Por: Alirio Fernández Rodríguez
Lena Yau (Caracas, 1968) es una narradora, poeta, periodista e investigadora venezolana que vive en España desde hace más de veinte años. Estudió Letras e hizo un máster en Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas. En Lena Yau será cosa común lo que para muchos escritores puede ser una rareza, dedicarse a mostrar las relaciones entre gastronomía y literatura. Es columnista en distintos medios y dicta talleres, entre los que destaca el de Escritura culinaria. Lena Yau es una escritora venezolana que está en Europa, pero que a través de su literatura ha podido seguir viviendo en Venezuela.
Soy de la calle del jabillo gigante, donde sus esquinas llevan a plazas e iglesias, me dice Lena Yau cuándo le pregunto por su lugar de origen. Ese lugar, del que se encuentra tan lejos hoy la escritora venezolana, ella parece no haberse ido nunca. El sur es la avenida, la tienda de discos, el correo, María Moñitos, la carburación de los autobuses, las aceras levantadas para dar paso al metro, la jaula de King Kong, las caravanas electorales, me cuenta Lena Yau. La autora de Hormigas en la lengua empieza a decir quién es gracias a puntos cardinales que su memoria se niega a borrar. Hacia el norte, la pastelería con nombre de río, el cine y el súper dentro de una mata de coco, el colegio, la natación y el tenis, la montaña. Detrás de la montaña, el pegoste del salitre en la piel y el mareo sabroso del gasoil, continúa dibujando su origen con palabras Lena Yau.
Así son el norte y el sur que se fijaron en la escritora. Aunque el desarraigo produce también estos pequeños milagros: una mujer en Europa que revive y atesora estos lugares y momentos de un país caribeño, quizá ya inexistentes. Al oeste, un castillo y un barco encaramados entre cactus, el asfalto en curvas, los arrecifes, las salinas, la planta antes de la explosión, el arco en el que se lee Villa Croacia. En el este, la marina, la lancha, el cabo y su mar abierto, los erizos y el accidente, agrega como últimas pinceladas Lena Yau para decirme que así es su Caracas, para decir que es «caraqueña, de Chacao, del mar y de las cicatrices internas que deja un choque frontal».
El fantasma de la niña cuidó mis lugares, allí sigue todavía, dice Lena Yau acerca de la importante permanencia de la infancia en su vida. «La mujer le debe a la niña todo. Soy ella aún. A la adolescente la pienso menos. Quizás evito pensar en la mudanza, en los años que viví la ciudad militar. Siempre sentí ese traslado como un destierro. Fue una estancia corta que nunca encajé bien», confiesa la escritora. También en Lena Yau la memoria cumple esa máxima de ser arma de doble filo, artificio para encuentros y desencuentros.
La memoria cumple esa máxima de ser arma de doble filo, artificio para encuentros y desencuentros
«Solo me aliviaba el camino a su mar, las curvas del Henry Pittier con la bahía y sus torres, La Ciénaga, El Playón, La Boca, Puerto Colombia. Regresar a Caracas fue regresar a una parte de mí que se quedó vagando en la ciudad», es lo que significan los años del pasado infantil y juvenil de aquella Lena que iba a ser determinante en el universo literario de la escritora. Esta otra Lena, la que se deja colar a través de páginas de poesía o narrativa, impregnándolas cada vez de una búsqueda particular e incesante, esa Lena es también la pequeña Lena.
Esta niña es rara, decía mi tía abuela; lee el periódico, recuerda la escritora sobre sí misma, trayendo al presente a la pequeña que recién había descubierto, de la mano de su madre, el mundo insondable de la lectura. «Aprendí a leer como aprendí a manejar. Por precoz. Por insistente. Por querer saber. Imagino que fui el tormento de mis adultos. Iba en el carro, veía las vallas y preguntaba: ¿qué dice ahí? ¿y por qué dice eso? ¿y cómo lo dice? Mi mamá diseccionaba las palabras, me explicaba las grafías y sus sonidos, me enseñaba cómo cambiaba el sonido según se combinaban las letras. La memoria fue clave. Así descubrí la lectura», me cuenta Lena Yau sobre el modo en que se hizo lectora.
Para la escritora venezolana fue también clave la libertad que le dieron aun siendo tan pequeña; fue a partir de un mundo libre como Lena Yau pudo entrar a todas las lecturas posibles. Sin ese espacio abierto que significó el desciframiento de los textos escritos que tenía a la mano no hubiese sido posible que aquella niña osara descorrer el velo de otro mundo que la esperaba: el de las interrogantes que surgían del acto de lectura, ese íntimo lugar que sería refugio permanente para Lena Yau. «Recuerdo leer la página roja de El Nacional y pensar en el antes: ¿a qué jugaba la niña Tibisay antes de que el monstruo de Guarenas se cruzara en su tiempo? ¿Cómo era el monstruo de Guarenas cuando era un bebé? Me hacía una historia con lo no contado», me cuenta la escritora.
La lectora se convierte en escritora cuando atiende la invitación, cree Lena Yau. «Hay momentos en los que caen en tus manos lo que llamo libros parteras, libros comadronas. Son libros que te dejan un hilo para que lo tomes y escribas. Libros que invitan a contar. También las imágenes tienen lecturas que piden ser narradas, poetizadas», dice Lena Yau. Para ella el descubrimiento de la lectura no dejó nunca de darle otros descubrimientos, como el de la escritura, acaso el que más le ha exigido. Pero en Lena Yau la escritura surge por ese signo suyo, el de la búsqueda, que la llevó a pasar de la pregunta inocente o no, a la intervención del texto que estaba leyendo.
Hay libros que te dejan un hilo para que lo tomes y escribas. Libros que invitan a contar.
No se trataba ya de preguntarse por qué este final y no otro o por qué este personaje había de ser así y no de otra manera, lo que Lena empezó a transitar fue un pasadizo que la llevaba al universo líquido que es ser escritora. «La lectora se convierte en escritora cuando atiende la invitación, cuando obedece a la pulsión, cuando se da cuenta de que no imagina la vida sin pulsar teclas, sin empuñar un bolígrafo para deslizarlo sobre el papel, cuando asume que es un trabajo diario», me cuenta Lena Yau sobre el arte de vivir como escritora. Así fue como aquella Lena que se atrevió a inventar otros finales o personajes de lo que leía aparecería como minúscula semilla de la escritora que vemos hoy.
Todos los empleos que he tenido están relacionados con la literatura, me cuenta Lena Yau al pensar en esas otras labores que ha tenido que hacer a la hora de ganarse la vida. Su primer trabajo fue cuando todavía era una estudiante de Bachillerato, mientras estaba de vacaciones trabajaba en una librería. «Me encantaba estar entre libros, recomendar, escuchar lo que la gente iba a comprar, reírme con algunos pedidos extravagantes. En las horas muertas me permitían leer», recuerda Lena Yau.
Pero también dio clases de castellano y literatura, de latín y griego y de inglés; experiencia que disfruto muchísimo, pero con la que constató que lo suyo no era la docencia. Asimismo, Lena Yau trabajó como redactora en una agencia de publicidad y escribiendo guiones para documentales. «Fui asistente de una candidata a la presidencia de Venezuela y me tocó registrar su partido. Aprendí y disfruté cada experiencia. Tropecé, acerté, hui, me hice», termina por agregar a sus experiencias de trabajo que algún saldo positivo dejaron en la vida de la escritora.
La mujer que soy y la escritora son la misma persona, afirma Lena Yau sin darle espacio a duda alguna. Para ella la compañía de la escritora y de la mujer estarán hasta el último suspiro de vida, sabe cómo manejar los espacios que cada una de estas condiciones le piden, aunque no sea tarea sencilla. «Me veo siempre en puntas. He aprendido a tenerme paciencia. Lucho por no sabotearme. La mujer escritora es terca, tiene miedos raros y valentías necesarias, tiende al aislamiento y lamenta que la vida no le alcance para leer y escribir todo lo que quiere. Esquiva látigos. Sabe todo. Desecha pesos. Renace a diario», afirma sobre esa dualidad en tensión y armonía que es hoy Lena Yau.
La literatura es un ejercicio transformador, piensa esta escritora venezolana. Lena Yau ve en la literatura no solo el espacio para el encuentro y creación de universos, sino que es también lugar predilecto del pensamiento y «andamiaje lingüístico, saber contado, historias que son preguntas. Cuido. Crecimiento». Sobre la literatura venezolana y lo que va siendo ahora mismo, Lena Yau la percibe en un momento espléndido y se une a la alegría de muchos otros venezolanos. «Suena y resuena —dice la escritora— a pesar de más de 20 años de bota y charreteras, de robo de papel y tinta, de asfixia. Cada libro publicado es una noticia que celebro».
Pero, además, el estar fuera de su país por tanto tiempo y ver ahora que la literatura venezolana está ocupando cierto espacio en el panorama internacional, le ha permitido otras formas de reencuentro con ese lugar que no dejó de estar en los recuerdos. «Me encuentro en nuestra escritura, en nuestros cuentos, poemas, ensayos, novelas. Leer literatura venezolana es volver al habla, al canto, a lugares agridulces, al humor. Recuperar memorias nubladas. Recoger palabras», termina por decirme Lena Yau.
Escribo y leo, leo y escribo, cuenta Lena Yau que es su diario vivir. Ahora mismo está trabajando en varios proyectos escriturales de los que prefiere no adelantar nada y de los que no sabe siquiera la fecha de nacimiento todavía. «Fuera de la literatura me entusiasma el mar, las islas, la botánica, el grabado, la mesa (probar, no cocinar), la fotografía, la vela, los caballos. Me gustaban las motos, pero me caí, entré en pánico y las saqué de mi vida (aunque no renuncio al mototaxi caraqueño)», me cuenta la venezolana desde España. Lena Yau es de este tipo de personas que te transmiten plenitud de vivir, esas excepciones que se abrazan al milagro de la vida sin quejas. «Vivir con lo bueno y lo no tan bueno. Distinguiendo las formas de querer. Sabiendo y no diciendo. Caminando», termina por decirme antes de despedirse.
En la mochila Lena Yau lleva consigo estas publicaciones: Trae tu espalda para hacer mi mesa (2015, 2021), Lo que contó la mujer canalla (2016), Bienmesabes (2018), Fisuras (2020), Bonnie Parker y la posibilidad de un árbol (2018) y Hormigas en la lengua (2015, 2021).