Javier Moreno
(La puerta del baño. Raúl toca a la puerta con cierta insistencia.)
Raúl. ¡Dalia! ¿Qué te pasa? Necesito que salgas ya del baño. ¿Te sientes bien?
Dalia. (Desde dentro.) Estoy bien. Pero ahora no puedo salir.
Raúl. ¿Qué tienes? Hace cuarenta y cinco minutos que llegué y espero por el baño. ¿Es que no te dignas salir?
Dalia. Si tienes alguna urgencia, pídeles el favor a los vecinos.
Raúl. ¿Cómo voy a hacer eso? Yo tengo un baño en mi casa, coño. ¿Qué va a pensar esa gente?
Dalia. Creí que no te importaba. (Abre la puerta, aparece con toalla en la cabeza y bata de baño.) Lo que piensen los vecinos, digo.
Raúl. ¿Se puede usar el baño ya?
Dalia. No he terminado. Me estoy haciendo unos vapores, una aromaterapia, tú sabes.
Raúl. ¿Puedes figurarte, por casualidad, que esto es una emergencia? Que ni siquiera es para mí, sino para una muchacha que traje a la casa.
Dalia. ¿Que trajiste qué? ¿Y ella va a venir a hacer pupú a la casa ajena?
Raúl. Cállate, no seas vulgar. Necesito el baño porque vamos a tener intimidad. Es más, necesito que te vayas y des una vueltita por ahí mientras.
Dalia. Ah, estás muy urgido. Ya veo.
Raúl. Es una nena perfecta. Y se me dio el chance. ¿Puedes colaborar?
Dalia. Tengo el baño ocupado. No puedes sacarme así.
Raúl. Son estupideces tuyas. Después tendrás el baño toda la tarde para tus infusiones y brujerías.
Dalia. No son brujerías ni tampoco estupideces. Y si eres tan orgánico, tan esclavo de tus sentidos y tienes una emergencia como tú la llamas, págate un hotel.
Raúl. No puedes ser tan inhumana, tan poco solidaria. ¿Qué pasó con tu cooperación?
Dalia. Yo no acepto ese hacinamiento al que tú me quieres condenar. Esa promiscuidad.
Raúl. Pero ¿cuál hacinamiento? Si eres tú la que estás invadiendo mi casa. Eres una intrusa, una usurpadora.
Dalia. No me sigas insultando con tus títulos de telenovelas.
Raúl. La tipa está en el cuarto y no me la va a dar toda… Se va a hacer su retoque. Yo mismo tengo que hacerme un cariñito. No puedo alargarlo más.
Dalia. Ahórrame los detalles.
Raúl. Por un solo día, ten la cabeza en su puesto; no me estropees el numerito. Ínclita, turgente, azafranada, rotunda, morena, maciza como de piedra, como de bronce… ¡Un milagro del mestizaje! Maiciada, un cruce de genética admirable con alimentación de “nuevo ideal nacional”. Y respira, prefiere, ¡y me prefiere a mí!
Dalia. Mijito, el que te oiga creerá que remolcaste hasta tu casa a la María Lionza de la Plaza Venezuela.
Raúl. Una ninfa de Maragal, una tonina de Narváez, un capricho de Centeno Vallenilla.
Dalia. ¡La Galería de Arte Nacional, entonces! ¿Y eso, contra el patrimonio, no es un delito? En el lavandero hay una poncherita.
Raúl. Mira, abusadora, te voy a tener que sacar a la fuerza.
Dalia. Claro, ¡la pendeja! ¡Quién me manda a estar en el medio de tus groseros apetitos!
Raúl. Estás es en el medio de la puerta. (Amago de forcejeo.) No te atravieses, carajo.
Dalia. ¡Inmoral!
Raúl. ¿Por qué lo estás haciendo? ¿Por qué no puedo tener una mínima gratificación con una mujer que está dispuesta a hacerme feliz, siquiera por un ratico?
Dalia. ¿Tú me estás reclamando algo? ¿Tú me lo estás diciendo en mi cara?
Raúl. ¡¡Yo no te reclamo más que el derecho a utilizar el baño!!
Dalia. ¿Es porque ya no tenemos nada?
Raúl. Será que no quieres acostarte más conmigo. De un tiempo a esta parte siempre con un dolor de cabeza. Querías las llaves, te las di y mira. Pero no es eso. Tú eres libre, yo soy libre, ¿por qué vamos a sentir celos?
Dalia. Yo no estoy celosa.
Raúl. Me estás haciendo la vida imposible. Coopera conmigo, anda, ¿qué te cuesta?
Dalia. Estoy en la mitad de mi rutina de belleza y que no me da la gana.
Raúl. Te recuerdo que esta no es tu casa y que te puedo sacar a patadas.
Dalia. Bonita figura estás haciendo con la moza que te espera en el cuarto. Vas a quedar ante ella como un hombre cariñoso.
Raúl. ¡Coño, con razón Martín te daba tu ración de palos, no joda!
Dalia. (Se violenta un poco.) ¡Deja al bicho ese tranquilo! (Seria.) Esas no son razones.
Raúl. (Azorado.) Por lo menos, un preservativo que tenía en el gabinete.
Dalia. ¿Este? (Le muestra un preservativo inflado chorreando agua por un huequito.)
Raúl. Te pasaste, muérgana.
Dalia. Creo que hoy no se te va a dar el “chance”.
Raúl. Estás liquidada. Esto es crueldad psicológica y yo no voy a convivir con nadie en esos términos. Te jodiste conmigo.
Dalia. Si quieres lo discutimos en la sala… o en el cuarto.
Raúl. No, no vayas a salir así que se va a dar cuenta.
Dalia. ¿Darse cuenta de qué?
Raúl. ¿Cómo le explico yo a esa mujer tan dispuesta, tan deseable; a esa estatua de bronce que respira, tu presencia en mi casa? Me vas a comprometer. Me vas a perjudicar.
Dalia. Entonces yo no existo.
Raúl. No quiero que lo sepa.
Dalia. ¿Yo no soy parte de tu vida? ¿No nos vemos todos los días, ni dormimos puerta por medio, ni desayunamos en la misma mesa, ni hemos tenido un pasado?
Raúl. ¡Un pasado! No es el momento para discutir ese asunto.
Dalia. ¿Quiere decir que yo tengo que acostarme contigo todas las noches para que tú me respetes?
Raúl. ¿Quién está hablando de eso? El baño… Es simple.
Dalia. Que yo merezco que tú me pases por las narices cuanta furcia encuentres en el camino como si yo estuviera pintada en una pared.
Raúl. Sí, es una escena de celos. ¡Qué interesante!
Dalia. Tú me das mi puesto o no respondo.
Raúl. ¿Y cuál es tu puesto, si se puede saber?
Dalia. Yo soy una mujer digna, decente. No quiero que me atropelles con tu falta de carácter, de moralidad.
Raúl. ¿Cuál es tu puesto?
Dalia. El que me he ganado en esta casa. Yo tengo mis derechos.
Raúl. ¿Cuál puesto te has ganado?
Dalia. Sácala de la casa y aclaramos ese punto.
Raúl. No, no tiene que salir de la casa. Ya se me pasaron las ganas, ya me importa un carajo si se entera o si se quiere ir. Que esto me parece más importante, porque tú me vas a aclarar este punto.
Dalia. Yo no quiero un rebullicio. Quiero vivir en paz.
Raúl. (En grito.) ¿Cuál es tu puesto?
Dalia. (Llora.) Me estás maltratando. Me estás gritando y haciendo daño. Eres un hombre violento, descarado y violento.
Raúl. ¿Te quedaste sin argumentos?
Dalia. (Vuelve a burlarse.) Tú eres el que está usando la fuerza.
Raúl. No. Yo me quedo es sin pareja, pero lo prefiero así a tener que aguantarme una inquilina.
Dalia. Yo no soy una inquilina.
Raúl. Bueno, mi roommate. Estoy tratando de ser sarcástico.
Dalia. Tampoco soy tu roommate. He sido tu mujer.
Raúl. Te me metiste por los ojos. Y yo no te debo a ti nada.
Dalia. ¿Ahora quieres hacerte el loco? ¿No quieres dar la cara?
Raúl. Yo te lo dije. No había compromiso alguno.
Dalia. Esas son vainas que se dicen para no asustar a la posible víctima.
Raúl. ¿Tú? ¿La posible víctima? ¡Ni siquiera eras virgen!
Dalia. Y si no ha habido virgo, para ti no ha habido violencia. Además, ¿cómo puedes estar tan seguro de que no lo era?
Raúl. Lamento que lo hayas entendido así, pero yo fui muy claro y tú misma te deshiciste de mí en cuanto pudiste.
Dalia. Quise ponerte una distancia, que no me invadieras. Tenía miedo de perder la cabeza.
Raúl. (En voz alta.) ¿Perder la cabeza, tú? ¡Frígida! (Se oyen unos pasos rápidos y la puerta de la calle que se cierra.)
Dalia. (Complacida.) Ya se fue.
Raúl. (Como despertando.) ¡¡¿Cómo que se fue?!!
Dalia. Aguantó demasiado.
Raúl. Se fue. Lo lograste.
Dalia. Una a mi favor.
Raúl. Pero tú te vas detrás de ella.
Dalia. Ni lo sueñes. Ni que me saques arrastrando.
Raúl. ¡Dalia! No lo puedo creer.
Dalia. Acostúmbrate. En esta casa están cambiando las reglas.
Raúl. Tú echas a perder mi mundo, mi casa.
Dalia. No servían para mucho, te lo aseguro.
Raúl. Tu aliento contamina la estancia.
Dalia. Había una vez un monstruo, la Hidra de Lerna, que contaminaba con su aliento y no dejaba prosperar la comarca. (Deja caer la toalla de la cabeza.)
Raúl. Llega Hércules y ¡zas! (Pasa la mano decapitando.) Con toda justicia.
Dalia. A ti te falta mucho para llegar a ser un Hércules.
(Cae la bata y deja ver brevemente su espalda desnuda mientras se retira al baño.)
(Oscuro.)
*Tercer cuadro de la obra Nueve huecos