Lubio Cardozo
a Berenice
Ofrenda el poeta el tesoro de sus días a la palabra. Sin arrepentimientos ni dudas su vida a ese misterio entrega, a ese arcano, el verbum. Herramienta magnífica, aunque sutil por cuanto va apenas hecha de sonidos rítmicos, con lo cual el vate se acercó al mundo para romper su indiferencia y penetrar en su espíritu, en el Nous poietikós de las cosas, para no existir extraño a la naturaleza, para intentar fusionarse con ella, valga decir retornar a la entrega más pura. Aunque con conciencia del ser, derrotado sin embargo en su sed de tomar, entonces el poeta entendió como sólo ello era posible en la quimera, en ese espejismo creado de sueño y anhelo, la palabra. Pese al acercamiento quedaba, pues, la distancia del destierro. Ante la inexpugnabilidad del cosmos y la expulsión definitiva de toda integración armónica en él por la vía de la razón empírica no surgía otra potestad sino inventarle un universo alterno, un territorio de utopía, la comarca del vocablo preñado por la luz de la lámpara de la imaginación, y allí en ese mundo de voces el bardo pudo vivir, encarnaba la otra naturaleza, la inventada por él y dueño de ella. No obstante él se sabía posesor de ese don singular para construir ese ámbito con la belleza y la esperanza. Y esa nueva dimensión, llámesele arte, llámesele humanismo, su verdadero nombre, detrás de cualquier otro, significa la poesía.
De la medida del poeta su relación, su diálogo, su pasión, su capacidad de sacrificio por el verbum. Es una cosmovisión de pequeño filósofo y una su kalosofia, ambas centradas en ese orbe alterno a la realidad inabordable, en esa virtualidad levantada con la materia sagrada de la palabra y de la oniria, la poesía.
“Un hombre va por la vida
jugando con el misterio más simple,
la palabra.
Atrapado en el eco
permanece,
los días ofrecen en vano
su lujo.
Es el poeta.”
Puede toda persona escribir poemas, basta poner en frases rítmicas, con dignidad, sus palabras y hacerlas vehículos auténticos de sus sentimientos. Formaría sencillamente esto parte de su comunicación con los demás y con ella misma. Una manera de hablarle al mundo, cargada de emoción, patética, y sobre todo impregnada de musicalidad. Significa así la lírica un ducto expresivo más del individuo. Mientras para el poeta la poesía lo constituye todo, su vida y su espíritu traduce. No existe el vate -el vidente- sino en la poesía; el resto, la mundanidad, a ella se subordina.
Cual todas las personas seducidas por el misterioso placer de pensar busca el poeta la verdad al través de la difícil, compleja, en ocasiones enrevesada (y a veces hasta ante si misma) belleza del lenguaje. Toca e ilumina mediante ella la macicez de las esencias. Recréase en otras oportunidades en “el cotidiano mundo circundante” del “ser ahí’, del hombre, lo penetra y lo revela ya sea mediante el “instinto de la razón”, o la reflexión perceptiva o ya con la razón intelectiva. Y luego todo ese cúmulo de recónditas certidumbres las brinda convertidas en inusitadas ofrendas por la rítmica de las voces. En nada difiere, en esto de las verdades, la del científico de la del trovador, a no ser por el vehículo expresivo, por cuanto ambas son de buena ley. En el primero la fuerza de lo axiomático detona y denota la hermosura, en el segundo la verdad significa la belleza misma.
Encarna en el fondo todo verdadero poeta un monje; si oculta, o desconoce su oficio, tarde o temprano su verbum lo descubre: en éste se objetiviza el ritmo de la vida interior, y además, al través del cual el vate revela la arcanidad de las cosas enroscadas con frenesí en su ánima; extiende sus aseveraciones poiéticas más allá de las representaciones del contexto empírico. Es el trovador un coribante, extático, vive en sigilo -y nadie sino él lo sabe- el delirio sagrado; en el rapto ódico de la escritura, o del grito, vacía ese saber mántico en los vocablos, éstos siempre rudos, nunca exactos, mas los únicos posibles para expeler el ímpetu de ese silencio alucinante.
II
Conforma la poesía de la remembranza un recinto, un tiempo sin tiempo, una relativa “eternidad”. Viven en ella los habitantes del país del pasado. Facultad del espíritu de retomar a la parte pura del tiempo, al presente de lo pretérito, al presente del ayer, traer aquel “ahora”. Constituye la ódica del recuerdo la paradoja de una historia viva. Residen en ella voces del reclamo y las tentaciones del advenir. Cae el cuerpo y se pudre mas al través del canto órfico de la memoria se revive en los otros, ¿será eso el espíritu? Sólo mediante esa contingencia invulnerable se reorganiza y continúa el juego eterno. “La potencia subterránea, por el contrario, tiene su realidad sobre la tierra; deviene por medio de la conciencia ser ahí y actividad” dijo Hegel en su Fenomenología del espíritu (“El Espíritu”, VI, A, 2). Nadie fenece en la poesía del recuerdo, todos se yerguen desafiantes ante la fragilidad de la existencia. Conságranse buena parte de los días otorgados a cumplir los mandatos de quienes pueblan la trova de la memoria. El “pensar retomando” (Heidegger). No significa otra cosa la mitología del resucitar sino recordar. Ningún afán cesa, en la ódica de la remembranza se prolonga, sitio del tribunal donde se juzga, se condena o se absuelve, en medio de la lid. Posee por eso la lírica de las reminiscencias los estamentos de infierno y cielo, en ellos cada quien ubica sus demonios y sus santos, sometidos, en silencio, al fuego del odio o a la dulzura del amor.
III
Está presente en la obra poética eso llamado por Heidegger “la temporalidad”. Es el tiempo de la existencia el único paraíso conocible hecho con el drama de su naturaleza diádica, del bien y el mal, lo bello y lo feo, el goce y el dolor, lo justo y lo injusto, la libertad y la miseria, en fin. Constituye la substancia de la temporalidad la vivencia. Pero ¿qué entendemos por vivencia? Creó este vocablo José Ortega y Gasset para verter al castellano el término alemán Erlebnis. Compleja palabra cuya traducción literal sería ese extraordinario logos llamado “aventura”. Más a su vez Erlebnis viene de leben, vivir, y de Leben, vida. Relaciónase entonces vivencia con la aventura de vivir: valga decir, entender la existencia cual una andanza, un peregrinaje por este magnífico y mistérico regalo de la oportunidad de estar sobre la tierra, esta errancia donde el hombre se halla con eso mentado asombro, esos espacios del tiempo cuando se topa el humano con la excelsa sorpresa, la maravilla conmocionadora del espíritu y lo marca, deja esa huella perenne llamada memoria. Define, pues, la vivencia vida vivida y permanece cual ventana en el recuerdo, diferente de la experiencia objetiva más bien sujeta ésta a la rutina. Son en realidad las vivencias las verdaderas hebras estructurantes del espíritu en cuanto éste tiene de tiempo, de “advenir sido” (Heidegger). Las asume el hombre como su fortaleza, su armadura de existir. Hilvanan ellas a la historia interior de cada vida, el resto en el olvido se pierde. Necesariamente entonces el receptáculo de las vivencias la memoria lo constituye. Vehicula el recuerdo la representación de las vivencias hacia la elocución, en el caso del trovador éste al través de la kállos, la belleza, las dignifica para verterlas transformadas en poesía. La vivencia resulta en verdad una “certeza sensible”, una inmediatez más sorprendida en su originalidad, en su revelación, en su descubrimiento irrepetible, único. Si se repitiera ya no sería vivencia sino experiencia, y ésta yace en el pasado. Mientras la vivencia se ha hecho de un “Aquí” y de un “Ahora” eternos, intemporales. Significa algo así cual una “historia” presente.
Habitamos por mucho tiempo un apartamento, una casa, una ciudad, una aldea bañados por la opaca luz de lo cotidiano, de lo rutinario, y un día de pronto ábrese la anaranjada flor del paraíso. Raros espacios solares por cuanto su luminosidad pareciera diferente o mezclada con la imaginación y el sueño. Aparece casi sin damos cuenta la reconciliación con el mundo. A veces no nos percatamos sino cuando se quiere detener, perpetuar el éxtasis, mas por lo general ello sucede en el inicio del decline de esa pequeña lámpara encendida con la luz del dulce ámbito, copado con el asombro de la vivencia. Sólo el poeta al hipostasiar las acciones, mediante las cuales ha tejido su vividura, en lenguaje ódico, en una rítmica encantatoria, órfica, puede fijar algo de la temporalidad al troquelar sobre esta materia insólita, colmada por la maravilla o la nostalgia, sus estrofas. Al fin y al cabo los recintos del paraíso posible y la poesía, en sus esencias, no difieren mucho.
IV
Nacieron las musas, para los antiguos griegos, de la unión erótica de Gea y Urano. Valga decir entonces, de la poderosa fecundación de la Tierra por el Cielo brotó Erato, la musa de la poesía lírica. Porta así en su seno, en su naturaleza, esta forma composicional la esencia ctónica (terrestre) y la esencia uránica (celeste), dos fuerzas inmanentes del universo apuntadas hacia lo eterno, transmutadas en la kállos de los versos. Por eso, frente a la afirmación heideggeriana de “la vida es inhóspita” lleva la poesía, para mitigar la aridez de la existencia, la belleza. Sencilla o compleja, fácil o difícil, asequible o profunda, realista o abstracta, la belleza “fea” o ya la absoluta kállos, en el horizonte de lo formal o en el nivel de retar lo inteligible, por la vía del humor, de la ironía, del sarcasmo o la tristeza, sólo la belleza salva; y en la obra literaria, sea cual sea el tiempo de la historia, sólo place y perdura lo poético. Por eso, en el poemario o en el poema, lo verdadero trascendente el autor lo logra cuando pone sobre las palabras, con la dignidad necesaria, el inexplicable noúmeno de la poesía.
Si bien posee importancia, en el poeta, el ludismo de las palabras en el todo del poema, en la arquitectura estrófica, proviene su carga artística (esencial) de su emerger en puridad mediante la ruptura con el abisal silencio del ser. O con las frases de Heidegger al respecto, (…) “cada palabra tendría entonces a partir de esa ruptura, y en tanto que tal ruptura, su propia articulación y en virtud de ello, el cuño de su timbre y resonancia” (Conceptos fundamentales. Edición castellana 1994. pp. 102-103). Una lírica lo más pura posible, hecha con aquellos elementos de la belleza más allá de toda moda epocal, valga decir perennes, prístinos, para lo cual es imprescindible hurgar lo más hondo en la esencia numinosa de las palabras hasta aproximarse a la absolutez del lenguaje poético, vislumbrar el canto órfico. Logra la poesía desvestirse de toda vanidad de saber racional para penetrar con la fuerza de la videncia ese estadio donde se columbra el ser de las cosas en sí, los noúmenos; luego de este agudo accionar del espíritu saldrá del entresijo a la luz la armadura del primitivo poema. Por cuanto exige ascesis (áskesis), en la creación lírica, una obra pura en la identidad con el espíritu y fiel a la kállos composicional, cuyo fin último significa el escudriñamiento de lo eterno en lo artístico categórico: Buscar la cognición primigenia de las voces, indagar en su ósea profundidad para allegarse al sentido de lo inteligible comprendido en lo poético. Obsérvase en el poema, en sus momentos más reveladores, una ruptura con los juicios raciocinantes de la expresión en la asociación de los planos referentes (reales) y evocados de sus tropos. Se vinculan estos planos, en el poema, no por una relación de semejanza lógica en el horizonte de la conciencia percipiente sino por una afinidad intutiva nacida quizás en lo inconsciente -o en el misterio, en lo recóndito, en lo videncial- más allá de la realidad de la percepción, en una, pues, surrealidad, en una “lógica de la ilusión” (Kant). Desaparece el plano real (de función práctica y cotidiana) ante la fuerza artística del plano evocado con su carga imaginativa y simbólica de proyección universal.
Grito -y no elocuencia- debe formar parte de la naturaleza del poema, lanzado con el valor y la fuerza de la legitimidad para así -y sólo así- obtener, sin proponérselo una aceptación tipológica por su capacidad de despertar una asunción estética en el lector eterno.
Hállase la poesía extrema en los sueños, en las situaciones límites, en el dédalo de lo absurdo, en la locura, en la premonición del hemisferio de la muerte. Escarba con desgarramiento el radical bardo en esos niveles para encontrarla; significa la preciosa vida apenas un empuje, una voluntad, para ofrendar en el ascenso a esa latitud e implorar el insondable furor del lenguaje.
Revelarlo luego, tal vez por la única vanidad pura, conjurar la tristeza, la soledad, por la taumaturgia de la dimensión del reino de la belleza, hecho con el encandecido luego de la autonomía composicional y entidad absoluta de las palabras. Busca la lírica, en la latitud de la intuido intellectualis, altas verdades para salvar la belleza esencial; develar los desesperados destellos en un intento por iluminar la pétrea obscuridad de aquellas zonas, las únicas salvantes, y por lo tanto negadas a la mezquindad, a la ruindad humanas. Inaudito esfuerzo de los vocablos para acarrear dichos secretos a la brasa de la composición. Advienen, además, esas libérrimas palabras urdidas con los hilos del magnífico desorden de los registros memoriales del sueño. Es por ello la poesía de por sí hiperbólica. Ve el poeta, al través de su instinto somático -percepción corporal- o del “instinto de la razón” (Hegel) las esencias de las realidades por la identidad entre la naturaleza del pensamiento poético y la naturaleza de las cosas, esencias en definitiva mucho más ricas y complejas comparadas con la objetividad cotidiana empírica, poseedoras aquéllas de mayor carga imaginativa, emotiva, de mayor densidad: impregnadas de temor revelado, encendidas de misterio. Cuando el vate -adivino, inspirado por los dioses- transforma estas informaciones, mediante la rítmica de las frases, en poesía ésta resulta necesariamente inmersa en la hiperbolidad.
VI
El poema es un espacio del lenguaje donde éste adquiere una insólita independencia de su uso natural, práctico, cotidiano, para transformarse en un objeto artístico intérprete y expresivo de cualquier aspecto de ese complejo mosaico englobado bajo la palabra mundo. Y, por supuesto, es un espacio de la literatura.
Se emparenta la poesía, por su naturaleza, por su entidad, desde una prudente distancia, con la ciencia, la religión, la filosofía, la música, mas sin lugar a dudas la poesía se desarrolla como ser absoluto, con una organicidad propia. Por ser expresión de una interpretación del mundo mediante una conciencia creadora su producto, el poema, representa un universo alterno a esa realidad. Inventa el trovador en el poema un universo, ínsito al texto y paralelo a la mundanidad circunstancial de su creador (el llamado contexto extralingüístico). Rompe el poeta los lazos, las conexiones, los enlaces, las ataduras con los linderos de la realidad objetiva, o por mejor decir, exige del lenguaje su máxima fuerza creadora, originante, imaginativa. Ha dejado atrás el bardo, en la composición lírica, los referentes inmediatos, y presta de la estructura de los sueños su libérrima disposición para vehicular el pensamiento, la idea o la fábula poéticas. Esa bella extrañidad se enriquece de manera inconsciente con los recursos expresivos artísticos del lenguaje. Espacio atemporal y aespacial y sin embargo tan cercano al lector pues baste leer/oír el poema y he allí el pequeño cosmos construido con el pensamiento y la imaginación liberados por los mecanismos experienciales de los sueños. Por eso para el lector/oidor el poema reclama su fuerza de aventura.
VII
Define el poema un texto de una difícil génesis doble, nace al mismo tiempo en la escritura y en la oralidad; emana simultáneamente por esas vías, las cuales declararán de manera decisiva la futura plural riqueza en la organicidad de la composición lírica. Ningún poema se escribe en silencio, él se registra y se oye, se escribe y se pronuncia, va al papel con la escritura y al aire con la voz, pergéñase y se “canta” en su génesis. Cuando no se traza en el papel se escribe en la memoria en la medida como se recita o se lee en su prolongado parto, y es en ese alargado nacimiento donde el poema recibe la mayor parte de la carga genética de su estructura. Lo cual explica en cierta medida la opulenta naturaleza del poema.
Nacida la composición lírica, su doble génesis la ha dotado ya desde un principio de grados de diferencia del universo del lenguaje cotidiano del cual procede. Comienza allí su camino hacia su ser absoluto de mano del creador, del vate. Cuanto sucede en el proceso de la composición, extendido desde su nacimiento hasta su ser absoluto, lo reflejará su intrincada entidad, en esta vía aparece en el poeta el pathos de la armonía del texto, la búsqueda de la armonización del contenido interpretador de una parcela del mundo, con su fuerza expresiva y con los elementos nacidos de la doble génesis de la composición, sobre el riel de la belleza cual recóndito impulso, misterioso y luminoso manantial del espíritu. Esa armonía objetual intensifica entonces la riqueza del poema hasta convertirlo en un objeto bello del lenguaje, ávido de eternidad y de universalidad: obra artística, ser absoluto, pieza libre en ese todo llamado historia espiritual.
VIII
La poesía en el poema, lo poético, nutre todas las estructuras de la composición, el léxico, los tropos, las figuras, el verso y la estrofa (si los hay), la musicalidad. La poesía comprende la belleza, la engloba, pero va más allá de ella. Incorpora el pensar, ideas, visiones, a su entidad; no obstante a todos ellos los subyuga para salir a la percepción de la mirada y del oído, a accionar la inteligencia (interpretando una frase de Plotino se podría decir en este caso la inteligencia se hace entonces ser de la poesía y el ser de la poesía se hace a su vez inteligencia. Enéada sexta. VI, 2), a ser percibida, sentida, intuida; a ser placer, conocimiento, misterio y sobrecogimiento.
ALEGRANZA
Tal una pátina, tal un aire
va esa luz-sentida, luz-revelada,
escondida-descubierta, privilegio-don.
Todo ver sacia.
Calma como nada puede hacerlo.
Pasión de espacio: espíritu.
Quizás rostro de la maravilla,
faz del prodigio del ahora.
Donación del azar salvante,
pequeña develadora áurea,
alegranza.
Bibliografía
Hegel, F. (1985). Fenomenología del espíritu. México. Fondo de Cultura Económica.
Heidegger, M(1994) Conceptos fundamentales. Madrid. Alianza.
Heidegger, Martin. 2005 [1997]. Ser y tiempo. Trad. de Jorge Eduardo Rivera Cruchaga,
Kant. I (1992). Crítica de la facultad de juzgar. Caracas: Monte Ávila.
Ortega y Gasset, J (1983). Notas de andar y ver. Madrid. Alianza.
Plotino (1996). Enéada sexta. VI. Madrid: Gredos