literatura venezolana

de hoy y de siempre

Leoncio Martínez

Por: Gabriel González

¡Ah, quién sabe si para entonces,
ya cerca del año 2000
esté alumbrando libertades
el claro sol de mi país! LM

Así finaliza La balada del preso insomne, escrita por uno de los venezolanos más queridos de una época. Leo, el seudónimo con el que más se vistió su pluma, era un asiduo de La Rotunda, aquella temible cárcel a la que fueron a dar los más dignos huesos de los intelectuales y políticos antigomecistas. Precisamente preso, la nochebuena de 1921, hambriento y viendo nublado “el claro sol de mi país”, escribía aquel poema que Pocaterra leyó en voz alta:

Estoy pensando en exilarme,
en marcharme lejos de aquí
a tierra extraña donde goce
las libertades de vivir:
sobre los fueros: hombre-humano
los derechos: hombre-civil.
Por adorar mis libertades
esclavo en cadenas caí.

Nació en 1888 en Maripérez, una zona aledaña de Caracas donde su padre, comerciante de leche, poseía una vaquería. Su abuelo materno, Celestino Martínez, fue dibujante y litógrafo, pionero de la fotografía en Colombia.

A los 12 años Leo se sumó a la redacción del diario humorístico La Linterna Mágica, clausurado por la dictadura de Cipriano Castro en 1902. Ese año comenzó a dibujar en el periódico La Voz del Pueblo.

Era entonces estudiante. Por 1908 comienza como profesional del dibujo en la revista El Cojo Ilustrado. Aquellas finas ilustraciones rompen con los monótonos clisés que aparecían allí, donde también publica su primer poema. Con los años, su calidad poética se refinaría hasta dar versos como los de La musa del joropo (cuya versión musical está casi desaparecida de los archivos musicales); o los de Dama antañona, o Amalia, que hoy se escuchan entre los clásicos de la música popular:

Digo con mi canto
lo que yo aprendí en la escuela:
bandera de Venezuela
por qué yo te quiero tanto.

Su hermano RAF, caricaturista, funda El Independiente (1909) y a los 15 días van al calabozo por una imagen donde Leo muestra un grupo de policías poniéndole las esposas a la Justicia. Siempre inquieto, en 1912 con Cabré, Monsanto, Reverón, Gallegos y otros, funda el Círculo de Bellas Artes. Dos años después lo vemos con Rafael Guinán creando los mejores momentos del jocoso género teatral llamado sainete, pues ese 1914 se estrena su obra El salto atrás, y las revistas musicales Sin cabeza y El rey del cacao.

Con Job Pim —su llave desde el escolar— dirige el humorístico Pitorreos (1918). Al año participan en una insurrección contra Gómez y van a la cárcel.

A la salida aparece Fantoches —con sede entre San Francisco y Pajaritos— el periódico desde donde se desbordó como editor, periodista, humorista, publicista, crítico, dramaturgo y cuentista —así en Marcucho, el modelo y El eclipse de sol.

Lo venezolano era su pasión y a eso iba dedicando su obra: “Una especie de conciencia de clase artística preside su insistencia en los temas del submundo criollo con sus viejecitos enamoradizos, sus oscuros cuadros de mendicidad, sus curas gordos y sus beatas corroñosas, imágenes deplorables de una sociedad que había degenerado en lustros de resignado sometimiento”, dice Aquiles Nazoa.

En 1937 criticó al fascismo emergente en algunos estudiantes socialcristianos y una turba liderada por Rafael Caldera y Lorenzo Fernández fue a darle una cobarde golpiza en el periódico. Lo cual produjo conmoción nacional. Nunca silenciable, el laborioso humorista continuó su labor.

Hacia 1941, con 52 años, dejó el tintero. El cortejo llegó de noche. Lento. Triste. Multitudinario. “Yo no quiero morir definitivamente”, había dicho en un verso. Sus sainetes, poemas, artículos, cuentos y humoradas son difíciles de conseguir en una biblioteca, pero su nombre conserva siempre el prestigio de la dignidad y el compromiso con los humildes.

Poesía

Balada del preso insomne

Teatro

El viejo rosal

Crónicas

Como suelen morir muchos amores y Titirimundi

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