Nací a finales de octubre de 1964 en un pequeño pueblo de Mérida, Venezuela, llamado “La Parroquia”. El menor de trece hermanos –ocho mujeres y cinco hombres–. Hijo de Carmen –murió cuando yo tenía veinte– y Golfredo –murió cuando yo tenía siete–. De ella heredé la tolerancia, de él, el humor negro. De ambos, el amor por la familia y el país.
Estudié Comunicación social en la Universidad de Los Andes. He trabajado en la Oficina de Prensa de la Universidad de Los Andes, como periodista; en la Fiscalía General de la República de Venezuela, como analista de prensa y periodista; en La comisión de salud del Senado de Venezuela, como asistente a la presidencia; en la Secretaría de cultura de la gobernación de estado Zulia como Adjunto al Secretario; en la Oficina de prensa de la Gobernación del Estado Zulia, en la compañía Danza contemporánea de Maracaibo como productor y periodista y en la empresa de publicidad Mercedes Vázquez y Asociados como redactor creativo, productor y director de publicidad.
En la actualidad vivo en Madrid, soy un migrante venezolano, como otros seis milones de compatriotas, expulsados por la “revolución”. En España sigo siendo bañaperros por oficio, repartidor de paquetería por necesidad y gusto y sigo escribiendo por sin oficio.
Escribo, porque me divierte y pretendo divertir a quien me lee. Es una válvula de escape para huir de una realidad que, gracias a los muchos años de socialismo criollo, cada día se hace más hostil y extraña. Escribir es una forma de exiliarme. De escapar. Al tiempo que me ayuda a interpretar la extraña circunstancia que nos ha tocado vivir a los venezolanos. También escribo para dejar la huella de una vida plasmada en letras.
A veces con humor, otras con drama, mis historias siempre tienen impregnada la marca del ser humano, de la vida humana. Mi vida es una constante lucha diaria contra mis prejuicios. Mato uno y aparecen diez, pero sigo combatiéndolos y escribir también me ayuda en esa batalla.