literatura venezolana

de hoy y de siempre

El domingo que viene

José Pulido

No tengo un gran espíritu ni la suficiente fortaleza física para compartir en un pecho simultáneo lo que sienten todas las personas que están viviendo lejos de donde nacieron y crecieron.

Pero soy apto para imaginar fácilmente ese proceso. ¿Cómo podría evitarlo? Se descubren calles y lugares que se transforman en paisajes completamente distintos a los que envolvía tu cotidianidad. Y vas intentando encontrar algunos recodos en donde la ciudad ajena te devuelva un parecido con tu ciudad. Se agradecen los quioscos, las campanadas, algunos olores, los rostros similares a los que ya no están.

Puedo imaginar por ejemplo a un amigo escritor y periodista que de Maracaibo pasó a vivir en las cuatro estaciones de Europa. Y de lunes a viernes trabaja incansablemente entregando paquetes, cuidando perros y gatos, realizando los quehaceres necesarios para que todo funcione en un lugar donde nada le pertenece.

Diariamente hay que superar los obstáculos que se presentan, las amarguras que resurjan, no encuentra a la vuelta de la esquina el alivio de lidiar con la existencia en un ambiente familiar y rodeado de amigos, donde un día cualquiera puede convertirse en festivo por obra y gracia de los corazones solidarios y fiesteros que la amistad multiplica, que la costumbre fortalece, que la tradición determina.

Y ese amigo, en cada jornada que culmina, en vez de meter los pies en agua caliente para estar en mejores condiciones al día siguiente, se sienta a escribir lo que ha vivido porque de esa manera su sangre vuelve al cauce de la comprensión, de la armonía y el equilibrio consigo mismo.

Puedes borrar el cansancio cuando lo escribes y ya sabes que en el papel, en la pantalla, en la libreta, es natural corregir todo lo errado, lo torcido, lo equivocado. Es factible arrepentirte en la escritura y continuar pecando.

De esa escritura surge una poesía que mi amigo ha logrado encaminar con el pretexto de haber encontrado una respuesta idónea para explicar este tiempo y esta sensación. El domingo. He ahí el tema que se torna oráculo. El día en que puedes dejar de luchar, hacer un alto y observar con otro ritmo y otra disposición de ánimo todo lo que durante la semana ha sido espejismo, ráfaga, tropiezos, ilusiones armadas y vueltas a desarmar.

El domingo sirve para recorrer las calles interiores, los caminos del alma, los senderos de la mente y para hacerle un cariño al niño enclaustrado en el territorio de los recuerdos. Al adolescente encerrado en primaveras que no cesan. Al joven apesadumbrado con su mochila de sueños cada vez más pesada.

Aparte de El emperador de los helados, el poema que más me impresiona de Wallace Stevens es Domingo a la mañana, que en uno de sus versos expresa:

El día es cual anchurosa agua sin ruido…

Porque el domingo es un día en el que se bajan los brazos, se desacelera el trabajo y la presión. Se procura el repaso de pasiones. Se mira con ojos de recién llegado el ambiente donde transcurre la rutina.  Y es probable que el ser humano muestre deseos de pensar en su destino mientras las horas van pasando, hasta que el atardecer lance sobre las casas una colcha de oro y de melancolía, como si se hubiese terminado un pedazo breve de felicidad que no se pudo disfrutar.

Gastón Bachelard escribió lo siguiente:

La alegría de hablar se agrega en poesía al maravillarse. Esta alegría hay que tomarla en su absoluta positividad. La imagen poética, al surgir como un nuevo ser del lenguaje, no puede compararse, para usar una metáfora común, con una válvula que se abre para liberar instintos relegados. La imagen poética ilumina con tal luz la conciencia que es del todo inútil buscarle antecedentes inconscientes.

El amigo escritor de quien hablo es Golcar Rojas. Ya saben quién es Golcar Rojas. Quien no lo sepa lo sabrá leyendo sus novelas y poemas. O buscando en Google.

Apenas leí eso que escribió Bachelard pensé en Golcar, porque recibí su poemario titulado Cosas de domingo y fui persuadido por la maravilla de sus tristezas, de sus preocupaciones, de sus vivencias.

Ese planteamiento de Bachelard se suma a la interesante costumbre de hablar sobre la poesía en todas las épocas. Y en estos tiempos tal costumbre ha cobrado mayor significado porque la poesía, esa íntima conversación de uno para todos, ha hecho mucho bien al ser descubierta por quienes no se acercaban a leerla.

La poesía ha sumado unos cuantos lectores entre aquellos que han sufrido la terrible temporada de pestes y violencias, de encierros y desarraigos. La poesía le ha servido de compañía espiritual a mucha gente que ha perdido el rumbo. Que ha perdido a otros seres. Que ha perdido ciudades y calles.

Golcar Rojas escribe sobre lo que ocurre a diario. Revela los fantasmas cotidianos. Los temores y las sombras. Él desenvuelve lo que envuelven las horas. Escribe lo que siente y observa el transcurrir del tiempo en la urbe y dentro de sí mismo. Golcar escribe sobre lo que sucede en su interior cuando el mundo se entristece, se atormenta, se desmorona o se alegra.

Golcar expresa un universo que va existiendo a medida que lo detalla y lo convierte en reflexiones que deben doler. El pensamiento es el alma según Buda y según mucha otra gente misteriosa y sabia. La escritura de Golcar es el retrato de la realidad visto a través de su sensibilidad y su manera de buscar justicia cotidiana enderezando entuertos y revelando desafueros.

Su poesía es de una sinceridad abrumadora como solo puede serlo la poesía. El sábado lo sorprende con el cuerpo agotado de trabajar y el espíritu ansioso de salir volando por encima de las casas y los parques, pero Golcar no programa el sábado: lo escribe, lo conversa, lo comenta y lo pasea mientras Cristian Espinosa hace las fotos de aquello extraño, de aquello extranjero, de aquello precioso que encuentran en cada rincón urbano.

Es decir: Golcar Rojas acumula en su pensamiento y en su imaginación toda la cuesta de la semana; sus reflexiones crecen y se tornan versos que avanzan hacia el domingo con ganas de visitar lo inmenso. Cada domingo es un globo inmenso que se desinfla en las últimas horas.

Golcar exorciza el atardecer, que comienza a descender hacia el lunes, haciala repetición de una búsqueda, la función de mirar su país dentro de otro país; de sudar para ilusionarse y desilusionarse. Y luego, señoras y señores, seguir escribiendo para llenar de belleza y esperanza hasta los peores momentos que contenga la semana.

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