Juan Martins
El tiempo en la pieza El simio albino(*) de Edilio Peña es una noción de la realidad, de su percepción que quiere cambiar. El mundo que se oculta en el instante. Entonces, si el tiempo se desvanece, las palabras que lo definen también lo harían. Nada de acuerdo con la verdad, tal como la entendemos, se desvanece por el sólo hecho de nombrarlo. La realidad alterada mediante el mismo lenguaje que la recrea. Este tiempo, en esta abstracción estaría para crear otra alteridad del signo. Lo que sucede, es el instante que perdemos por reconocernos en él. Al segundo las palabras reproducirán el significado y allí es cuando el significante de la palabra se alterna. En caso de que se relacionen todo empezaría de nuevo. La zona cero vendría sobre la mente del público. Todo se recrea en la significación. El discurso parece fragmentado, pero funciona con otra lógica del lenguaje: lo extraño ordenándose en un nuevo precepto de su sintaxis, lo que se oculta no está del mismo modo, sino que evade la realidad o a lo que entendemos de ella. Es también una arquitectura verbal (permítanme la metáfora) que tendría lugar en su «caja china» del texto dramático de Peña. La caja china llena de signos cuyo dueño único es quien interpreta, el público y por supuesto la noción del actor para representar esta nueva lógica que quiere aparecer, pero una vez abierto a los sentidos aquella realidad cambiará para este espectador: volvería a la zona de interpretación, despierta a lo que se cubre. Lo que está detrás es lo real, no lo aparente. De lo que se habla es de nuestro país. No es ambiguo, es el nuestro porque la crueldad, como sabemos, es ejercida desde el poder con el propósito de enajenarnos. Esta caja china de significados, como connotación, desea darle vuelta a los signos para esta comprensión histórica:
El Brigadier.— […] Increíble, todo está igual. Aquí no hay rastro del tiempo. El orden no ha sido alterado por el caos. Hasta el polvo que lo ensucia todo está ausente. Los instantes fueron abolidos. (Desliza la mano por encima de una cama y encuentra una fotografía. La observa y se dice para sí.) No sé por qué creen los ingenuos poder escapar de la muerte tomándose una fotografía. Dejar estampada el alma hace más fácil el fin del último acto. (Guarda la fotografía en un bolsillo de su pantalón, mirando hacia la espalda del Raro. De repente, se lleva dos dedos al borde de la boca, y emite un silbido agudo, espeluznante.) ¡Raro!… (Edilio Peña, p. 6).
La forma se transparenta. Todo al mismo tiempo dispuesto, como decía, para el lector, el actor. Luego el público recepta esa noción del mundo en el que estamos enfrentados en el país. Determinar las condiciones del totalitarismo. Lo explícito aun dicho con la suficiente valentía. Todo, (en la primera estructura del texto) suele parecer extraño, sin embargo se confirma el lado oculto, el mundo que se tergiversa y que quiere ocultarse como ejercicio del poder. Por el contrario, la mirada del autor nos desengaña. Es decir, lo extraño, en su giro fantástico se posesiona para conferirle el tono de imaginación al drama. Peña es fiel en esta teatrología Hambre en el trópico, Ocaso, Las manos del escritor y con esta El simio albino: el país, nuestro dolor. Denuncia como pocos autores: desenmascara, revela al país en su contexto poético. Fiel a su discurso. Hay dos zonas de esa revelación, tanto en lo sugerido como lo explícito. No quiere desilusionar, lo muestra bajo la evidencia de ese carácter político del drama.
Como cuando leo a Franz Kafka para sentir su extraño desvanecimiento. Éste se adelantó a la representación devastadora del totalitarismo en su literatura, mucho antes de que éste último se hiciera presente en el siglo XX. Lo hizo construyendo, para aquél entonces, una obra que no podía ser totalmente comprendida. Es el caso, de su novela El Proceso. Ahora, en el caso de la dramaturgia de Peña, este revela el horror del totalitarismo en una representación simbólica y arquetipal, que es como la metáfora de una pesadilla de cualquier venezolano inmerso en el horror cotidiano del poder que lo sojuzga. Ahora que pensaba en Kafka, pensaba en esta pieza y la huida de mi propio cuerpo. El cuerpo, la pérdida de la conciencia por el sujeto sometido por aquella alienación. Sólo que el signo no sólo es verbal, sino que todavía es orgánico, como lo pienso. Y, por tal razón, el actor y la actriz (tanto uno como otro) deben representar este sentido de lo extraño y lo inverosímil en el espacio escénico. Además de representar lo real debe quedar el espacio para lo extraño, lo inidentificable y, por qué no, el personaje albino como exhibición de lo monstruoso y del poder. Así «El simio albino» representa a la estructura simbólica del totalitarismo, «El Raro» quien lo contradice en oposición es la otra mirada del espectador, es la víctima con la que nos equilibramos:
El Raro.— No. Fingía ser. Me odiaba tanto que veía en mi rostro la cara de la bestia que concibió junto con aquella mujer que sería mi madre, el ser que ahora soy. No soportaba mi mirada. Me llamó aborto de la naturaleza. En un ataque de ira me sacó el ojo izquierdo con una cucharilla de plata que había puesto a calentar hasta alcanzar el rojo vivo, entre las llamas de la cocina. (Ídem),
Por su puesto el poder ejerce su modelo de violencia por más que se oculte de su naturaleza: El Raro.— Quizá el filo del hacha lo asustó. Siempre emite el silbido de una serpiente cuando cae sobre su presa como una guillotina. No se preocupe, la guardaré de su vista.[…] (p.15). Desde esta perspectiva, insisto, hablo de lo extraño y lo inverosímil. Incluso esta violencia como expresión de lo terrible. El terror dispuesto en la mesa. Y si se funda el terror se descubre el miedo. Este es el lugar de la emoción aquí. Ya lo decía Fernando Pessoa: todo buen drama racionaliza la emoción, es intelectualiza para dar lugar a la palabra.
Se dispone en el lenguaje la relación siempre subjetiva, entre sensación y palabra como expresión de la irracionalidad hasta que lo terrible asimila nuestra conciencia. La acción devenida tiene que ver con este lugar de lo subjetivo, de lo simbólico, lo inédito y las sombras. En el drama, la interioridad de su escritura posee la acción implícita por su propia condición de este relato: el actor/lector halla en su interior los códigos de ese lenguaje corporal por tener la diferencia con lo que le es real. El miedo se sustenta todavía a partir de esta subjetividad Y en consecuencia la tensión dramática queda definida: temor, miedo, duda, desasosiego, angustia en el estadio emocional con el cual se nos encarna porque lo sentimos. La sensación es real.
La palabra, sintaxis del cuerpo. Y la emoción tanto del actor como del público deviene en la estructura de la pieza. Ya que la emoción se alimenta de esta primera sensación del pensamiento (el espectador se asocia al relato, a su sintaxis y la gramática fluye en sus ideas). Lo racional será la consecuencia posterior del público cuando se detiene a reflexionar el sentido de lo real. Por lo cual los referentes, apenas detallados son una claridad, la plaza Venezuela anunciada es el espacio del terror, donde el poder ejerce su represión, sólo por citar un ejemplo de lo directo y denotativo. La obra (vista desde la representación) nos conduce por este camino de lo subjetivo, lo que, vuelvo a decirlo, está por identificarse:
EL BRIGADIER.— Me desconciertas. Hace rato cuando estábamos en el bar, contabas chistes que me privaban de la risa… pero ahora la moneda muestra otra cara. Si padeces el calvario del encierro, ¿cómo haces para salir y entrar de tu prisión? ¿Descubriste un pasadizo secreto en alguno de tus sueños más persistentes? ¿Cómo hiciste para que tu padre resucitará y te internara de nuevo en la escuela militar? ¿Por qué sigues siendo un muchacho sin arrugas en la piel? Dime, escurridizo fantasma pecoso. (p,11).
Cada uno de nosotros le confiere su interpretación claro está, la diferencia está con la emoción que nos acercamos. Ya que después de la emoción racionalizamos el discurso y la palabra. Siempre anunciando el terror como relevancia del miedo: El Brigadier.—[…] (Mirando hacia el interior del pozo.) Yo descendía como un gusano por la escalera colgante, la que está debajo de mi espalda. Dentro del pozo. Con la pala y las uñas, socavaba la preñez de la tierra… pero luego, más allá del fango, me esperaba el corazón de lo impensable. (pp. 11-12). En la instancia del poder se muestra la esperanza de liberación. El cuerpo se libera del daño y el lector (espectador) se recoge de la experiencia
:(El Brigadier vuelve a sentarse al borde del pozo. De pronto, la garra de un simio albino sujeta su hombro fuertemente. El Brigadier empalidece y comienza a temblar. El Raro mira la situación inesperada en tensa expectativa, a la espera de un desenlace. La garra del simio hala hacia el fondo del pozo al Brigadier Mayor. Este cae emitiendo un grito desgarrador que retumba con un eco.) (p.16)
Esta acotación final es evidente en esa intención. La estructura del miedo para delimitar la realidad, la pieza es simbólica por una parte, aún así, denoto aquí un trazado con lo expresionista como para definir el carácter del hombre, su posicionamiento ante el hecho histórico. El poder como ejercicio alienante no tanto psicológica como sí real.