literatura venezolana

de hoy y de siempre

Escrito y sellado (escena I)

Isaac Chocrón

MIGUEL: Y así fue como me hice cura.

SAUL: De actor a cura. A lo mejor no hay tanta diferencia.

MIGUEL: Hay pasión en ambas vocaciones…

SAÚL: Lo que sucede es que yo te conocí como actor. O, mejor dicho, desconocía tu vocación religiosa, tu entorno familiar tan católico, todo eso que me acabas de contar. Oyéndote, me pareció comprensible que cansado de desdoblarte en personajes, prefirieras ahora ser tú mismo o ser un simple enviado de Dios.

MIGUEL: Enviado es demasiado. Digamos portavoz o intermediario.

SAÚL: Sea lo que sea, y aunque estás mucho más delgado de la última vez que te vi, pareces feliz.

MIGUEL: Digamos sereno y conforme. No has comido nada. ¿Te sigues sintiendo mal?

SAÚL: Ahora sí creo que agarré el virus, ese que tiene todo el mundo aquí. Tócame y dime si tengo fiebre.

MIGUEL: Estás caliente. Compraremos aspirinas en la farmacia al lado. Aspirinas, mucho líquido, te acuestas a sudar y se te pasará.

SAÚL: A lo mejor fue esa nieve. ¿Hasta cuándo seguirá cayendo?

MIGUEL: Probablemente todo el resto del día. Difícil saberlo.

SAÚL: Ya deberías saberlo, después de diez años en este desierto.

MIGUEL: No lo creas. Precisamente por ser un alto desierto, nieva poco. Dos o tres veces durante todo el invierno.

SAÚL: Y llegando, me tuvo que tocar una de esas veces.

MIGUEL: La primera.

SAÚL: ¡Vaya consuelo! Me faltan dos

MIGUEL: No morirás en Albuquerque.

SAÚL: ¡Morir en Albuquerque sería el colmo!

MIGUEL: Acabas de ¡legar y nada te ha gustado. ¿Cuándo piensas decirme a qué viniste? Yo me preguntaba y me sigo preguntando: ¿por qué viene Saúl a este fin del mundo?

SAÚL: ¿Cómo iba a sospechar que esto sería el fin del mundo? Yo solamente me entusiasmaba con aquello que dijo Georgia O´Keeffe, la pintora de las flores gigantes y los cráteres como vulvas femeninas. Dijo que se quedaba aquí por «el maravilloso vacío del desierto». Fue suficiente para mí, dadas mis circunstancias.

MIGUEL: Cuéntamelas.

SAÚL: Ahora no me pidas confesiones. Me siento horrible.

MIGUEL: Confesión por confesión. Yo te hice la mía.

SAÚL: Era obligatorio que me lo dijeras. Cuando la secretaria me dio tu recado, le aseguré que yo no cono- cía a nadie aquí. ¿De dónde un judío como yo, podía conocer a un curita de Santa Fe?

MIGUEL: Ni siquiera recordaste mi nombre.

SAÚL: Hace muchos años que no nos veíamos, Padre Miguel. ¿Iba a cargar tu nombre al cuello como un escapulario? Te conocí como apuesto actor, no como flaco cura.

MIGUEL: Con ésta van dos veces que me lo recalcas. ¿No te agrada tener un amigo cura, aunque esté flaco?

SAÚL: Me agrada, me encanta, me fascina. Un amigo cura en el alto desierto de New México. ¿Qué más puedo pedir? Sentirme bien.

MIGUEL: Come y quizás te sentirás mejor. ¿Vas a despreciar este bocado griego?

SAÚL: ¿Es que todos los curas se pasan la vida reclamando? Cómelo tú y, si quieres, cómete también el mío,

MIGUEL: Y yo que me debatí escogiendo dónde invitarte. Me dije: «A un tipo tan sofisticado y tan mundano como mi amigo Saúl, debo llevarlo a deleitarse con sabores mediterráneos».

SAUL: Gracias y deja de joder. Nada me sabe a nada.

MIGUEL: Nos vamos aproximando a las misteriosas circunstancias que te trajeron aquí. Nada te sabe a nada y es por eso que te entusiasmó el maravilloso vacío del desierto.

SAÚL: Muy perspicaz. Debes ser un curita exitoso.

MIGUEL: Muchísima. Ya te darás cuentas. Cuenta me estaba dando yo mientras caminábamos bajo la nieve hasta aquí…

SAUL: ¡Claro! ¡Fue toda esa nieve cayéndome en la cabeza!

MIGUEL: …Y cuenta seguí dándome, viéndote mirar el menú sin ningún interés, viéndote mirarme con esos ojos tristes.

SAÚL: Es el virus.

MIGUEL: Y me decía: «Ha escogido venir aquí para olvidar o enfrentarse a sus circunstancias”.

SAÚL. ¿Es que los curas hablan solos? ¡Qué envidia! Estoy en sabático de la Universidad. Nada mejor que aceptar una invitación de otra Universidad y conocer algo diferente.

MIGUEL: Pero muy lejos.

SAÚL: Demasiado lejos. Si hubieses sabido que para llegar aquí hay que tomar tres aviones, pasar todo un día volando…

MIGUEL: ¿Te hubieses quedado en Caracas con esos ojos tristes y aguados?

SAUL: Los ojos son la fiebre y el resfriado y los escalofríos que estoy sintiendo. ¿Ves cómo sudo? Un sudor frio.

MIGUEL: Vámonos. Pagaré a la salida.

SAUL: Siéntate. Tarde o temprano, te lo iba a contar.

MIGUEL: Otro día me cuentas. Vamos.

SAÚL: Quédate ahí. Es posible que el virus sea consecuencia de esas circunstancias que te han intrigado. Dicen que el cuerpo reacciona a las emociones.

MIGUEL: Entonces, contar lo que vas a contar te hará sentir peor. Disculpa mi insistencia.

SAÚL: Para mi, es interés que agradezco. Me estás ratificando tu amistad. Muy bien. Aquí te va: he venido para consolarme o para conformarme —en cualquier caso, para enfrentarme— a una pérdida: la muerte de alguien que fue mi amigo, pero que también fue mi familia: hijo, hermano, compañero. Ningún rótulo abarca la dimensión de lo que fue esa relación. Ya está. Ya te lo dije. Vine a pasar mi duelo,

MIGUEL: Cuenta conmigo.

SAÚL: Lo sé.

MIGUEL: (Sacando su pañuelo.) Toma y sécate el sudor. Tu pañuelo está empapado. Ahora sí es verdad que te sientes mal.

SAÚL: ¿Ves mis escalofríos? No me puedo mover.

MIGUEL: Quédate aquí. En seguida regreso.

SAÚL: No me dejes solo. Ahora prefiero contarte cómo comenzó todo. El comienzo. Un comienzo igual a como lo es hoy nuestro nuevo encuentro. Curioso, ¿no es cierto?

MIGUEL: Era más joven que tú.

SAÚL: Correcto. Por eso lo llamé hijo. Lo conocí como mi alumno y luego vivimos juntos casi cuatro años. Llegó un momento en que nuestras semejanzas se nos hicieron insoportables. Además de ambos ser zurdos —te sonríes porque tú no lo eres, pero zurdo con zurdo implica una avasallante complicidad— creamos una duplicidad de gestos, actitudes, modos de hablar, que confundía ala gente y a nosotros mismos.

MIGUEL: La relación ideal entre un maestro y su alumno.

SAÚL: No funciona. El alumno debe irse ala vida por su cuenta. Y así lo hizo Luis. No fue una separación, sino una mudanza de comun acuerdo. Entonces, esa relación ideal que tú mencionas, funcionó. Siguió estrechándose. Él contaba conmigo y yo con él. Mi casa era su casa. Tenía llaves y podía venir cuando quisiese. Mas que casa, era su hogar.

MIGUEL: ¿De qué murió?

SAÚL: A eso voy. ¿Dejas que tome tu agua?

MIGUEL: Por supuesto. Si quieres, pido más.

SAÚL: No. Con esta es suficiente. ¡Rica el agua! Me la iré tomando poco a poco. Un sábado por la mañana, llegó diciendo que venia a tomar sol en la terraza…

Se encienden luces sobre una tumbona donde está Luis, en traje de baño, acostado. Saúl se incorpora, se quita la chaqueta y va hacia él.

SAÚL: De aquí sales igual a un negro de Abisinia. Voy a comer donde Victoria. Pídele a Carmen que te haga tus queridas papas fritas. Regreso como a las tres.

LUIS: No vine a tomar sol.

SAÚL: ¿Y entonces qué estás haciendo?

LUIS: Siéntate aquí a mi lado. Dame tu mano. Me acosté a tomar sol para que Carmen no se dé cuenta.

SAUL: ¿Cuenta de qué?

LUIS: Quise decir, para que no oiga o sepa lo que voy a decirte.

SAÚL: ¡Vaya misterio! ¿Y cómo crees que va a oír o saber si está allá dentro en la cocina?

LUIS: No vengo de mi casa. Vengo del consultorio del Doctor Jaimes. Fui antier a hacerme los exámenes.

SAÚL: ¿Exámenes de qué?

LUIS: Antonio se los hizo y salió positivo. Al decírmelo, sentí que debía hacérmelos yo también.

SAÚL: ¿Exámenes de qué?

LUIS: No sigas repitiendo la misma pregunta. Tú sabes de qué. Salí positivo. Jaimes me sugirió que se lo dijera a alguien de mi familia, a la persona más cercana a mi. Ese eres tú: mi familia y mi persona más cercana.

SAÚL: Exámenes.. positivo… No entiendo.

LUIS: Cierra la boca. Deja de mirarme así. Si tanto te ha impresionado la noticia, te podrás imaginar cómo me sienta yo.

SAÚL: ¿Eso fue todo lo que te dijo Jaimes? Saliste positivo-¿Así no mas? ¡Saliste positivo y chao! ¡Buena suerte, mi amor, feliz año nuevo! ¿Cuándo vas a aprender a contar las cosas, a desahogarte?

LUIS: Perdóname. Te lo repito. Antonio salió positivo. Vivo con él. Tenía que hacerme los exámenes.

SAÚL: ¿Por qué no me dijiste que ibas donde Jaimes?

LUIS: Porque estaba ligando que saliera negativo. De haber sido así, ¿para qué iba a preocuparte” El primer examen salió positivo y me hizo un segundo. Igual con el tercero que fue el definitivo. Ahora hay que esperar. Jaimes dice que por les momentos no debo preocuparme. No debemos preocuparnos. Hay que esperar a que se manifieste y eso puede suceder dentro de algunos años, o en cualquier momento. Mientras, debo cuidar mi alimentación —Carmen estará feliz de atragantarme con comida— debo hacer ejercicio —menos mal que siempre corro en el parque y hago pesas— debo llevar eso que llaman una vida sana…

SAÚL: ¿Quieres hacerme el favor de callarte?

LUIS: Me acabas de reclamar que no me desahogo.

SAÚL: El lunes voy donde Jaimes.

LUIS: ¿A qué? ¿A hacerte tú también los exámenes?

SAÚL: Yo no vivo con Antonio. A que me cuente el cuento como es.

LUIS: Es como te lo acabo de contar.

SAÚL: Entonces, a que me diga qué debemos hacer.

LUIS: También te lo acabo de decir.

SAÚL: ¡Yo no me voy a quedar aquí plantado esperando a que se manifieste! «Que se manifieste». ¡Vaya expresión! ¿No dicen que la medicina moderna es preventiva? ¡Pues, yo exijo que prevengan eso… esa «manifestación»! ¡Yo exijo que me digan qué debemos hacer! ¡Yo exijo..!

LUIS: ¡Ah, Saulito, Saulito! Mucho me quieres.

SAÚL: Infinitamente.

LUIS: Lo sé. Ven, mirame. Así es mejor. Sonríeme. Mucho mejor. Por- que sé que me quieres, vine a ti.

SAUL: Y de mí no te vas a alejar. De ahora en adelante, estamos juntos. Cuenta conmigo. La pelea la haremos juntos.

LUIS: La pelea…

SAUL: Párate y vístete. Vente conmigo donde Victoria. Salgamos a tomar aire.

LUIS: ¿Más aire? ¿No tienes suficiente en toda esta terraza? Perdón, mi General, corro a vestirme, pero ¿puedo pedirte algo? Que más na- die lo sepa. Por ahora.

SAÚL: ¿Y a quién crees que se lo voy a decir?

LUIS: A Carmen. A la misma Victoria. Yo te conozca.

SAÚL: Si, pero aún no me has conocido en estas nuevas circunstancias. Será nuestro secreto mientras tú quieras. Dame esa mano. Sellemos el pacto.

LUIS: (Dándole la mano). ¡Nunca vas a dejar de ser niño, Saulito, nunca! ¡Aunque llegues a ser más viejo que Matusalén! (Sale).

Saúl mira como si estuviese perdido, reacciona, va hacia la mesa, se sienta y toma agua.

MIGUEL: (Gran pausa, sin dejar de mirar el mantel). Mejor ponte la chaqueta. El frío…

SAÚL: (Poniéndosela). Eso fue hace tres años, Así comenzó todo.

MIGUEL: ¿Vamos a la farmacia?

SAÚL: ¿No tienes nada más que decirme?

MIGUEL: Tengo…otro día… vamos.

SAÚL: ¿Sabes? Yo suponía que los Padres, los curas, los sacerdotes o como se llamen, consolaban al instante. Que tenían a flor de labios una palabra…o que hacían un gesto…no sé…que ofrecían un consuelo.

MIGUEL: ¡Qué más quisiera!

SAÚL: ¿Es que no hay consuelo?

MIGUEL: Lo hay. Hay muchos consuelos, pero yo, para decirlo con tus propias palabras, dadas mis circunstancias…

SAÚL: ¿Has pasado por algo similar a lo que te acabo de contar?

MIGUEL: Hablamos luego, ¿de acuerdo? Vamos.

SAÚL: Como quieras. Vamos.

MIGUEL: (Viéndolo alejarse). Estoy pasando.

SAÚL: ¿Qué? ¿Qué dijiste?

MIGUEL: ¿Quieres que te lo repita? Estoy pasando por…

SAÚL: ¿Lo mismo que pasé yo? ¿Un amigo? ¿No? ¿Tú? No puede ser. ¡No puede, no puede ser! ¿Por qué no me interrumpiste? ¿Por qué no me lo dijiste? Ahora entiendo por qué te veía más delgado. Entiendo por qué no me mirabas mientras te lo contaba. ¡Qué insensatez! ¡Qué horror, mi pobre Miguel, yo hablando y tú..!

MIGUEL: Peor insensatez la mía al decírtelo ahora. No quería. Se me salió sin querer.

SAÚL: ¿Desde cuándo?

MIGUEL: Desde hace un año, pero aún, ¿cómo fue que te dijo Luis? Aún «no se ha manifestado”.

SAÚL: ¿Te sientes bien? Evidentemente has perdido peso, pero ¿te sientes más o menos?

MIGUEL: En este momento, me siento malísimo por habértelo dicho.

SAÚL: Tarde o temprano me lo ibas a decir, ¿no es cierto? ¿O no quieres que nadie sepa?

MIGUEL: Lo sabe mi superior, Y ahora tú.

SAÚL: ¿No lo saben tus amigos? ¿Ni tu familia? ¿Nadie?

MIGUEL: Soy como Luis. O peor. No he debido decírtelo.

SAÚL. Yo lo hubiese sospechado.

MIGUEL: En cambio, yo me equivoqué en mi sospecha. No quería que me contaras porque supuse que el enfermo eras tú.

SAÚL: Hubiese preferido ser yo, ¡te lo juro!, y no Luis, y no tú.

MIGUEL: Y vienes a una tierra extraña y te encuentras…

SAÚL: ¿Con la misma película, pero con diferente protagonista? No, Miguel, no me compadezcas y no me obligues a compadecerte. Esa fue una de las primeras cosas que aprendimos Luis y yo. Si incorporamos la compasión e, peor aún, la lástima, a nuestra situación —fíjate que la llamo «nuestra», tuya y mía de aquí en adelante— si nos compadecemos, nos jodemos. Apréndete eso de memoria.

MIGUEL: Si, mi General.

SAÚL: No perdiste ni una coma de mi cuento. ¿Cómo se te iba a escapar nada si lo que te contaba era tu propia vida? ¡Cómo no me di cuenta!

MIGUEL: ¿Y ahora qué hacemos?

SAÚL: Curarme este virus de mierda. Perdone las palabrotas, Monseñor. Se me salen sin yo querer, de vez en cuando.

MIGUEL: En los lugares apropiados; muy al punto.

SAÚL: Gracias. Y muchas gracias por confiar en mí. Mientras yo esté a tu lado…

MIGUEL: Pelearás conmigo.

SAÚL: Buen alumno. Vámonos a la farmacia. (Salen)

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