César Suppini
Esta casa
Esta casa se erigió en solaz y penumbra
El Tiempo puso su estrella en los rincones
Anduvo en sus resquicios
Amilanó mis pasos esta techumbre casi siniestra
La hondura de la calle de polvo
La luna desquiciada de la esquina
Los bordes inflamados del estío desgajaron sus flancos
Por eso es como el vino que olvidamos
O como el hilo de arena mudado en viento
Era más gris y cansina
Más humosa y recostada del azar
Tenía algunos adobes de jaula de vidriosa greda
Unas columnas casi triangulares como de espuma
En sus pisos trazaban surcos las lámparas
Que mis tías guardaban en inalcanzables lugares
Esta casa era el aire que ahora tañe de otra parte
Con la misma ventana de furgón
Parecida a los gajos plúmbeos del invierno antiguo
Sus raíces y sus visajes
Dicen de un Tiempo solemne
Amalgaman un ayer de óxidos y visos elegidos
Destinan los días a sus memorias de olvido
A sus perennes e insondables vestigios
Yo
Soy yo
el que se regresa
y borra su sombra
El que cuenta en su mano las horas
venida a menos
como el mendigo las monedas
El que vacía de ecos la vida en cada voz
En cada paso
El que mira incendiarse los días
-fuego de amargas hierbas-
El que se asombra al despertar
Memoria sin resplandor
Al borde de la lluvia
La casa en sombras menudas y ruidos sordos
Anhelo el vino frágil que da al olvido una vaguedad profunda
Un brillante cálamo de tristeza
Se alza el plumaje que sacude el vacío
Es la costumbre en estas orillas despavoridas
El relámpago abre los jardines secretos
Bordea un horizonte deshecho
Mana un hálito de bestialidad incansable
Sus tesoros y oropeles
En los pasos y vados se busca el olor a ceniza
Se busca la mano tendida
El hilo prodigioso sobre los vientos increíbles
Esa estrella errátil
que cruza la memoria sin resplandor
La casa triste
Para María Corina, mi hija
Enferma desde el infausto invierno
La lluvia abre cada vez los huecos del Cielo
Y nos hace lucir esos vientos feroces
En las ventoleras se escapan las ramas
Las voces inauditas blanquean
Es una imagen de la piedra como la piedra misma
Odiamos sin embargo la casa vacía
Sacudimos el polvo en los dedos del recuerdo
Manamos con ella el tiempo que ha de durar
Cuando los visitantes levantaban las copas
Un murmullo de ave agonizante
rociaba las ventanas
Los gavilanes dormían al mediodía en sus cumbreras
—una espuma del día iluminado y sordo—
No entendimos su grito desgarrado
Esta ciudad
La noche que revienta en los dedos
Una paloma en la Cruz del Sur
Entre los fuegos
Sobre los goznes del vértigo
Una diminuta cascada en la boca
La locura de un haz de música oculta en lo impensado
—piedra de inalcanzable pureza
suspendida en la fiebre—
El ocaso de la hierba ardida
en las sienes
Esta ciudad que alimenta sombras vertidas
Densos bosques en largo renuevo
Pesos de hondura fantasmal
Esta ciudad que irrumpe en un osario
Con toda su claridad virginal
Más acá de la luna frágil
Esta ciudad
Nombre de ave del Paraíso
Ala de estrella
La palabra muerta
La palabra muerta ronda la sien
Acosa el alma
Perfora el corazón
Aire inflamado
Espera que estés lejos bajo el último alero
En la tiniebla
La mano en el vacío
Ese viento que vuelca sin rumbo la hoja única
Vuelve a uno
Con todo el hielo del mundo
Un eco de sombra adentro
Que en silencio ensordece
Dedo implacable
En la estrella apagada de los insomnios
Confesión
Nadie entiende mi fábula
El acoso de este liquen sutil en los párpados
La férula de esta hierba crecida
de pronto
en el corazón
Honda
Más honda
Más honda
En la incalculable línea fatal de los sueños
Esta memoria de los vestigios
De los páramos del amor nimbados de flores sórdidas
De los perros que aullan al fuego de la medianoche
Como en un rito intangible
—tardía música que arde
en los vientos sonámbulos—
Nadie entiende mi fábula
Toda la ira de la palabra lamiendo
secretamente
los hierros del porvenir
Mi fábula tiende sus redes indescifrables
Es como el latido frenético
irredento
De pasos muertos
Es para encontrarte
Mis zapatos en sombra
dicen nada
Mis ojos ajenos
buscan una piedra memorable
Una costumbre olvidada
Mis cansancios son rotundos
para no despertar
Mis tanteos de buzo ciego
suenan en los techos vacíos
una y otra vez
Es para encontrarte
y nombrarme sin razón
que borro mi cuerpo
Entonces
Entonces me vuelvo a vestir
Canoso y apoplético
Dulcificando mi estatura
Encorvo mi brazo derecho como un escorpión
Al acecho de un vacío interior
De un ruido siniestro
Destrozo mi imagen a cuerpo entero
Largo mis líquidos en la colcha
Sin expiación
Sin éxtasis
Estoy hecho a torsos repentinos
A grupa desmelenada
A tirones de fuego
Me cae esa inmensa luna del desvío
Cada mañana muerdo mi aliento demorado por la nostalgia
Asesino mi paz interior con grandes desvelos
Clamo por la frescura de los escombros