literatura venezolana

de hoy y de siempre

Karina Sainz Borgo: Una semblanza de su vida

Por: Alirio Fernández Rodríguez

Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) es una escritora y periodista venezolana que vive en España desde 2006. Ha publicado libros en el ámbito del periodismo y dos novelas. De estas últimas es conocida como un fenómeno editorial la primera: La hija de la española (Lumen, 2019), publicada y traducida en varios países. Más reciente es su segunda entrega narrativa, El tercer país (Lumen, 2021). Trabaja dentro del periodismo cultural en Vozpópuli, Zenda y Onda cero. Karina Sainz Borgo es una caraqueña «expulsada de su país» a la que Madrid dio acogida, una mujer entregada a la escritura y la lectura, legado que le viene de su madre, su hermana y los lejanos afectos aragüeños.

Según el registro civil nací en Caracas, pero mis recuerdos de más raigambre, mis relatos infantiles y familiares pertenecen al estado Aragua, cuenta Karina Sainz Borgo, desde España. Y es que la caraqueña que todos conocen por sus novelas y su trabajo periodístico es apenas una de las capas que conforman la vida profunda de esta mujer, una rubia delgada e inquieta que perfora la nube de su cigarrillo. En torno a los valles de Aragua, en ese lugar provinciano donde reina la ciudad jardín de Venezuela, Maracay, donde la familia materna de la escritora hizo vida y tejió costumbres, allí la niña Karina sentiría por primera vez lo que era ser libre; lejos ya del concreto, el cristal y el asfalto de Caracas.

«Aragua y la presencia de la tierra —cuenta Sainz Borgo—, tanto por sus flores, sus animales; un lugar muy taurino, la Ganadería Guayabita de Gómez… todo eso estuvo muy tejido a mí, me dio una relación de pertenencia muy poderosa, y muy por encima de la propia ciudad». Esos años de estancia provinciana de la pequeña Karina servirían luego como sustrato para alimentar al personaje central de su primera novela.

¿La caraqueña, entonces, dónde queda?, le pregunto a Sainz Borgo. Una interjección le aprieta los labios, se refugia en la memoria por un instante para enumerar lugares hoy lejanos. «Mmm… ¿sabes? A veces pienso que la caraqueña se fue muy joven —cuenta la escritora—. Me fui con 23 años, pero por supuesto que tengo recuerdos hermosísimos de la ciudad: aquellos bloques de El Silencio, la plaza Miranda, la Av. Universidad; tengo unos recuerdos del Parque Los Caobos, con todas aquellas estatuas de Narváez, al atravesarlo miles de veces por la noche, mientras hacía un curso de fotografía en Bellas Artes. Y la Galería de Arte Nacional (GAN), también claro».

Así es como —para Karina Sainz Borgo— el lugar de lo bello, lo limpio y lo acabado permanece en la recurrente evocación aragüeña, signo de un cariño al alma; mientras que Caracas es lo que todavía está por hacerse, el grito de un desorden que pasea en su cabeza y que no ha dejado de abrazarla, a veces con cierta violencia. Ella es, para qué negarlo, todo eso y la tensión que de ahí brota como la semilla en la tierra.

Aún es el tiempo de la culta Europa —en la amable Madrid— para Karina Sainz Borgo y, aunque han pasado casi dos décadas de su huida —¿o de su expulsión?— nada puede hacer contra el reclamo de ciertas nostalgias, nada con esas deudas que todavía no ha saldado en el universo de sus afectos. «Echo de menos —dice su voz rememorando— Hornos de Cal, la Cota Mil, el Ávila… pero no tanto por los paisajes sino por todo lo que está asociado a esos lugares; ir con Elisa Lerner por un café a la Casa Brioche; o la Sala Mendoza cuando estaba en la Av. Andrés Bello; el CELARG y los talleres de poesía. Ese paredón de Petare que era hermoso e intimidante, a la vez; o la propia Catia, que era más un pueblo que un barrio».

Durante mi adolescencia es el descubrimiento de un país que se cae a pedazos, cobrar consciencia de eso fue el inicio de una expulsión, me cuenta Karina Sainz Borgo, al pensar en su etapa juvenil. La escritora arroja estas palabras, filosas, pero sin la intención de generar un solo corte, más bien parece un inusual modo de soltar ciertas amarras. Pero Sainz Borgo todavía lleva consigo ciertas marcas que le vienen de una especial sensibilidad familiar, de su madre y su hermana, las maestras que le enseñaron a leer. A la jovencita Karina, la de aquel país que no logró la modernización, es a quién la Sainz Borgo de hoy le debe la manera de vivir y padecer el país.

Yo creo que hay un país que está abriéndose paso a empujones, como puede, dentro de una inercia que tiende a la destrucción

«Esa sensación de desaparición y de desmemoria a mí me hizo mucho daño, lo cual no me permite —ni mucho menos— decir que no hay nada; yo creo que hay un país que está abriéndose paso a empujones, como puede, dentro de una inercia que tiende a la destrucción», me dice la escritora venezolana.

En torno a ella hay todo un mundo que se abre a las búsquedas, sin dejar de leer o escribir, colmada de trabajo reporteril; pero ahí también se dibuja una puerta pequeña, por la que puede entrar una niña de corta edad. Entonces se desliza hasta la realidad de su país, que «parece haberse dado un golpe en la cabeza», y que además la llevó al destierro vivo que hoy la habita.

En medio de todo el torbellino que es Karina Sainz Borgo, de pronto el silencio anuncia un respiro; entonces piensa en cuánto la reconfortaban los penetrables de Soto y rememora aquel mural de Cruz Diez en La Guaira, el que demolió “ese mal absoluto que se instaló en Venezuela”. Nombra a Luis Castro Leiva y a Petkoff, y su modo de hacer frente a ese mal que gobierna tantas almas; resiente que la desmemoria tenga tanta fuerza en tan poco tiempo y vuelve a constatar la grieta que ella es, que le hizo el país. Por eso escribe Karina Sainz Borgo, sin mayores pretensiones que las que la intimidad consigo misma deja salir de pronto, aún contra ella.

Mis libros no están escritos para militar en nada, mis libros están para poder vomitar un montón de ira y dolor, y no sé si es con Venezuela o mi lugar en el mundo, me dice Karina Sainz Borgo. La literatura, para esta escritora, puede ofrecer un modo de ordenar, sí; pero ella no se relaciona racionalmente con lo literario. Para Sainz Borgo tiene que imponerse la insatisfacción y las búsquedas que no se acaban, mucho menos en resoluciones armónicas.

Yo no escribo porque extrañe Venezuela ni porque la quiera reparar, escribo porque no la soporto; yo me siento expulsada a patadas de la venezolanidad

«Mi relación con el país está absolutamente rota y creo que lo que escribo tiene mucho que ver con esto, yo no escribo porque extrañe Venezuela ni porque la quiera reparar, escribo porque no la soporto, yo me siento expulsada a patadas de la venezolanidad. Y es tan fuerte esta sensación que me resulta involuntaria; parece que todo lo que termino escribiendo acaba ahí», confiesa Sainz Borgo sobre esas aguas profundas que borrosamente la dejan descifrar eso que hay en ella.

«Mi relación con la escritura —cuenta la escritora— pasa primero por mi condición de lectora, el lenguaje; luego está el acto de invertir tiempo en escribir, en ese componer literario de cosas que termina siendo un juego». La Karina que escribe tiende a querer ocupar el tiempo total de la mujer, es una pulsión en ella que le exige no salir de la casa de la escritura y, si por ella fuera, no haría otra cosa que escribir, siempre, cada vez más.

Yo creo que yo no leía, no sabía leer, pero ya era lectora y es que mi abuela materna, que era de Camaguán, tenía como una impronta oral muy grande con los cantos de ordeño; además era una mujer muy sensible y ella siempre me recitaba cosas; componíamos y componíamos, incluso sonetos al becerro que recién había nacido, me dice Karina Sainz Borgo, pareciendo viajar con su memoria desde Madrid hasta los llanos de Venezuela.

Recuerda que para hacerse lectora fue clave ese tiempo con la abuela, ese entrenar el oído y empezar a prestarle atención a la cadencia de las palabras. En una casa, además, donde los libros eran un valor importante y donde había que estar informados de lo que pasaba en el mundo.

«El libro que me terminó trayendo a la literatura fue Danny el campeón del mundo de Roald Dahl, un libro que me regalaron». Pero fue gracias a su hermana Cristina que aprendió a leer poesía; así llegó a Ramos Sucre, a Antonia Palacios, a Juan Calzadilla, Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo, Juan Sánchez Peláez y tantos otros más.

“Me expulsaron del colegio por escribir una circular llena de barrabasadas. Estaba llena de alegatos y fui tan estúpida que dejé mi firma; y como ese era un colegio de monjas, pues, me expulsaron”, recuerda Karina, cuando rastrea el nacimiento de su alter ego escritora. De este evento, la madre de la jovencita Karina —que ya tenía doce años— sacó provecho: le regaló un cuaderno y le dijo: toma, de ahora en adelante cuando quieras decir algo, hazlo aquí. Allí está el origen de Karina Sainz Borgo, la escritora venezolana que convirtió a La hija de la española (2019), su primera novela, en el fenómeno editorial más importante de la literatura venezolana contemporánea.

«Mi relación realmente vital con la literatura —cuenta Sainz Borgo— comenzó allí, yo me lo tomé como una penitencia, dije: bueno es verdad, he cometido un error y ahora tengo que escribir todo aquí. Así me empecé a dar cuenta que me resultaba mucho mejor escribir que hablar y ahí se disparó una chispa tremenda entre escribir y vivir que yo no conseguí separar».

En la escritura tengo un trabajo largo por delante, pero tuve la suerte extrañísima de toparme con los lectores que pensaron que aquella novela iba a funcionar; de hecho, a día de hoy La hija de la española me parece una novela que tiene muchos errores técnicos, me cuenta Karina Sainz Borgo. A casi tres años de la publicación de su primera novela, la escritora entiende que ha crecido y madurado. Y es que haber vendido su novela a treinta países, le permitió trabajar con los mejores editores de Europa; así que era inevitable que, junto a su inconformidad natural como escritora, ella fuera también tan crítica con su propia novela.

«Creo que la novela ha tenido una acogida maravillosa por parte de los lectores —cuenta la escritora—, pero también ha habido unas lecturas un poco mezquinas con La hija de la española y me dolió en su momento, pero ya convivo con eso». En el caso de Venezuela, — le digo a Karina Sainz Borgo— hubo una publicación del crítico Carlos Sandoval en la que somete a La hija de la española a revisión. Entonces, la escritora me responde:

«Leí el trabajo de Sandoval, él quiere que los personajes sean moralmente luminosos; sí, me encanta y es interesante lo que él propone, pero bajo esa lógica el ámbito de porno o de Philip Roth se nos estropean un poco. Pero sí, leí con mucha curiosidad y mucha pasión las apreciaciones de Sandoval. Mira yo agradezco —continúa Sainz Borgo— a los lectores de mi novela, los que compran o regalan el libro; en cuanto a las hipótesis literarias, todas válidas y de gente muy preparada, pues, yo eso no lo puedo controlar, me interesan los lectores».

La literatura ha condicionado mucha de mis situaciones vitales

Lo cierto es que, para la escritora venezolana, el mejor modo de alimentar esa inconformidad es seguir escribiendo, por eso llega su segunda novela, El tercer país (2021). Porque precisamente dos de los rasgos que mejor definen a Karina Sainz Borgo son: la capacidad de trabajo y su insistencia. «La literatura ha condicionado mucha de mis situaciones vitales, incluso mis relaciones de pareja, si alguien no respeta mis libros y mi tiempo de escritura se puede ir por donde vino, por eso me divorcié», pronuncia Sainz Borgo en un acento venezolano inconfundible.

“Me gusta que una faceta mía desconfíe de la otracuenta Sainz Borgo—porque así es como a la hora de escribir puedo dedicarme a leer y leer, siempre desconfiando de la periodista que escribe columnas y que cree que por eso está escribiendo; pero es otra cosa”. Y no es que la escritora mantenga una relación de amor y odio con la periodista, aunque en un país como España donde su trabajo periodístico consume gran parte de su tiempo y energías, ella ha tenido que aprender a defender el tiempo y espacio que son sólo para la creadora.

Karina no le huye a una historia cuando se le instala en el pecho o en su cabeza; historia que a veces puede estar clara y otras es sólo una emoción que la empuja a escribir. Ella elige contar historias que creen problemas, esas que someten al lector al desacomodo y de las que de pronto surge un personaje que desconcierta, pero que quizá consigue «empatía, aunque ese personaje no tenga reparo en tirar un cadáver por una ventana».

Sainz Borgo ve posible, y lo intenta en lo que escribe, plantear una verdad constituida por contrarios. Piensa en Desgracia de John Maxwell Coetzee como modelo de esa literatura que lleva al lector al límite, o recuerda «el final de La fiesta del chivo de Vargas Llosa y los cuentos de la escopeta y la vieja de Ednodio Quintero, que leía con las piernas cerradas, de la sensación de grima que me producían. Eso es lo que me gusta hacer… siempre estoy buscando un conflicto».

Mis relaciones de trabajo siempre han tenido un desenlace en lo que escribo; desde recorrer Antímano, Catia o Petare identificado las formas de ahorro de familias no bancarizadas, —nada heroico, por cierto, y con lo que aprendí mucho de la ciudad, cómo se veía y olía de un lado y de otro— hasta labores de periodismo donde pasé roncha, haciendo salidas a bolsa o hablar de valores macroeconómicos, cosa que me aburría muchísimo, me cuenta Karina Sainz Borgo acerca de ciertos empleos que terminaron sumando alguna experiencia a su vida.

«Mira —me cuenta la escritora— trabajando con Arturo Pérez Reverte, por ejemplo, para el último reportaje en ABC y estar en un velero tres días navegando, eso dejó un reflejo en mí y volví incluso con una lengua de mar, o Conrad, porque creo que empecé a leer en serio a Conrad fue con Arturo, hace ya seis años». Así es como Karina Sainz Borgo tiende al provecho y no al desprecio de casi nada de lo que pasa por su vida, porque ella sabe que algo de eso la escritura podrá convertir en imágenes de la literatura en la que cree.

No me gusta hacer diferencias en la literatura, detesto una reivindicación identitaria en la literatura —dice Karina Sainz Borgo—, creo que la verdadera literatura es la que traspasa como un balazo, ¿sabes? O sea, que yo me emocione leyendo los personajes de Dostoievski, o Memorias del subsuelo, o que me emocione con Julián Sorel o el Bildag de Melville, si la novela está bien escrita me voy a emocionar también si es una Doña Bárbara».

La escritora no apuesta sino por aquella literatura que no renuncia a búsquedas universales, que sale de las autoafirmaciones y puede tocar a cualquiera. «En nuestra literatura hay algunas voces que lo han conseguido, pero pasó mucho tiempo en el pasillo de la poesía, que nos hizo a todos mucho mejores lectores y nos dio más lenguaje; sin embargo, la narrativa opera de otra manera», es lo que cree Sainz Borgo de lo que ha sucedido con la literatura en Venezuela.

Karina Sainz Borgo entiende el peso de la tradición, como el innegable caso de el Quijote, pero piensa en la necesidad de moverse y dejar que lleguen autores de todos lados. No se impone esto tampoco, sólo sucede en ella. «Yo no llegué al Ulises de Joyce —cuenta la venezolana— si no hubiese existido antes Vila-Matas, porque todos los procesos son una lectura hacia atrás y por eso creo que la médula de una literatura está en su capacidad para perforar al ser humano».

Últimamente me la paso todo el tiempo en la calle, —cuenta Sainz Borgo— con esto de que la pandemia parece haber amainado; así que han vuelto los coloquios, los cursos de verano y, por supuesto, el periódico, el ABC. Y parece que para la escritora venezolana las relaciones con la gente pueden ser como material inflamable, que está siempre dialogando con esa pulsión de escribir que no duerme en Karina Sainz Borgo.

«Ahora mismo —continúa contándome la escritora— reviso el manuscrito de mi próximo libro, que se titula La isla del Dr. Schubert. Es un libro de aventuras, un libro raro, contiene amor y erotismo y es una especie de homenaje a la Odisea, con un personaje que no se sabe quién es; donde además vive Medusa y hay una guerra contra los seres abisales. Todo un reto.»

En la mochila literaria Karina Sainz Borgo tiene estas publicaciones: Caracas hip-hop (2007), Tráfico y Guaire. El país y sus intelectuales (Caracas, 2007), La hija de la española (2019) y El tercer país (2021).

Crónica

La excepción al paraguas/Barbitúricos ciudadanos

Novela

El tercer país

*Foto: Clara Rodríguez