Isaac Chocrón
La Revolución está concebida para poder representarse casi en cualquier lugar, sin necesidad de ninguna escenografía específica. Lo único que se recomienda es que la acción se desarrolle bajo un círculo de luz y que el resto del espacio disponible se mantenga en penumbra. Así las entradas y salidas de los dos actores parecerán apariciones y desapariciones. De hacerse en un escenario, este círculo de luz deberá estar lo más al frente posible.
PERSONAJES
Gabriel
Eloy
PRIMERA PARTE
Eloy aparece primero recibiendo al público mientras éste se sienta. Está vestido con el clásico smoking lustroso y un poco raído de casi todos los mesoneros de tercera categoría. Y como tales mesoneros, es demasiado obsequioso, demasiado nervioso, demasiado propenso a exagerar su papel de anfitrión, Va con pasitos rápidos de un lado a otro.
ELOY: Buenas noches… mucho gusto… buenas noches… un placer… ¿Ya están todos aquí? … Sí, creo que sí… enseguida comenzamos. (Gritando) ¡Ah!, Miss Suzy, ¿vamos a comenzar? ¡Ya están todos aquí! (Baja el tono) Enseguidita viene… debe estar dándose los últimos… ustedes saben cómo son las estrellas… ¡Si lo sabré yo que trabajé con él casi quince años! … ¡una vida! … de ciudad en ciudad, en todos los night-clubs, nómbrenme una ciudad, nómbrenme cualquier night-club, ¡allí estuvimos! ¡Qué tiempos! ¡Qué vida! Un remolino… Podría escribir un libro que nadie creería. Bueno, hoy en día por supuesto que lo creerían. ¿Qué no se cree hoy en día? Pero hace años hubiese parecido una… una estrambótica… una excentricidad… ¡una estrambótica excentricidad! ¡Como platillos! ¡Plam! ¡Plam! (Gritando) ¡Bueno! ¿Qué pasa? ¡Esto es para hoy, no para mañana, Gabrielito!
GABRIEL: (Desde dentro) Voy, voy. (Se apagan algunas luces de la sala)
ELOY: Gabrielito. Gabriel. Como el ángel. Era muy bello. Parecía un ángel. A veces lo llamaban Gaby, a veces Gordi, gordito, después que le vinieron los kilos. (Imitándole) “Si no fuera por estos kilos, ¡yo no sé qué sería de mí! (Tono normal) Pero no eran los kilos. Era lo que tenía aquí en la cabeza. Eso nadie se lo puede negar. (Imitándole) “¡A ver! ¿Qué tal? ¡Ríanse! ¡Para eso pagaron! ” (Tono normal) ¡Privilegiada! ¡Una inteligencia privilegiada!
(Se oye la Marcha Nupcial de Mendelssohn a gran volumen, se terminan de apagar las luces de la sala quedando tres o cuatro focos de luz triste por donde avanza Gabriel vestido de pantalón de kaki, camisa floreada desteñida por encima del pantalón y chancletas en los pies).
GABRIEL: (Gritando por encima de la música) ¿Quieres hacerme el favor de no hablar tantas pendejadas? ¡Sí! , te estaba oyendo, ¿o es que crees que soy sordo? (Al público) Hola. Enseguida comenzamos, pero primero déjenme averiguar qué se trae entre manos este marico de barrio.
ELOY: (Gritando) ¡No te oigo nada con esa música! ¿Para qué la pusiste?
GABRIEL: (Desapareciendo por donde entró) Ah, ¿es sin música la cosa? No hay ningún problema. (Sale).
ELOY: No le hagan caso. Música habrá. (Cesa la música) Hoy parece que está un poco alterado. Es muy temperamental. O malcriado. Así se comporta la mayoría de la gente que vive fuera de…
GABRIEL: (Entrando) ¿Y tú vives dentro, marico triste? Dime, ¿tú vives dentro? ¡Primera noticia! ¡Cada día se aprende algo nuevo! ¡Alabado sea Dios en las alturas! (A/ público) A ver, díganme, ¿creen ustedes que un mesonero maricón, alcahueta, prestamista, tracalero, que ha pasado casi toda su vida vistiendo y desvistiendo un batallón de ratas porque su lamentable físico le impidió formar parte de dicho batallón, creen ustedes que esto que ven aquí con corbatica de lacito, cara empolvada y boquita fruncida como culo de pollito tierno, puede estar dentro? ¿Dentro de qué? ¿Es que podría ser uno… uno de ustedes? ¡Verdaderamente, Eloy! ¡Qué mal llevas eso que Dios te puso entre las piernas!
ELOY: Blasfemias y palabrotas están fuera de orden, Gabriel. Ese ha sido siempre nuestro arreglo. De lo contrario no estaría esta gente aquí. Si es que pretendes hacerlos reír inmediatamente, trata de lograrlo exhibiendo tu cuerpo grotesco o haciendo tus numeritos de canto y baile, pero insultos a mi persona o alusiones a mi vida privada están fuera de orden.
GABRIEL: (omitándole) “Mi vida privada”. ¿Cuál, bobo? De privado tú no tienes nada, a menos que sea… No abras tanto los ojos, no diré otra palabrota. (Entrando en personaje) “Sí, mi querida duquesa, tiene usted completa razón. El mundo en que vivimos huele mal, y a pesar de que nosotras tratamos de mantener incólume el decoro y la etiqueta que distinguen a seres civilizados, cada vez más nos encontramos alejadas y aisladas del resto de la humanidad”.
ELOY: ¿Por qué no te vestiste? Así no vale.
GABRIEL: Exacto. No vale.
ELOY: ¿Y?
GABRIEL: Eso te digo yo. ¿Y?
ELOY: Será igual que otras veces. No te preocupes.
GABRIEL: De acuerdo. Entonces para que sea igual que otras veces, págame ahora.
ELOY: La chica está sacando cuentas.
GABRIEL: Siempre las saca. Pero tú ya debes saber cuánto hay. Tienes ojo de pájaro. ¡Pájara! Págame de tu bolsillo.
ELOY: No creo que hoy lleve suficiente.
GABRIEL: ¿Cómo? ¿El Banco Central no lleva suficiente? ¿Pere adónde va este país?
ELOY: ¿Es que nadie te ha dicho que últimamente haces chistes muy malos? Debe ser el principio de tu senilidad.
GABRIEL: “La menopausia me ha puesto muy nervioso, Ernestina. ¿Qué hiciste tú para dominarla?” (Pausa) ¡Págame! (Pausa).
ELOY: ¿Siempre no te he pagado?
GABRIEL: ¡Ah!, no empecemos a recordar el pasado. No nos volvamos sentimentales o lloraré pensando en todas esas veces que me has pagado, que me has especulado, que me has hecho trampas, que me has vendido y me has comprado. “Mi coronel, soy una pobre víctima de sus brillantes dotes empresariales”.
ELOY: Tú alquilas y yo pago. Es un negocio igual que cualquier otro.
GABRIEL: Correcto. Pero yo no soy un restaurant o un hotel, donde te traen la cuenta cuando terminas de consumir y se practica la ley de la confianza. Yo soy como un cine o un teatro o como una prostituta, fíjate que evito decir las palabrotas, y cobro antes. Cobro antes. Si al final no te gusta lo que pagaste, mala suerte. Otro día será. Ve y busca la plata.
ELOY: Te la estás dando de graciosa,
GABRIEL: Me dicen que parezco un primoroso estuche de monedas. “Ve, cariño. Ve y regresa rápido”.
ELOY: Y, mientras, tú te vistes.
GABRIEL: Eso se verá.
ELOY: ¿Cómo que se verá? ¿No piensas trabajar?
GABRIEL: Realmente, nadie me negará que este bombón es delicioso. ¡Cómo escoge los verbos! ¡Trabajar! ¡Me enternece! ¡Llama a lo que hoy yo hago, trabajar! ¡Lo único que falta es que me llames “obrero”!
ELOY: Hazme cosquillas para reírme de tus gracias.
GABRIEL: En cuanto me entregues la plata, te haré cosquillas y cualquier otra cosa que tú quieras, encanto.
ELOY: ¿Vas a hacer tu cosa o no la vas a hacer?
GABRIEL: Depende de ti.
ELOY: Muy bien. Enseguida regreso. Con permiso, señores. (Sale hacia la calle).
GABRIEL: “Aquí estaré esperándote, amor mío”. ¿Quién me da un cigarrillo? Ya sé que no se debe fumar en sitios como éste. Podríamos morir achicharrados. Pero si fumo yo solo, no pasa nada. Unas chupaditas nada más. Gracias. No sé dónde dejé los míos. ¡Mentira! No los dejé en ninguna parte. No tengo. ¡Ah! , no me miren así como si hubiera dicho que no tengo un centavo. Tampoco tengo un centavo. La plata se me va sin siquiera darme cuenta. A lo mejor a ustedes les pasa igual. Nos: pasa a todos. La plata entra y se nos va. Eso es lo que se llama flujo de capitales. Qué sutileza, ¿verdad? Pero lo importante del flujo es que siga entrando. Por eso le cobro por anticipado. Yo le conozco, ustedes no. Hace miles de años, miren cómo sonríe la señora porque dije “miles de años”, sí, miles de años, y hay que ver cómo me mantengo, hace siglos estaba yo en el “Rival” de Río de Janeiro, ¿lo conocen? , no se han perdido nada, igual a todos, si conocen uno los conocen todos, y se presentó Eloy a mi camerino diciéndome que era mi compatriota, que me admiraba mucho, qué sé yo… Yo lo vi y pensé: “¡Esta mariquita tiene hambre!”. Ay, perdón, ¡dije una palabrota!, bueno, no importa, una más, una menos, a fin de cuentas ustedes la conocen. Pues tenía hambre. Andaba metido en un lío de que era de la marina mercante, de que lo habían dejado en puerto, de que no tenía con qué regresar… Ahora que lo conozco me imagino lo que debe haber pasado y supongo que ustedes también se lo imaginarán. Pero en aquel momento me dio lástima, igual quizá a la que ustedes han estado sintiendo por mí desde que me vieron. “¡Ay, qué viejo!, ¡yo pensaba que era más joven! ¡Las carnes le cuelgan! ” Lástima. Horrible, ¿no es verdad? Se siente repulsión y al mismo tiempo una vergonzosa simpatía. Se siente una incomodidad. Por mí no se preocupen. Acéptenme como soy que a lo mejor les resulto divertido. O busquen las semejanzas entre ustedes y yo. A ver: tengo dos ojos, nariz, boca, dos brazos y dos piernas. ¡Miren cómo el señor aquel me ve! Está esperando ansioso que yo diga que me falta algo o, a lo mejor que diga que tengo algo diferente. No. Soy igual a todos. Lo único que cambia es lo que tengo por dentro, y no en el estómago. Ese casi siempre lo tengo vacío. Cambian las cosas que me pasan por aquí en la cabeza, cambia el orden de los cables, el diseño de los cables, pero eso nos pasa a todos. Cada uno tiene un diseño diferente. Supongo que el mío debe ostentar algunas florecitas. El de Eloy debe ser enmarañado, con las puntas de los cables como alfileres. Cuídense de él. Se los digo yo que lo conozco desde hace muchos años, yo que he sido su patrón y ahora soy su… ¿empleado? Ahí viene a pagarme. ¡Ah!, ¡las vueltas que da el mundo!
ELOY: ¿Sigues dando vueltas?
GABRIEL: Como una zaranda.
ELOY: Toma.
GABRIEL: Perdonen que les dé la espalda, pero mamá me enseñó que la gente educada jamás cuenta dinero en público.
ELOY: Te ha debido enseñar que tampoco recibe a sus invitados como si se hubiese acabado de levantar de una cama.
GABRIEL: (De espaldas, contando) Me acaba de levantar cuando…
ELOY: Llegará un día en que no te podrás parar.
GABRIEL: (De espaldas, contando) ¡Y a ti te gusta hacer tantas cosas, hormiguita!
ELOY: Vivir del cuento… Si esto fuera mío, ya lo habría vendido y aquí alguien hubiese puesto un rascacielos.
GABRIEL: (Dándose vuelta) Falta. Menos mal que no es tuyo.
ELOY: Si tuviera la plata suficiente…
GABRIEL: ¿No me oíste? Falta.
ELOY: Plata siempre falta.
GABRIEL: A mí me falta la que tú me debes. Saca.
ELOY: Estás loco. No falta un centavo.
GABRIEL: Falta, cucarachita, falta. Mientras te fuiste, yo los conté. Les conté un cuento y los conté. Hay más de de lo que aquí aparece. Si quieres contamos juntos. Vamos, por filas, empecemos por ésta.
ELOY: ¿Pero qué te crees? ¿Qué ellos son ganado? ¿No te da vergüenza?
GABRIEL: Vergüenza te dará a ti cuando terminemos de contar y todos se den cuenta de que eres un ratero. Un raterito corriente mordiendo aquí y allá. A ver: uno, dos, tres…
ELOY: Toma. Cuenta.
GABRIEL: Menos mal que aún te queda un poco de sentido común.
ELOY: Detesto los escándalos.
GABRIEL: ¡No me digas! ¿Mi empresario detesta los escándalos? Y si tanto los detestas, ¿por qué me contratas a mí? ¿No soy yo acaso uno de los mayores escándalos disponibles?
ELOY: Cuenta y vamos al grano.
GABRIEL: Perdonen que les dé la espalda nuevamente.
ELOY: Sí, ya sabemos, tu madre…
GABRIEL: (De espaldas, contando) Cuidado con las palabrotas.
ELOY: Y tú cuidado con las cosas que dices, haber pagado por adelantado no significa tener que soportarte insultos. Podríamos obligarte a devolver Lodo eso que te estás metiendo en el bolsillo.
GABRIEL: ¡Pero, Dios del Sinaí! ¿Oyen lo que este imbécil está diciendo? Y lo dice con su cara fresquita, sin ninguna expresión. ¿Acaso pagaste tú? Pagaron ellos, necio. Ellos son los que han pagado; no tú. Tú sólo eres un intermediario que cobra un porcentaje por sus servicios.
ELOY: Sí, pero mi reputación está de por medio. Si esto no sirve…
GABRIEL: ¿También te jactas de tener reputación? ¿Pero es que jamás cesarán los milagros? Me arrodillo y doy gracias de haber sido testigo de una infamia más. Señores, este mequetrefe parado aquí a mi lado proclama tener una reputación. Rocemos nuestras frentes contra el suelo y…
ELOY: No puedes, tu barriga es muy grande. Párate.
GABRIEL: “Aquí estoy parado frente a vos, Comendador. Hábleme de su reputación”.
ELOY: ¿Qué se hizo la rockola?
GABRIEL: “Esa ligera joroba que le noto en su espalda, ¿le nació debido al peso de su reputación? ¡Así es, enderécese! Meta el estómago, oprima las nalgas hacia adentro, apriete las rodillas y tendrá el garbo de un emperador”.
ELOY: ¿Dónde está la rockola?
GABRIEL: La vendí. Cada mañana al levantarme hago este ejercicio cinco o seis veces. Miren: meto el estómago, oprimo las nalgas…
ELOY: ¿Cómo que la vendiste?
GABRIEL: La cambié por un grabador. Aprieto las rodillas y dejo caer la cabeza poco a poco, luego los hombros, luego los brazos….
ELOY: Muy bonito. Entonces no hay música.
GABRIEL: Dejando todo el tronco, la cabeza y los brazos relajados…
ELOY: ¡Yo creo que es mejor que dejemos todo de este tamaño!
GABRIEL: Y así me quedo unos instantes. El grabador tiene toda la música grabada, ¡burro! Pueden quedarse aquí abajo cuanto tiempo quieran.
ELOY: ¿Dónde está?
GABRIEL: Ahí (Eloy sale). Luego, para subir, aprieten bien las nalgas y suben poco a poco la espalda, poco a poco los hombros, y poco a poco la cabeza. Abren los ojos y ya está. Olvidé decirles que se consigue mayor relajamiento si se baja con los ojos cerrados.
ELOY: (Entrando con un grabador) ¿Y cambiaste esa bellísima rockola por este maletín?
GABRIEL: La persona que me propuso el cambalache era muy persuasiva. ¿Les gustó el ejercicio? Es una maravilla, créanmelo.
ELOY: ¿Quién fue?
GABRIEL: Otra maravilla, créemelo. También me olvidé decir que uno debe sentirse como si se está enrollando y desenrollando.
ELOY: Algún ladrón, seguramente.
GABRIEL: Como un gusano. Hacia abajo y hacia arriba. Quien no se acuerde del gusano, fíjese en el. Son exactos.
ELOY: Prefiero parecerme a un gusano y no a un gordo idiota que cambia una rockola por un grabador.
GABRIEL: ¿Qué puedo hacer, Eloy? Yo soy como los indios, prefiero el trueque al papel moneda; y además, si hubieses visto a esa persona, a lo mejor también habrías caído en su encantamiento,
ELOY: ¡Ah! ¿Te encantó?
GABRIEL: Totalmente. Ven, sentémonos aquí y te cuento.
ELOY: No he pensado sentarme en el suelo y ensuciarme los pantalones.
GABRIEL: El polvo del suelo no ensucia. Lo sacudes con la mano y desaparece.
ELOY: ¿Por qué no te paras y te comportas como un hombre de tu edad?
GABRIEL: Fue un lindo accidente. Busca una silla, ven, siéntate. A ti te gusta que yo te cuente cuentos. (Eloy sale) Si quieren divertirse, óiganme a mí, pero mírenlo a él. No se pierdan el ansia de sus ojos.
ELOY: (Entrando con una silla de estilo, va y se sienta al lado de Gabriel). Muy bien; cuenta. Soy todo oídos.
GABRIEL: Eloicito, ¿no crees que no deberías sentarte con esas piernas cruzadas tan provocativamente? Puedes excitar a algunos de los caballeros.
ELOY: Te morirías de envidia.
GABRIEL: Sí. Me moriría. Mejor abre las piernas y parecerás un hombre, Hace miles de años yo tenía un tío que me gritaba cada vez que me veía sentado, ¡te imaginarás cómo me sentaba hace miles de años! , me gritaba: “Abra las piernas ¡carajo! ¡Como un hombre!” Y yo las abría. A veces pienso que en ese abrir las piernas fue donde comenzó todo.
ELOY: ¿Por eso me estás dando el mismo consejo?
GABRIEL: ¿Y hasta cuándo vas a esperar para abrirlas? Si te descuidas, las abrirás únicamente cuando estés en la urna. ¡Será incomodiísimo!
ELOY: Anda, cuenta.
GABRIEL: Así sentados parecemos una dama y su doncella, Retrato de Watteau, pintor francés de comienzos del setecientos. Cando bailaba en el carrousel de parís, me iba por las tardes al Louvre y veía sus escenas idílicas y amaneradas. Rosados y azules, todos tonos bebé. Afuera llovía o hacía frío. Hay que ver lo que es la tristeza de un invierno. Hay que sentirla.
ELOY: No te pongas nostálgico, ¡hipocrita!, ni me ofrezcas voz de trémolo, que en el Carrousel estabas calientico, con dos kilos de maquillaje encima y el chulo cantinero que te esperaba afuera.
GABRIEL: Jacques. Frere Jacques, como yo te llamaba. ¿Dónde andarás ahora? Ya no serás más chulo ni a lo mejor cantinero. ¿Qué se hicieron las nieves de antaño? Mais ou sont les neiges d´antan?
ELOY: ¡Bravo! ¡Bravo! En un dos por tres has logrado convencernos de tu culteranismo. ¿Qué les parece? Sabe de pintura, habla francés. ¿Es que alguno de los presentes quiere desposarse con esta bella dama?
GABRIEL: (Después de una gran pausa) Nadie. La eterna historia. Lo que siempre quieren es…
ELOY: Cambiarte una rockola por un grabador. ¿Cómo fue?
GABRIEL: Me dijo que vendía grabadores. No había terminado de decírmelo cuando yo sabía que ese aparato era robado.
ELOY: ¿Cómo era?
GABRIEL: Un sol.
ELOY: ¿Alto, moreno, flaco?
GABRIEL: Alto, moreno, flaco. Y una sonrisa, Eloy, una sonrisa de gran sinvergüenza.
ELOY: ¿Y tú qué le dijiste?
GABRIEL: “No, gracias, joven. Ya tengo una rockola.”
ELOY: ¿Y él qué dijo?
GABRIEL: Se rio. Yo me reí. Ya nos habíamos calado el uno al otro.
ELOY: ¿Y después que se calaron el uno al otro?
GABRIEL: Lo que pasa siempre. Comenzó el negocio.
ELOY: ¿Quién lo propuso?
GABRIEL: Cualquiera de los dos. No lo recuerdo. Pero, ¿qué es lo que te interesa? ¿Qué te cuente los pormenores de la transacción o que te cuente lo otro?
ELOY: ¡A que no te atreves a contar lo otro!
GABRIEL: ¿Qué no me atrevo yo? Oye; no, señora, no baje la vista, que yo sé cómo decir las cosas. Es una de mis especialidades. Él me preguntó por qué tenía yo una rockola. Le dije que era un recuerdo de familia.
ELOY: Has debido contarle cómo te robaron en el bar y cómo lo único que pudiste sacar de ese jugoso negocio fue esa rockola vieja.
GABRIEL: No me quejo. Fui bien robado. Un buen robo siempre me produce admiración. ¿Y sabes algo más? A mi hijo siempre le aconsejé que fuese un buen ladrón. El prefirió ser chofer de camión, y allá él. Pero no hay nada como ser un buen ladrón. Es la profesión mejor remunerada y casi la más divertida.
ELOY: No le hagan caso. Le encanta hacer frases ingeniosas.
GABRIEL: Me encantan los ladrones. Pero los buenos ladrones, Eloy, no los rateros.
ELOY: Mil gracias. Tú siempre tan amable.
GABRIEL: No te ofendas. Te digo la verdad. A ti te falta el vuelo suficiente para ser un buen ladrón. No tienes el talento. Si lo tuvieses, no necesitarías pasarte la vida llevando bandejas en fiestas de otros, o alquilándome a mí esto para que un grupo venga a pasar un rato… diferente. ¿Qué tal? ¿Lo están pasando? Y aún no han visto ni oído nada. Yo creo que hoy va a ser muy divertido todo. Lo siento en las venas.
ELOY: (Levantándose) Entonces, manos a la obra.
GABRIEL: (Lo obliga u sentarse de nuevo) Siéntate, déjame terminarles el cuento de la rockola. El sabía que yo no tenía ni para comprar el grabador y también sabía que a mí me llamaba la atención su cuerpo. Los dos estábamos conscientes de que teníamos entre manos un asunto de cuerpos y no de personas. Me imagino que todo el mundo sabe que la gente se divide en cuerpos y personas. Por lo menos así las divido yo. No hay necesidad de explicar qué es un cuerpo y qué es una persona. Eso también todo el mundo lo sabe. Así que éramos dos cuerpos y, para dejarnos de rodeos, para no seguir imitando a los animales que se huelen y se miran sin tocarse, yo apreté un botón de la rockola, por favor, pásame el grabador, y ¡voila! (Se oye un bolero cubano y Gabriel se para a recrear lo sucedido). “¿Sabes bailar?”
ELOY: Lo de siempre.
GABRIEL: (Bailando) ¡Ay! Qué lindo te ríes. ¡Pero tú eres una amenaza con esa risa! ¡La policía no debería permitir que una risa como la tuya existiese! ¡Debes volver loco a muchos, nené! (Pausa) ¡Ajá! ¡Mira lo que encontré! ¡Vaya sorpresa! ¿Me la habrán dejado los Reyes Magos? (Pausa) ¡Muy bien! (Pausa) ¡Muy, muy bien, nené! (Pausa) Así. Así… (Deja de bailar y viene a sentarse) El resto le dejo a la imaginación de todos los presentes.
ELOY: (Apagando el grabador) ¿Y después?
GABRIEL: Después me propuso llevarse la rockola y dejarme el grabador. Me dijo que a él le resultaba más fácil vender una rockola y que del dinero de la venta me daría una parte. ¡Ay, Eloy, vivimos en un mundo lleno de partes y de porcentajes!
ELOY: ¿Y cuándo se llevó la rockola?
GABRIEL: Al rato regresó con otros dos tipos, unos verdaderos malandros, y entre los tres se la llevaron cargada. ¡Los hubieses visto! ¡Qué maravilloso espectáculo! Parecían cargar un monumento de procesión de Semana Santa. ¿Te acuerdas de Sevilla? ¿Y de Triana? Así era. Llevaban el mamotreto azul y rojo suspendido en el aire. ¿Recuerdas que no tenía ruedas? ¡Y se fueron despacio, sudando, jadeando, en silencio, con gran solemnidad! Fue algo realmente conmovedor. Así deben ser las epifanías.
ELOY: Y por supuesto no ha regresado a darte tu parte.
GABRIEL: Bueno, mi parte ya me la dio, pero si te refieres al dinero, fue sólo antier cuando se llevaron la rockola. A lo mejor no la ha vendido todavía.
ELOY: Sí, a lo mejor no la ha vendido todavía.
GABRIEL: Una rockola, es difícil de vender una rockola.
ELOY: Sí, es muy difícil de vender.
GABRIEL: ¡El pobre!
ELOY: (Parándose) ¡Sí, pobrecito! ¡imbécil!
GABRIEL: (Arrastrándose) “No me pegue, mi dueña, no me fustigue. Yo sólo soy una pobre esclava negra que nada sabe de la vida’”.
ELOY: Así que ahora te las tendrás que arreglar con el grabador.
GABRIEL: En realidad es muy cómodo. ¿Sabes? Ya tengo grabada toda esa cinta que ves ahí. Ayer me pasé todo el día grabando cosas de la radio. Hay suficiente música para organizar un maratón de danza. (Aprieta el botón del grabador y suena una música de rock, Se para y baila). A ver, ¿quién quiere menear el esqueleto? Vamos, Eloy, muéstrales lo que aprendiste de todas nosotras, Ciclón Antillano, La Pegaso, La Coccinelle, La Mitzuoko, La Ivana, La Marcel André, La Pepa Darena y de la Sin Par, la Temperamental, ¡la inigualable Miss Susy!
ELOY: (Apagando el grabador y después de una pausa) La mejor de todas.
GABRIEL: (Haciendo una reverencia) Gracias.
ELOY: Lo digo en serio y tú lo sabes.
GABRIEL: Uno hacía lo que podía. Se hace lo que se puede, ¿verdad?
ELOY: Y tú podías hacer vibrar al público. Antes de terminar ya te aplaudían.
GABRIEL: A veces, ¿sabes Eloy? , a veces… me siento… cierro los ojos… y siento los aplausos. Los oigo en mis oídos como si fueran olas. ¡Ram, ram, ram!
ELOY: Yo te esperaba con una toalla abierta entre mis manos y te la echaba encima al tú salir del escenario, todo sudado y casi sin respiración.
GABRIEL: Como un boxeador. Me hubiese gustado ser boxeador.
ELOY: ¡Masoquista!
GABRIEL: ¡Cómo se mueven! ¡Cómo bailan! Parecen dos mosquitos cegados por la luz. Y muestran tanto pellejo como uno. Lo único que se tapan es lo que uno se tapa. ¡El eterno triángulo! ¿No te parece una indecente hipocresía taparse lo que todos quieren ver? Te juro que me hubiese gustado quitarme todo un día, arrancarme las pocas lentejuelas y gritar: “¡Aquí estoy! ¡Véanme completo! ”
ELOY: Ahora lo hacen. Sin gritos, por supuesto.
GABRIEL: ¿Todavía vas a esos sitios?
ELOY: A veces.
GABRIEL: Lo que más a menudo recuerdo no es el humo ni el bullicio, sino las caras verdes y azules de toda la gente. Caras como de plastilina.
ELOY: ¡Qué casualidad! Yo pensaba precisamente proponerte que instalases unos cuantos reflectores de colores. Darían más ambiente.
GABRIEL: ¿Ambiente? ¿Ustedes han venido buscando ambiente? ELOY: Quise decir que enriquecería…
GABRIEL: Tú y tu manía de enriquecimiento. ¿A qué vinieron? ¿A buscar ambiente o a ver si pasa algo?
ELOY: A disfrutar un rato.
GABRIEL: A ver si pasa algo, ¿no es verdad? ¡Porque allá afuera no está pasando nada! ¡No pasa nada! Y a lo mejor aquí, conmigo, puede que tengan el presentimiento de que… algo… todavía… puede pasar.
ELOY: ¡Ah, Miss Susy! , se está usted volviendo sublime en su vejez.
GABRIEL: ¿Sublime? ¡Harto!
ELOY: ¿Harto? Repleto.
GABRIEL: Sí, atorado por una única pregunta: ¿Hasta cuándo va a durar todo esto?
ELOY: (Pausa y luego canta imitando a Judy Garland) “Sobre un arco-iris lara, la, lara lara…” Sigue que no me acuerdo de la letra. (Pausa) ¿Qué es todo esto?
GABRIEL: Yo tampoco.