literatura venezolana

de hoy y de siempre

Hasta el cielo se cansa (selección)

Feb 3, 2022

César Suppini

Esta casa

Esta casa se erigió en solaz y penumbra
El Tiempo puso su estrella en los rincones
Anduvo en sus resquicios
Amilanó mis pasos esta techumbre casi siniestra
La hondura de la calle de polvo
La luna desquiciada de la esquina

Los bordes inflamados del estío desgajaron sus flancos
Por eso es como el vino que olvidamos
O como el hilo de arena mudado en viento

Era más gris y cansina
Más humosa y recostada del azar
Tenía algunos adobes de jaula de vidriosa greda
Unas columnas casi triangulares como de espuma

En sus pisos trazaban surcos las lámparas
Que mis tías guardaban en inalcanzables lugares

Esta casa era el aire que ahora tañe de otra parte
Con la misma ventana de furgón
Parecida a los gajos plúmbeos del invierno antiguo

Sus raíces y sus visajes
Dicen de un Tiempo solemne
Amalgaman un ayer de óxidos y visos elegidos
Destinan los días a sus memorias de olvido
A sus perennes e insondables vestigios

 

Yo

Soy yo
el que se regresa
y borra su sombra

El que cuenta en su mano las horas
venida a menos
como el mendigo las monedas

El que vacía de ecos la vida en cada voz
En cada paso

El que mira incendiarse los días
-fuego de amargas hierbas-

El que se asombra al despertar

 

Memoria sin resplandor

Al borde de la lluvia
La casa en sombras menudas y ruidos sordos
Anhelo el vino frágil que da al olvido una vaguedad profunda
Un brillante cálamo de tristeza

Se alza el plumaje que sacude el vacío
Es la costumbre en estas orillas despavoridas

El relámpago abre los jardines secretos
Bordea un horizonte deshecho
Mana un hálito de bestialidad incansable
Sus tesoros y oropeles
En los pasos y vados se busca el olor a ceniza
Se busca la mano tendida
El hilo prodigioso sobre los vientos increíbles
Esa estrella errátil
que cruza la memoria sin resplandor

 

La casa triste
Para María Corina, mi hija

Enferma desde el infausto invierno
La lluvia abre cada vez los huecos del Cielo
Y nos hace lucir esos vientos feroces

En las ventoleras se escapan las ramas
Las voces inauditas blanquean
Es una imagen de la piedra como la piedra misma

Odiamos sin embargo la casa vacía
Sacudimos el polvo en los dedos del recuerdo
Manamos con ella el tiempo que ha de durar

Cuando los visitantes levantaban las copas
Un murmullo de ave agonizante
rociaba las ventanas

Los gavilanes dormían al mediodía en sus cumbreras
—una espuma del día iluminado y sordo—
No entendimos su grito desgarrado

 

Esta ciudad

La noche que revienta en los dedos
Una paloma en la Cruz del Sur
Entre los fuegos
Sobre los goznes del vértigo
Una diminuta cascada en la boca

La locura de un haz de música oculta en lo impensado
—piedra de inalcanzable pureza
suspendida en la fiebre—
El ocaso de la hierba ardida
en las sienes

Esta ciudad que alimenta sombras vertidas
Densos bosques en largo renuevo
Pesos de hondura fantasmal

Esta ciudad que irrumpe en un osario
Con toda su claridad virginal
Más acá de la luna frágil

Esta ciudad
Nombre de ave del Paraíso
Ala de estrella

 

La palabra muerta

La palabra muerta ronda la sien
Acosa el alma
Perfora el corazón

Aire inflamado
Espera que estés lejos bajo el último alero
En la tiniebla
La mano en el vacío

Ese viento que vuelca sin rumbo la hoja única
Vuelve a uno
Con todo el hielo del mundo

Un eco de sombra adentro
Que en silencio ensordece

Dedo implacable
En la estrella apagada de los insomnios

 

Confesión

Nadie entiende mi fábula
El acoso de este liquen sutil en los párpados
La férula de esta hierba crecida
de pronto
en el corazón

Honda
Más honda
Más honda
En la incalculable línea fatal de los sueños
Esta memoria de los vestigios

De los páramos del amor nimbados de flores sórdidas
De los perros que aullan al fuego de la medianoche
Como en un rito intangible
—tardía música que arde
en los vientos sonámbulos—

Nadie entiende mi fábula
Toda la ira de la palabra lamiendo
secretamente
los hierros del porvenir

Mi fábula tiende sus redes indescifrables
Es como el latido frenético
irredento
De pasos muertos

 

Es para encontrarte

Mis zapatos en sombra
dicen nada

Mis ojos ajenos
buscan una piedra memorable
Una costumbre olvidada

Mis cansancios son rotundos
para no despertar

Mis tanteos de buzo ciego
suenan en los techos vacíos
una y otra vez

Es para encontrarte
y nombrarme sin razón
que borro mi cuerpo

 

Entonces

Entonces me vuelvo a vestir
Canoso y apoplético
Dulcificando mi estatura

Encorvo mi brazo derecho como un escorpión
Al acecho de un vacío interior
De un ruido siniestro

Destrozo mi imagen a cuerpo entero

Largo mis líquidos en la colcha
Sin expiación
Sin éxtasis

Estoy hecho a torsos repentinos
A grupa desmelenada
A tirones de fuego

Me cae esa inmensa luna del desvío

Cada mañana muerdo mi aliento demorado por la nostalgia
Asesino mi paz interior con grandes desvelos

Clamo por la frescura de los escombros

*La edición del volumen Piedra del misterio, estuvo a cargo de Celso Medina.

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