literatura venezolana

de hoy y de siempre

El gallo de las espuelas de oro

Ene 22, 2023

Guillermo Morón

Francisco sé movió cuidadosamente. Primero levantó un poco la cabeza a objeto de liberar el brazo derecho, tan dormido como el resto del cuerpo. El brazo izquierdo seguía tendido a todo lo largo, en la pendiente del muslo, ahora tenso por la operación de despertar. La perecita madrugona está allí, presente junto al retazo de sueño, puente entre el profundo dormir con el diablo que te persigue por la calle de El Calvario, y la imagen de la Hija de María en el coro de San Juan, justo en el momento en que el diablo arrincona a Francisco para llevárselo a la quinta paila del infierno, las ganas de abrazarte a la cintura de la voz celestial del ángel que está en el coro de San Juan porque es el mes de mayo, mes de las flores, mes de María, cuando desfilan las Hijas, blanco el rostro, blanca la cintura, blanco el cuello, blanco el ramo de flores, blancas las manos, blancas las piernas, ahí viene el diablo, mamá, yo corro por toda la calle, soy más veloz que el diablo, salto de una acera a la otra, pego un brinco en la esquina y alcanzo desde el portón de la escuela al portón de la casa de Chico Juan Oropeza, y el diablo se quedó atrás, pero algo pasa en mis piernas, mamá, como si me las ataran con correas de cuero crudo, porque siento el rejazo y los pelos de la correa, entonces el diablo se me pone cerquita, con su rabo, con sus cachos, con sus dientes de oro, mamá, se ríe el condenado porque ya me acorraló, ya me maniató, ya me encandiló, pero yo le hago la señal mamá y rezo un Padre-Nuestro y el Ave María y el Gloria, y entonces estoy en la Iglesia de San Juan, donde ella es Hija de María y canta en el Coro y me agarra la mano, sube, me dice, canta tú también, pero yo no sé cantar.

Francisco liquida el sueñito y sacude la perecita, cuando el brazo derecho se libera de su oficio de almohada y su brazo izquierdo resiste la tentación de conducir la mano a la ingle, a esa palomita lampiña, como una tripita estirada, el cuello y el pico de una tortolita con sus dos huevitos en el nido, entre las piedras calientes del segundo patio, donde las tortolitas se picotean, se tocan las alas, se jurungan las plumas y hacen sus cositas para poner huevos en sus nidos donde nacen los pichones, no se habla de eso, muchacho pendejo, tú estudia tu lección en voz alta, que yo te oiga, los vikingos eran guerreros, piratas y comerciantes de las lejanas y nórdicas tierras de la Península Escandinava, de las costas de Noruega, todos catires, pelo amarillo, ojos verdes, como Ignacio Herrera, mamá, que es el más grande de la clase y el más bruto.

Francisco, ya despierto, se agarra de las cabuyeras, se sienta en el chínchorro, desnudo en pelota, arrugada la sábana en la barriga del chinchorrito de cabuya, lo trajo tu primo Arcadio Franco de La Tinaja, que te lo manda Doña Enodina, que ya sabes que es parienta de tu mamá porque su marido, Don Eriberto, es hijo de papá Felipe, tu abuelo; es un chinchorro muy bueno, que lo cuides mucho, es decir, que no te orines en el chinchorro y cuando lo descuelgues, por la mañana, no lo tires al suelo ni lo arrastres, sino que lo recojas en una de las alcayatas, así, mirá, doblado por la mitad, sin descolgar de la alcayata que está en la pared más grande y lo amarras, para que quede en alto, contra la pared, pero sin tocar el piso; y ya sabes, si tienes ganas de mear, pues te levantas y vas hasta el solar, donde se oyen muchos gritos, mamá, porque en el cují duerme la Llorona, yo la he visto, el otro día estaba en la horqueta del cují, enjorquetada y se hacía la dormida, pero se le salían las lágrimas, mamá, y a mí se me aflojaron las rodillas y salí en carrera para mi chinchorro y me tapé hasta la cabeza con la sábana y también con las traperas del chinchorro y fue por eso que amaneció mojada la sábana y hubo que lavar el chinchorro antes de tiempo. Muchacho pendejo, no existe la Llorona, es que la tía Juana Paula duerme en el cuartico del fondo, no ves que está paralítica, no se puede levantar de su hamaca, por eso no va a agacharse, de madrugada, al tronco del cují; son las gallinas las que se acurrucan en ese árbol, son las gallinas las que se espantan cuando tú sales al solar, con más miedo que volverlo a decir; y es la tía Juana Paula la que lora, porque no puede dormir, porque se emborracha con el chimó que le trae Adán, ya le he dicho que no se come chimó, ya nadie se caga de miedo, ya nadie se orina en la sábana, solamente tú, báñate con jabón de tierra y estudia en voz alta para que se grabe bien la lección, No, mamá, la tía Juana Paula es de lo más linda, limpiecita, encogidita en su hamaca, la cabecita chiquitica, como un cucarachero, mamá, y se acuerda siempre de usted y me regala el papelón, el pedazo de papelón de cucurucho que es lo que le trae Adán Pérez cuando viene de La Laja con su burro cargado de leña, y también trae una matejea y me da un trozo a mí, miel como agria, mamá, como si las avispas chupatan limón para hacer la matejea.

Francisco conoce muy bien su chinchorro, hecho al acomodo de su cuerpo, cuerpo de lagartija, delgado, ágil, las piernas han labrado su propio acomodo en el tejido de cocuiza, la cabeza, esto es, el codo derecho donde cae apenas termina la última oración, yo rezo todas las noches, mamá, antes de quedarme dormido, pero no me hinco porque el suelo es muy duro, y rezo todo, sin que se me olvide nada, fíjese con Dios me acuesto, con Dios me levanto con la Gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ya Francisco se pone de pie, se pone los calzones de dril azul y las alpargatas con suela de goma, que son las de ir a la escuela, porque las de suela y capellada se usan los domingos y fiestas de guardar, todavía no ha visitado a Don Pío el zapatero que le hace los zapatos a los muchachos ricos, porque tú no eres rico, pero cuando termines el cuarto grado te voy a regalar unos zapatos que te haga Don Pío para que los uses los domingos y fiestas de guardar, y entonces no usaré más alpargatas de goma que son muy jediondas, no se dice jediondas, cómo se dice, ya lo sabes, revisa tu cuaderno, revisa tu gramática, a quién le has oído decir jediondo, fo, qué jedentina, en el otro solar, donde están los cochinos y los zamuros, Francisco se baña después de agacharse en el otro solar, con un palo en la man> para espantar los cochinos que hacen rápidamente la limpieza, en cuanto Francisco se limpia con papel periódico, con El Diario de ayer, donde un día de éstos vas a escribir, como tu mamá, como Don Ramón Pompilio Oropeza, como todos los chivatos, y después bajan de las copitas del dividive, como grandes señores de película, los tres zamuros amanecidos, a expurgar las migajitas que dejan los amos de la limpieza del otro solar, que ahí están engordando para matarlos en diciembre para celebrar la Navidad.

Francisco se baña en el cuarto de baño, tapado con cinco vigas gruesas, adosado al cuarto de las sirvientas, pared con pared, donde duerme Chelena, sin camisón y sin roncar, huele a maíz pelao, a papelón raspao, Chelena se hace la dormida, pero está despierta, y como si no supiera que yo estoy en el baño, mamá, se encarama desnuda en las vigas, por arriba, como si fuera a revisar la pipa de agua, allí se queda por la mañanita, porque yo me despierto solo, mamá, nadie me llama, todo el mundo está dormido en la casa cuando yo me levanto, y me baño como usted me ordenó, todos los días, mamá, y me enjabono bien enjabonado con jabón de tierra, del que fabrica en su casa Mey Riera, y me lavo bien las orejas, los sobacos, los pies y por debajo, mamá, también el pelo, entonces tengo que cerrar los ojos bien apretados, pero no por el jabón que me entra en los ojos, mamá, el jabón de tierra de Mey Riera que echa mucha espuma, sino porque arriba, al abrir la llave del agua que viene de los pipotes que están encima del cuarto de baño, veo a Chelena toda desnuda, con las piernas entreabiertas, jurungándose el bicho, con la mano derecha, y se arrima a la pipa de agua, se restriega contra la pipa de agua, y me mira como si estuviera loca, mamá, y me dice que suba, subí, subí un ratico, y yo cierro los ojos, pero no digo nada a nadie, yo tengo que ir a la escuela.

Francisco desayuna, solo, en la cocina olorosa a mujeres viejas, esas arepas pequeñas, casi tostadas, cuatro en el budare cuando es María Pérez la que las tiende, porque a Flor Pérez sólo le caben dos, se enfota toda, no sabe hacer arepas Flor Pérez, la hermana y mamá de Adán Pérez, porque yo no nací para esto, Francisco, yo soy una señorita muy decente, mi papá era de aquí, de Carora, y tenía una pulpería más grande que la de Don Felipe, tu abuelo, tú conociste a Don Felipe, el papá de Foncho y el papá de tu mamá, era un gran chivato, usaba barba, una barba larga y blanca, vivía en la Calle de El Calvario, donde tú naciste, bueno, allí se casó tu mamá y allí vivía tu abuelo Don Felipe que un día se quedó con la muchachera, y se quemaron las arepas de Flor Pérez, se chamuscaron, se quedaron quemadas que es como son sabrosas las arepas con queso raspao, con negritas refritas, con café mezclado con chícharos, porque yo ya no bebo guarapo por la mañana, mamá, sino café con leche, pero café molido con chícharos tostados, antes de estudiar la lección, porque cuando la casa amanece, mamá, yo ya estoy en el patio, debajo del almendrón, con mi libro abierto, y lo que más me gusta es la Historia universal de Lomelli Rosario que me la sé toda de memoria, y lo que menos me gusta es que me regañen, mamá, un día de éstos me voy a ir de la casa de mi tío, porque no me gusta que me regañen, porque yo no quiero hacer los mandados por la mañana, sino a mediodía y por la tarde, porque yo tengo que estudiar por la mañana, que es cuando me aprendo bien las lecciones, y tengo que estudiar en voz alta, usted me ordenó que leyera todo en voz alta, y cómo voy a estudiar si tengo que hacer los mandados por la mañana, yo los quiero hacer a mediodía y por la tarde, Che Torres me dijo que esas son vainas de Panchita que todo se puede comprar a cualquier hora, menos la leche, además Che Torres el pulpero es muy bueno, fíjese que me abrió un frutero y aunque compre de a segundos, me pone las frutas, un segundo de sal, un segundo de cominos, un segundo de ajos y un segundo de canela que es una conchita de canela para el guarapo de los muchachos chiquitos, y Che Torres por cada locha que son cuatro segundos me pone un chícharo en el frutero, y por cada dos lochas que es medio real, queso, papelón, me pone una caraota, y por un real, un real de quinchonchos, me pone un grano de maíz, y por cada bolívar, una cuartilla de maíz, me pone un diente de ajo, por eso le traje ese reloj despertador que usted quería, mamá, porque desde diciembre cuando vine a pasar las vacaciones de Año Nuevo, hasta ahorita en julio, mi frutero estaba llenito de frutas, por los mandados que hago, fíjese, Che Torres me sacó la cuenta, siete reales, mamá, entre compras chiquitas de a segundo y compras grandes de a bolívar, mamá, porque la leña y el maíz se compran en la pulpería de Che Torres, y cuando me regañan porque no puedo hacer los mandados por la mañana y mandan a Chelena, la desnuda, o a Flor Pérez, que rezonga, o a María Pérez que no dice nada sino Che Torres me le pone a mi muchachito Francisco los granos de esta compra en su frutero, y Che Torres me los pone de todas maneras, mamá, y yo veo cuando le agrega un diente de ajo y un grano de maíz para que sean siete reales y medio y este medio es para que te comprés un cuaderno nuevo, porque en septiembre vas a entrar a quinto grado, mamá, y el resto que es un real, porque el despertador vale tres bolívares en la tienda de Bejarano, aquí está el real, mamá, y no llore porque ahora somos pobres, pero yo voy a ser rico cuando sea grande.

Francisco sabe moler maíz en la máquina de moler maíz, muy moderna, que la traen del extranjero Casa de Flavio Herrera e Hijos, los banqueros del pueblo como si fueran la Cofradía del Santísimo Sacramento que gobierna Don Tita, el boticario, usted lo conoce, mamá, porque él me lo dijo el otro día, mírame a este muchacho tan inteligente y tan estudioso, te felicito, me dijo, también felicito a tu mamá que tenía su escuelita para niñas allí mismito, cerca de mi casa, en El Calvario, esa casita azul en la esquina de la Calle Contreras, Francisco muele el maíz ya sancochado, maíz blanco de pilón para el almuerzo, una mano entera, maíz amarillo pelado para las arepas del desayuno de Francisco y para todo el mujerío de la casa, las parientas que vienen de San Pancho, los primos que llegan de La Tinaja, las visitas de El Chuquito, el mujerío que duerme en la galería y ronronea en la cocina mientras Francisco muele dos tazas de maíz en la máquina de moler maíz marca Corona traída del extranjero por Casa de Flavio Herrera e Hijos que son los mejores comerciantes de la ciudad y también de todo el Distrito y sus alrededores, muele Francisco con la manigueta de la máquina, cuenta las vueltas, ve surgir la masa menuda por toda la ancha boca aplanada de la máquina, Francisco ya terminó de estudiar su lección y puede echar una manito en la cocina, a él le gusta moler maíz porque entonces siente la picazón en la mano izquierda, una inquietud de calle, derechito para la escuela, antes que la maestra salga de la pensión, antes que todos los demás muchachos de la escuela comiencen a gritar la bendición mamá, Dios me lo bendiga mijito, la bendición papá, Dios me lo bendiga, Francisco ya no tiene papá porque se le murió el otro día, cuando yo era chiquito se murió mi papá, y como usted no está en esa casa, mamá, pues yo salgo en carrera cuando termino la segunda taza de maíz que es el amarillo, cojo mis libros y me voy para la escuela, la bendición mamá y yo oigo su voz como si usted estuviera en el corredor, Dios te bendiga mijito, pero yo sé que usted no está, y Francisco corre por la mitad de la calle hasta alcanzar la cuadra donde aparece el peladero de la Placita Riera Aguinagalde que es enfrente del Hospicio de San Antonio, camino de la escuela.

Francisco recoge la carrera, sin mirar para atrás, sin volver la cabeza no sea que se haya desprendido un regaño del cuarto, no sea que un regaño salga por la puerta de la casa y se le pegue como un tábano en la espalda, no sea que la voz Dios te bendiga mijito se desvanezca, se haga invisible la remota imagen, no se haya pronunciado la bendición y entonces Francisco se desmaye en lugar de irse para la escuela; por eso Francisco para la carrera, repasa lo que lleva en la mano, bueno, más bien debajo del brazo izquierdo, todo ordenadito, la Historia de Venezuela por H.N.M., la Gramática por F.T.D., el cuaderno de composición donde lleva escrita la tarea, el cuaderno de matemáticas, eso es muy difícil, mamá, yo me aprendo de memoria, como usted sabe, todas las cuatro reglas, pero es que la de multiplicar es una cosa que no me entra mamá, yo me la aprendo toda desde el 1 hasta el 10, pero cuando Don Tita Franco me la pregunta salteada, entonces me encalamoco, me vuelvo un ovillo, me asusto, me dan ganas de llorar y Don Tita tranquilo muchacho pendejo, si te la sabes corrida también te la sabes salteada, yo te pongo veinte puntos de todos modos y se oye el ruido en la sala porque los muchachos de la sala hacen como cigarrones y después, en el recreo, ay, papá, te pongo veinte aunque no te sepas el siete ni el nueve, que son los más difíciles, mamá, y entonces nos agarramos a trompadas Benito y yo, porque ése es el más chocante, y el otro día fue que me agarré con Tulio Burgos, que es más grande que yo, y no es de Carora sino de Coro, y como también Manuel Herrera me agarró porque me querían quitar los calzones, entonces yo le di un mordisco a Tulio Burgos, carajo me arrancas el pedazo, chilló, y yo no lo solté sino cuando sentí el sangrero con ropa y todo, mamá, pero no me castigaron en la escuela, porque Don Tita sabe que yo me defiendo de las burlas porque dice que yo soy buen estudiante de puros veintes en todo, también en conducta, aunque tengo que pelear en el recreo.

Ahora, cuando el sol ya comienza a lamer el coco de Francisco, porque ahora no se usa sombrero como antes, dice el tío Foncho todos los días, como cuando usábamos borsalinos y sombreros de paja, sino que estos muchachos del carajo tienen que ir con la cabeza pelada todo el día, por eso parecen negros, mírate las manos, mírate las canillas, mírate la cara, eres como un negro, aunque el resto del cuerpo sea como es, blanco, porque nosotros, muchacho pendejo, somos pobres pero honrados, Francisco ahora sí le cogió el gusto a su camino para la escuela, en cuanto sube a la acera izquierda de la Calle Bolívar que es la calle más larga, que va desde el Trasandino hasta el Puente, ah diablo, ah buena calle la calle Bolívar, donde vivimos ahora, mamá, en la misma casa donde se murió mi papá cuando usted fue a Carora, porque usted no ha vuelto, ahí seguimos, en la calle Bolívar, frente a Hilda Romero, que la veo todos los días cuando salgo en carrera para la escuela. Ahora cuando Francisco comienza a sentir el calor del sol que se levanta por la playa de Freites, como si naciera en Aregue donde está la Virgen de Chiquinquirá que es muy rica, como Don Germán que tiene grandes baúles de plata, mamá, tiene una sala gigante llenita de baúles con tres llaves y puras morocotas, que cuando el sol calienta por la mañana la casa se pone amarillita de tanta morocota, como si se saliera el reflejo por las paredes y por los tejados, mamá, no ve que yo paso todos los días por enfrente de la casa de Don Germán, cuando comienza a calentar el sol y yo voy para la escuela, entonces veo cómo relumbra de amarillo la casa de las morocotas, que a veces me paro un ratico en la acera de enfrente, por donde yo voy, antes de llegar a la Pensión Bolívar, pero sólo un ratico, no crea que yo pierdo tiempo, además tengo que llegar de primero con la maestra que ya mismo debe estar saliendo de la pensión, y miro el amarillo de oro de la casa, mamá, qué es una morocota, dígame, porque yo conozco las monedas, el sistema monetario como enseña el nuevo maestro que es el bachiller Ramírez, vino de Caracas el bachiller Ramírez, mamá, y habla de la Universidad y de cómo se sientan en las salas los estudiantes, mamá, todos con corbatas, todos son bachilleres como el bachiller Ramírez, bien vestidos de flux de casimir, con camisas de lino, blancas las camisas, y con zapatos negros de charol, no de cuero como los de Don Pío, y fuman, mamá, cómo le parece, fuman y estiran las piernas por debajo de los pupitres y casi se arrecuestan en las sillas los estudiantes de la Universidad, allá en Caracas, y Francisco siente cómo el corazón se le va a salir del pecho, rompiendo el pecho a golpetazos, no se le va a salir el corazón por la boca, se le va a salir por las costillas, como un martillo golpeador, como el martillo de Juan Pedro Rodríguez el carpintero, roturador de maderas, el corazón de Francisco le avisa ruidosamente, duramente, escandalosamente, asustadamente, que a la puerta de la Pensión Bolívar, en la acera de la izquierda por donde Francisco camina para la escuela, espera la maestra.

Francisco ha caminado diez cuadras desde cuando salió de su casa hasta la Pensión Bolívar, mejor dicho, corrió dos cuadras de la primera jornada, desde la cocina de la casa hasta la estatua del Padre Zubillaga, en la Placita Riera Aguinagalde, pelada, sin un solo árbol, llenita de cascajo, los chivos le pasan la lengua al Padre Zubillaga a ver si tiene alguna blandura por donde meterle el diente, porque chivo es chivo y no tiene asco, se come todo cuanto sea blandito, las tunas, los cujíes, los cotoperises, los mamones, los cardones de la calle Torres, las cajas de madera de la pulpería de Che Torres, el papel sucio de la placita donde el Padre Zubillaga aguanta sol y agua sin ponerse negro, pero el Padre Zubillaga no es blando, es muy duro, es hombre como de acero, dice Don Chío, mamá, que lo aguantó todo menos que le saliera el tigre, porque imagínese, mamá, el Padre Zubillaga estaba predicando en San Antonio, enfrente, pues, en el Hospicio de San Antonio, pero en la capilla, y hablaba contra los ricos, mamá, contra los ricos de Carora, mamá, y por eso le salió un tigre, un tigre de verdad verdad, como el de los circos, como el tigre del Circo Razzore, mamá, el de mi tío Foncho, y el tigre no se sabe de dónde salió porque no había circo en Carora ese día, sino chivos en la placita Riera Aguinagalde, y el tigre se le fue encima al Padre Zubillaga y el Padre Zubillaga gritó, un tigre, un tigre, un tigre, y salió corriendo con las ropas de decir misa, por toda la capilla, el tigre detrás del Padre Zubillaga que lo tocaba con los dientotes, le rompió la sotana de un manotón, mamá, pero no lo alcanzó, porque el Padre Zubillaga era un cipotón de hombre, duro como el hierro dice Don Chío, y se encaramó de un brinco, antes que el tigre, en el campanario y desde el campanario de la Capilla de San Antonio que es más alto que una mapora saltó de un solo salto, antes que el tigre, y del salto fue a dar al centro de la plaza Riera Aguinagalde y se convirtió en estatua que no se la pueden comer las cabras ni los cabrones, mamá, de puto duro que es el Padre Zubillaga. Porque las otras ocho cuadras las camina Francisco, sin sudar, con los libros y los cuadernos y los lápices apretados debajo del brazo, sin mirar para los lados, un ratico mira la casa amarilla de las morocotas de Don Germán, pendiente de la Pensión Bolívar, en la Pensión Bolívar se reúnen por la tarde los ticos para conversar de las haciendas, de los negocios, del Club Torres donde no pueden entrar los negros, ni los pobres, mamá, lo que pasa es que yo voy con mis amigos que son ricos, blancos y godos, y yo también soy blanco y godo, muchacho pendejo, pero ya no soy rico grita el tío Foncho; a la Pensión Bolívar llegan los viajeros de la Casa Zingg de Barquisimeto y los viajeros de la Casa Blohm de Maracaibo y los viajeros de la Casa Boulton de Caracas, unos viajeros altos, rubios, con zapatos borceguíes, de lengüita, de los que no hace Don Pío el zapatero, pero los vende la Casa de Flavio Herrera e Hijos los mejores importadores de la comarca dice Don Cheché Alcalde que es el dueño de la Pensión Bolívar y las Alcalde son muy importantes, mamá, imagínese cómo serán de importantes que Doña Mariana, la mamá de mis amigos godos, blancos y ricos, conversa con todas las Alcalde sentada en la acera, pero no en la pensión, sino en la casa de las Alcalde y dice Don Cheché Alcalde que la Pensión Bolívar es el mejor hotel de la ciudad porque ni en Caracas hay una pensión que tenga un zaguán tan grande, tan grandísimo que tiene como una cuadra de grande, ni hay pensión que además tenga un pendejo tamarindo en el patio principal, copudo el tamarindo, debajo se sientan en sus silletas y en un banco enorme todos los viajeros y quincalleros que llegan en sus propios carros chevrolets con parafango y bocina, todo el mundo sale a verlos, y conversan pasito sobre el Presidente de la República, mamá, el General Gómez, cuidado hijo, cuidado, y es en la Pensión Bolívar nada menos donde vive la maestra más bella del mundo, la maestra de pelo largo, no se lo puedo contar a-mi mamá, porque es en la Pensión Bolívar donde vive y espera 2 Francisco, todos los días, la maestra Teresa Molero.

Ahora sí, ahora Francisco se chupa la respiración, pasito, pasito, sin apuros, para que ella no se dé cuenta, para que ella no vaya a escuchar ese pum-pum, como la máquina de sacar agua del río, en el acueducto viejo, esa máquina que se chupa el agua con grandes tragos, la bomba de agua, la llaman, y nosotros vamos a bañarnos al río los sábados, mamá, cuando salimos de la escuela a las once y media, nos vamos al pozón de Chicorias que es el más hondo, pasamos por el Pajón que está detrás de la casa de las Cañizales y nos bañamos en el río, cerca está el acueducto viejo con su máquina de sacar agua, se la chupa, como yo ahora tengo que chuparme este pum-pum para que ella no se dé cuenta, porque si se da cuenta me ahogo, respirar pasito, profundo, aguantado, para que no haga ruido el corazón, para que esta bomba que se llama sístole y diástole dice Don Tita en la lección de biología, ventrículo izquierdo y ventrículo derecho, una bomba como la del acueducto viejo que saca el agua sucia del río Morere, que es nuestro tío, la limpia en sus ventrículos, le echa cloro que es el oxígeno y luego pum-pum la manda para la ciudad a través de los tubos que son las arterias, esos tubos gruesos que atraviesan la Calle Falcón, la Calle del Comercio, desde detrás de las paredes del acueducto que antes fueron las paredes del Convento de San Francisco, cuando en Carora había convento, muy bueno, porque tenía escuela y allí se formaron muchos caroreños ilustres de los que están en la Genealogía de Familias Caroreñas, y las venas som los tubos pequeños que están enterrados en las tres calles principales de la ciudad moderna de hoy, a saber la Calle Bolívar que es la más importante porque allí está concentrado el gran comercio y porque allí vive mi compadre Chío Zubillaga que es el hombre más inteligente del mundo, y Che Torres, Don Tita, no se olvide de Che Torres, que tiene su pulpería en la Calle Bolívar, justico en la esquina de la Plaza Riera Aguinagalde, y no le digo lo más importante, mamá, que tengo ya siete reales y medio en el frutero casa de Che Torres, porque yo creo, mamá, que Casa de Che Torres es más importante y más sabrosa y más buena que Casa de Flavio Herrera e Hijos los banqueros de este pueblo. Y Chuíto Mármol le pregunta al maestro: Don Tira, ¿y entonces qué son las plumas de agua de las casas, la de mi casa que está nada menos que en la Calle Bolívar?, los capitanes digo yo, mamá, que me estudié muy bien la lección, y Chuíto me hace señas con el puño y por eso peleamos desde las once y media hasta las cinco, sin parar para comer, y fue cuando creyeron que nos habíamos ahogado en el pozón de Chicorías, porque estábamos peleando hasta que ya no pudimos más y nos quedamos dormidos de puro cansados de darnos golpes encima de la paja del Pajón; a saber, repite Don Tita, la Calle Bolívar que es la principal, la Calle Torres donde Mon Meléndez se sienta en su silla de cuero, y mi hermana Carmen, mamá, que usted no conoce a mi hermana Carmen, ella y su mamá viven en la Calle Torres, pero arriba, y son las que se ocupan de limpiar el cementerio donde está enterrado mi papá, yo voy por la tardecita a la casa de mi hermana Carmen que no quiere ir a la escuela; a saber, dice Don Tita, y la Calle Lara, porque también está la cuarta calle principal de Oeste a Este, es decir, desde la cabecera de la ciudad que es el cuadrilátero de la Plaza Bolívar, esto €s, las calles de San Juan y la antigua Calle del Comercio que va desde la Capilla del Calvario en el Sur, donde está la Paduana, esa casa grandota y vacía donde a veces sale el diablo de Carora, por el camino que va pata los Andes de Trujillo, para la ciudad de Carache donde está enterrada mi abuela Rosario, mamá, la mamá de usted que se fue a morir allá, y las ruinas de la antigua capilla de la Divina Pastora en el Norte, más allá de San Dionisio, más allá de la botica del Carmen, en la orilla de la playa que va para el Cerrito de la Cruz, camino de Aregue, por donde se ponen las lluvias cada mil años, dice Don Tita, porque en Carora no llueve y por eso hay tanto calor. Y Chuíto Mármol interviene, mamá, siempre interviene, usted vive en la Calle San Juan, Don Tita, claro dice Don Tita, como todos los godos de Carora, los blancos de la plaza, so burro, vivimos entre la Calle San Juan y la Calle del Comercio que se llamaba antes Calle del Sol, y entre El Calvario y la Divina Pastora, pero nosotros no somos godos de la plaza, mamá, y usted nació en la casota de papá Felipe, mi abuelo, que es la casa de la escuela Egidio Montesinos en El Calvario, en la Calle del Comercio, donde viven ellos, mamá, los godos de la plaza.

Antes de saludar a la maestra, toda la sonrisa sólo para él, Francisco cambia el atado de sus libros, porque bulto, bulto apenas tres de los muchachos, mamá, que son Mario, Antonio y Rafael Enrique, porque ellos tienen bulto de cuero, con correas, y se los tercian en la espalda, que parecen burritos con su carga, ahí vienen los tres burros con sus bozales, pero se ríen y se burlan los alpargatudos, menos Napoleón Ramos y yo que somos amigos de ellos, el bulto de Francisco, los dos libros la Historia y la Gramática, y los dos cuadernos y el lápiz amarillo con goma de borrar marca Heberhard o algo así, muy buenos lápices, mijito, no se quiebran, dice Don Adrián Zubillaga en su tienda cuando me lo regaló, mamá, porque como yo soy amigo de sus hijos, pues me regaló un lápiz, Francisco lo cambia, al bultico de sus libros, para debajo del brazo derecho, porque ya siente la mano de la maestra que agarra suavemente la suya, la maestra dice buenos días jovencito, cómo amaneció usted hoy, se le alborotó su pelo por venir pensando quién sabe en qué, pero yo sólo pienso en la maestra, sólo en ella todo el camino, la maestra que sale por el gran zaguán de la Pensión Bolívar, la maestra que espera a la puerta, sin darle importancia a los ojos que la enfocan desde las puertas de las tiendas, desde las ventanas de las casas, desde los camiones que cargan maíz en el negocio de Casa de Flavio Herrera e Hijos, los graneros del Distrito, la maestra me espera todos los días, mamá, y me lleva de la mano hasta la escuela, todas las cuadras que faltan, eso es lo mejor de ir a la escuela, caminar poco a poco, al lado de la maestra Teresa Molero, ella por la parte de adentro de la acera, porque los caballeros deben darle la acera a las señoras y a las señoritas, Francisco agarrado con se mano izquierda de aquella dulzura que es la mano derecha, blanca mano como un racimo de cambures titiaros, dulcitos con concha y todo, las cuadras que van desde la Pensión Bolívar hasta La Bella Durmiente, la tienda de don Félix Mariano, que es hermano de Don Chío Zubillaga, en la esquina de la Plaza Bolívar, al final de la Calle Bolívar, Francisco siente el caminar de la maestra, camina como una bandera, camina como una reina, camina como en las películas mexicanas, que uno se queda tieso de mirar cómo es que camina ella, la maestra más hermosa que ha habido en el mundo, se llama así de lindo, Teresa Molero.

Cuando Francisco entra en la Plaza Bolívar, por la puerta de hierro negro frente a La Bella Durmiente, por la esquina que forman la Calle San Juan y la Calle Bolívar, mantiene el paso a la orilla de la maestra, cuando la maestra le suelta la mano, siempre le suelta suavemente la mano, resbalan sus largos dedos hechos de gamuza por la mano de Francisco, porque en la Plaza Bolívar están los estudiantes, los verdaderos estudiantes, mamá, los de bachillerato, no ve que el Colegio La Esperanza queda en la otra esquina, en la salida de la Plaza Bolívar por la puerta de hierro negro que da a la esquina de la Calle del Comercio con la Calle Lara, pegado a la casa de Don Félix Mariano, que es hermano de Don Chío Zubillaga, diagonal con la casa de Don Chico Juan, que los domingos se para en el portón, con un chucho en la mano, ensombrerado con un sombrero alón, con su liquiliqui blanco de puro lino y la cara amarrada que todo el mundo le tiene miedo a Don Chico Juan porque es muy rico, mamá, no sabe cuánto ganado tiene, y ni lo cuenta y ni mide las tierras, todo es suyo de San Francisco para abajo y de San Francisco para arriba y les pega a las mujeres y regaña a todos que todos le tienen miedo, pero yo no, él me dice qué hay Francisquito, vení acá y yo me pongo a conversar con él, mamá, y me pregunta por usted y por mi papá que era muy buen comerciante de frutos, muy buen arriero de arreos y que lo conoció porque con mi papá se podían tener tratos sin papeles, solamente la palabra y ya está, trato es trato aunque no se sepa leer, porque yo no sé si Don Chico Juan sabe leer, allí, parado frente a su casa, los domingos, como un roble que fuera blanco el roble, derechito, sin moverse, sólo se mueve cuando dan tercero en San Juan, porque entonces Don Chico Juan, como un rey, se mueve poco a poco, en cámara lenta como los taparos de las películas yanquis, el taparo es el bueno, con sus revolyotes, poco a poco, las manos preparadas, el cuerpo tieso, las patas abiertas, Don Chico Juan atraviesa la Plaza Bolívar hasta el portón de la Iglesia de San Juan, fuera del portón, en la calle, mientras se dice la misa y no se pone de rodillas ni cuando se alza, mamá, que yo sí bajo la cabeza y pienso en usted, pero Don Chico Juan no baja nunca la cabeza, ni la voltea, ni se arrodilla, ni se sienta, es un hombre entero, mamá, con mil millones de reses en el playero que está después del río, mamá, el ganadero más tico de todos los ganaderos, y a veces Don Chico Juan se queda los lunes para estar en la puerta de su casa sagrada, propiedad privada, godo de la plaza, y el lunes por la mañana, ya desayunado y listo para montar en su caballote, el más grande de todos los caballos de Carora es el de Ignacio Herrera, mamá, que se lo trajeron de los Estados Unidos en un barco para el caballo solo, y Don Chico Juan le clava los ojos a las nalgas de la maestra Teresa Molero, desde cuando la maestra Teresa Molerole agarra la mano izquierda de muevo a Francisco porque ya atravesaron la Plaza Bolívar con estudiantes y toman la acera izquierda de la Calle del Comercio que es donde está la escuela, los ojos de Don Chico Juan como dos candelas no se apagan hasta que las nalgas de la maestra no entran por el portón de la escuela Egidio Montesinos.

En la Plaza Bolívar están los estudiantes del Colegio La Esperanza, donde Don Ramón Pompilio enseñaba su filosofía de la vida, como usted dice, mamá, cuando usted era también estudiante, la única estudiante del sexo femenino, delante de todos los demás que eran todos varones, dos varas delante de la primera fila, con su camisón largo, de medio luto, con la cabeza cubierta con su media mantilla recogida en nudo al cuello, como corresponde a una señorita decente, que usa botines y medias para ocultar, en lo posible todo el cuerpo y dejar descubierto solamente el rostro, reflejo de las virtudes de nuestra sociedad, católica, apostólica, romana, republicana y federal, que el negraje de Barrio Nuevo no se vaya a meter nunca por esas sacrosantas puertas del saber, donde este año se gradúan los primeros bachilleres en filosofía, porque no se puede vivir sin filosofía, ni sin religión, lo que sí se puede vivir es sin liberales y sin ateos y sin protestantes, once jóvenes de la sociedad caroreña se graduarán en este Colegio Federal La Esperanza todos los años, para bien de la patria, y usted, señorita, es la primera mujer que osa entrar a esta Casa de Estudios, porque usted ha demostrado sus capacidades intelectuales, porque usted es huérfana de madre, no ve que Doña Rosarito tuvo cien hijos y por tener tantos hijos tuvo que morirse antes de tiempo, ya llega Zapata por el camino de Carache para dar el aviso, no necesita Zapata dar ningún aviso, trae escrita la mala noticia en la cara, el caballo trotón de Zapata, acostumbrado a los pedregales, a los despeñaderos trujillanos, a los fangos de Villegas que es esa población donde empieza la subida para Carache, el caballo de Zapata también trae pintada la mala nueva en la frente y en los ojos, y usted, señorita, ha quedado marcada de tristeza por la prematura muerte de su mamá y por eso se dedica ahora a las letras y al gay saber en este Colegio, al frente, eso sí, bien separada de los varones, y los recreos los pasa usted en la Sala del Director, en el sano entretenimiento de continuar la lectura del Telémaco, en francés, que ya usted lo conoce muy bien porque se lo enseñó, en su casa, Don Emil L. Maduro, y entonces, mamá, cuando pasamos la maestra y yo por enfrente del Colegio, por enfrente de los estudiantes de verdad verdad, yo me acuerdo de su recuerdo, porque los estudiantes le hacen calle en la Plaza Bolívar a la maestra Teresa Molero que por eso me suelta la mano y pasa como una reina del cine Salamanca y los estudiantes sueltan la baba y por la tardecita se orinan en las piletas de la Plaza Bolívar con ese hembrón que tumba los almendrones cuando pasa por la Plaza rumbo a la escuela.

Francisco también dice su letanía buenos días Don Pablo para entrar en la escuela, con su maestra, detrás de Don Pablo, porque nadie entra a la escuela antes de Don Pablo que es el Director con bigotes, los zapatos limpiecitos, el flux de dril blanco limpiecito, el cabello blanco, abundante pelo que fue negro, tal vez castaño, la cara amarrada, pero por dentro es como el pan, dice Don Tita, Pablo es pura bulla, ése es el hombre más bueno del mundo, por eso tiene esta escuela como la tiene, bien arreglada aunque se estén cayendo las paredes del cuarto grado, hay unos grandes lamparones en el cuarto de Don Felipe que ahora es la dirección y en el primer grado, el cuarto de los esclavos cuando había esclavos que Martina Briceño ya nació libre y se quedó con la familia, hay unas goteras que no se cogen ni con ponchera, menos mal que no llueve sino pata las inundaciones, y en los corredores a veces, cuando son vacaciones y Don Pablo no abre el portón de la escuela, comienzan a cuartearse los ladrillos y nacen maticas de albahaca, también creció un cardón encima del sexto grado, pero lo que pasa, dice Don Tita, es que ésta es una de las casas más viejas de El Calvario, antes abarcaba toda la cuadra, con salida para la Calle San Juan, cuando tu bisabuelo Don Pedro era mayordomo de la Cofradía de Santa Lucía, llevaba los libros y daba fe Hoy 27 de Octubre de 1837 hentró por hermana de la Cofradía de Santa Lucía la Señora Nicacia del Rosario Peres y Rojas de este vecindario y pagó la limosna de dose reales corre la partida el No. 76 del Libro de Asientos Carora fcha ut supra El Mayordomo Pedro Montero garabateada la firma con una rúbrica aculebrada de varias vueltas, que eso quería decir que bien sabía firmar, escribir y leer, porque para eso era abogado, tu bisabuelo, que era el amo de esta casa de la escuela Egidio Montesinos, con patio para el recreo en la mitad de los corredores, solar para que ustedes hagan gimnasia, otro solar para mear y para cagar, porque ustedes son unos cagones, se la pasan pidiendo la regla para ir al otro solar, con esta regla le voy a dar sus reglazos a quien no me traiga la plana bien hecha mañana, una plana entera con una composición sobre el Día del árbol, Francisco ya la entregó por adelantado, marico se oyó chiquita la voz de Chuíto Mármol, y yo no me dejo decir marico, mamá, y ése es el punto que cuando nos agarramos a trompadas Don Pablo nos castigó, porque Don Pablo es muy bravo, nadie entra a la escuela hasta que él no llega, pero es el primero en llegar, con las llaves en la correa, una: pendeja llave que se la mete al portón por la cerradura y empuja la puerta, la maestra Teresa Molero y todos los muchachos detrás, a que nadie entra antes de Don Pablo voy, y Chuíto Mármol dice te apuesto a que hoy entro yo antes, y cuando Don Pablo empuja la puerta con la mano izquierda, gruesa, mano de gigante, Chufto se le mete por debajo del brazo y corre por el zaguán hacia el segundo portón, cómo le parece mamá, pero Don Pablo lo engarza con el mango del bastón, hala su bastón de vera, Chuíto cae al suelo y Don Pablo entra, el primero, como todos los días, don Tita dice ya les dije que ustedes son unos cagones, porque Chuíto se cagó los calzones del susto y no pudo entrar a la escuela ese día.

Francisco suspira, sin que se note eso sí, buenos días Don Pablo corea con el grupo que llena la acera y la mitad de la calle, todos los muchachos de la escuela Egidio Montesinos, en la Calle del Comercio, en el barrio de El Calvario que así se llama por la Capilla, es una capilla colonial, jovencitos, eso quiere decir que está allí, en su sitio, sin caerse como se cayó la Capilla de la Divina Pastora, allá enfrente al otro final de la calle, a la entrada de la playa de Freites, cuando nos mandaban los españoles en la Monarquía, desde entonces está esa capilla para los blancos de la plaza, porque los pardos iban a misa en la otra, en la Divina Pastora, que era la iglesia de Barrio Nuevo, la clase de historia es muy sabrosa, mamá, porque son puros cuentos que nos echa Don Tita de cuando antes, de cuando había esclavos como los abuelos de mamá Tina y los papás de María Antonia, pero en la casa de Don Pedro el Mayordomo de la Cofradía de Santa Lucía, que era toda esta cuadra, con cuatro portones y el único que queda es el que abre Don Pablo todos los días, los pobrecitos esclavos eran muy bien tratados, tenían una galería de cuartos para ellos solos, en el otro solar, donde ustedes ven esos horcones viejos, esos pedazos de pared con adobes negros de puro viejos, o sería que se les pegó el color de los esclavos, dice Don Tita, porque como dormían en el suelo, y les daban muy bien de comer y hasta iban a misa en El Calvario, para llevar el reclinatorio de mamá Cope, mamá, que era la abuela de usted, la mamá Cope que vivía con sus hijos y sus hijas y sus negros y sus negras y sus indios y sus indias en la casa de cuatro portones, cuando los españoles y cuando el General Páez era Presidente, porque fue ese General José Gregorio Monagas, que era un vagabundo y un idiota, porque quien mandaba era su hermano José Tadeo, el dictador, pues ese sinvergüenza de José Gregorio Monagas fue quien le dio libertad a los esclavos, tan bueno que era, qué Don Tita, pues tener esclavos para que lo chinchorreen a uno y le echen fresco en la panza cuando hay calor, la clase de historia es muy buena, mamá, puros cuentos y nos morimos de la risa con Don Tita que es liberal, mamá, que parece que es comunista porque es compadre de Don Chío y se la pasa yendo a Barrio Nuevo y yo nunca lo he visto en misa, Francisco suspira, pasito eso sí, porque ya la maestra Teresa Molero llegó a la escuela y le soltó la mano.

La maestra Teresa Molero, esa belleza, ilumina todo el zaguán de la escuela Egidio Montesinos, un zaguán tan grande como un callejón, tan ancho como una caballeriza, por este portón entraban las recuas que venían de Coto, las mulas corianas, del tamaño de los caballos, pero más gruesas y panzudas, con las ancas como una mesa, las mulas corianas aguantadoras, no beben agua desde Coro hasta Baragua, allí se detienen los arreos de mulas para descansar, para que descansen los arrieros y los peones muleros, porque las mulas corianas no necesitan ni beber agua, entran las mulas con sus cargas por este portón gigante, de doble doble, claveteado con clavos crudos, cabezones, crujen las puertas cuando Don Pablo las empuja para el muchachero caroreño agolpado detrás del Director, con las maestras y los maestros, tripones chiquitos desde el primero hasta el cuarto grado que es lo que tú estudias, terminas, Francisco, tu cuarto grado de Primaria Elemental prueba escrita veinte puntos prueba oral veinte puntos prueba práctica veinte puntos conducta veinte puntos derechito para el quinto grado y el sexto grado que ya es la Educación Primaria Superior donde se estudia la regla de tres compuesta, la enseña el propio Don Pablo con la regla de cagar en mano, porque para ir al otro solar, mamá, aunque se tengan muchas ganas y ya no se pueda más que hay que caminar con las rodillas apretadas y con la barriga en un vilo, que ya se va a salir, no se puede ir sin pasar antes por la Dirección y pedirle permiso a Don Pablo, pedirle la  regla y uno se va corriendo con la regla en la mano, para espantar los zamuros con la regla del Director y porque sin el permiso y la regla de Don Pablo no se puede ir al otro solar en horas de clase; entran los tripones al zaguán, entran. los canilludos al zaguán, todos los muchachos de la Calle San Juan, que son los ricos, y los de Pueblo Nuevo que son los pobres y los de Barrio Nuevo que son caroreños viejos, donde están los artesanos Y los artistas, como tu tío-abuelo Telésforo Montero que era músico y fue el maestro de Mavare, el de la orquesta La Pequeña Mavare famosa hasta en la Radio Caracas, entra al zaguán Francisco con la mano izquierda en el bolsillo, para que no le coja aire la mano izquierda perfumada con el perfume de flores en la mano, la deliciosa mano de la maestra Teresa Molero, Francisco guarda la suya cuidadosamente para olerla disimuladamente en el pupitre, la saca con cuidado, mira a la maestra como si le fuera a poner atención a las primeras palabras del día, al comienzo de la lección, y s€ pone el hueco de la palma frente a la nariz y le entra ese desmayito y la vuelve a guardar para que no se le ensucie y no se lava la mano hasta el otro día, por la mañanita cuando tenga que bañarse y limpiarse la mano, limpia, limpia, para que no se ensucie la mano blanca y olorosa de la maestra Teresa Molero, camino de la escuela.

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