Román Chalbaud
ESCENA I – Vacaciones
(En el centro de una gran cama antigua, muy antigua; barroca, muy barroca. Está cubierta por un mosquitero que se desprende de un hueco negro que es el techo. Muros amarillentos y sucios a derecha e izquierda. En cada muro una puerta. Más que puertas son aberturas irregulares donde se ha adosado madera, trozos de zinc, recortes de periódicos viejos. La puerta de la izquierda conduce a un pequeño cuarto que es el baño y almacén improvisado. La de la derecha a la calle. En el resto de este muro hay dibujos imprecisos, pero trazados con fuerza)
(Toda la habitación está llena de objetos antiguos: un órgano, una rockola o sinfonola, un tinajero, baúles, cajas. Muñecas alucinantes cuelgan o están sentadas.)
(Al levantarse el telón apenas logramos distinguir en la penumbra al viejo Zacarías, tendido sobre el colchón que está en el suelo, en primer plano, a la izquierda, cerca de la puerta del baño. Todas las puertas están cerradas y el sol de la mañana no logra entrar en la habitación).
(Zacarías se despierta. Al incorporarse vemos que es sucio y mugre; tiene la barba y el pelo largo y enredado. Se levanta y camina pesadamente, desperezándose. Un bostezo y el viejo va hacia la cama y descorre o abre el mosquitero. Sobre el colchón y entre sábanas sucias y arrugadas hay tres personajes; Gabriel, a la izquierda; Sagrario, en el centro y Angel, a la derecha).
(Sagrario es una muchacha envejecida prematuramente; mechas negras e indóciles sobre los hombros; está en avanzado estado de gravidez. Gabriel y Angel son dos jóvenes que acaban de salir de la adolescencia. Los tres duermen)
(Zacarías los observa durante un momento y se dirige luego al viejo órgano donde se sienta y toca un trozo del Preludio, Coral y Fuga de César Frank)
(La primera en despertar es Sagrario que lentamente, se pone de pie, se despereza y juega con sus sucios cabellos)
ZACARIAS – Buenos días
SAGRARIO – (Sin convicción) Malditos sean
ZACARIAS – (Interrumpe su ejecución y llama a Sagrario, agitando sus dedos con las palmas de las manos hacia arriba) Ven, ven.
SAGRARIO – (Asomando su vulgaridad) Ya va
ZACARIAS – Rápido. Ven, ven
SAGRARIO – (Se baja de la cama y va hacia el extremo contrario, alejándose del viejo)
ZACARIAS – ¿No vienes?
SAGRARIO – No
ZACARIAS – Eres la reina ¿no?
SAGRARIO – Si, soy la reina. Por eso no voy
ZACARIAS – (Camina hacia ella dando saltitos cortos) ¿Cómo amaneció el pedacito de hombre? ¿Puedo tocarlo?
SAGRARIO – Tócalo (Zacarías pasa su mano suavemente por el vientre de Sagrario. Ella habla mientras alza los brazos y echa su cabeza hacia atrás). Anoche estaba molestando nuevamente. Pataditas. Pellizquitos. Gemidos.
ZACARIAS – ¿Pellizquitos? ¿Gemidos? No puede ser.
SAGRARIO – ¿Lo soñé entonces?
ZACARIAS – Si lo soñaste (Pega su oído al vientre de Sagrario)
SAGRARIO – ¿Lo oyes?
ZACARÍAS – Nada. Está quietecito
SAGRARIO – Debe estar durmiendo. Es caprichoso el verdugo. Cuando quiero dormir, está alerta, despierto, molestándome. Cuando me levanto se duerme. Estoy segura que lo hace a propósito, para llevarme la contraria.
ZACARIAS – Está cansado ¿entiendes? Molestó toda la noche y ahora está rendido.
SAGRARIO – No sabe lo que hace. El peine (Zacarías está embobado mirando con ternura el embarazo. Ella grita) El peine, dije.
ZACARIAS – (Volviendo en si) Si, si (Corre a buscarlo) ¿Dónde está?
SAGRARIO – ¿Cómo voy a saber?
ZACARIAS – Como tú…
SAGRARIO – Como yo nada. Consíguelo. Y pronto.
ZACARIAS – Hubiera jurado que estaba allí
SAGRARIO – ¿A qué no lo juras ahora? ¡Búscalo!
ZACARIAS – Eso hago (Busca)
SAGRARIO – Te has convertido en un inútil. Cada día más viejo, cada día más viejo
ZACARIAS – Como es natural,
SAGRARIO. ¿No piensas que me gustaría despertar cada día más joven?
SAGRARIO – Amaneciste de muy buen humor
ZACARIAS – Sí.
SAGRARIO – ¿Por qué?
ZACARIAS – ¿Te molesta?
SAGRARIO – Tú sabes que sí
ZACARIAS – (Encuentra el peine) Aquí está
SAGRARIO – (Que se ha sentado) ¿Dónde estaba?
ZACARIAS – En los cabellos de Jimena
SAGRARIO – ¡Esas malditas muñecas! Siempre limpias, bien vestidas, bien peinadas, en silencio. ¡Comen mejor que nosotros!
ZACARIAS – Sagrario…
SAGRARIO – ¿Qué?
ZACARIAS – Hoy te tengo una sorpresa
SAGRARIO – Conozco tus sorpresas.
ZACARIAS – Esta es una sorpresa de verdad
SAGRARIO – ¡Bah!
ZACARIAS – (Camina en busca de un paquete que está junto al colchón) Quiero enseñártela…
SAGRARIO – ¡Péiname!
ZACARIAS – (Se detiene) Pero…
SAGRARIO – No insistas, ¿quieres?
ZACARIAS – Está bien. (Regresa y se coloca detrás de Sagrario, en posición de peinarla. Parece querer decir algo que no se atreve o no sabe cómo decir)
SAGRARIO – Ráscame primero la cabeza. ¡Ráscame! (Zacarías obedece) Así… Así… Así… más a la derecha… no, allí no… un poquito más… ¡ay, qué rico!… sigue… sigue… así… así… Una vez me encontré un muchacho… fue terrible… ya estaba embarazada… dos meses… hice todo lo que pude, pero nada… fue terrible, terrible… un muchacho joven… creo que le dio miedo… o vergüenza quizás… se me quedó mirando con la cara pecosa y la cabeza gacha, gacha, gacha… yo sé que me miraba… creo que la barriga fue la culpable… hicimos bien tomar vacaciones… así, así… más a la izquierda, un poquito más… así, así… ¡riquísimo! Después que el verdugo explote, ¿cuánto tiempo más de vacaciones?
ZACARÍAS – No sé… un mes…
SAGRARIO – ¿Alcanza?
ZACARIAS – Si, para un mes más alcanza. Me gustaría que tú siguieras mucho tiempo… un año… dos… toda la vida…
SAGRARIO – No, tengo que trabajar
ZACARIAS – Porque te gusta, ¿verdad?
SAGRARIO – (Grita) Sígueme rascando.
ZACARIAS – (Obedece) Sí
SAGRARIO – Divino, divino… así… ahora por aquí, por la nuca… No es eso ¿sabes? Y no vuelvas a repetirlo. ¿De qué vamos a vivir cuando se vacíen la bolsa y el baúl? ¿Dé las migajas que traes?
ZACARIAS – ¿Migajas?
SAGRARIO – ¡Migajas! No es lo mismo tu mano extendida que mi cuerpo. Tus defectos que el mío. El mío es una virtud para aquellos que necesitan desahogar sus penas y sus alegrías…
ZACARIAS – Cuando nazca el niño, Gabriel y Angel tendrán que volver a trabajar
SAGRARIO – No. No quiero. Sabes que no estoy de acuerdo. Es peligroso. Un día caerán. Prefiero trabajar el doble. ¡Y ráscame! ¿No puedes rascar en forma continua? ¡Son horrendas esas pausas!.
ZACARIAS – Pero llegará un momento en que tendrán…
SAGRARIO – No te dije. Y punto (transición) ¿Sabes por qué dije alegría? El otro día me tocó uno que lo hacía con alegría, como si tuviera cometiendo una travesura. ¡Cómo me gustó! ¡Qué inocencia…! ¡Qué inocencia! (ríe) Así… Así… rico, rico, rico… Todo sigue siendo un misterio, Zacarías. Cuando me iniciaste… al comienzo, ¿recuerdas?… me daba miedo y asco… no quería… no era yo… pensaba que todo era un misterio por descubrir y no quería descubrirlo… sí, un misterio que se iba a descubrir lentamente… poco a poco… ahora… mmmmjmmmm… me doy cuenta que no he descubierto nada… todo es como al principio… impenetrable… porque hay más y más combinaciones… combinaciones de combinaciones… más y más interminables… Un misterio, como al principio…
ZACARIAS – Es que te gusta. Estoy seguro que te gusta
SAGRARIO – (Grita) ¡Deja de rascarme ya con tus manos inmundas! ¡Péiname!
ZACARIAS – Sí (Obedece)
SAGRARIO – Y no me hales… (Grita) ¡Aaaaayyy! ¿Lo ves? ¡Me haces daño inútil!
ZACARIAS – No es mi culpa. Lo hago con suavidad.
SAGRARIO – (Rezongando) ¡Con suavidad, con suavidad! No tienes mano sino para extenderla y recibir y embolsillarte…
ZACARIAS – ¿Así está bien?
SAGRARIO – Así sí.
ZACARIAS – Dime cuando te duela
SAGRARIO (Grita) ¡Aaaayyyyyyy!
ZACARIAS – ¿Te hice daño?
SAGRARIO – ¡Dame acá ese peine! ¡No sabes hacer nada! (Le arrebata el peine) ¿O vas a decir que es culpa de mi pelo?
ZACARIAS – Está un poco enredado.
SAGRARIO – Enredado está tú con tu torpeza de manos que tiemblan y olor a mono ¡Aparta! ¡Yo me peino sola! (Lo hace. Zacarías se queda en el mismo lugar durante un instante. Muy triste se va apartando hacia su colchón. Sagrario tararea un aire popular y se peina con desenvoltura. De pronto se hace daño a sí misma y pega un grito que trata de reprimir. Zacarías se sienta junto al paquete y continúa con su expresión triste) ¡No te rías!
ZACARIAS – No
SAGRARIO – (Tararea y se peina) ¿Qué tiene el paquete?
ZACARIAS – (Rápidamente interesado) ¿Ah?
SAGRARIO – La sorpresa… ¿qué es?
ZACARIAS – ¿Puedo mostrártela?
SAGRARIO – Bueno
ZACARIAS – (Nervioso, se levanta, toma el paquete, trata de abrirlo, pero la cuerda que lo envuelve en muy resistente) Ya verás ¿Donde están las tijeras?
SAGRARIO – ¿Y yo qué voy a saber?
ZACARIAS – Pero donde las pude haber puesto…
SAGRARIO – (Se ha acercado a la cama. Observa a Gabriel) ¿Has visto cómo duerme?
ZACARIAS – ¿Quién? ¡Angel! es un flojo
SAGRARIO – (Dulce) No, Gabriel. ¿Nunca has visto un conejo dormido?
ZACARIAS – Pero ¿dónde estarán esas malditas…?
SAGRARIO – Igual. Las orejas puntiagudas… el hocico… sólo le faltan esos bigotes largo que nunca le han querido crecer
ZACARIAS – Estaban aquí… estoy seguro…
SAGRARIO – ¡Maldita sea! ¡Déjame en paz!
ZACARIAS – Pero si las había puesto sobre…
SAGRARIO – En la garganta de una de las muñecas clavadas. ¡Allí deberían estar!
ZACARIAS – ¡No! (Se arrodilla) ¡Haz que aparezcan, haz que aparezcan! (Reza en voz baja, con los ojos cerrados)
SAGRARIO – (viendo a Gabriel) Es increíble cómo Gabriel ha crecido. Muy rápido. Hace pocos años era un niño ¡Cómo ha crecido de rápido! No es un hombre, pero es algo mejor que un hombre. Ahora tiene lo mejor de la mujer y lo mejor del hombre. Lo lleva consigo. Adentro y afuera (mira a Zacarías) ¿Quieres dejar de rezar?
ZACARIAS – (Abre los ojos exaltado, como poseso de una voz superior que le hubiera hablado) ¡Sobre el órgano, sobre el órgano! (Corre hacia el órgano y busca. Encuentra las tijeras) ¡Aquí están! ¡Una vez más, una vez más! ¿Te das cuenta, Sagrario? ¡Una vez más! ¡Tienes que creer!
SAGRARIO – A ti te sirve eso. A mi no.
ZACARIAS – ¿Cuántas pruebas necesitas?
SAGRARIO – Ninguna
ZACARIAS – Primero el billete de lotería…
SAGRARIO – (Despectiva y burlona) ¡El billete de lotería! ¡Cuatro centavos!
ZACARIAS – ¿Y la enfermedad?
SAGRARIO – ¡Una vulgar fiebre!<
ZACARIAS – ¡Y ahora… las tijeras, las tijeras! Tú eres testigo. ¿Vas a negarlo?
SAGRARIO – ¿Porqué no dejas de hacer el imbécil y abres el paquete? ¿No encontraste ya las tijeras? ¿Qué esperas entonces? Me tienes harta
ZACARIAS – Sí, sí (Va hacia el paquete y lo abre. Está muy emocionado) Te gustará mucho, Sagrario.
SAGRARIO – Eso espero.
ZACARIAS – (Saca del paquete una peluca amarilla de grandes bucles rubios) Mira…
SAGRARIO – (sin mirar mucho, pensando en otra cosa) ¿qué es eso?
ZACARIAS – Para Aspasia… ¿Te gusta?
SAGRARIO – (La mira y se acerca riendo) Sí… déjame ver… es graciosa… (Ríe) Me gusta… tienes razón por una vez… me gusta
ZACARIAS – Yo sabía que te iba a gustar
SAGRARIO – (Camina con la peluca en la mano) No es que me parezca bonita…
ZACARIAS – ¿No es bonita?
SAGRARIO – Sino que tiene algo…
ZACARIAS – (Gozoso) ¿Algo? ¿Algo cómo?
SAGRARIO – (Se sienta) Ven y colócamela
ZACARIAS – Es para Aspasia
SAGRARIO – ¿De dónde la sacaste?
ZACARIAS – Es para Aspasia
SAGRARIO – Pónmela, te digo. ¡Pónmela!
ZACARIAS – (Obedece) Sí, sí… pero un ratito solamente
SAGRARIO – ¿De dónde la sacaste?
ZACARIAS – ¿Te acuerdas de la vieja Elvira?
SAGRARIO – ¿La coja?
ZACARIAS – Sí
SAGRARIO ¿Qué pasa con ella?
ZACARIAS – La estaba vendiendo en el mercado
SAGRARIO – ¡No me digas que gastaste dinero en esto!
ZACARIAS – No, no. Se la robé
SAGRARIO – ¡Imbécil! ¡Eres un imbécil!
ZACARIAS – ¿Por qué?
SAGRARIO – No podré pasar por esa zona con la peluca puesta.
ZACARIAS – Pero si no es para ti. Es para Aspasia…
SAGRARIO – Eso te crees tú
ZACARIAS – No, no puede ser, Sagrario. No es tuya. Es de Aspasia
SAGRARIO – Aspasia no existe. Es un nombre
ZACARIAS – Pero va a existir. Tú lo sabes. Estás comprometida.
SAGRARIO – (Se levanta con la peluca ya colocada) Un espejo, pronto. (Zacarías no se mueve) ¿No oyes, maldito? Un espejo frente a mi cara. Pronto. (Grita) ¡Un espejo, te digo!
ZACARIAS – (Obedece). Sí, sí (Mira hacia todas partes) ¿Y el espejo? ¿Dónde está?
SAGRARIO – ¿Es imprescindible que lo pierdas todo y que siempre andes por este cuarto buscando, buscando?
ZACARIAS – Pero tengo que buscarlo, ¿no es así?
SAGRARIO – Claro que tiene que buscarlo. ¿Cómo me veo?
ZACARIAS – (Buscando) tienes que verte tú misma. Estaba seguro que estaba allí, recostado al muro.
SAGRARIO – Pero ahora no está
ZACARIAS – No está
SAGRARIO – (Furiosa) Viejo idiota, busca en el baño. ¿No está lleno de trastos?
ZACARIAS – (Sale de escena hacia el baño) Yo no lo he puesto allí.
SAGRARIO – (Después que Zacarías ha salido, pícara, en voz baja) Pero yo sí. Me gusta bañarme de noche, mientras todos duermen. Y verme.
ZACARIAS – (Fuera de escena) ¡Aquí está!
SAGRARIO ¡Tráelo, pronto! (Entra Zacarías con un espejo grande y pesado de cuerpo entero) ¡Quédate allí, allí mismo! ¡No te muevas! (Se mira, carcajea) ¡Es fantástico, fantástico!. Claro que voy a salir con ella. ¿Para qué sirve entonces? Parezco una heroína.
ZACARIAS – El peinado… no se usa ahora
SAGRARIO – Eso es lo bueno
ZACARIAS ¿No crees que…?
SAGRARIO Asimismo… tal cual… ¡fantástico, fantástico! ¡Voy a hacer época! (Ríe) ¡La cara que pondrá Busca-la-vida! ¡Los gestos que hará la Camelia! ¡Y los hombres! ¡Los hombres! ¡Deja el espejo allí, imbécil! Recuéstalo de la pared. Enséñame lo otro. ¿Qué es? A ver, a ver, ¿es un acierto también?
ZACARIAS – Es para Aspasia… tu me prometiste…
SAGRARIO – Sácalo
ZACARIAS – (Obedece) Sí, sí
SAGRARIO – Saca, saca, deja la delicadeza
ZACARIAS – Mira (enseña un traje mezcla de corista y santa, reina y cortesana. Se hace una pausa. Sagrario lo mira sin expresión) ¿Qué? ¿Te gusta?
SAGRARIO – (Avanza y se lo arrebata de las manos) ¡Dámelo! (Camina con los brazos extendidos mirando el traje) ¿Has visto esas mujeres del cinematógrafo, de las zarzuelas, de las grandes cortes de los reyes antiguos, de las óperas, de las orquestas, de los burdeles sagrados? Siempre las envidié. Ahora voy a ser una de ellas. Soy una de ellas.
ZACARIAS – Es para Aspasia
SAGRARIO – Es para ahora mismo. Para el sol, para la calle, para la gente que me conoce, para mi vida diaria. Para los desconocidos que tengo que conocer.
ZACARIAS – No, no puede ser
SAGRARIO – ¿Qué no puede ser? Sabes cuál es mi magia y mi religión. Mi propia voluntad. ¡Así! (Chasquea los dedos) Hágase entonces mi voluntad, viejito ¡Vísteme!
ZACARIAS – Pero…
SAGRARIO – ¡Qué me vistas te digo! (Baja la voz) Y no me hagas gritar, no quiero que Gabriel se despierte. Cuando abra los ojos al día de hoy, su primera visión voy a ser yo, totalmente vestida, engalanada, preciosa, bella, cortesana almibaraba. ¡Vísteme!
ZACARIAS – (Obedece) Sí
SAGRARIO – Y no me manosees con tus manos inmundas. Ya sabes lo que te puede pasar.
ZACARIAS – (Muy triste) Sí, sí
(Zacarías comienza a vestirla, pero empieza a llorar y se abraza a ella. Cae de rodillas) No te la traje para ti, ni para que lo luzcas a Gabriel.
SAGRARIO – No llores. ¡Vísteme!
ZACARIAS – Has perdido toda consideración conmigo. Ya no es como antes.
SAGRARIO – ¿Por culpa de quién? ¿No me vas a vestir?
ZACARIAS – Si, yo mismo fui eliminando el respeto entre ambos, pero no para eso… pensaba en una mayor confianza entre tú y yo… Otro tipo de relaciones…
SAGRARIO – ¡Inmundo, dame acá! (Le arrebata el traje y se viste ella misma frente al espejo.)
ZACARIAS – No me importa que me trates mal, que me digas malas palabras. Tú eres así. Y no lo haces porque sea yo. Lo haces siempre. Eso lo sé. Pero merezco otra cosa. Un poco de cariño. Cuando te recogí pequeñita lo hice porque necesitaba a alguien. Un cariño. No importa la forma. Un cariño.
SAGRARIO – (Vistiéndose) ¿Y Angel y Gabriel? ¿Otros cariños?
ZACARIAS – Estaba solo. No te conocía.
SAGRARIO – Un día me escaparé de nuevo
ZACARIAS – Volverás, como aquella vez. Más cambiada. Pudieron más unos meses de ausencia que tantos años conmigo.
SAGRARIO – Me choca que te pongas sentimental.
ZACARIAS – ¿Y qué hago con ellos?
SAGRARIO – ¿Con quienes?
ZACARIAS – Con los sentimientos. ¿Qué hago con ellos? No es algo que se pueda botar como un trapo sucio o una lata vacía.
SAGRARIO – Cómetelos. Trágatelos.
ZACARIAS – Eso hago.
SAGRARIO – ¿Eso haces y estás allí, arrodillado, ridículo, legañoso? Te la pasas arrodillado o buscando objetos. No haces otra cosa
ZACARIAS – Antes no era así.
SAGRARIO – Eso te lo digo yo. Antes no eras así. Quizá por eso he cambiado. Te respetaba porque te veía extraordinario, seguro de ti mismo. Mandabas.
ZACARIAS – Tú no me dejas mandar
SAGRARIO – Por ti no. Vamos, levántate de allí y toca…
ZACARIAS ¿Cómo?
SAGRARIO – Toca música de desfile. Voy a desfilar. Vamos, rápido. Ya estoy lista. ¿Voy a estarme aquí, esperando que el señor Zacarías termine de exprimir sus glándulas lacrimales? ¡Vamos, rápido! (Zacarías se levanta. Se sienta al órgano y toca). Esa música no. ¿Cómo voy a desfilar con esa marcha fúnebre? Algo alegre, triunfante. Moderno, viejo, moderno (Zacarías toca una música popular a ritmo un tanto clásico). Bueno esa está bien, más o menos bien. Un poco más de fuerza, de ritmo. Haz un esfuerzo, viejo… (Zacarías obedece, Sagrario desfila. Sus miradas se dirigen a Gabriel; desea que se despierte. Y así sucede. Gabriel abre los ojos. Inmediatamente, Angel. Ambos miran a Sagrario, pero en la actitud de Angel se nota un mayor interés. Gatea sobre la cama sin dejar de mirarla.)
ANGEL – Buenos días, Sagrario.
SAGRARIO – Buenos días, Gabriel. ¿Te gustó?
ANGEL – Como una visión.
SAGRARIO ¿Cómo una visión, Gabriel?
ZACARIAS – (Furioso, deja de tocas) Es Angel el que habla. ¿No te das cuenta? Gabriel está callado. (Sagrario se detiene. Zacarías se acerca a Angel y lo sacude) ¿No te vas a levantar? ¿Vas a dormir la vida? ¡Tirado allí, sin trabajar! ¡No es contigo! ¡Nada de esto es contigo!. Busca el trapo y limpia el piso. ¡Vamos! (Angel obedece, mientras Zacarías le sigue gritando. Sagrario, tierna, se acerca a Gabriel)
SAGRARIO – Buenos días, Gabriel.
ZACARIAS – ¡El trapo te digo! ¿Dónde está?
SAGRARIO – Soy yo.
ANGEL – (Buscando) No sé…
GABRIEL – Sé que eres tú…
ZACARIAS – ¿No sabes, demonio, y eres tú el que limpia esta semana? ¡Pues, búscalo!
SAGRARIO – ¿Y no me dices nada?
ZACARIAS – ¡Todo lo pierdes! ¡No tienes cabeza para nada!
GABRIEL – ¿Y qué te voy a decir?
ANGEL – Estaba en…
ZACARIAS – ¿Dónde?
SAGRARIO – ¿No estoy hermosa?
ZACARIAS – ¿Dónde, dónde estaba?
GABRIEL – Te ves mal
SAGRARIO – ¿Mal?
ANGEL – Encima de las cajas. Allí estaba. Allí lo dejé
GABRIEL – No eres tú
ZACARIAS – ¿Y por qué no está allí ahora?
SAGRARIO – Si, soy yo. Mírame bien
ZACARÍAS – ¿Voló? ¿Vino una bruja en una escoba y cargó con el trapo?
ANGEL – No
GABRIEL – Te he visto
ZACARÍAS – ¿Entonces?
ANGEL – No sé
SAGRARIO – Yo te veía dormido y me decía…
ZACARÍAS – (Toma un rejo) Mira lo que tengo en mi mano, Angel, ¡mira!
GABRIEL – ¿Qué te decías?
ZACARÍAS – ¿Sabes lo que es? (Angel asiente)
SAGRARIO – Que has cambiado. Pero al mismo tiempo…
ZACARÍAS – ¿Qué es?
SAGRARIO -… que nunca te he conocido realmente…
ZACARÍAS – ¿qué es?, te pregunto. ¡contesta!
ANGEL – El rejo
SAGRARIO – … y que eso es lo que amo de ti…
ZACARÍAS – ¡Ajá! ¡El rejo! ¿Y para que sirve?
SAGRARIO – … lo que amo de ti…
ZACARÍAS – (Grita más) ¿Para qué sirve?
ANGEL – Para castigar…
SAGRARIO – …pero tampoco estoy segura…
ZACARÍAS – ¿Para castigar qué?
SAGRARIO – …hemos hablado tan poco…
ZACARÍAS – ¡contesta!
SAGRARIO – ¡Tantos años y tan pocas palabras!
ANGEL – Para castigar la estupidez
ZACARÍAS – ¡La estupidez no! ¡Tú estupidez!
SAGRARIO – Y lo que no se ve en los seres se conoce a través de las palabras
ZACARÍAS – ¡Dilo!
SAGRARIO – Nunca hemos hablado…
ANGEL – Tu estupidez
ZACARÍAS – Tu estupidez no. ¡Mi estupidez, mi estupidez! ¡Dilo!
SAGRARIO – En tantos años nunca hemos hablado realmente… ¡Tantos años!
ZACARÍAS – ¿No lo vas a decir? (Lo azota con el rejo) ¡Dilo!
GABRIEL – (Grita) ¡Déjalo!
ANGEL – Mi estupidez…
ZACARÍAS – (Risotada) ¡Ajá! ¡Tu estupidez! Y ahora busca, busca… si no lo encuentras rápidamente… (Angel busca y Zacarías lo sigue repitiendo: busca, busca)
SAGRARIO – Nunca hemos hablado realmente. Si me molestaras como me molesta el verdugo, yo me hubiera entregado a ti. Solo a ti. Sabes que es cierto. ¿No te gusto entonces?
GABRIEL – (Que mira a Angel seguido por Zacarías) así no.
ZACARIAS – Vas a limpiar el suelo centímetro a centímetro…
SAGRARIO – (Se quita la peluca) ¿Y así?
ZACARÍAS – Vas a matar cada rata, cada cucaracha, cada polilla, cada insecto, cada mamífero, cada dinosaurio que encuentres…
GABRIEL – Así tampoco
ANGEL – (encuentra el trapo) Aquí está
ZACARÍAS – (Con satisfacción exagerada, teatral) ¡muy bien, empieza el ballet! El señor Angel va a obedecer mis órdenes y el señor Zacarías se va sentar a verlo. Por cada error cometido, un cuerazo. ¡Como yo sé darlos! ¡Empezar! (Hace sonar el rejo sobre la silla donde luego se sienta. Angel se arrodilla y comienza)
SAGRARIO – ¿Así tampoco, verdad? (Habla su orgullo en alta voz) Pues como da lo mismo me la coloco nuevamente (Lo hace en el espejo) La gente no se enamora de los pelos ni de los traje de la otra gente. Se enamora de lo que puede haber dentro. No importa la forma y, a veces ¡ni siquiera el contenido¡
ZACARÍAS – No empieces por allí (Angel lo mira) Mejor por allá… por la esquina… por mi sitio… bien limpio… ¡tírame una naranja, Gabriel! (Gabriel le lanza una naranja, Zacarías la atrapa y le quita la corteza con una navaja. Angel, mientras tanto, ha obedecido las órdenes)
SAGRARIO – (Se vuelve a Gabriel con la peluca puesta) Y cuando digo contenido me refiero a ti. ¡Qué sé yo de lo que tienes adentro y de cómo eres realmente! ¿Por qué voy a empecinarme entonces? ¡Vuelvo a ser ésta! ¡Me gusta ser ésta! ¡Y pasear! ¡Y que tú me veas!
ZACARIAS – No, quita el colchón, imbécil. Primero quitas el colchón, lo sacudes, y luego limpias… (Angel obedece).
SAGRARIO – Ni siquiera me ves. Está bien. Paseo para mí sola. Paseo por fuera y por dentro. Me gusta. Lo hago porque me da la gana. (Se acerca a Angel) Mírame tu, Angel… oh, ese polvero, me ensucias… (Angel deja el colchón y se apresura a sacudir a Sagrario).
ZACARIAS – Con Angel no te metas. Angel, sigue tu trabajo.
ANGEL – (A hurtadillas) Estás bella
ZACARIAS – ¿No me has oído?
ANGEL – Sí. (obedece)
SAGRARIO – Bella es una palabra para idiotas. Tendríamos que buscar una acepción desconocida.
ZACARIAS – (Termina de mondar la naranja) ¡Perfecta!
SAGRARIO – No, tampoco.
ZACARIAS- (Iza la corteza que ha logrado desprender completa) Perfecta. Completa. De cabo a rabo. Como una bandera. Una oración. Hay que colgarla en el sitio de los trofeos. (Lo hace) Y que allí se queme para que nos entregue su humedad. Y ahora (vuelve a la silla con la fruta en la mano, goloso por comerla), a disfrutar del premio merecido.
SAGRARIO – (Se la quita) Dame
ZACARÍAS – ¿Por qué?
SAGRARIO – (Se la tira a Gabriel) Tu desayuno, Gabriel (Gabriel come)
ZACARÍAS – Otra naranja, Gabriel (Gabriel le lanza otra. El viejo la atrapa y comienza a mondarla. Descarga su furia con Angel) ¡Barre primero con la escoba, demonio! ¿Vas a recoger todo el sucio en ese pedacito de trapo? (Angel obedece)
GABRIEL – ¡Déjalo ya, Zacarías!
ZACARÍAS – ¿Dejarlo? ¿Cuándo no sabe ni respirar, cosa que todo el mundo aprende al nacer? (Cae un trozo de la corteza) ¡El demonio me lleva! ¡He fracasado!
SAGRARIO – (Se lleva las manos al vientre) ¡Ay, ay!
ZACARIAS – (Dulce) ¿Te duele, hijita?
GABRIEL – Pues de eso se trata. De que le duela. Tiene que aguantar
SAGRARIO – ¡Este verdugo!
ANGEL – ¿Quieres el remedio?
ZACARIAS – Tu sigue ahí (Sagrario hipa en medio de quejidos y protestas) Ven conmigo, rápido, al baño (La conduce al baño. Angel, escoba en mano, se queda mirando la puerta por donde salieron. Se escuchan los gemidos y desgarramientos de Sagrario. Gabriel se ha quedado con la vista fija en un punto cualquiera. De pronto mira a Angel. Este reacciona).
GABRIEL – Toma
ANGEL – ¿Qué? (Gabriel le tira la naranja que ha estado comiendo. Angel la atrapa. Pausa) Sobras (Tira la naranja contra el muro. Gabriel, triste, baja los ojos. Sagrario, en el baño, sigue vomitando)