Por José Ygnacio Ochoa
Los poetas, que fingen cuando quieren, no descargan a sus héroes de lágrimas.
Montaigne, Ensayos II
Me apego a la expresión de Montaigne: el poeta no domina nada en lo absoluto. Solo se conmueve ante los acontecimientos. A partir de allí, todo es posible por cuanto la naturaleza humana está reservada para las emociones. Se modera, mas no se domina. Ella, la conmoción siempre estará allí, aparece en el momento menos esperado. Pasa con el libro de poemas de César Seco Lámpara y silencio «Antología poética 1987-2004» (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2007) una compilación que reúne ocho de sus libros de poemas. Comentaremos algunas de mis impresiones del mismo. Un recorrido que comienza con El laurel y la piedra (1987-1991). Desde su comienzo con el epígrafe de Marguerite Yourcenar ubica, en su referencialidad, al lector. Los dioses griegos no dejan de ser un mito, luego siempre serán releídos para desentrañar, en alguna medida, las interrogantes del comportamiento del hombre y su relación con el entorno. Situación que aparenta una lógica muy comprensible, pero que, en el fondo es más complejo de lo que se muestra.
Los dioses padecerán de su beldad, quizás una de las condiciones para que se esté dentro del rango de lo mitológico. La llevarán consigo, algo que para otros será un privilegio, creemos que en este caso, digo, para los dioses no. El dolor está incrustado como designio. En consecuencia, será un misterio del inframundo como la presencia de Hades en el universo del poema o Apolo representado en su oráculo entre «aire», «agua», «tierra», y «sol» vocativos que designan otra realidad, la del canto poético, pues se invoca lo sugerido. El llamado se personaliza con la imagen figurada: […]…Somos sombras entrando una dentro de la otra. […]…luego, aparece Narciso con su castigo por el rechazo a Eco. Condenado a adorar su imagen, dicho esto, en el poema de César Seco, «la luna» y «el agua» se fusionan para crear otra vida, otro espejo —tantos sean necesarios— en su constante reflejo de sus relaciones tormentosas dibujadas por máscaras con los mortales y semidioses acá en la tierra. En ese devenir van apareciendo los otros personajes mitológicos: Aquiles, Perseo (semidioses), Sísifo, Hermes, Orfeo, entre muchos. Cada cual entre noches, entre idas y vueltas en las naves del poeta dan cuenta de un «corpus poético» que funciona como un tamiz entre la voz del poeta —quien sutilmente sugiere una relectura de los clásicos griegos— y el lector.
En Árbol sorprendido (1995) si bien se mantiene el uso de vocablos como constantes: luna, agua se manifiesta otro giro en la composición de las figuras literarias. Nos detenemos en esas imágenes, que quizás son la posibilidad de que el poema perdure en el tiempo, pasado este, pasado el hombre: el poema queda. Veamos un pasaje del poema «La lengua mordida»: Un día le sale a uno / dejar de ser el de la casa, / el del mandado y del oficio; / Se aleja uno de ser niño […]. Parecen palabras llanas, solo que en ellas la arbitrariedad se desvanece para que se dé paso a otras distinciones de la vida con sus lejanías, opuestos e intersecciones del rumor para descomponer el significado histórico de la palabra. Grecia quedó atrás, ahora el mercado bullicioso de mi cotidianidad como súbito es el sentir de las figuras del cielo.
Con Acto de desaparecer y aparecer (1997) en estos poemas seleccionados de este libro nos topamos con términos-palabras-vocablos-alfabeto que dejan de serlo para convertirse en otras figuras: esquivas, irresolutas, en el concierto de lo imprevisto, ya que nada está definido. Así es el poema. Así, como las constelaciones dejando de ser para procurar otra galaxia. Luces que se desvanecen al compás del sonido del instrumento de colores en el cielo. La voz poética de Seco da para esto, sugiere, no impone: signos que en su transitoriedad dejan de serlo para connotarse en otro signo: signo sobre signo, en tanto lectura:
El pan
En el mantel la luz está por concebirlo.
Viene a decirme cómo se vuelve rosa del bocado.
Lo tomarán mis manos.
Una sílaba aceptada por amor a lo que viene.
Se ha ido.
No está en el limpio plato de silencio.
La sílaba se descompone para ser El pan. El poeta comparte el alimento hecho figura poética para luego convertirse en la otra unidad: aquello llamado amor, la denominación aceptada por la convencionalidad, llámese acepción del diccionario, desaparece —Se ha ido— se desvanece esa realidad para unirse en el plato y así compartir con la incondicional del silencio. Vale decir que emerge la sustancia de una identificación con lo que se es y con lo que se dice, la esencia de la arena, del agua y las tunas en el poema titulado Seco, como el apellido, se visualiza la cadencia de lo nombrado, luego, otra vez el pan en La casa del árbol. En esta secuencia de enunciados no existe plan alguno, solo es el viajar con la palabra y quedarse para siempre en otro estado: El viento música entre los árboles penetra. El signo va hacia otro sentido. La designación de lo nombrado en el poema va contracorriente a lo predeterminado; entonces, la expresión cambia en su sintaxis porque el poema es subjetividad pura. Dicho así; el carácter del poema que es en la voz del poeta se traslada al lector, al otro, que se identifica con el propósito de lo inadvertido. El canto se instalará para siempre en la hoja del libro: El árbol crece en medio de la noche. /Por dentro la savia del insomnio./ Al tallo el viento trae remolinos […] Sus ramas rasgan el cielo./ Su corteza el escenario. […] El árbol de la locura crece en medio de la noche. Estos pasajes del poema dan cuenta de esas sensaciones que se visualizan, no obstante, el árbol se expande con sus raíces. Continuada la lectura, ubicamos el poema-canto titulado Plenilunio, en él, la palabra luna —28 veces en las dos primeras páginas que se prolonga en las siguientes cuatro páginas— protagoniza el recorrido que marca un ritmo, luna en todas sus formas y manifestaciones, de hoy y de siempre, luna espejo y luna mía y de todos y del poeta César Seco. Vemos cómo el término se encuentra en los recovecos de mi subjetividad, en las ventanas y huellas del otro sentido, el que no se consigue en el tumulto, entonces, la imagen me genera aquella complicidad en el interior de Luna pan y pez de Jesucristo […] Luna alta de la gloria y de los sueños. […] Quiero creer que es un largo poema para la vida, para el encuentro y para la perpetuidad porque se crea una entidad con propiedades asociadas a las múltiples representaciones posibles, en este sentido cabe mencionar el título del libro de Juan Liscano, Espiritualidad y literatura: Una relación tormentosa. Creo que es eso, lo de lo tormentoso, siempre lo será. Porque lo intuitivo de la literatura no alcanza a una explicación definitiva.
En Noticias de la aldea (1993-1999) aparecen en esta selección solo tres poemas. Debo confesarles que son tres poemas contundentes que los invito a leer. Destaco, sin ánimos de descontextualizar la totalidad de la creación, para que sea un abrebocas y sugerirles la lectura, veamos, del poema titulado «Elías David Curiel»: […] El vidrio del vuelo está en la sangre […] De «La vaca de Orlando»: El pan de mi cerebro lo mojaba en las lecturas y de «Vuelo en giróscopo»: La ciudad es hoy más lerda, su corazón truena.
Así va toda la selección, nos sorprende de manera grata. Es un libro para ser leído con detenimiento.
Excelente . Es como un largo viaje del poeta , que deja una estela de cotidianidad, retrospeccion y misterio