El cuento de la cigarra niña
Cuando la cigarra llegó al barrio de las margaritas, eran pocos los que en este mundo sabían cantar. La cigarra llegó callada, con su traje de tierra y sus patas escondidas. Empezaron a murmurar todos, principalmente la mariposa y el loro. Nadie sabía en el barrio que las cigarras son unos seres hechos de sol y de música. Y en lo que la tarde asomó la cara, la cigarra se abrió el pecho, fue graduando un poco sus cuerdas, modulándolas, y lanzó su canto firme, uniforme, sostenido, un canto que agujereaba el aire, el azul, el cielo.
Entonces comenzó la envidia. Dijo la mariposa a la cigarra:
-No tienes este vestido mío que lo renuevo todos los años con rocíos y estrellas.
Y dijo el pavo real:
-Yo soy feliz porque me hice poner en las alas todas las mariposas del mundo.
Y dijo el loro:
-Yo tengo plumas rojas en las alas y en la cola, y a veces canto.
Y dijo el caracol:
-Yo soy como una perla aplastada que cayó de un mar lejano, por eso no puedo caminar bien, pero mi color es fino.
Y dijo el bachaco:
-Yo cargo con troncos y los escondo bajo tierra para que mis hijos no tengan frío en el invierno.
Y dijo la cerbatana:
-Aunque soy delgada y muda, protejo las rosas. Yo desciendo de la jirafa, lo que pasa es que soy más pequeña.
Y dijo el cigarrón:
-Yo hago mis casas dentro de la madera para que allí nazcan mis hijos, y a mí me copió el hombre cuando inventó el avión. Sé rugir como los aviones y también aterrizar.
Cansada ya la cigarra de tantas palabras, voló a una rama, desperezó un poco sus alas, afinó sus cuerdas, y dijo solemne ante la asamblea:
-Mariposa, tú tienes lindos colores en las alas, pero eres muda, lo mismo que el pavo real, que te robó muchos rojos, verdes, azules, para vestirse, y la belleza eterna no es muda.
-Y tú, pavo real, además, eres necio y fatuo.
-Loro, porque tienes dos plumas rojas en las alas, dices que eres bello, y no has pasado de charlatán.
-Tu, caracol, cállate, no tienes color ni voz; y tú, bachaco, aunque protejas tus hijos, asaltas y robas las hojas de los árboles y también te comes los hijos de las mariposas, los hijos de las lombrices, de las arañas, que tienen derecho a la vida.
-Tú, cerbatana, y tú, cigarrón, ¿para qué sirven ustedes? Una es flaca como una rama difunta, y el otro es hinchado como una semilla. Todos ustedes son torpes. La belleza está, según lo dispuso Dios, en el canto. Cuando un pájaro canta en el bosque, nadie pregunta de qué color será. Ustedes se han reído de mí, porque mi traje es humilde y de color de la tierra. Yo soy el único ser que nació para cantar y que muere cantando.
Cuando amaneció, la mariposa halló al pie de una rosa dos alas casi blancas que se confundían con la tierra, con el aire, que dialogaban con el rocío, con los primeros retoños, con las últimas neblinas.
Cantaclaro el hijo del viento
Cansado el viento de tantas murmuraciones sobre su vida errante y el desconocimiento de muchas personas, acerca de su ayuda a la tierra, decidió una mañana hacer un pájaro.
—¡Cantará como el agua! —dijo, y llamó a la brisa, la fuente y la luna, sus amigas, para pedirles un poco de frescura, música y luz.
Varios días y varias noches inventaron plumas, unieron colores, probaron campanas y por fin el pájaro quedó listo. Le dieron por nombre Cantaclaro. El viento, la luna, la brisa y la fuente desearon que todos lo conocieran, y llamaron a la nube y ésta, al escucharlo, lloró de alegría. Una fina lluvia bañó la tierra y, como hacía un día claro, el Sol recogió su llanto y lo convirtieron en arcoiris.
Después vino la mariposa recién salida de la crisálida y cuando lo escuchó se fue a contarlo de flor en flor.
Y llegaron los niños de la escuela, quienes para acompañar sus canciones se pusieron a danzar.
Entonces la brisa, la fuente y la luna lo enviaron a la fiesta del bosque, donde ofrecían un premio al mejor cantante y a la más linda canción.
—¡Canta sin miedo! ¡Sé fuerte y valiente para sostener tu canto! —le dijo el viento.
—¡Canta siempre con voz dulce y alegre! Repite los sonidos con claridad y belleza —le dijo la brisa.
—¡Canta con la frescura del agua! —le dijo la fuente.
—¡A tus cantos agrega un poco de mi luz! —le dijo la luna.
Cantaclaro llegó al bosque donde estaban reunidos todos los pájaros y cuando le tocó su turno, lo hizo sin olvidar los consejos de su padre y sus protectoras.
Una fuente lo invitó a silbar. Detenidamente lo miró con sus ojos de agua limpia y le preguntó:
—¿Quién eres? ¿Quién te envía? ¡Silbas muy hermoso! —Y Cantaclaro calló tímido y emocionado.
—¡Tienes la magia de la luna y la frescura de la brisa! —le volvió a decir la fuente. Cantaclaro sonrió, batió sus alas y cantó con más alegría. La fuente lo llevó a presencia de la rosa.
—Rosa, este pájaro canta como el viento, la brisa, el agua.
—Lo llevaremos al árbol de la vida —dijo la rosa y lo acompañó hasta el corazón del bosque.
—¡Mira! ¡Te traemos el hijo del viento! —dijeron sus amigas— Debe ser fuerte como su padre y sus canciones frescas y suaves como la brisa, la luna y el agua —dijo el árbol de la vida, y Cantaclaro, estimulado con aquellas palabras, cantó y cantó…
—¡A mí también me gusta! —dijo el árbol de la vida.
Las hojas de los árboles, las aguas del río y las fuentes; los otros pájaros y el pueblo entero conocieron del triunfo de Cantaclaro, y él, muy contento, regresó a su casa donde lo esperaban sus padres y amigos.
—¡Hijo, vienes vencedor! —le dijeron— ¡cuánto habrás sufrido! ¡A qué duras pruebas te someterían! ¡Cuántas palabras de elogio dirían en tu presencia! Mas, no debes envanecerte. Sigue con tu humildad, siendo cada vez mejor, para que todos comprendan la utilidad del viento y la gran ayuda que prestas a los demás.