Rómulo Gallegos
A los compañeros de La Alborada: Salustio González, Rincones, Julio Planchart, Julio Rosales y Enrique Soublette. Y a todos cuantos estén: en presencia de un espacio capaz para encerrar vuelos infinitos, inmóviles, extendidas las alas de un altivo sueño glorioso en la espera del impulso que los haga remontar.
PERSONAJES
- Guillermo Orosia
- Don Samuel Orosia (su padre)
- Lorenzo Aldana
- Mister Cilbey
- Manuel
- Peñuela (coronel)
- Don Elías
- Bruno Patiño
- Sempro
- Esther de Orosia
- Melania
- Mercedes
- Modesta
ACTO PRIMERO
Interior de la casa de los Orosia, en el Pegujal. En primer término, corredor con puertas a derecha e izquierda; en segundo término, patio, en medio del cual hay un jazminero florecido; luego al fondo, una pared baja, por encima de la que asoman algunos gajos. Y, finalmente, el cerro aridísimo donde hay diseminados algunos ranchos de bahareque entre tunas y cardones que componen la única vegetación de aquella tierra bravia. En el patio, a la izquierda, una puerta que da a la calle, y luego, en el ángulo de la
izquierda y el foro, una más pequeña que comunica con el taller. A la derecha, un emparrado. Es una mañana radiante de sol y azul.
Sempro, en el corredor, borda rosas de seda sobre fajas de cuero amarillo, que en una silla de lo mismo, al lado de ella, están amontonadas. Guillermo, en el patio, al sol, contempla en silencio el vuelo de los zamuros en enjambre por el cielo azul. Es un joven de veinticinco años, más o menos gallardo y cuidadoso de sí mismo. Sin llegar a la afectación, su cultura forma contraste con la campechanía de los demás. Viste traje de lana blanco y lleva siempre una rosa en el boutonnier; debido a la fractura de
la pierna izquierda anda apoyándose en un bastón, y como esto le afea evita siempre estar de pie.
Ambos, atentos a su respectivo quehacer, permanecen en silencio. A intervalos se oye el diálogo de un hombre y una mujer en la calle.
HOMBRE: ¿A qué hora te levantaste?
MUJER: A las siete… ¿Ah?… No entiendo…
HOMBRE: Que estás muy buenamoza
MUJER: (Risas.)
GUILLERMO: Ya están pelando la pava esos dos tontos.
SEMPRO: Temprano empiezan…
GUILLERMO: Y dura hasta que se acuestan. ¡Qué pachorra!
SEMPRO: Yo no sé cómo no se empalagan.
GUILLERMO: ¡Sí son más simples! ¡Y es tan desabrido su amor!
SEMPRO: Déjalos que gocen.
GUILLERMO: Si me dejaran ellos a mí.
SEMPRO: ¿Qué mal te hacen?
GUILLERMO: Que me hacen abochornarme por ellos.
SEMPRO: ¡Qué tontería!
GUILLERMO: ¿Cómo lo evito? Modesta y su Rafaelito me tienen a reventar diciéndose simplezas que ni en privado están bien. Aunque ella sea tu amiga; se necesita ser muy sandios.
SEMPRO: También es él amigo tuyo.
GUILLERMO: ¿Porque respondo a su saludo? Tú sabes que no tengo amigos en el pueblo. Además, aquí en El Pegujal, no hay amigos.
SEMPRO: Y como todos son parientes, al fin y al cabo…
GUILLERMO: si no lo son da lo mismo. Quien tenga una hermana es cuñado de todo el pueblo. Yo como no tengo sino una prima, soy un primo de todo el mundo.
SEMPRO: ¡Ah! ¡Guillermo!
GUILLERMO: Es la vulgaridad, el espíritu del pueblo. Por esto me disgusta que me digan primo: ellos creen que es porque tengo celos por ti…
SEMPRO: ¡Qué cosas!
GUILLERMO: Pero no creas que les tengo ojeriza. Me fastidian simplemente. Los de afuera y los de adentro; los hombres campechanos y buenotes, las mujeres insustanciales y ridículas, que ni saben imitar un figurín, y sólo hacen caricaturas de la moda. ¡Y pensar que alguna vez me haya hecho yo ilusiones con alguna de ellas! No diré con mi cuñada Melania, que siquiera tiene algo simpático; esa misma frivolidad que tanto le critican y que por esto se merece algo más fino que la campechanía de mi hermano Manuel.
Pero haberme hecho ilusiones con esta vecinita nuestra, esta melindrosa Modesta, que ni siquiera se merece al tonto telegrafista que la enamora.
SEMPRO: Si te oyeran dirían que es despecho
GUILLERMO: ¿Lo pensarías tú?
SEMPRO: Yo no, ¡qué ocurrencia!
GUILLERMO: Es que a fuerza de estar oyéndolos constantemente les he tomado una aprensión… ¿De qué ríes?
SEMPRO: De una ocurrencia que pasó ayer. Tú sabes que él se pasó la tarde leyéndole una novela a Modesta desde la oficina.
GUILLERMO: ¡Que sí lo sé…!
SEMPRO: Bueno, cuando llegó a una parte en que el protagonista le decía a su novia: ángel de amor y cosas así, la leyó con una entonación tal, que mi tía, que entraba en ese momento, creyó que él se lo decía a Modesta, y si hubieras visto la cara que puso. (Se ríe de nuevo. Guillermo apenas sonríe.)
GUILLERMO: ¡Qué fastidio, Sempro!
SEMPRO: ¿Qué cosa, Guillermín?
GUILLERMO: Eso: que tengamos al pueblo siempre dentro de la casa.
SEMPRO: Como nosotros vivimos tan callados.
GUILLERMO: Tan callados que asusta oírnos.
SEMPRO: Tú en la escuela todo el día.
GUILLERMO: Siquiera allá los muchachos gritan; por eso estoy impaciente por abrir la escuela. ¡Vivimos tan callados que a veces me ha parecido oír caer los jazmines! Tú, bordando tus rosas interminablemente, con menos ruido del que hace la primavera para abrir las suyas: mamá, trajinando todo el día como una sombra, apenas se siente el ruido del trabajo de papá, pero hasta ese mismo ruido anuncia un gran silencio: aserrando tablas para fabricar urnas. Sobre todo tu silencio. Mira. Cada vez que te sentabas a bordar en la puerta de mi cuarto se me ocurrían ideas muy curiosas: yo no sé por qué me impacientaba tanto hasta experimentar un sufrimiento físico. una angustia que me hacia, revolverme en la cama y sudar, si: aunque parezca mentira, una vez sudé frio. Mamá decía que eran nervios, y tal vez la estadía en la cama me los había excitado mucho, pero el motivo era otro. Vas a reírte, porque a primera vista esto ¡parece cosa de loco! No te has fijado en que. cuando en una reunión de personas extrañas sobreviene un silencio repentino, todos se ven las caras con inquietud, y si te has encontrado en ese caso, ¿no has experimentado un deseo angustioso de irte? Pues eso me sucedía cuando te ponías a bordar cerca de mi puerta en silencio y me sucede cada vez que estoy contigo sin hablar. Como si no fuéramos conocidos viejos.
SEMPRO: No es extraño, tú siempre has dicho que en tu casa estás como de visita.
GUILLERMO: Por eso lo decía; sólo a los que están de visita les pasa lo que a mí con ustedes, los que viven en su casa como desconocidos, cuya despedida se espera de un momento a otro y hasta se desea, porque nunca es grata la compañía de un desconocido.
SEMPRO: Eso podré decirlo yo, que soy quien verdaderamente está de visita aquí.
GUILLERMO: ¿Por qué lo dices?
SEMPRO: Porque a mí me ha sucedido eso que tú dices que pasa en las visitas. Pero no vayas tú a reírte ahora de mí.
GUILLERMO: No, si más bien me he puesto serio. No sabía que tú sintieras estas cosas.
SEMPRO: Como no te lo había dicho nunca.
GUILLERMO: Tampoco te había dado ocasión para que me lo dijeras.
SEMPRO: ¡Pero qué serio te has puesto!
GUILLERMO: Es que acabo de descubrir algo.
SEMPRO: ¿Qué?
GUILLERMO: No me atrevo a darle nombre, pero sé que de ahora en adelante no me asustará tanto nuestro silencio y hasta llego a sospechar que no lo habrá más de ahora en adelante.
SEMPRO: No entiendo, Guillermo.
GUILLERMO: Sin embargo, sí me parece que has comprendido.
SEMPRO: Cállate. aquí viene mi tía.
(Sale Ester. Es una mujer de cincuenta años, más o menos, apergaminada, tiene el cabello gris abundante y peina crineja. A pesar de la edad y el aniquilamiento que aparenta, conserva entero espíritu; su hablar y ademanes tienen más bien una agilidad juvenil.)
ESTER: ¿Todavía no has terminado?
SEMPRO: Ya estoy terminando.
ESTER: Mira que Martín te manda decir que las necesita para el mediodía. (Viendo lo que hace Sempro.) ¡Ajá! Te está quedando muy bonita. ¿Esa es la del Jefe Civil?
SEMPRO: Sí.
ESTER: Qué de miniaturas tiene.
SEMPRO: Me ha costado trabajo bordar este escudo.
ESTER: Pero te la pagarán mejor. (Se voltea hacía el patio, quitándose el pañolón negro que trae puesto.) ¡Pero Guillermo! ¡Mira que tú puedes ser!…
GUILLERMO: ¿Qué, mamá?
ESTER: ¿Qué va a ser? Que estás ahí en sol como un zamuro.
GUILLERMO: Como un zamuro inutilizado viendo volar a sus hermanas. ¿Verdad?
ESTER: ¿Cuándo no…?
GUILLERMO: No, si no lo digo por la pierna propiamente, sino porque estaba viendo volar los zamuros.
ESTER: Bueno, pero me parece que no hay necesidad de estar llevando sol para eso.
GUILLERMO: ¡Tanto tiempo a la sombra! Un mes sin salir del cuarto, tendido en una cama. Déjame tomar el sol un rato. ¡Es tan bello el sol!
ESTER: Pero un tabardillo no es nada bonito.
GUILLERMO: Quién quita… Si bien se mira es hasta una enfermedad poética: mal de sol.
ESTER: ¡Hum! Siempre estás tú lleno de músicas. Haz lo que quieras. busca otra calamidad más. Como si tuviera para tafetanes la Magdalena. Y tú, que eres propenso, por cualquier cosa coges una insolación y después para mí son las angustias. Acuérdate de aquel tabardillo que te dio cuando pequeño. Y por la misma cosa: por estar viendo volar los zamuros.
GUILLERMO: Ah! Ya comprendo. Lo que te desagrada no es que esté al sol, sino que esté viendo volar los zamuros.
ESTER: Cómo no me va a desagradar? Si tú los vieras por verlas sólo.
GUILLERMO: Los veo por los que a tantas cosas, porque son bellos al vuelo.
ESTER: Si, venme a mí con esas. No ves que no sé lo que estás pensando y haciendo, mientras ves volar esos bichos. Milagro que no estás apunta que apunta… Si fuera cosa nueva, pero desde pequeño has sido lo mismo, no pocas cuerizas te ha costado esa manía.
GUILLERMO: Es verdad, una diaria. Pero… ¿sabes una cosa? Ahora recuerdo con satisfacción todo aquello: aquellos encierras en el sótano, aquel llanto que me arrancaban tus látigos. ¡ Y mira que pegabas de una manera!
ESTER.—¡Qué frescura la tuya! Qué pensará Sempro; que te oye.
SEMPRO: Que perdió usted su tiempo.
GUILLERMO: Sempro sabe que mientras más dolor nos cuesta una pasión o un afecto más queridos nos son.
ESTER: Pero esa manía tuya te costará la muerte. Ya por estar volando te quebraste la pierna.
GUIILERMO: Mi temeridad no fue volar, sino hacerlo donde alguien pudiera asustarse y cazarme a tiros. Además. ¿a cuántas cosas tendría que renunciar por evitarme el peligro que me acarrea tenerlas? Tendría que renunciar a mí mismo, que por ser como soy todos me odian en este pueblo. En riesgo mayor me he visto por esta inocente flor que uso en el ojal; no me la pueden tolerar, como tampoco que me vista de lana y gaste perfume, porque tienen la idea de que el hombre debe oler a chivo, a tabaco de mascar y aguardiente.
SEMPRO: Es que hay más envidiosos en este pueblo…
ESTER: No es envidia, Sempro. Es que Guillermo los trata a todos de mal modo y no pueden tenerle buena voluntad.
GUILLERMO: No me la tienen aquí en mi propia casa: por atentar contra la tranquilidad de todos, vistiéndome contra la moda del pueblo, pensando contra su opinión, por ser estrambótico y sobre todo por ser cigarra entre hormigas.
ESTER: Yo no sé qué necesidad hay de vivir de punta con todo el mundo. Aprende de tus hermanos. Todo el pueblo los quiere mucho y viven felices con sus mujeres y sus hijos:
GUILLERMO: ¡Mis hermanos! Pero ¿acaso puedo ser yo como mis hermanos, ni conformarme con la mezquina felicidad de ellos? Un mostrador, o un pedazo de tierra donde escarbar cuatro granos, o unos burros para irse por esos caminos al agua y al sol, arreando; trabajo para la semana y unos tragos para convertir en fiesta el fastidio del domingo. ¡Envidiable vida!
ESTER: Es verdad, tú no puedes ser como ellos. Los pobres: ignorantes y rústicos…
GUILLERMO: No es culpa mía que lo sean, mamá. Siempre has de salirme con eso, como para darme en cara…
ESTER.—Yo lo que sé es que con ellos nadie tiene que ver (Vase.)
GUILLERMO: Y conmigo todo el mundo. Sí, estamos de acuerdo. (Se pone de pie.) ¡Vaya, pues! Que no haya modo de conversar sin concluir riñendo. ¡Nada! Lo que te digo, Sempro: soy un intruso en mi casa y debiera irme de una vez para dejarlos en paz a ustedes… ¡Irme! Bueno estoy yo para irme. Las dos no me llevaban muy lejos; temprano voy a llegar con una sola y con la impedimenta de la otra. ¡Qué pierna más pesada! Pesa más que todo mi cuerpo. (Mientras esto habla ha avanzado hasta el corredor penosamente;
llegado cerca de una silla se apoya en su respaldo.) No me veas, Sempro…
SEMPRO: ¿Por qué?
GUILLERMO: Porque no. Tonterías. Porque es feo arrastrar una pierna. Susceptibilidades ridículas de hombre presumido… ¡Más vale que me hubiera reventado la cabeza!
SEMPRO: Eso sí que sería feo.
GUILLERMO: No. Fuerte, horrible si quieres, pero feo no. Lo feo es lo ridículo, lo que mueve a risa o a compasión; esto: arrastrar una pierna tiesa y hacerlo torpemente con un esfuerzo que contrae todo el cuerpo y pone en la cara. Una mueca que causa lástima o risa.
SEMPRO: ¿Lo dices porque me reí de las morisquetas que hacías cuando saliste del cuarto?
GUILLERMO: Y por la cara de compasión que pones ahora.
SEMPRO: Dispénsame. Tú sabes que soy muy reilona.
GUILLERMO.—Y muy compasiva. Pero no es tu risa ni tu compasión lo que me mortifica, sino la mueca que las provoca.
SEMPRO: Eso es porque no estás acostumbrado.
GUILLERMO: Sí, la mueca de la cara desaparecerá cuando ya no me cueste tanto trabajo arrastrar la pierna, pero la de todo el cuerpo es inevitable. Ya les ha llegado la hora de desquitarse a los contrahechos de El Pegujal; ¡el burlador cayó en desgracia!… ¿Creerás que esta puerilidad llega a preocuparme de veras? ¡El elegante fracasado! ¿Verdad que es trágico y cómico al mismo tiempo? Tanto más trágico mientras más cómico. Imagínate: ¡un seductor patizambo! ¿Qué mujer va a sacrificarse casándose con él, para servirle de muleta? ¡El maestro de elegancia que le aconseja a sus discípulos mantenerse siempre en una actitud airosa y bella, presentarse ahora a la escuela, contrahecho, como una ruina humana apuntalada por dos palos y haciendo a cada paso una morisqueta capaz de hacer reír al misterio! … Es muy duro, Sempro, muy duro. (Encaminándose al patio.) Pasarle esto al hombre más presumido del mundo, a la casaca del pueblo, como me llaman ustedes.
SEMPRO: Ustedes no, Guillermo. Tú sabes que yo nunca te he dicho así.
GUILLERMO: Quise decir: el pueblo. (Se aleja hacia el fondo; Sempro deja su labor y se dirige a la derecha.
Sale Ester con una escoba en la mano.)
ESTER: ¿Qué fue, Sempro?
SEMPRO: Nada, mi tía.
ESTER: Pero ven acá.
SEMPRO: Voy a buscar seda. que se me acabó. (Mutis por la derecha.)
ESTER: Guillermo.
GUILLERMO: ¿Qué, mamá?
ESTER: ¿Qué le has dicho a Sempro?
GUILLERMO.—Nada.
ESTER: Mira, Guillermo, déjate de estar mortificándola. No me gusta que seas así con ella: si no la quieres, bueno; pero déjala quieta. De seguro que la estabas embromando por sus bordadas, y la muy tonta que se pone a hacerte caso.
GUILLERMO: No le hablaba de eso, mamá.
ESTER: O de otra cosa. Cuando no es esto es aquello. Ella se porta muy bien contigo para que le correspondas de esa manera. (Guillermo se acerca.) Durante tu enfermedad ella pendiente de ti y tú mortificándola con tus cosas.
GUILLERMO: ¿Tú quieres mucho a Sempro?
ESTER: Como a una hija, si es más buena la pobrecita. Tú dices que es simpleza, pero es bondad. (Guillermo la abraza.) ¡Ay hijo, que me ahogas!
GUILLERMO: sigue hablándome de Sempro.
ESTER: ¡Anjá! ¿Con que esas teníamos?
GUILLERMO: Sí, esas teníamos; es decir, tenía yo, porque no sé si ella…
ESTER: Si lo sabes, que tú no eres ciego, y bastante me has dicho que lo que más te molestaba era ese empeño de ella en quererte cuando tú no la querías.
GUILLERMO: Pero no te hagas ilusiones.
ESTER: ¿Por qué? Ella es la mujer que te conviene, no la encuentras mejor.
GUILLERMO: Sí, pero yo no tengo porvenir, no tengo oficio y no quiero que las rosas ideales de mis versos vivan y medren a expensas de las pobres rosas de seda de Sempro. Además, sería poco noble que ahora fuera yo a decirle a Sempro: ya que nadie puede quererme, quiéreme tú; es decir: sírveme de muleta, ayúdame a arrastrar esta pierna inútil.
ESTER: Y Sempro te contestaría que ahora es que te quiere de veras.
GUILLERMO: Pero no puedo aceptar ese amor, que más que amor sería piedad. Ahora, el día que logre producir en Sempro un sentimiento de admiración por mí, sí podré aceptarlo sin humillación, porque me lo habré ganado y será mío. Hoy no pasa de ser una limosna piadosa.
ESTER: Queriéndote ahora te prueba que te quiere de Veras. .
GUILLERMO: Pero, en cambio, ella siempre tendrá derecho a dudar de mi cariño y mañana se dirá con razón: mientras pudo escoger me despreció, y este resentimiento del orgullo en una mujer puede más que todo. No, no; yo necesito poder escoger otra vez, no como antes, sólo por una apariencia agradable, sino por verdadero mérito, para elegirla a ella.
ESTER: Genio y figura. (Viéndolo irse.)
GUILLERMO: Genio sólo, porque ya la figura es otra. Mira. ¿Ves aquel zamuro sobre el caballete? Qué feo camina. ¿Verdad? Nadie quisiera ser como ellos cuando los ven andar. En cambio, los otros… ¡Qué bellos, con las alas extendidas, serenos y altos! ¡Cómo los redime de su fealdad la belleza del vuelo y cuántos los envidiamos! ¡Así necesito hacer yo extender las alas, remontarme muy alto, para que abajo nadie se acuerde de mi pierna rota y todos me envidien!
ESTER: ¡Ay, hijo! Yo creía que tú estabas escarmentado-
GUILLERMO: Al contrario, mamá. Hoy más que nunca necesito volar, por Sempro y por mí. ¿No ves el trabajo que me cuesta andar? (Mutis por la derecha. bajo el emparrado.)
(Salen Mercedes y Modesta, madre e hija.)
MERCEDES: Prepárate. Por ahí se dice que el Presidente llegará a tu casa,
ESTER: ¡Qué mano!
MODESTA: Para qué lo niega, ¿misiá? A usted lo gustaría mucho.
ESTER: Cómo no. Allá ustedes, que tienen su casa grande y bonita.
MERCEDES: ¿Sabes el apuro en que nos han puesto? El Jefe Civil le dijo a Vicente que quería que le cediéramos la casa para el baile de recepción.
ESTER: ¿Y ya se está ocupando de pedir salas? ¿No es de aquí a dos meses que viene el Presidente?
MODESTA: Si, pero el Jefe Civil dice que quiere tener todo preparado con anticipación.
MERCEDES: Así es mejor. Tiene uno tiempo de hacer sus preparativos.
MODESTA: Y como papá le dijo al Jefe Civil que él haría todos los gastos del baile…
MERCEDES: Tú sabes cómo es Vicente de delicado; a él no le ha gustado nunca que en casa haya fiestas pagadas por otros.
MODESTA: Además, lo que dice Rafaelito: que si se niega a gastar, no faltará un chismoso que le diga al General que papá es enemigo de la situación, y entonces nos lleva el diablo.
ESTER: Por eso yo le doy gracias a Dios de que me haya hecho pobre. Está una tranquila, como no tiene nada que perder…
MERCEDES: No es por los cuatro centavos que uno tiene, sino por todo, Ester. Con esa gente de arriba tiene que andar uno como un nivel.
MODESTA: Mamá, cuidado si te oyen; mira que el Jefe| Civil está pasando a cada rato por aquí.
MERCEDES: ¿Y qué he dicho yo, niña?
MODESTA: No, te lo digo para que no sigas: tú sabes que en la calle se oye todo lo que hablan aquí. Ahora estaba yo en la ventana conversando con Rafaelito y estábamos oyendo todo lo que hablaban usted y Guillermo.
ESTER: ¿De veras?
MERCEDES: Y él; ¿cómo ha seguido? Se me había olvidado preguntarte.
ESTER: Mejor. Hoy salió del cuarto por primera vez.
MODESTA: ¿Y camina bien?
ESTER: No. hija, con mucha dificultad.
MODESTA: Considero cómo estará. El, que es tan así…. tan presumido…
ESTER: ¡Ah! De un humor horrible.
MERCEDES: El pobre. Era lo peor que podía pasarle.
ESTER: Asi dice él: que preferiría haberse matado.
MERCEDES: ¡Ave MarÍa!.. .
ESTER: Y no estuvo muy lejos, está vivo de milagro. Sabes lo que es hacerle como quince tiros y no pegarle ninguno. Mercedes: Y después caerse desde tan alto: un milagro verdaderamente.
ESTER: Yo le digo que Fue porque se lo encomendaba mucho a la Virgen. Cuando lo sentía salir de noche, después que nos acostábamos, me ponía a rezar por él y no me dormía hasta que regresaba, no porque yo supiera a lo que salía, sino porque como él tiene ese carácter tan violento y vive de pique con todo el mundo…
MERCEDES: ¡Ah Guillermo!
MODESTA: ¿Dónde está Sempro, misiá?
ESTER: Allá dentro, pasa. (Mutis de Modesta.)
MERCEDES: Quiere que Sempro le enseñe a bordar unos cojines, como los que tenemos no están presentables…
ESTER: ¿Está muy embullada Modesta con el baile?
MERCEDES: ¡La pobre! Se pasa toda la vida metida en casa, sin divertirse.
(Aparece en la puerta que da a la calle el coronel Peñuela, Jefe Civil del lugar, un andino vigoroso, con toda la rudeza de la sierra nativa mal disimulada por una cortesanía campechana y forzada.)
PEÑUELA: ¡Buenos días!
ESTER: Adelante. coronel.
PEÑUELA: ¿Cómo está mi señora?
ESTER: Para servirle, coronel.
PEÑUELA: Ya a misiá Mercedes la saludé.
ESTER: Bien, puede sentarse.
PEÑUELA: Gracias. ¿Y don Guillermo?
ESTER: Por allá dentro anda.
PEÑUELA: ¡Caramba! Ha estado bastantes días en la cama, ¿no?
ESTER: Mas de un mes, sí, señor.
PEÑUELA: Yo no he venido a saludarlo, porque me da vergüenza con él.
ESTER: ¿Por qué? Él comprende que usted no tuvo culpa, sí usted hubiera sabido que era él. a buen seguro que no lo hubiera tirado.
PEÑUELA: ¡Oh! De ninguna manera.
MERCEDES: Guillermo ha debido ponerlo en cuenta a usted, como autoridad.
PEÑUELA: Eso es.
ESTER: Si a nosotros mismos nos lo ocultaba; nunca supimos lo que hacía en el sótano: ahora es que he venido a saber que eran las alas esas.
PEÑUELA: Sí que es reservado el amigo.
ESTER: Y como el esperaba que nos acostáramos para salir.
MERCEDES: ¿Pero tú nunca tuviste curiosidad de saber a qué salía a esas horas de la noche?
ESTER: Le pregunté una vez. y me dijo que tenía una novia en la salida del pueblo y que la veía a esas horas por que el padre le hacia la guerra.
PEÑUELA: ¡Qué pícaro!
MERCEDES: Y como no era de extrañarse en él, que es tan enamorado.
ESTER: Eso me decía yo, y la verdad era que se pasaba la noche volando en la sabana de pastoreo de Vicente.
MERCEDES: Dígame: tanta res brava que tiene allá Vicente.
PEÑUELA: Sí que tiene bríos don Guillermo. ¡La perinola! se me pondría a volar sobre el ganado: para ir y de golpe caer ensartado en los cachos…
ESTER: Una temeridad de ese niño. Al principio era aquí enfrente, en la planadita esa.
MERCEDES: ¡Ahora que lo dices! Ese era el espanto que dicen que salía en la planadita,
ESTER: Todavía no era usted el Jefe Civil.
MERCEDES: Recuerdo que andaban pandillas de hombres armados. todas las noches. esperando el espanto. Hace como un año de eso.
PEÑUELA: Entonces, es costumbre vieja de don Guillermo. ¿No?
ESTER: Esa ha sido la manía de toda su vida. Recuerdo que cuando estaba muchacho se la pasaba diciendo que quería ser zamuro, y se pasaba todo el día en esos cerros. Viendo volar los zamuros, en un reventadero de sol, hasta que, de resultas de eso, se enfermó. Después la cogió por hacer versos, y no se ocupó más de los zamuros, pero un día viene y le regala papá un libro que decía de la locura esa del vuelo, y vuelta a su tema. Horas enteras se la pasaba en ese patio, con un papel en la mano, viendo volar los bichos esos y apuntando no sé qué disparates. Y todavía, ¿creen ustedes que está escarmentado?
MERCEDES: Caramba, se necesita tenerle mucho amor.
PEÑUELA: A mí me gustaría verlo volar.
ESTER: Ya usted le ha perdido el miedo.
PEÑUELA: Yo, voy a decirle, no me asusté tanto, porque yo he visto muchas veces pájaros gigantes, no tan grandes como ése, no, los que llamamos allá en la sierra cóndores. Pero como el amigo Manuel sí que tenía bastante miedo, uno se… Perdonen ustedes la palabra: uno se contagia. ¿No?
MERCEDES: Francamente, había para asustarse, de noche todas las cosas impresionan.
PEÑUELA: Eso es, y cuando uno va y de golpe se encuentra con el duende, como le pasó a Manuel. ¡Alas!. si aquí está el amigo. (Por Manuel, que sale del taller, tercera puerta de la izquierda.)
MERCEDES: Hablábamos de ti.
MANUEL: ¿De verdá? Por eso me estaban silbando los oídos. La bendición, vieja.
ESTER: Dios te bendiga.
PEÑUELA: Le decía yo de lo asustado que estabas tú la noche que cazamos a tu hermano.
MANUEL: Guá, ¿y qué cree usted? Era pa arrugá al más templao.
PEÑUELA: Pero yo también lo vi y no me puse tan cobarde.
MANUEL: Poque usted lo vio cuando yo se lo enseñé y no es lo mismo. Yo, que estoy agazapao entre el mogote, esperando que pase el yenao po el claru el gamelotal y oigo en el viento una cosa que hacía y que: ufrúúú»… Miro p´arriba y, ¡muchacho!, me encuentro con aquel espantajo. ¡Yo, qué voy a sabé que es Guillermo! Y le grito al coronel, que estaba en la boca del cañaote.
PEÑUELA: Y yo me creo que es que se encima el venado, me preparo a tirarlo, cuando me pasa aquella sombra por encima, miro de para arriba y le digo a Manuel: «Tiros con él». Ya me parecía que estaba yo en los páramos; así se ven pasar allí los aguilones.
MERCEDES: Vea pues si no es por Guillermo, matan al pobre venado esa noche.
ESTER: Pero me iban matando a Guillermo.
Peñuela.: Afortunadamente, no hicimos más que romperle las alas.
MANUEL: Y el venao se hubiera salvao de toos moos. Después tuvimos velándolo, como ocho noches y le tiramos como cien tiros a boca e jarro y no le pegamos.
MERCEDES: Buenos cazadores.
MANURL: Oiga, coronel, como si juera muy fácil pegale a un venao embrujao.
ESTER: Qué va a haber venados embrujados, Manuel
MANUEL: ¿Que no los hay, mamá? ¡Ah, caramba!
(Sale Melania. Es una mujer de veintidós años, alegre y dicharachera.)
MElANIA: Ya está mi marido diciendo zoquetadas. ¡Ah!, ¿cómo está, coronel? (Dándole la mano.)
PEÑUELA: Para servirle, mi señora.
MANUEL: ¿Qué vienes a hacé tú aquí?
MELANIA: A descansar de aquellos demonios.
MERCEDES: Qué modo de nombrar los hijos.
MELANIA: Allá los dejé jugando a arrieros, los burros son las sillas de la sala; conque si no quieres que te las rompan, anda a quitárselas, porque a mí no me hacen caso.
ESTER: Pero si tú eres peor que ellos.
MANUEL: Me parece. ¿Usted se queda, coronel?
PEÑUELA: Sí, tengo que hablar con las señoras.
MANUEL: Pase ahora por casa, para que coja su revólver. Ya se lo compuse. (Mutis. Segunda izquierda.)
PEÑUELA: Convenido.
(Salen Modesta y Sempro; ésta saluda a Peñuela, que se pone de pie.)
MELANIA: ¡Ah! Si Modesta también está aquí. por eso es que Rafaelito está trabajando tanto.
MODESTA: Él trabaja todo el día en su oficina. (Tocan a la puerta.)
ESTER: ¿Quién?
ARRIERO: Gente de paz.
ESTER: Adelante.
ARRIERO: (apareciendo.) A ve si tiene la señora algunas chivas que me quiera vendé. que voy pa Caracas y me han encargao unas pocas.
ESTER: No tengo ninguna; lo siento.
ARRIERO: Pues no he dicho na; usted dispense.
MELANIA: Usted sabe quién tiene una muy buena, don Elías, tres casas más abajo. Vaya allá, él tiene una chiva blanca, famosa.
ARRIERO: Muchas gracias. Pasen buen día. (Vase. Todas sueltan el trapo a reír.)
SEMPRO: ¡Pero, chica!
ESTER: ¡Ah, Melania, loca!
MERCEDES: ¿Y si se pone bravo Elías?
PEÑUELA: ¿Es que él no tiene cabras?
MELANIA: Pero tiene chiva.
MODESTA: La barba, quiere decir.
(PEÑUELA, comprendiendo la broma, la celebra con una ruidosa carcajada.)
SEMPRO: Él se pone furioso cuando se burlan de su harba.
PEÑUELA: Sí que es usted malintencionada.
ESTER: Es mal hecho burlarse de las personas mayores.
MELANIA: ¿Para qué es tan ridículo? Se pasa poniéndose lacitos de cinta en la barba.
MODESTA: Eso es en los días de fiesta; en los de trabajo carga una sortija de albarico.
SEMPRO: Guillermo dice que la barha de don Elías es el almanaque del pueblo.
PEÑUELA: Es un tipo don Elías. Me ofreció pronunciar unas palabras para saludar al General en nombre del pueblo.
SEMPRO: De seguro que algunos versos.
ESTER: Y los hace muy buenos; él escribió el himno que cantan los niños del catecismo.
MODESTA: Yo tengo en mi álbum una composición de él muy bonita.
Melania: ¡Ah!, si aquí no hay muchacha que no tenga versos de él. A todas se las ha declarado en verso, porque donde usted lo ve, tan viejo, es más enamorado que todos los mozos del pueblo.
PEÑUELA: Vea pues, tiene buen gusto el viejito. Y a propósito de esto de composiciones: a ver si las señoras permiten que las señoritas se presten, si llevan gusto, por supuesto. a decirle algunas palabras al Presidente, cuando venga, para pedirle que nos mande poner el acueducto. Y algunas otras cosas de mucha necesidad para el pueblo.
MERCEDES: Yo no tengo inconveniente por Modesta.
PEÑUELA: ¿Ella tampoco lo tendrá?
MODESTA: Al contrario. coronel, tendré mucho gusto.
PEÑUELA: Gracias. ¿Y la señorita Sempro?
SEMPRO: Es que yo no sé recitar; lo hago muy mal.
PEÑUELA: No diga usted eso. Ya verá usted cómo queda muy bien. Es un acto simpático, y al General lo satisface mucho que una mujer bonita le exija una cosa.
SEMPRO: ¡Vamos a ver! De aquí a entonces hay tiempo para resolver.
PEÑUELA: En fin, no las molesto más.
ESTER: No es molestia, coronel, todo lo contrario.
PEÑUELA: Gracias. Pasen buen día.
MERCEDES: ¡Anjá! Como que se disgustó.
SEMPRO: Pero yo no le di motivos.
MELANIA: ¿Y qué importa que se disguste?
ESTER: No es bueno echárselo de enemigo.
MERCEDES: Y ahora mucho menos. Lo que yo le dije a Vicente: quiere que le demos la sala, pues a dársela.
SEMPRO: ¿Sabes que le van a dar un baile al Presidente?
MELAANIA: ¡Anjá! Tan calladitas que estaban.
MERCEDES: Nos han puesto En ese caso. A mí no me gusta mucho, por la fama que tiene él de enamorado y tremendo.
MELANIA: Mucho, Rafaelito que se acomode.
MODESTA: No seas zoqueta, mujer.
MELANIA: Voy a ver más novios comiendo cobija esa noche.
MODESTA: Por mí no los verás.
MERCEDES: Vámonos, Ester, dejemos a esta loca.
MODESTA: ¿Adónde vas?
MERCEDES: A saludar a Guillermo.
(Mutis de ESTER y Mercedes por la derecha.)
MELANIA: ¿Ya Guillermo se levantó?
SEMPRO: SÍ.
MODESTA: No se deja ver la cara,
SEMPRO: Como le cuesta tanto trabajo andar, se lo pasa sentado.
MELANIA. —Ahora se le acabaron los brinquitos.
MODESTA: Ahora se me viene a la memoria una cosa que me decía siempre Guillermo… Pero no, no lo digo; no vaya Sempro a tomarlo a mal.
SEMPRO: Yo supongo lo que será. Caramba con ustedes que son vengativos, parece que se alegraran de la desgracia de Guillermo.
MELANIA: No digas así, mujer.
MODESTA: Yo tampoco tengo de qué alegrarme. Ni él me debe a mí, ni yo a él.
SEMPRO: No hay peor enemigo que una novia calabaceada.
MODESTA: Te equivocas. Guillermo no me dejó a mí, al contrario.
MELANIA: Pues yo no lo niego: Guillermo me dejó plantada. pero no le guardo rencor.
MODESTA: Ni yo. ¿Por unos amores que ni falta me hacen?
MELANIA. Oye: contarle cuentos a quien sabe historias. Como si no supiéramos que la procesión anda por dentro.
SEMPRO: Me parece.
MODESTA: ¿Quiere decir que, por la cuenta de ustedes, yo estoy todavía enamorada de Guillermo? Bueno está eso: dígame y ahora, ¿qué necesidad tengo yo de servirle de muleta a nadie?
MELANIA: La verdad es que ahora no encontrará tan fácilmente mujer que lo quiera.
SEMPRO: Para que veas: ahora es que puede encontrar a la que lo quiera de veras y no por las apariencias.
MELANIA: Esta como que está enamorada de Guillermo.
MODESTA: Ni que fuera tan pazguata; tan mal que la trata él.
SEMPRO: Yo no soy vengativa, Modesta. Lo quiero como primo mío; que él no me quiera es cosa de él.
MODESTA: Gracias. Yo no debo meterme, es verdad. (Se pone de pie, enfurruñada.)
MELANIA: ¡Jesús, mujer! No te pongas brava.
MODESTA: Es que tenemos que irnos y voy a llamar a mamá. Con tu permiso, Sempro.
SEMPRO: Bien puedes, Modesta.
MODESTA: Mamá. (Yéndose por donde lo hizo la madre.) Mamá.
MELANIA: ¡Qué muchacha tan repugnante!
SEMPRO: ¿Qué tendrá ella que ver con que Guillermo me trate como le dé la gana?
(Sale Dos Samuel. Es un hombre sexagenario: todo en él está abatido; el bigote, las alas del sombrero: todo su cuerpo en un desgonzamiento de persona abrumada de años, calamidades y dolencias.)
DON SAMUEL: ¡Qué vida esta! ¡Ah!, Melania, ve a ver si en tu casa está mi escuadra, que de seguro se la llevaron tus muchachos.
MELANIA: ¡Ay!, sí están insoportables. Por eso he venido a decirle a Guillermo que abra la escuela ligero.
(Salen Mercedes, Modesta y Ester.)
MERCEDES: ¿Qué hay, Samuel?
Don Samuel: Aquí, envidiándolos a ustedes. Ya sé que están en grande.
MERCEDES: ¡Ah, por las nubes!
DON SAMUEL: Dile a Vicente que no se olvide de mí cuando sea ministro, porque después de ese baile, lo menos que le dan es un Ministerio.
ESTER: Amigo, a cada uno le llega su agosto.
MERCEDES: A ti sí que te llegó. Me dicen que te vas a ganar un dineral haciendo los arcos.
DON SAMUEL: Como para salir de pobre.
MELANIA: Y Sempro no se quedará atrás.
SEMPRO: ¿De dónde? Lo primero es la faja con bordados de seda y el pañuelo y la montura. Es el lujo de El Pegujal.
DON SAMUEL: ¡Ah, fiestas buenas que van a estar, muchachas! Habrá coleaderas de toros, palos encebados, descabezaderas de pollos, piñatas de ratones. toros de candela. De cuanto Dios crió.
ESTER: ¡Ah, Samuel!
MODESTA: Bueno; ¿nos vamos. mamá?
MERCEDES: Si, vámonos. (Aparece Guillermo. Trae. un. rollo de papel bajo el brazo.) Adiós, Guillermo, que sigan las mejorías.
GUILLERMO: Gracias. Adiós, Modesta.
(Las que se despiden, junto con Ester y Sempro se dirigen hacia la puerta.)
MELANIA: Mira, chico: desde mañana te voy a mandar los muchachos.
GUILLERMO: Bueno, pero mándalos para acá. (Se sienta a la mesa y abre el rollo.)
MELANIA: ¿Vas a mudar para acá la escuela?
DON SAMUEL: Es lo mejor, no tienes que estar pagando casa.
MELANIA: A mí me gusta más. (Se oye adentro la voz de Don Elías: «Samuel».) ¡Don Elías!… (Vase de estampía, al mismo tiempo sale Don Elías del taller y al ver a Melania que corre, se detiene, tomando actitud. Es un viejo de aspecto ridículo, con una barba puntiaguda presa de una sortija negra. Usa sombrero de anchas alas y el bastón al hombro, tenido por la contera. Gasta voz estentórea.)
GUILLERMO: Qué miedo le tienen, don Elías.
DON ELÍAS: (Sin hacerle caso a Guillermo y encarándose a Samuel.) Samuel. ¡Qué gracioso! Muy chusco estás.
DON SAMUEL: ¿Qué es, chico?
DON ELÍAS: Hazte ahora el inocente.
DON SAMUEL: ¡Unjú!
DON ELÍAS: Mírame a la cara, mírame a la cara.
GUILLERMO: ¿Es que trae usted algo nuevo en la cara, don Elías?
DON ELÍAS: Sí traigo: ira, ¡indignación!
GUILLERMO: Hombre, es verdad. Se le nota. Por algo le tuvo miedo Melania.
DON ELÍAS: Hablo en serio, Guillermito.
DON SAMUEL: Bueno, ¿qué hay con eso?
DON ELÍAS: Hay una insolencia de tu parte, una grosería imperdonable, una…
GUILLERMO: ¿Está usted en sus cabales, don Elías?
DON ELÍAS: No vengas tú a amonestarme ahora, que aquí el único que tiene derecho a hacerlo soy yo, porque yo soy el ofendido, el ultrajado. Se me ha injuriado de la manera más soez.
DON SAMUUEL: Ahora sí que estamos buenos.
GUILLERMO: ¿Pero se puede saber de qué se trata?
DON ELÍAS: Se trata de que tu padre ha mandado a un patán a que me falte el respeto ¡en mis propias barbas!
GUILLERMO: Hombre, es grave eso, sobre todo por el lugar.
DON ELÍAS: ¡Grave, muy grave! Mandar a casa a un vil arriero a que me pregunte si vendo la chiva. (Guillermo se ríe expansivamente.)
DON SAMUEL: Yo no me he metido con tu chiva, chico.
DON ELÍAS: Con mi barba, Samuel.
DON SAMUEL: Ni con tu barba tampoco. Yo tengo mucho por hacer para ocuparme de tu barba. Esto me faltaba. (Mutis).
DON ELÍAS: (Siguiéndolo hasta la puerta.) De aquí lo mandaron. Eso es, ahora me dejas con la palabra en la boca. No te rías, Guillermito, la burla soez no debe ser celebrada por las personas cultas, deja eso para los patanes que son incapaces de la sátira fina. A mí lo que me resiente es que me haga esto tu padre, tu padre que debía tener más miramientos para conmigo.
GUILLERMO: Ya le ha dicho que no ha sido él; no se empeñe usted.
DON ELÍAS: Es que no es por primera vez. Yo sé que soy el tema ridículo de las sobremesas de esta casa. Yo no debía venir aquí, si lo hago es por ti, créemelo. (Se sienta descubriéndose la calva cabeza para enjugársela.)
GUILLERMO: Gracias, don Elías.
DON ELÍAS: Yo sé que tú también eres blanco de las burletas de la malcriada gentuza de El Pegujal. (Guillermo comienza a impacientarse.) Por eso te aprecio, y a buen seguro que yo tolere que se te ridiculice en mi presencia.
GUILLERMO: Muchas gracias, don Elías.
DON ELÍAS: No hay de qué, chico. ¿De qué te ocupas ahora?
GUILLERMO: Tirando unas rayas aquí…, para matar el tiempo.
DON ELÍAS: ¡Ah! Creí que hacías versos.
GUILLERMO: No. Los poetas están muy desacreditados en estos tiempos.
DON ELÍAS: Sí, nos maman el gallo. Pero quieras que no, somos más que nuestros detractores. (Guillermo hace visajes.) No en cantidad, porque de lo bueno, poquito, y aquí no somos sino dos.
GUILLERMO: Uno, don Elías.
DON ELIAS: Hombre: tú y yo…
GUILLERMO: No, no; es que yo no me ocupo de eso ya.
DON ELÍAS: Pues yo sí. Ahora pienso componer algo para las fiestas de la recepción al Presidente de la República, que como tú sabes visitará el pueblo en el mes entrante. Una oda pindárica. (Sale Ester.)
ESTER: ¿Cómo estás, Elías?
DON ELÍAS: Bien, Ester. (Ester se va por la derecha, Sempro sale y saluda con la cabeza, conteniendo la risa, luego requiere su labor. Guillermo siempre atento a su dibujo.) ¿Qué hay, Sempro? Aquí diciéndole a Guillermito que debe escribir algo para la recepción. Él escribe muy bonito.
GUILLERMO: Sempro, hazme el favor. En mi escritorio está un lápiz, tráemelo. (Sempro va.)
Don Elías: ¿Qué es eso? (Acercándose a la mesa.)
GUILLERMO: Nada, nada. (Hurtándoselo.)
DON ELÍAS: Chico, ¡qué humor el tuyo! Se te habla y apenas respondes, va a ver uno lo que haces y lo ocultas.
GUILLERMO: Es que no es de interés. Rayas…
DON ELÍAS: Para mí que no son rayas, sino versos. Querrás darme una sorpresa.
GUILLERMO: Que no hago versos, don Elías.
DON ELÍAS: ¡Pues que te aproveche! ¡Qué mala crianza! Si tendré razón en decir que no debo venir a esta casa. (Yéndose airadísimo; vuelve Sempro.)
SEMPRO: ¿Se fue don Elías?
GUILLERMO: Se fue, por fin. ¡Mire qué estos colegas que le salen a uno!
(Sempro, entregándolo el lápiz, vuelve a su labor. Ester sale y se pone a barrer.)
ESTER: Caramba, ni tiempo de barrer he tenido; como que todos se pasaron la palabra para venir, parece que hubiera santo en la casa.
GUILLERMO: ¡Una idea, mamá! Declaremos día de fiesta el de hoy.
ESTER: Pero si está empezando la semana: hoy es martes.
GUILLERMO: ¡Qué importa! En habiendo alegría cualquier día es de fiesta, y todos estamos más alegres que de costumbre, hasta el serrucho de papá, todo el año aserrando tablas para la muerte, su ruido es triste; hoy parece que canta porque las corta para un arco de triunfo que, a pesar de todo, significa una alegría. ¡Y el cielo tan azul. tan radiante! Es una ingratitud llamar días de trabajo a los que tienen un cielo como éste.
SEMPRO: De veras parece de domingo.
ESTER: Esta es otra, que el cielo de los domingos sea diferente.
SEMPRO: No, es lo mismo, pero se nota como más grande y más alegre.
GUILLERMO: Tienes razón.
SEMPRO: Serán ideas de una, como una sabe que es día de fiesta y toda la gente está vestida de limpio.
GUILLERMO: Pero la verdadera causa es que generalmente no nos fijamos en el cielo sino los días de fiesta. Durante la semana, el trabajo no da tiempo para verlo; pero él siempre está derrochando sobre nosotros su alegría, seis inútilmente para que al cabo de ellos la aprovechemos en el domingo.
ESTER: Según eso, todos los días son de fiesta para ti.
GUILLERMO: Todos, mamá, y para todos lo serían a pesar del trabajo. Para ti, por ejemplo (a Sempro), que te lo pasas inclinada sobre el bordado. si de vez en cuando levantaras la cabeza para ver el cielo.
ESTER: Pero el trabajo no adelantaría.
GUILLERMO: Es cierto; por desdicha, no es en el cielo donde tienes que bordar tus flores. (Volviendo a su dibujo.)
ESTER: Nadie come con eso. Allá para los versos.
GUILLERMO: También los versos son alimento, mamá. Si no fuera porque la vida está llena de versos, ¡cuántos se morirían de hambre!
ESTER: Pero los poetas, que son los que se alimentan de versos, siempre están flacos y al fin se mueren de hambre.
GUILLERMO: se mueren de otra cosa, mamá: de tristeza o de rabia, porque se desesperan buscándole un consonante o una armonía a la vulgaridad, a la estolidez y no se lo encuentran.
ESTER: Yo de armonías y consonantes no entiendo. Allá tú que te sabes de memoria todas las palabras que terminan igual.
GUILLERMO: No es a las palabras a que me refiero, a la miseria de espíritu. a la campechanía de ciertas personas. Estas son las cosas sin armonía. sin belleza, que hacen rabiar hasta morir a quienes necesitan algo más delicado.
(Sale Don Samuel y con un cigarro en la mano se acerca a Guillermo haciéndole señas de que le dé fósforos. Este saca la caja y se la da.)
ESTER: Yo lo que sé es que sin esas personas vulgares y mezquinas muchos se hubieran muerto de hambre a estas horas.
GUILLERMO: ¿Uno de ellos yo, por ejemplo?
DON SAMUEL: ¡Que vivan ustedes peleando, caramba! Parecen perro y gato.
ESTER: Es que este niño todo se lo coge para él.
GUILLERMO: Todo lo que se me dice para que me lo coja. ¿Acaso para comprender necesito que se me diga: tú eres un holgazán, tú no has trabajado nunca? Si demasiado sé que lo que no me pueden perdonar ustedes es el no tener oficio productivo, el ser cigarra en casa de tantas hormigas. Pero no pelearemos más, desde ahora seré hormiga, no a medias como lo soy ahora con la escuela, sino de un todo. Voy a trabajar para ganar dinero, mucho dinero, porque yo no soy de los que se conforman con poco. Y a propósito: ¿te dilatarás mucho en esos arcos?
DOY SAMUEL: Qué sé yo. ¿Por qué?
GUILLERMO: Porque tengo un proyecto. Voy a construir un aparato y quiero que me ayudes con la obra de carpintería. Habilitaré para mecánico a Manuel, ya que no se consigue otro en el pueblo.
ESTER: ¿Y qué aparato es ese?
GURLLERRMO: Una máquina voladora. Estoy terminando el diseño.
DON SAMUEL: ¿Vas a ponerte a volar otra vez?
GUILLERMO: Con algo he de contribuir a las fiestas con que agasajará El Pegujal al Presidente, en esos días todos lucirán sus habilidades y no puedo quedarme atrás. Tú también contribuirás, Sempro. Me les bordarás flores de seda a las alas, para que siendo el aparato a un tiempo pájaro y jardín nos pertenezca a ambos.
DON SAMUEL: Pero, chico, ¿qué necesidad tienes de exponerte a ese peligro?
GUILLERMO: La de ganar dinero. Yo espero que el Presidente premie mi invento. Además. conozco muy bien mi oficio de pájaro y sé que no tendré ningún accidente. Bastante he practicado de dos años a esta parte.
DON SAMUEL: Pero ahora con esa pierna inútil. ¿No dices que para coger vuelo tenías que correr primero?
GUILLERMO: Eso era cuando se trataba de alas, pero ahora será un pájaro perfecto. Mira el diseño. Sentado cómodamente podré maniobrar durante horas enteras y el impulso inicial se obtiene por un mecanismo que te explicaré luego. Acércate tú también, mamá, y tú, Sempro. (Esta sólo va; Don Samuel lo ve de reojo.)
SEMPRO: Exacto a un pájaro. Mire, mi tía.
ESTER: ¿Para qué? No me hacen gracia esas pinturas.
GUILLERMO: Déjala.
SEMPRO: ¡Qué bonito debe de verse en el aire! ¿Volará moviendo las alas?
GUILLERMO: Sí, lo mismo que un pájaro, por medio de palancas y articulaciones. Mira: éste es el timón que hace las veces de la cola en los pájaros; aquí va el conductor sentado.
DON SAMUEL: El papel aguanta todo.
GUILLERMO: Bueno. lo que me interesa es saber si me ayudarás.
DON SAMUEL: Yo tengo ahora mucho que hacer.
GUILLERMO: Bueno, lo hará otro o lo haré yo mismo. Y tú, Sempro, ¿estás también muy ocupada?
ESTER: Ella tiene que bordarle esas fajas a Martín y Unas monturas que tiene de encargo.
GUILLERMO: Es a Sempro a quien le he preguntado, mamá.
SEMPRO: Yo tengo tiempo, mi tía.
ESTER: Acuérdate de que tienes también que bordármele el palio al Santísimo.
GUILLERMO: Mira, Sempro, no me hagas nada, no sea que mamá te ponga a bordarle trajes a las once mil vírgenes por darse el gusto de estorbarme.
ESTER: ¡Jesús, hijo, qué genio el tuyo! Cualquiera diría que lo que queremos es hacerte un mal.
GUILLERMO: Si ya sé que lo que quieren hacer es un bien. Aquí todos son muy buenos conmigo, ninguno me atormenta, vivo aquí como la nata sobre la leche.
DON SAMUEL: Déjame irme más bien. (Vase.)
GUILLERMO: Molestando a todo el mundo. haciéndolos sufrir a todos y dándome la real vida. Pero ya estoy aburrido de tanto mimo y tanta contemplación y tendré que irme de aquí: no quiero seguir siendo… (Se para violentamente y al ir a dar un paso, olvidándose del estado de su pierna, lo hace sin apoyo y de una manera que lo pone en riesgo de irse de bruces. Sempro se apresura a auxiliarlo.) Quítate, quítate, no empieces de una vez. (Ella requiere su labor.)
ESTER: Guillermo.
GUILLERMO: ¡Maldita sea! (Sentándose de nuevo.)
ESTER: Dame paciencia. (Vase. Pausa.)
GUILLERMO: Perdóname, Sempro, no tengo yo la culpa, es que ya no puedo sufrirme a mí mismo. ¡Esta vida. esta lucha! Esta guerra sorda que nos hacemos unos a otros constantemente, me tiene ya fuera de mí. Sólo siento que tú, sin hacerla, la sufras.
SEMPRO: No les hagas caso.
GUILLERMO: Buen remedio, siempre la enfermedad y no combatirla. La culpa es mía después de todo: ¿quién me mete a querer ser más que los demás? En santa paz viviría si fuera como los otros, como mis hermanos. Esta le pasa a todo el que sale de la manada: que el pastor le tira piedras y le azuza los perros para que vuelva al montón. Buenas dentelladas me han clavado los perros del pastor. Pero su furia no ha hecho más que irritar mi odio. Odio al pueblo que me anula, a la casa donde no se me comprende, donde no se me perdona el tener alas y se me quiere matar el Sueño… ¿Por qué tendrá que defender uno tan crudamente su derecho al Ideal?
SEMPRO: Cara compra uno la felicidad.
GUILLERMO: Es cierto; tú también la has pagado con lágrimas. Con nadie he sido tan injusto y tan brutal como contigo.
SEMPRO: No digas eso.
GUILLERMO: Es la verdad: llegué hasta odiarte. Por no haber querido comprender más antes lo que he descubierto hoy: que la tuya es la única alma amiga de la mía. Mira: yo había pensado ocultártelo por un orgullo necio, pero tengo tanta necesidad de decirle esa palabra a quien sea capaz de apreciarla, que no espero más: te quiero. Sempro, necesito que tú me quieras con toda tu alma. Uno a uno me he ido robando afectos a mí mismo, hoy llego hasta dudar de que papá y mamá me quieran. No diré que me aborrecen, pero he sembrado tantos odios que ni inmerecido sería el de ellos, ni el tuyo mismo, pero arranca de tu alma todo resentimiento y dame lo que necesito: ¡cariño, ternura! Me hacen tanta falta como el agua a la tierra abrasada. Y luego, quién sabe si todos los motivos de resentimiento que te he dado, no sean más bien méritos para lo que pido. Mira: todo era celos al fin de cuentas. Las ironías y burlas que hacía de tus flores. el desprecio que te hice de ellas cuando me regalaste aquella faja bordada por ti: celos, egoísmo que se convertía en ira al verte toda la vida bordando rosas para engalanar la cursilería del pueblo, como una primavera inútil que produjera rosas vivas para alimentar marranos, te echaba la culpa a ti que no la tienes, como no la tiene tampoco la primavera de que haya cerdos en los jardines.
SEMPRO: ¿Qué más se merecen mis flores?
GUILLERMO: Si. se merecen mucho más. Por ejemplo: ser remontadas al sol por unas alas de seda. ¡Qué alegría para nosotros esa tarde! Imagínate: una tarde azul como esta mañana, un azul de día de fiesta, radiante de sol; la plaza llena de gente, y en el aire, sostenido por un par de alas que son a la vez un jardín de rosas de seda bordadas por ti; yo, ágil como un pájaro, tal vez entre un enjambre de ellos que me miran con asombro, sobre el asombro de todos, sobre el aplauso de todos, y tú, abajo, trémula de alegría y de orgullo.
SEMPRO: ¿Y si no sucede, Guillermo?
GUILLERMO: ¿Si no sucede?… ¡Ea! A tener fe, a esperar con entusiasmo, y entretanto… Acércate, acércate. (Ella lo hace, él la toma las manos.)
SEMPRO: Entretanto, ¿qué?
GUILLERMO: Entretanto, y de ahora para siempre, a querernos como se quieren los que han estado a punto de ser enemigos. Yo estuve a punto de odiarte, porque mamá se empeñó en que te quisiera y yo comprendí que su intención era comprarme contigo. Quería que yo me traicionara a mí mismo, que renunciara a ser como soy y yo temí que tú estuvieras de parte de ella y que entre ambas se hubiera elegido tu amor como precio de mi abdicación. Tú eras para mí el premio odioso.
(El telón cae, cortando brusco el parlamento.)