literatura venezolana

de hoy y de siempre

Dos relatos de Moisés Cárdenas

Puede ocurrir

En el pueblo de Brujas vivía una mujer blanca de ojos negros, quien llamaba la atención de los hombres por sus senos turgentes y caderas anchas. Por su cuerpo fue objeto de halagos por parte de muchos pretendientes, quienes la desearon con fines sexuales, mas no como compañera eterna.

Todos sabían que su nombre era Dalila. No obstante, ninguno pudo encontrar la forma de atraerla, porque ella solo sintió atracción por David, el único ser de dos piernas del pueblo; los demás aún eran cuadrúpedos. Él era profesor de literatura medieval, algo barroco, tenía mirada taciturna, tranquilo y al mismo tiempo algo extraño.

Un día mientras él se encontraba en el bar Soberbia tomando bebidas espirituosas, Dalila se le acercó y le hizo señas seductoras; pero fue infructuoso porque la esquivó dándole la espalda. Enojada, maldijo al pueblo y salió del establecimiento.

Afuera un hombre joven la piropeó. Ella se volteó y se le aproximó de manera sexy. El tipo la invitó a disfrutar goces en las orillas de la autopista cuando cayera el ocaso. Dalila aceptó la proposición con una sonrisa resplandeciente, pero le indicó que le llevara unas rosas.

Cuando llegó la puesta del sol, la mujer estaba parada al lado de la carretera. El hombre bajó de un auto gris. En sus manos tenía un ramo de flores rojas. Ella las miró con curiosidad. Le dijo enfurecida que las quería de color violeta. Le ordenó que se subiera al asiento de adelante del vehículo.  Él obedeció sin protestar.

Dentro del automóvil ella le pasó la mano por su sexo, el tipo sintió excitación. Dalila sonrió. Bajó del coche y caminó unos pasos hacia atrás, él la curioseaba desde su retrovisor, y en ese instante ella movió sus caderas mostrándole su delgada ropa íntima.

Se agachó y tomó una puntiaguda rama que estaba en el suelo y por entre sus piernas se la lanzó velozmente. El objeto quebró el vidrio y quedó incrustado en el cuello del sujeto. Llegó al vehículo, vio al hombre que sangraba, sonrió, jaló la palanca y el auto chocó contra un árbol.

Caminó tranquilamente hasta llegar al pueblo. Entró al supermercado y compró unos cigarrillos. En el negocio observó un cartel que anunciaba una noche de baile en el bar del pueblo. Horas más tarde cuando cayó la luna, llegó. Los hombres con sus ojos la invitaron a danzar. Ella negó a todos de plano, excepto a un tipo de apariencia varonil que daba la impresión de ser camionero o albañil. Lo invitó a su vivienda para que le besara su zona afrodisíaca.

En su casa el sujeto la cabalgó enérgicamente. La mujer presa de la humedad gritó con fuerza produciendo un sonido agudo en los oídos del hombre. Al tipo se le paralizó el corazón de forma súbita. Ella al ver la situación lo arrastró en la oscuridad por un callejón y lo dejó bajo las fieras de la noche. La emisora 66.6 F.M del pueblo Brujas anunció:

«Se informa que el Cuerpo de Investigaciones Criminalísticas, encontró en las últimas horas a un hombre en un callejón con mordeduras en todas sus partes íntimas y con mucha sangre en sus oídos. También se anuncia el hallazgo del cadáver de un sujeto dentro de un auto estrellado en la autopista. Y se comunica la muerte de dos tipos ahorcados en una casa, los cuerpos estaban con los pantalones caídos y tenían marcas de uñas en sus pieles».

Desde su casa David escuchó las noticias y salió rápidamente al bar a tomar unos tragos. Allí observó que todos los hombres hablaban del tema. Salió del lugar y buscó sus libros de Literatura Medieval. No encontró las respuestas, aunque pensó en alguna criatura maligna responsable de aquellas muertes. Volvió a la taberna para comunicar sus intuiciones a los hombres, pero ninguno lo consideró. Con el tiempo el número de hombres fue menguando más en el pueblo. Los pocos que quedaban no volvieron a salir de sus moradas por el temor de ser raptados por la oscuridad. Mientras tanto David siguió en la búsqueda de algún demonio o cosa espeluznante culpable de las muertes acechadas.

Pasó un tiempo y todo volvió a la normalidad. Los noticieros ya no informaron más sobre muertes ni asesinatos. Todos los hombres regresaron al bar y la vida de Brujas también.

Una noche de un miércoles nueve, cuando todos estaban en sus casas viendo la televisión, se informó a toda la audiencia que un hombre de nombre David quemó a una mujer de senos turgentes y caderas anchas en el parque Principal del pueblo y que, cuando el cuerpo se calcinó, surgió un feroz gritó y él escribió con las cenizas la palabra: Brujas.

 

El indio de fuego y navajo noble

Tenían el cabello negro azabache y sus pieles eran trigueñas, uno era alto y flaco, el otro más bajo y algo gordito. El indio de más estatura, llevaba un escudo hecho de plumas, que al girarlo desprendía llamas, cargaba un lazo de vaquero que lo sujetaba de un cinturón campero hecho en piel engrasada de color marrón, donde resaltaba una hebilla metálica de color oro viejo, toda su indumentaria, resaltaba con su nombre, El indio de Fuego.

En cambio, su compañero Navajo Noble, llevaba un cuchillo verijero hecho de acero común y mango de madera, que lo colgaba sobre un lazo apretado a su cintura. Ambos hombres, vestían camisa y pantalones de algodón, unos mocasines en forma de bota hasta la rodilla, y llevaban una cinta ancha de color verde alrededor de la frente para sujetarse sus largos cabellos, ya que los dos tenían largas melenas.

Estos dos indios, eran unos justicieros en una ciudad alocada por la tecnología. Los delincuentes que eran detenidos por ellos, no comprendían de donde habían salido, porque al mirarlos con atención, para ser sincero, eran una mezcla de todo. A pesar de eso, luchaban valientes contra todos aquellos maleantes que se les atravesaran, sin importar sus comportamientos o características, ya que los ladrones podían ser organizados, desorganizados, interpersonales, oportunistas, que hacían todo tipo de fechorías; desde hurtos en tiendas, establecimientos comerciales, joyerías, asaltos a transeúntes, etc.

En una oportunidad, estos dos justicieros atraparon a unos ladrones de bancos, que estaban asediando a la ciudad de la Granja. Que nada menos era una metrópoli de bastantes edificios, rodeadas por algunas barreadas pobres y ricas. Los medios de comunicación muy pocas veces los entrevistaban o daban noticias de ellos, algunas escasas reseñas en portales electrónicos mencionaban sus logros. En realidad, ciudad Granja no era muy agradecida con la ayuda benevolente de estos dos amantes de la justicia y libertad, ideales que habían dado a conocer cuando atraparon al primer ladrón que estaba asaltando a un grupo de niños que salían de una escuela.

El indio de Fuego, cada vez que salía a defender la ciudad, se ceñía con fuerza la cinta ancha que sujetaba su cabello, y con voz airada exclamaba:

—¡Por los oprimidos, las viudas y los huérfanos!

Navajo Noble tomaba el cuchillo de una mesa de madera que estaba en su escondite, lo colgaba en su cinto, y miraba a su amigo.

Pero cierto día sucedió una nueva fechoría que tenía que resolver. Se trataba de un aviso desde la comisaría de Policía. Navajo Noble, sacó un celular de alta generación, y revisó el mensaje de WhatsApp, donde leyó:

«Señores justicieros, necesitamos que nos ayuden.  En el barrio Sueño, hay un sujeto con un fusil que está apuntando en el balcón de un departamento a una dama de mediana edad. Los vecinos del edificio, atestiguan que el hombre amenazó en matar a la mujer. Estamos sorprendidos de este caso, porque en ciudad Granja, tenía tiempo de ver a hombres atacando a mujeres. Por favor requerimos de sus servicios».

El indio de Fuego tras escuchar el mensaje, no sabía que expresar. Quedó pensando en decir la consigna, «por los oprimidos, las viudas y los huérfanos», miró a su compañero, y en silencio salieron rápidamente de su escondrijo.

Cada vez que sucedía algo, corrían a gran velocidad, ya que ese era su medio de transporte, porque sus pies volaban como gacelas. El indio de Fuego extendía su escudo, lo giraba y este desprendía llamas, que lo empujaba más y más, hasta dejar atrás a su compinche, que intentaba alcanzarlo con la lengua por fuera. Siempre llegaba primero el indio alto, y luego su amigo gordito.

En esta oportunidad ocurrió algo. Sucede que cuando estuvieron a punto de llegar, el escudo del indio de Fuego, empezó a apagarse, las llamas estaban perdiendo fuerza, entonces, Navajo Noble soplaba y soplaba hacia el escudo, tratando de revivirlo, pero no podía. Mientras tanto, desde el balcón, el sujeto vociferaba en matar a la mujer ante las miradas atónitas de unas chicas vecinas de la angustiada víctima.

Los dos indios apresuraron el paso y como pudieron llegaron, a pesar que cada vez que corrían ambos se tropezaban. Frente a ellos se encontraba un hombre muy alto y corpulento, calvo y de mirada fría.

La mujer pese a que estaba llorando, desde el balcón se notaba que era hermosa, su tez blanca resaltaba sus bellos ojos verdes, cintura de flor junto con sus jugosos senos turgentes. El indio de Fuego sacó rápido su lazo, y le quitó al malhechor el fusil, que cayó al suelo haciendo un disparo, que hizo saltar de un susto a Navajo Noble. El mal hombre, tiró a la mujer desde el balcón. Los gritos fueron de terror por parte de las chicas que estaban allí y de otros curiosos que se acercaron, pero de manera valiente, los dos indios corrieron para agarrar en sus brazos a la bella mujer. Luego la bajaron despacio, y la sentaron en el piso, ella quedó sorprendida al mirarlos. Pero en ese momento, salió del edificio, el bravo hombre que portaba en esta oportunidad un afilado cuchillo, el indio de Fuego, le lanzó rápidamente el escudo, haciendo que este diera contra la mano del malvado, donde sujetaba el arma. El sujeto se molestó con los dos justicieros, y les dijo:

—Vamos a ver quién de los dos, puede conmigo.

Entonces, Navajo Noble se plantó frente a él de forma valiente, el hombre se le aproximó con los puños cerrados en posición de ataque. A un lado estaba el indio de Fuego, esperando la batalla.

En eso, el indio gordito, vio frente a él una gran bestia, un ser gigantesco, que se le lanzaba contra él, fue tan rápido que sintió un poderoso golpe que lo hizo volar por los aires, mientras el indio de Fuego abría los ojos sorprendido ante la mano fuerte del hombre. Y fue allí que se dio cuenta, que empezaba ante ellos una nueva batalla contra las nuevas bestias, que empezarían atacar a las mujeres como víctimas.

En su cabeza le llegó el recuerdo de las damas de su terruño, que habitaban entre flores, pájaros, y se bañaban bajo las luces de las estrellas que adornaban el cielo de los dioses. Entonces, mientras se le acercaba el tipo, volvió a su realidad. Encontró que su antiguo terruño era un lugar de asfalto, de inmensos edificios, casas pobres y lujosas, donde los crimíneles pasaban de robos y hurtos, y antes que el malvado le lanzara un puñetazo, volteó rápidamente para contemplar la mirada de la mujer que yacía sentada en el suelo, esperando que la salvara de aquel malviviente que iniciaba una nueva era de pillajes.

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