literatura venezolana

de hoy y de siempre

«El abrazo del tamarindo», de Milagros Socorro

Abr 30, 2023

Por: José Ygnacio Ochoa           

La novela El abrazo del tamarindo (Alfaguara, 2008) de Milagros Socorro contiene ocho capítulos. Es una historia que se lee y se disfruta en una sentada: ágil, rápida y contundente. Se concentra en un espacio llamado San Fidel de Apón del estado Zulia, muy cercano a la frontera con Colombia. Quien haya estado por estos espacios sabe de qué hablamos. El contexto es determinante. La escritora Milagros Socorro  lo conoce,  lo siente y lo palpita. El sentido plural de la novela alcanza una dimensión en cada acontecimiento y lo que atrapa es la manera de contarlo. En las descripciones y narraciones de cada capítulo-historia existe una continuidad en tanto es una ficción coherente. Este elemento apunta a la totalidad de la novela.

Cada capítulo contiene igualmente una particularidad. Son micro-secuencias que, unidas cada una, conforman un universo que bien puede ser la representación de una sociedad, un país en constante y extraña mutación. La escritora toma, adecua y transforma situaciones verosímiles para adaptarlas a un contexto determinado y con una cosmovisión particular, la ficción. Es el privilegio de recrear con su pluma lo bello y lo grotesco. Tendrá la ocasión de contraponer los afectos y las separaciones. Colocar cara a cara el amor con el desamor y por qué no,  la vida frente a la muerte. Temas inagotables que en este caso no buscan explicación alguna, se viven, se padecen para que el elogio de vida continúe su camino.

En el primer capítulo se da un cambio de realidades sólo que de una manera nada común, pues las novedades que propone la escritora contienen un distintivo relacionado con la visión de un personaje convencido de su entorno, ya que lo huele y lo palpa con sólo mirarse a los ojos y sentir la brisa del tamarindo: No sé por qué es tan feliz. Apenas si le importa que yo la escuche. Creo que le gusta oír su propia voz. Se va contando una historia que está entre lo ingenuo y lo crudo por las separaciones afectivas, espacios y afinidades que están en el recuerdo de los personajes. La narración fluctúa en buscar ese lazo de las exaltaciones, allí radica el permanecer vivos los personajes. Trasladan su mundo de efectos a como dé lugar para no desfallecer, no importando la comarca donde se encuentren. Lo que atañe, en todo caso es el vínculo con el otro. Lo amoroso, el afecto y los apegos a una costumbre, que en muchos casos, se ven malogrados por elecciones otros.

Dicho esto, Liduvina une, ordena y sustituye a los semejantes con su manera de ser. La Liduvina venida de Paturia, Departamento de Santander, Colombia, la que «transitó el laberinto de caminos verdes» concentra a todos los personajes de la novela: Liduvina sacó a mi madre y la echó como un fardo. Comenzó a correr en derredor, a repartir agua de azúcar y remover montañas de polvo y suciedad de toda la casa. Entonces, Liduvina y la joven frágil —la voz que narra— comportan  la tensión de la novela. Leemos en  el capítulo IV: en ningún caso es real lo que mira, siempre el objeto observado está sumido en la incandescencia.

Explico: la escritura se convierte en un componente creativo y por consiguiente es genuina en su ejecución. Su transparencia consiste en la liberación de imágenes. Su instrumento, la palabra convertida en signos  que componen una madeja de mundos que están en una unidad del pensamiento, luego son expuestos con toda la subjetividad vital en sus perturbaciones e imposibilidades del alma humana. Se alude a una contemplación, no como reflexión, sino como un estado del ser en su absoluta cercanía e identificación con la luz antepuesta a la noche donde se es y no se es, en donde se está y a su vez no, dicho de otra manera, siempre se comienza, es un continuo andar, entre la noche y el día no existe paréntesis. Esta experiencia se  reserva a los que asumen el riesgo —placer y obsesión— de escribir.

Mención especial y no menos importante tiene que ver con las expresiones propias de una región. Que le son  comunes para un sector. Estas palabras o giros  idiomáticos definen en buena medida la idiosincrasia de un pueblo y determinan una atmósfera  que no ve límites expresos por las fronteras. En todo caso, son vocablos que los identifican. Algunos de hechos son: «Eche», «usté», «mijita», «mijo», «encoñao», «pa», «marconi», «jopito», «puerca», «vení», «puyas», entre otros. Vemos la importancia del conocimiento de un vocabulario/léxico para lograr la cadencia en el habla de los personajes.  Se logra una tonalidad que va en consonancia con los personajes. La voz que narra cumple con el rigor de la mutación para llegar con el personaje.

Volvemos a la voz —una joven de escasos trece años— en primera persona narra en detalles la historia de Araceli —la negra— y Samuel, la aparición repentina de don Roque Méndez. Igual va describiendo su mundo frágil de emociones lleno de ingenuidades y descubrimientos: Mi primera sensación al andar con una toalla sanitaria entre las piernas era la de estar encaramada en un potro de algodón. En la historia de la novela se refleja todo un compendio de emociones, se contrapone la alegría ante la tristeza, la vida enfrentada a la noción de muerte y en este amplio espectro no podrá faltar jamás la condición amorosa. Quizás el más equilibrado de los seres caerá en el juego de lo amoroso,  erótico y sensual: Cerré los ojos y sentí su mano ascendiendo bajo el camisón. Rozó mis muslos como si temiera deshojarlos. Deslizó su mano sobre mi vientre hasta llegar a mis senos y se le escapó un suspiro. La sensualidad entendida como un recurso para desarrollar o develar el sentimiento, la pasión y todo el carácter subjetivo que contenga una relación y una ilusión. En este caso Milagros Socorro lo antepone como un recurso para matizar la soledad de los personajes.

La novela El abrazo del tamarindo marca una particularidad en el desarrollo de la historia  que la convierte en cautivadora, ocurrente e irónica que seduce al lector. Leer la novela, es mirarnos como lectores. Es descubrirnos en el recorrido natural que mitiga en no conseguirse en un mundo cierto o preestablecido.

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