Alfonso Solano
En el panorama literario latinoamericano, no existe una escritura más abierta —en todos los sentidos imaginados y posibles— que la que propugnó el escritor argentino Julio Cortázar. Esta escritura pugna, a través de su largo periplo de recorrido en la palabra, entre dos texturas y dos textualidades: la abierta libre y propulsadora de las novelas y la cerrada o esférica de los cuentos. Son dos texturas literarias que según el crítico y poeta argentino Saúl Yurkievich —quien fue su amigo y confidente— se bifurcan en dos direcciones opuestas: una multiforme (Centrífuga), la otra uniforme (Centrípeta) las cuales simbolizan el mundo lúdico y poliédrico de la escritura cortazariana. En su discurso crítico proliferante y singular, Yurkievich se desgrana en adjetivos para definir esta doble cara o cabeza —Dr. Jekyll y Mr. Hyde— del mundo y el modo de narración en la escritura de Cortázar: «Con la hidra literaria, hidra por supuesto policéfala, alternativamente prepondera la cabeza que acata y jerarquiza lo literario o la cabeza que todo lo revierte y se divierte, la cabeza que está en la luna o la cabeza implantada en el mundo pedestre, cabeza que se introvierte, se introyecta hacia el embrollo del fondo entrañable o cabeza que se extrovierte hacia una realidad efervescente, mudadiza, incidental, excitante, catástrófica; cabeza de la presencia y cabeza de la ausencia, cabeza lírica y cabeza épica, (…) cabeza de la ebriedad, del éxtasis y cabeza reflexiva, atinada, cabeza de la oscurvidencia y cabeza de la clarividencia…» Mundos y modos como vemos, múltiples, variados y vastos que abruman en una dimensión onírica y metafísica, como en otra realista y multidimensional. En todo caso, es una escritura que sale a lo abierto para decirlo en palabras de Yurkievich y que se transforma o metamorfosea constantemente.
Intentar el acercamiento hacia esta poética pluriforme y mudadiza, es siempre un reto, un desafío, una aventura. Cortázar, desde sus primeras novelas y cuentos, intenta una escritura que desafía todas las convenciones, todos los esquicios isométricos, todos los lugares comunes y excéntricos, toda la retórica decimonónica y lineal. Instalado ya en estos espacios de la desmesura, del mundo asido a la otredad contigua y transformante, el cronopio mayor comienza su aventura en el mar insondable de la narración. Su ánimo es abierto, libre, sin ataduras de ninguna naturaleza, sin nociones preconcebidas, sin manías proliferantes. Desde las lecturas precoces (leía de forma casi enfermiza desde los siete años) hasta las lecturas de biblioteca. Julio sintió, no obstante, que algo estaba más allá de esos libros, de esa literatura a´la carte. Al igual que su maestro Jorge Luis Borges a quien leyó y siguió con pasión. Cortázar se despertó tempranamente a ese otro mundo contiguo: el de las calles, el de las veredas; al lunfardo de las calles que se expresa y se abre en los cuentos y novelas de Roberto Arlt, una de las mayores influencias en sus inicios como escritor. Cortázar, en esa época primigenia, se estaba moviendo en un mundo estético y estetizante, como lo expresó a los estudiantes en sus clases de la universidad de Berkeley: «pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados, y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos.» No pasó mucho tiempo para que eso-otro (lo fantástico cotidiano) lo conformara y lo soslayara de una manera contundente y total. Cortázar siempre expresó, a lo largo de su vida como escritor, que él siempre escribía movido por una suerte de azar-azaroso; por una serie de causalidades. «Las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana.» Esta suerte de quiniela creativa de inspiración o expiración, casi siempre extemporánea y contingente, caracterizó de manera determinante, el mundo creativo literario del cronopio mayor.
Todo esto, que no es una solitaria y aislada urdimbre sino un cosmos poliédrico totalizante, es lo que aborda (de una manera crítica y aguda), pero de ánimo abierto el poeta, dramaturgo y ensayista Juan Martins en esta obra que comentamos y recibimos con alegría y regocijo: «El exilio de los nombres: {Be Bop para Cortázar}».