápido, tesoro! ¡No te detengas!

La hija se desploma con un grito, exhausta y la madre rueda al suelo.

MADRE: ¡¿Qué has hecho, animal del diablo?! ¡¿Qué has hecho?!

HIJA: (Varonil. Carrasposo.) Lo que has pedido, mujer. (Jadea y con la lengua afuera emite extraños ronquidos.)

MADRE: ¡Perro del fuego sin nada, perro del fuego con nada, ven! (La llama con silbidos.) Psi psis, psi psiis (Le suena los dedos como latigazos y fuma.) ¡Vómito de Satanás!

HIJA: Umgrr…

MADRE: ¡Perro del infierno! ¿No me oyes?… ¡Te llamo yo, la única!… ¡Ven con esa lengua! ¡Ven a llenarme con esos besos podridos! ¡Ven! (La hija gime lastimeramente como un perro. Y acercándose pesadamente a la madre la lame los pies.) Así… Así…. Así. Bien. Un poco más. No pares. No. Sigue. Bien. Bien. ¡Bien! (Le hace cruces con el ron.)… Ah. Ah. Ah, que placer tan baboso, rico. Se cuela entre mis piernas. Ah, ah me gusta tu lengua morada y temblorosa. Tu lengua larga y pegajosa de negro. ¡Ah! ¡Ah! (Grita orgásticamente.) ¡Ahhhh!… (Le da una patada.) ¡Ya basta!… Siéntate.

HIJA: Sí, ama. (Corre en cuatro patas a sentarse.)

MADRE: ¡Espera!

HIJA: Dígame…

MADRE: (Normal.) El sombrero. ¿Dónde está el sombrero?

HIJA: (Normal.) En el baúl. Lo dejé en el baúl, mamá.

MADRE: ¿También se te olvidó?

HIJA: Lo olvidé, mamá.

MADRE: Cuándo no. ¡Búscalo! (La hija se va a poner de pie…) ¡Espera! (Sonríe.) Lo buscaré yo.

HIJA: Como quieras.

MADRE: (Coloca la botella de ron en la mesa. Buscando en el baúl.) No lo encuentro.

HIJA: ¿Te ayudo? (Se mueve un poco.)

MADRE: ¡No! Quédate como estás.

HIJA: Cerca de los dientes.

MADRE: ¿Cómo?

HIJA: El sombrero está cerca de los dientes. Doblado.

MADRE: (Busca.) Ya. Lo encontré. (Lo sacude.) Está lleno de polvo.

HIJA: Todo lo que está en el baúl se llena de polvo. Menos eso. (Señala hacia la mesa.) Es raro..

MADRE: Porque todo es sagrado. Y lo sagrado se respeta.

HIJA: Hasta el polvo..

MADRE: Sí, él también respeta lo sagrado, lo bendito. No lo olvides. (Se le acerca, le pone el sombrero y le levanta la cara por la barbilla.)… Una gota de agua. Son tan exactos.

HIJA: (La mira fijamente. Silencio. Casi sonríe. Grave. Varonil.) Claro, mujer.

MADRE: (Contrayéndose.) No me hables así.

HIJA: ¿Por qué, mujer? (Se arrodilla y le coloca las manos como dos patas en el pecho.) ¿Por qué?

MADRE: (Perdiendo el equilibrio.) ¿No… No lo entiendes?

HIJA: No, mujer. (Coloca un pie en el suelo y se le va encima.)

MADRE: (Pronta a caer.) Pre… Pregúntale a tu hija.

HIJA: ¡No! (La tumba al suelo.) ¡A ella no!

MADRE: ¡Ay madre mía!

HIJA: (Con una lentitud exasperante.) Co-me-mier-da tu madre no vive en ti. Quien vive en ti soy yo, como la piel que te quema. Y me torturas castigando a mi hija. Desde mi muerte la iniciaste en este ritual que fabricaste para mí. ¡Ehhhh!

MADRE: No, negro, tú eres quien lo ha hecho todo así. Tú eres el culpable de este calvario. Moriste para otros, para nosotras, no.

HIJA: (En un violento rompimiento.) No, eso me asusta mamá! ¡Me da miedo! ¿No comprendes?

MADRE: (Se levanta del suelo.) Cálmate, hija mía. Continúa. Dame la oportunidad de desahogarme, amor. Anda. Dámela.

HIJA: ¡No mamá! ¡Esto no lo haré más! ¡Esto es muy raro!

MADRE: Ah, ¿no lo vas hacer?

HIJA: No. No puedo, me da mucho miedo.

MADRE: ¿Así es la cosa?… Entonces. (Se regodea con el pensamiento.)

HIJA: Entonces qué, mamá.

MADRE: Muy simple: Se lo diré a la reina. A nuestra Santísima.

HIJA: ¡No mamá! No se lo digas…

MADRE: Hazlo.

HIJA: (Después de un silencio. Casi llora. Grave, varonil.) ¿Por… Por qué, mujer?

MADRE: Ella debe conocerlo todo. En los ojos le sembraste eso que empieza a brotarle. Véselos…

HIJA: (Hace esfuerzo por comprimir el llanto. Pero la voz grave y varonil, se le quiebra en su voz normal.) Eso no es cierto. Sí… También tú me engañaste… ¡Me traicionaste! ¡Me pegaste cachos!

MADRE: Bueno, ¿y qué? Crees que iba a aguantar tus humillaciones, tus engaños. Si tú lo hiciste, yo también lo hice. Y no con uno, sino con varios. Hasta con un policía. (Pausa corta.) No me da pena, ¿oíste?

HIJA: (Normal.) ¿Con un policía? Pero si él fue…

MADRE: ¡No joda. Cállate! Déjame seguir… Y ahí está: moriste con otra… En su sudor y su sexo te fuiste del mundo que robabas. Cerraste los ojos sobre el cielo desnudo de su vientre. En cambio, aquí está tu hija, sola. Adorando un padre que no existe, que no existió.

HIJA: Yo vivo en su recuerdo. ¡Mujer! Me tienes como alma en pena. ¡Sácame del infierno, mujer! ¡Dame un pozo de paz!

MADRE: ¡No!… Anda, dime que es cierto lo de lo juguetes. ¡Dilo pues!… No, no puedes decir nada. (Pausa corta.) Llegas hasta el colmo de decirle a esa criatura que quiero que mueras, que quiero que mueras como aquel ladrón de La Charneca. ¡Embustero! ¡Eres un embustero!… Un mal marido y un mal padre. ¡Sobre todo un mal padre!

HIJA: ¡Muérdete la lengua! ¡Muérdetela! (Le pega salvajemente.)

MADRE: Sí, perro, me voy a morder la lengua que no tengo de animal. La lengua del culo es la que me voy a morder. ¡Así!… ¿Eh? (Le pegan más.)… ¡Pégame, hijo de la grandísima puta! ¡Anda, pégame, coño de tu madre! ¡Pégame como la última vez! ¡Pégame como lo hacías cuando llegabas borracho!

HIJA: ¡Trágate todo, trágatelo rata!

MADRE: ¡Rata son tus putas, tus caminadoras que se exhiben bajo las bombillas de la ciudad!… (Le siguen pegando.) ¡Pégame! ¡Pégame! ¡Pégame! ¡Más!… más… Mal marido. (Llora.) Dejaste a tu mujer y a tu hija por ladrón y chulo. Sí… sí, lo grito; y arréchate: ¡Por antisocial! Menos mal que te acribillaron en brazos de esa puta mal arrastrada. ¡Ratero!… Por eso te invoco; por eso le pido a la reina, a nuestra Santísima de Sorte, que te traiga hasta mí para humillarte, para vengarme de todo lo que me hiciste, para que me hagas el amor como a un mismísimo perro faldero. ¡Ladrón!

HIJA: (Normal.) ¡No mamá, no tanto! ¡Nooooo! ¡Esto me da miedo! ¿No sabes lo que es el miedo?… ¡Esto es una pesadilla, madre mía!

MADRE: (Como si nada.) ¿Por qué, hija mía?

HIJA: ¿No te das cuenta? (Se quita el sombrero y la cinta roja; los tira en la mesa.)

MADRE: ¿Pero… Pero qué haces?

HIJA: Déjame ir. (Extiende la mano.) Dame las llaves.

MADRE: No.

HIJA: Abre la puerta.

MADRE: No lo puedo hacer. Continuemos. Debemos continuar. (Pausa.) No puedo quedarme sola.

HIJA: Estás sola, mamá. Lo único que te falta es pelearte con las paredes. ¡Estás sola! ¿No comprendes?

MADRE: ¡Cállate!

HIJA: Gritas porque tienes miedo. Y tu miedo es diferente al mío. Por eso te pones como una zafia. (Silencio. Camina de un lado a otro. Se detiene.) ¿Sabes? Quizás esto me pasa, me pongo así, de repente… Es cómico: me pongo como aquel payaso de la televisión. ¡No aguanto más entre estas cuatro paredes! Quiero…

MADRE: ¿Qué quieres?

HIJA: Quiero saber por lo menos si la Santísima existe; y para eso, mamá, necesito salir al mundo; para ver… para… para ver aunque sea a otras reinas. ¡No creo que sea la única!

MADRE: Claro que sí. ¿Acaso no la acabas de oír? Incrédula. Claro que existe. Existe rodeada de su corte. (Señala el santuario.) Míralos, ellos son su corte. Por eso los pongo así; todos al lado de ella. (Pausa corta.) Es la única para nosotros. ¿Qué otra reina subiría las escalinatas del cerro? (Pausa.) ¿Dudas de mí? ¿Crees que te miento?

HIJA: No lo sé… pero a veces creo que todo lo inventas… aquí.

MADRE: ¿Qué es eso de aquí?

HIJA: No es difícil. (Señala la habitación.) Todo huele a recuerdo. A papá. Hasta el movimiento de las hamacas cuando dormimos, habla de él. Se escurre por las cabuyeras. Y entonces parece que no estuviera muerto. Lo odias y no lo matas. Solamente lo invocas para pelearte y reclamarle. No te atreves a destruirlo porque te destruirías a ti misma, mamá.

MADRE: Estás poseída. Deja santiguarte.

HIJA: No. Oye mi voz. La que está poseída y deliras eres tú, y me haces sufrir. Eres tú la que guarda su dentadura. Fuiste tú la que se la sacó de la boca cuando lo mataron, cuando te llevaron a la morgue para que lo identificaras y aprovechaste el momento… ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas que me lo contaste todo?

MADRE: Ay hija, la vida es así.

HIJA: Pero estoy cansada mamá. Te llevo como un fantasma que me cierra el paso. Por favor, déjame al mundo. No me persigas, yo no soy papá.

MADRE: Ahí está: A mí no me quieres. Lo quieres a él. (Sola.) A mí nadie me quiere. (Continúa.) Como si él fuera el que salió a trabajar cuando tú me pedías comida; cuando nos moríamos de hambre en aquel rancho que se cayó con el cerro. No, en ese momento él estaba en los brazos de otra.

HIJA: (Pensativa.) Yo no sé que es querer. Yo no puedo quererte ni quererlo a él porque todo es tan confuso que me pierdo.

MADRE: (Pausa. Dulce.) Cierra los ojos. ¿Quieres?

HIJA: ¿Para qué?

MADRE: Para que seas feliz cuando cierres los ojos. Pero por favor, hazlo bueno conmigo.

HIJA: ¿Y yo no pueda caminar?

MADRE: ¿Qué me quieres decir?

HIJA: Sería así, mamá. Yo no podría ir sola por el mundo. Los llevaría eterno a los dos. Como ahora. ¿No comprendes, mamá?

MADRE: No. Ya no te comprendo.

HIJA: ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia es ser pobre!

MADRE: Bueno, ¿y qué quieres, ser rica?

HIJA: No mamá. Yo solamente quiero ser feliz, nada más.

MADRE: (Sin comprender.) Me tienes a mí.

HIJA: Por eso.

MADRE: Pero necesitas que te abra la puerta.

HIJA: Sí. ¿Lo harías? ¿Lo vas a hacer mamá? (Entusiasmada va hacia ella.)

MADRE: (Repentinamente furiosa.) ¡No, ya no crees en la Santísima! ¡En la reina!

HIJA: (Se le enredan los pies y cae.) …Lo has echado todo a perder. Mira, no sé ni siquiera caminar. ¡Lo ves! (Llora.) El sólo hecho de existir me produce vergüenza. Cómo será cuando me vea la gente.

MADRE: Tú no sabes lo que es ese mundo de afuera. Sí, tienes razón, allí podrás aprender a caminar tan bien, pero para vivir peor. Ese mundo no es tan bueno como la foto de la revista.

HIJA: (Señala hacia el baúl.) ¡El sapo!

MADRE: ¿Qué pasa con el sapo?

HIJA: (Se incorpora.) ¡Voy a matar el sapo!

MADRE: ¡No, es sagrado!

HIJA: ¡Lo sé! Por eso lo mataré.

MADRE: No te atrevas.

HIJA: Estoy decidida.

MADRE: No te acerques al baúl. Te pesará.

HIJA: Sé que lo cuidas más que a mí misma. La poca comida que hay, se la das toda de madrugada; te he cazado. Eres tan celosa que le coses la boca con hilo rojo, para que solamente coma lo que tú le das.

MADRE: El también guarda algo en la boca.

HIJA: ¿Qué dices?

MADRE: Lo que oyes.

HIJA: Por eso no me dejas tocarlo nunca.

MADRE: Así es. No quiero que abras el frasco donde está metido.

HIJA: ¿Y se puede saber qué guarda?

MADRE: (Pausa corta.) A tu papá.

HIJA: ¡Ja, ja, ja!

MADRE: ¡No te rías!

HIJA: ¿Qué? ¿Qué dijiste? ¿Qué fue lo que dijiste?

MADRE: …El nombre de tu papá. Lo escribí en un papel el día que lo mataron y se lo metí en la boca al sapo. Se lo cosí con el hilo rojo.

HIJA: Sí…

MADRE: Unjú.

HIJA: Por eso le sacaste la plancha… para que fuera como el sapo: pura lengua, nada más.

MADRE: Sí. Y para que no mordiera… Para que se sintiera sapo en la muerte, el muérgano ése.

HIJA: Papá…

MADRE: Bueno, bueno: ya no me preguntes nada. Estoy harta de ti.

HIJA: ¿Y qué haces conmigo?

MADRE: (Le da una bofetada.) ¡Toma, grosera! ¡Falta de respeto!… Mal agradecida. (La mira a los ojos que lloran.) …Lo único que te falta es que me pegues. (Se dirige a la mesa y recoge todo y lo guarda en el baúl; también los tabacos que han quedado regados por el suelo. Guinda la corona. De repente se oyen voces y gritos.)… Sssshh, ya deja de llorar. Otra vez están peleando. (Se miran y ambas sonríen con complicidad.)

HIJA: ¿Otra vez?

MADRE: (Asomándose por al rendija de la ventana derecha.) Sí…

HIJA: Ajá…

MADRE: Schh… No hagas bulla. (Sigue mirando.)

HIJA: (Se coloca de espaldas a la madre.) Déjame ver…

MADRE: No… (Observa.) Ajá, el vecino le pega a su mujer… (Se oye un verdadero escándalo.)

HIJA: (Quiere quitar a la madre para mirar ella.) Anda. Déjame, nunca me dejas. No seas mala.

MADRE: (La empuja.) No quiero… Vas a aprender cosas que no debes… (Sigue…) Está llorando… ella le pide que no le pegue.

HIJA: Dame una oportunidad.

MADRE: ¡Sshh! (La empuja y la hija cae al suelo.) He dicho que no. (Sigue mirando.) …La desnuda… Apaga la luz. Qué lástima… (Se retira de la ventana y mira a la hija llorando.) Mijita, pareces un río de lágrimas. Así que deja de llorar, te vas a secar. (Va nuevamente al baúl, lo abre y saca un trapo, como un paño, y comienza a sacar el humo que se ha concentrado en la habitación. Sobre todo en la parte de arriba. Abre la ventana derecha y trata de sacarlo por allí. La hija se levanta y se dirige al baúl.) ¿Qué vas a buscar?

HIJA: El radio. (Se suena la nariz con el vestido.)

MADRE: Ah. Estás mocosa. (Continúa sacando el humo. Suena fuertemente el paño.)

La hija saca un radio pequeño, portátil. Lo prende. Se oye un noticiero. Se acerca a la ventana izquierda y la abre. Sintoniza el radio hasta dar con una música pegajosa, popular. De repente entra una luz fortísima, multicolor, por la ventana.

MADRE: ¡Esa luz! ¡Quítate de esa luz! (Se pone una mano en la cara.)

HIJA: Déjame verlo, por lo menos desde lejos.

MADRE: Bah, tú y tu mundo.

HIJA: (Viendo afuera.) Si pudiera escapar por la ventana…

MADRE: No lo hagas, caerías en el vacío.

Escena 2

Segundo tiempo

La madre, sentada de espaldas a la ventana izquierda, donde la hija, parada, contempla el mundo, comienza a extender santamente los brazos, luego, como sonámbula, parpadea dentro de un círculo de luz que desciende sobre ella.

MADRE: …Los pájaros, ven a ver como me salen pájaros por los ojos. Son de varios colores. Son una nube de colores, colores… co… lo… res… se van… ¡Se van! (Silencio.)

De la radio se oye una música popular que habla de la distancia, como un bolero.

MADRE: ¿Qué ves?

HIJA: El mundo.

MADRE: Lo sé. Pero, ¿qué ves en particular?

HIJA: La ciudad.

MADRE: ¿Nunca has ido a la ciudad?

HIJA: Claro que no, tú lo sabes. Nunca he bajado del cerro. Nunca he salido del rancho. (Le da volumen al radio.) La oigo solamente. (Cambia de estación y se oye una música estridente. Una canción en inglés.)

MADRE: ¿Cómo?

HIJA: (Le baja el volumen.) He dicho que la oigo.

MADRE: ¿Qué más? ¿Qué ves?

HIJA: (Pausa.) Una avenida.

MADRE: ¿Qué más?

HIJA: (Pausa.) Un hombre.

MADRE: ¿Y?

HIJA: Solo. Está solo.

MADRE: ¿Qué hace?

HIJA: Camina… Ah, y lleva una muñeca en la mano.

MADRE: ¿Su piel?… El color…

HIJA: Negra. Su piel es negra. Es un negro.

MADRE: ¿Sí?

HIJA: Sí. Y suda. Suda mucho.

MADRE: La cara. Trata de verle la cara.

HIJA: (Se levanta en la punta de los pies.) Me… me cuesta tanto… No voltea.

MADRE: Trata.

HIJA: No, no puedo. Me canso.

MADRE: ¿No puedes? Eh.. ¡Quítale la camisa!

HIJA: (Saca una mano por al ventana.) Va tan lejos…

MADRE: ¡Alcánzalo! ¡Que no se te escape!

HIJA: Ya. Lo tengo.

MADRE: Entonces, quítasela.

HIJA: (Se sobresalta.) ¡Madre mía!

MADRE: ¿Qué?

HIJA: La luna. Lleva la luna en la espalda. Como yo, mamá.

MADRE: (Evocadora.) Su lunar…

HIJA: ¡Ahora corre, mamá! ¡Corre mucho!

MADRE: ¿Hacia dónde?

HIJA: Hacia una puerta cerrada.

MADRE: ¿Qué más?

HIJA: ¡La toca! ¡La toca desesperadamente! (Se oye que tocan la puerta.)

MADRE: ¿Y?

HIJA: ¡Al fin la abren! Una mujer. Una mujer desnuda le extiende los brazos.

MADRE: La perra esa…

HIJA: ¡Mamá, ahora lo persiguen!

MADRE: ¿Quién?

HIJA: ¿Quién? ¡La policía!

MADRE: ¿Qué?

HIJA: ¡Sí! Y le disparan. (Se oyen disparos.)

MADRE: ¡Dile que corra! ¡Dile que corra para acá, que no corra hacia la mujer desnuda!

HIJA: ¡Corra! ¡Corra hacia acá! Aquí estará seguro!… ¡No! ¡Noo! ¡Nooo!… La luna. Le disparan a la luna. Por la espalda. ¡Se la perforan!… ¡Mamá, la luna bota sangre!… ¡Lo mataron!

MADRE: ¿Y la mujer?

HIJA: También. También la mataron.

MADRE: Menos mal.

HIJA: Una niña.

MADRE: ¿Ah?

HIJA: Una niña se le acerca al hombre, y le limpia la luna que se le derrama en la espalda. Le quita la sangre con un pañuelo. Mamá, él le da la muñeca, la besa y le dice algo en el oído. La niña ve para acá… ¡Va a subir!… La niña sube. ¡Sube el cerro!

MADRE: ¡Dile que no suba!

HIJA: No, mamá, creo que me va a dar la muñeca.

MADRE: La robó.

HIJA: ¿Qué dices?

MADRE: Ese hombre la robó. Era un ladrón. Le perseguía la policía por ladrón.

HIJA: No me importa que haya sido un ladrón. Me mandó esa muñeca…

MADRE: ¡Quítate de esa ventana!

HIJA: No, no, mamá.

MADRE: (Se le acerca. La empuja.) Vamos, quítate. (Cierra la ventana.)

HIJA: Deja que me la dé.

MADRE: ¡No! (Se oye que tocan a la ventana.)

HIJA: La quiero, mamá.

MADRE: ¡No!, de él no recibirás nada.

HIJA: ¿De quién?

MADRE: Lo sabes. De tu papá. (Tocan más fuerte a la ventana.)

HIJA: Por favor… (Ahora se oye que tocan a la puerta.)

MADRE: ¡No!

HIJA: ¡Está en la puerta! ¡Abre la puerta!

MADRE: ¡Eso menos!

HIJA: Te lo pido por ella, por la reina, por la santísima.

MADRE: No. Me dijiste que ya no creías en ella. (Tocan la puerta más fuerte.)

HIJA: Abre, mamá.

MADRE: ¡He dicho que no!

HIJA: No ganas nada con eso.

MADRE: Claro que sí.

HIJA: Estoy empezando a odiarte. (Silencio.)

MADRE: (Trata de oír. Sonríe.) Se fue.

HIJA: (Trata de oír.) ¿Se fue?

MADRE: Es una niña, se cansa. No va a esperar que salgas algún día. (Se oye la risa de la niña.)

HIJA: Ríe… Está ahí. ¡No se ha ido! (Ve la ventana derecha abierta y grita de alegría.) ¡Mira!… La muñeca la tiró por la ventana. ¡Mira! (Señala al centro de la  escena donde no ha caído nada. Se abalanza.) Mi linda muñeca… Gracias, papá querido. Gracias… Al fin tengo una muñeca. ¡Es preciosa!

MADRE: (Descubriéndola.) Ajá, tenía los… ¡Tiene los ojos cerrados! Imaginaste todo. ¡Todo lo inventaste!… ¡Ábrelos!

HIJA: ¡No! (Como si abrazase una muñeca.)

MADRE: No tienes nada en las manos.

HIJA: Sí la tengo. Siento que la tengo.

MADRE: No existe. ¡Abre los ojos y verás todo vacío! ¡Todo es una ilusión!

HIJA: (En un arrebato, hace que tira la muñeca por la ventana.) ¡La boté! ¡Ya te complací! (Llora.) ¿Qué más quieres?

MADRE: ¡Abre los ojos!

HIJA: ¡Mira! (Los abre.)

La madre corre hacia la ventana derecha y la cierra. Luego se oye que la niña llora desconsoladamente y se aleja…

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*Fuente de la imagen: https://elmiope.com

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