literatura venezolana

de hoy y de siempre

El extraño caso de Armando Reverón

Guillermo Meneses

No hay venezolano curioso de las cuestiones artísticas que no haya discutido mil veces sobre la personalidad del pintor Armando Reverón. La señora elegante que desarrolla en sus tertulias románticos sobre el divorcio teórico y sobre la teórica necesidad de tener amante; la muchacha que cree imprescindible —como último adorno de su silueta elegante— el poder lanzar unas cuantas frases seguidas sobre el colorido de Marie Laurencin o sobre el último libro de Huxley; el pollo pera que se supone además conocedor de las disciplinas artísticas, todo ese ambiente que gira, frivolamente, en rededor de los verdaderos apasionados por la cuestión del arte, escoge como motivo interesante de sus charlas, el caso de Armando Reverón,

Si la señora elegante se decide a ir a la playa para lucir sobre el macadam de Macuto el último traje escogido en la casa de la modista más chic, no dejará pasar la ocasión sin llegarse hasta el rancho de Reverón, La muchacha curtida por los baños de la temporada “veraniega” detendrá su auto ante la cabaña del pintor. En un entreacto de la juerga, el pollo pera so creerá obligado a admirar la nueva producción de Reverón, Y, el verdadero entusiasta del arte, la mujer o el hombre jóvenes que sueñan con futuros triunfos como pintores, como escultores, como literatos, visitan también la casa de Armando Reverón. Todo el círculo que gira en torno al arte se interesa por el extraño caso de este pintor venezolano,

Ese interés, realmente raro en nuestro apático ambiente, es una de las características que más asombran cuando alguien intenta observar la vida y la obra de Reverón. Porque no basta el hecho —que nadie puede negar— de que Reverón sea un excelente pintor para explicar la curiosidad que despierta. Ni, tampoco, la estricta peculiaridad de su manera de ejecutar el trabajo artístico. Sino que, se reúnen en este venezolano socarrón y popular una serie de modalidades y características apartadas de la vida normal de nuestro país, que, sin duda son la verdadera razón del movimiento inquisitivo, tenazmente curioso, que produce en nuestro medio el hombre que pinta la luz del trópico, con audacia y seguridad admirables,

El pintor y profesor de nuestra Escuela de Bellas Artes, el chileno Lira, dice en su artículo “La pintura Contemporánea de Venezuela” que Reverón es “tan personal en su pintura que, aunque se hagan los esfuerzos mayores, a fin de encontrar una tendencia similar a la suya, en el vasto campo de la pintura no se la divisa”.

Pero, cualquiera que esté medianamente enterado de las peculiaridades de nuestro ambiente artístico, cualquiera que conozca la apatía con que se miran en nuestra tierra las cuestiones relacionadas con las tareas del arte, tiene que buscar otra razón para el triunfo del pintor Armando Reverón. Porque, Reverón vende, a Reverón se le discute, Reverón es buscado en su retiro del Plavón, por personas de toda índole, desde los más altos especímenes de nuestra aristocracia, hasta los más bohemios artistas.

Así. la curiosidad, el interés, el entusiasmo producido por el pintor de que hoy tratamos tiene que basarse en características extrañas a su obra artística y capaces de lograr ese resultado triunfal, tan raro en Venezuela.

Reverón es un hombre flaco, huesudo, de muy poca carne sobre el edificio fuerte de su esqueleto. Está quemado por el sol y las brisas de Macuto y, dentro de su charla alocada, se trasluce claramente la imaginación irrestricta del artista y la socarronería peculiar del venezolano.

Pertenece a una generación de pintores que da verdadero lustre al arte venezolano. 1s compañero de Monsanto, de Víctor Rodríguez, de Monasterio, de Brandt, de Cabré, Marcelo Vidal y Leoncio Cedeño; discípulos de Herrera Toro, en la Academia, Consigue una boca y va a Barcelona; regresa y vende una casa para poder seguir estudios otra vez en París. Las anécdotas del pintor —reciamente enraizado en el pueblo venezolano cuando habla de su vida madrileña, tienen una gracia inocente e ingenua.

Las frases de Muñoz Degrain, de Manuel Marín, maestros madrileños de nuestro pintor, aparecen en la charla de Reverón magníficamente vestidas de alegría; y la atmósfera de los estudios —bohemia y trabajo de los estudiantes y pintores españoles— salta espléndidamente entre los labios de este criollo que no ha perdido un ápice de su raíz venezolana.

—Yo le voy a enseñar algo de cuando yo pintaba. Ahora, ya no pinto, hago ensaladas.

Así recuerda Reverón a su maestro Muñoz Degrain, en la Academia de San Fernando, entre modelos gitanas y chulos que posaban para Cristos o para emperadores decadentes, mientras en las pensiones de cómicos y estudiantes, oyendo a los madrileños, mirando la vida española en el Madrid cosmopolita de hace trece o catorce años, se desliza la vida del pintor Reverón,

Monasterio y Salustio González Rincones, que también andan por los estudios de Madrid y Barcelona, forman con él, el trío de los “Vales”, Para los españoles amigos, Monasterio es “el vale grande”, Reverón “el vale medio”, Salustio González Rincones “el vale chico”,

En un momento, Reverón decide marchar a París, Lo decide un buen día cualquiera, un día en que una rifa de papelitos metidos en el sombrero de un bohemio le indica que el camino de París está abierto, Y. junto con otro venezolano, el oseultor Belisario Rangel, parte para la Ciudad Luz, Allí sivve de modelo al pintor Four. nier y hace el retrato de la señora Fournier. Allí encuentra a Tito Salas y a Lorenzo González.

Por fin, regresa a Venezuela, Trabaja, pinta, expone. El ruso Ferdinandov, extraña silueta que pasa por Caracas y decora, hace marcos para cuadros, es joyero y pintor y fabrica muebles o sortijas o medallones, forma filas en el grupo artístico caraqueño cuando Reverón regresa; ese ruso raro que muere en Curazao —cosa que debe suceder a muy pocos rusos— se mete en el ambiente artístico de Caracas, ayuda a nuestros artistas a vender, los acompaña en sus juergas, vitaliza con su entusiasmo el medio apacible de nuestros pintores y poetas.

Mientras tanto, Armando Reverón triunfa. Y, ahora hemos de ver uno de los aspectos más típicos de la personalidad del pintor. Un aspecto de su vida que influyo reciamente en su obra. Un cambio que resulta decisivo para las tareas artísticas del pintor de la playa. Reverón, se marcha de la ciudad; fabrica un rancho en las cercanías de Macuto y vive desde entonces totalmente apartado de la vida caraqueña. De vez en cuando aparece, por las redacciones de los periódicos capitalinos, con su carga de cuadros y dibujos. Vende y desaparece para regresar a su refugio de El Playón.

Es caso frecuente entre los artistas europeos el hombre que sufre la manía de la fuga. El artista, asqueado de los prejuicios y las pequeñeces de la vida civilizada: asqueado de las pequeñas inmoralidades, de los sórdidos crímenes habituales; asqueado de la podrida atmósfera de los centros cosmopolitas, busca desesperadamente un rincón de la tierra donde pueda desarrollar libremente sus concepciones artísticas y su vida.

En Venezuela, no es necesario buscar lejos esos rincones, porque los tenemos al alcance. Al lado del camino de Naiguatá, en las cercanías de Puerto La Cruz o de Cumaná, on las playas de Margarita o Barlovento. En las montañas de San Diego de los Altos; en los picachos de la cordillera andina; en las llanuras ilímites de Apure o Guárico. En cualquier sitio de nuestro despoblado territorio donde la civilización no ha llegado todavía, se puede hacer esa vida salvaje que necesitan algunos artistas.

Reverón ha logrado encontrar su pequeño recodo apacible en el Playón de Macuto, Y con la serenidad que le brinda el refugio, ha encontrado el milagro de la luz que incendia en blanco sus cuadros maravillosos, Su compañera Juanita Mota, lo ayuda en los diarios inconvenientes de la vida. Su mono Pancho le alegra el fastidio con sus piruetas y agasajos.

Y la atmósfera asoleada, llameante de nuestras playas cae dentro de la paleta de Reverón y mancha las telas del pintor con su aliento fogoso, ardido, calcinado de luz, Los cocoteros perezosos, los uveros retorcidos del litoral guaireño se queman en la luz de las pinturas de Reverón.

Allí quedan y los aficionados caraqueños se las disputan luego en el mercado artístico de la capital. Después, en los salones de todas las casas ricas de Caracas son una extraña mancha tropical, que vivifica las paredes de las mansiones elegantes. Después, “el último Reverón” es discutido por la señora elegante entre sorbo y sorbo de coctel, entre parrafadas sobre Degas y Gide, sobre Picasso y Joyce, sobre Simone y la teoría de la relatividad. La muchacha elegante habla de Reverón, mientras se pinta los labios. El patiquín habla de Reverón, mientras fuma su cigarrillo inglés.

La última exposición de Reverón, se llevó a efecto en París; la señorita Phelps -—actualmente esposa de Pierre Cot, el conocido político francés— auténtica preocupada por las características del movimiento artístico venezolano, se llevó a la capital francesa cuarenta y cuatro obras de Reverón que obtuvieron resonante éxito,

Actualmente, el pintor fabrica una casa en el mismo lugar donde se alza hoy, su raquítico rancho.

Sobre el autor

*Publicado en la revista Elite, N0. 666, Caracas, 9 de julio de 1938. Fuente de la imagen: https://entrerayas.com.

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