literatura venezolana

de hoy y de siempre

Cuatro crímenes, cuatro poderes (fragmentos)

Fermín Mármol León

Eran las siete y treinta y cinco minutos de la mañana, cuando estacionaba la patrulla en la vereda, frente a la casa de la familia Cuzati; el Inspector Díaz se hizo acompañar del funcionario Romero, el cual, desde el primer momento que ocurrieron los hechos, trabajaba en la investigación.

Era una casita sencilla del tipo Banco Obrero, parecida a las que existen en la Urbanización Carlos Delgado Chalbaud, mejor conocida como Coche, en Caracas. El Inspector abrió la puerta principal y penetramos al interior de la residencia, la cual estaba distribuida en forma modesta y práctica, un pequeño recibo comedor, con un pasillo posterior que dividía la casa; las habitaciones, la primera a la izquierda, la que ocupaba la joven Lídice Cuzati, un poco más al fondo, pero casi enfrente o sea a la derecha, la correspondiente al Padre Pedro Luis Cuzati, luego un baño y después la cocina y casi al fondo, la de la madre los Cuzati; hicimos un recorrido muy rápido por la pequeña vivienda y volvimos al cuarto donde ocurrió el crimen.

—Inspector, ¿está la habitación como quedó el día del asesinato? —pregunté.

—Exactamente, no ha sido modificada, además fue fotografiada con todos los detalles.

—Muy bien; Rojas Ochoa, vamos a hacer un plano de todo esto; con la fotografía, luego, ubicas exactamente el sitio donde estaba el cadáver de Lídice, pero antes de eso vamos a tomar nota de las cosas que iremos rastreando, el plano lo elaboraremos a medida que efectuemos la inspección ocular; Díaz, luego chequearemos con lo que hiciste el día del crimen; si hay alguna diferencia de criterio o falta algo, revisaremos paso a paso y centímetro a centímetro toda la casa.

—De acuerdo Comisario, acá tengo todas las anotaciones hechas por mí.

—Perfecto, cuando terminemos constataremos todo el trabajo realizado en ambas oportunidades.

En el centro de la habitación estaba colocada la cama, con dos colchones superpuestos, especie de Box Spring; el colchón superior tendido con una sábana rosada de flores amarillas y con un cobertor encima, bien doblado al final de la cama, donde normalmente descansaban los pies, me imagino, que lo usaba para arroparse; en la cabecera de la cama una almohada con funda rosada igual que la sábana descrita anteriormente. Al lado derecho y a la altura de la cabeza, una cesta de mimbre, sobre la cual reposaba un vestido rojo, un sostén rosado y una pantaleta del mismo color; al lado izquierdo de la cama una peinadora con diversos objetos de tocador, novelas, frascos de medicinas, etc. La banqueta colocada en la parte de abajo de la peinadora, el closet casi al lado de la cesta, un par de zapatillas color azul debajo de la cama. Cerca de la peinadora estaba la ventana que comunica con la parte externa de la casa, exactamente con la zona ornamental de la vereda. Aparentemente todo estaba en orden.

—Díaz, ¿todo esto está fijado con fotografías?

—Sí, Comisario.

—Okey, Rojas. Ochoa, vamos a describir exactamente cada objeto, lo marcaremos y lo trasladaremos a la Delegación para los análisis y peritajes posteriores; Díaz y yo, haremos la narración, tú tomas notas y Maximiliano y Romero, lo marcan con letras, comenzando con la A. ¿Hay alguna observación?

—De acuerdo —contestaron todos.

—Entonces empecemos, como no tenemos apuro, trabajaremos con mucha calma, si es necesario comeremos aquí algunos sándwiches.

Normalmente cuando se investiga un hecho criminal y existen las facilidades de un sitio cerrado, en donde con minuciosidad se puede rastrear palmo a palmo el lugar, es recomendable hacerlo de esa forma, recogiendo todo, sin excluir nada. Como este caso se presumía era un asesinato con violación, los cabellos, pelos, fibras, botones etc., encontrados en el lugar, eran de suma importancia para la investigación y esclarecimiento del hecho.

***

Habíamos finalizado con la habitación de Lídice Cuzati, trasladamos a la Delegación todos los objetos que nos parecieron importantes para esclarecer el homicidio. Únicamente dejamos la cama vacía, la peinadora, la banqueta, la cesta y toda la vestimenta que estaba guardada en el closet, el resto fue muy bien marcado y descrito en el acta que levantamos en la residencia de la familia Cuzati. Algunas cosas me llamaron mucho la atención; ambos colchones estaban manchados de sangre, o sea que ella se desangró sobre la cama, aunque su cadáver apareció al lado; en el piso se apreciaba un charco de sangre; sobre este punto no quería hacer ningún comentario hasta tanto no estudiase las fotografías del cadáver. Este es el motivo por el cual siempre he insistido en la necesidad obligante de que el pesquisa que asiste inicialmente al sitio del suceso, es el que debe proseguir la investigación. Nosotros ahora estábamos en desventaja, no habíamos observado el cadáver de Lídice, nos conformaríamos con las fotografías y con la valiosa ayuda del Inspector Díaz.

Pudimos apreciar que ni la ventana del cuarto de ella, ni la puerta de la habitación, así como la puerta principal de la casa, presentaron signos de violencia. Cuando ya casi habíamos finalizado con la revisión de la habitación, en donde trabajamos con mucha delicadeza, y esperábamos por los otros funcionarios que estaban trasladando el material incautado a la Delegación, observamos unas manchas de sangre como huellas de pisadas, de un pie desnudo, algunas de ellas aparentemente dirigidas hacia el pasillo, seguí la orientación de las mismas y se me perdieron a la vista.

—¡Rojas Ochoa, —exclamé— tráete una lupa, ven a ver esto!

—Son huellas de un pie desnudo —afirmó el técnico.

—Creo que sí, —respondí— Maximiliano, abre esas ventanas, necesitamos más claridad, y trae el reactivo, para analizar estas pisadas. —Con la lupa si pudimos apreciar todas las huellas de pisadas; las mismas que habían sido ubicadas en el cuarto de Lídice Cuzati, seguían al pasillo en menor proporción y finalizaban cerca de la habitación de enfrente, la cual era ocupada por el sacerdote Pedro Luis, hermano de la víctima. Usamos la muy conocida llamada «prueba de Adler», las manchas eran de sangre, no había ninguna duda.

—Rojas Ochoa, son manchas de sangre, ¿tú crees que podemos determinar si es sangre humana?

—No lo creo, con estas manchas es casi imposible, pero voy a tratar. — Aprovechamos esta oportunidad y continuamos con el reactivo buscando nuevas manchas de sangre en los lugares más importantes de la residencia.

Estuvimos hasta el anochecer con la inspección de la vivienda. Sinceramente se había realizado un excelente trabajo, conseguimos cosas interesantes que analizaríamos en la Delegación, teníamos los técnicos y por lógica un equipo auxiliar móvil necesario para este tipo de peritajes; esto nos permitía determinar científicamente con cuáles evidencias contábamos para así orientar con precisión la investigación.

El Inspector Díaz desplazó a sus efectivos policiales con el fin de lograr detener a sospechosos del grupo hamponil, este operativo alcanzaba toda la zona de la urbanización donde ocurrió el hecho, pero también se solicitaban a los tradicionales sádicos que tenían antecedentes delictivos.

***

Era necesario practicar un sinnúmero de experticias y peritajes, pero era necesario en parte esperar el envío de las muestras por parte de la Medicatura Forense; la muchacha fue violada y los médicos recabaron semen de la vagina, ella tenía pelos en su mano derecha, posiblemente arrancados al victimario; le practicaron limpieza de las uñas a fin de conseguir partículas de la piel del asesino; importantes todas para el total esclarecimiento del hecho. Necesitábamos ganar tiempo y por ello insistí en que Rojas Ochoa, se llevara las únicas muestras que teníamos para practicarles examen de laboratorio. Como ya tenía una visión completa del homicidio de la joven Lídice Cuzati, al día siguiente a primera hora comenzaría a presionar la pesquisa en la Urbanización, interrogaría a sospechosos y entrevistaría a todas las personas que de una u otra forma conocían detalles del crimen.

Como es normal en esta zona, a las seis de la mañana ya el día estaba claro; aunque la noche anterior nos habíamos acostado tarde, nos levantamos a esa hora; desperté a Rojas Ochoa y le di nuevas instrucciones para su labor en Caracas; Maximiliano y yo, nos fuimos para la vecindad, dejamos constancia de ello en las novedades diarias que lleva el Jefe de Cuartel del despacho, así, en caso de que el Inspector Pedro Díaz nos necesitase, fácilmente nos ubicaría.

—¿Comisario, no cree que es muy temprano para pesquisar por el barrio? —me preguntó López.

—No te preocupes, acá la gente madruga, ya hace calor y por eso las personas muy temprano están levantadas, vamos a dar una vuelta a ver si logramos algo, pero debemos movilizarnos, no podemos esperar a que alguien nos informe.

Nos paramos en una cafetería, tomamos café y seguimos hacia nuestro objetivo. Cuando llegamos a la vereda y nos estacionamos, estaba una señora regando el jardín de su casa, exactamente al lado de la vivienda de los Cuzati.

—Buenos días señora —saludé.

—Buenos días.

—Nosotros somos funcionarios de la Policía Judicial, ésta es nuestra credencial.

—¿En qué puedo servirles? —respondió atentamente la señora.

—Estamos comisionados desde Caracas para investigar el crimen de la joven Lídice, —expliqué—. ¿Vive usted en esta casa?

—Sí, me llamo Ana María de Salazar, vivo con mi esposo, que es visitador médico y mis tres hijos.

—¿Conoce a la familia Cuzati?

—Sí, desde hace muchos años.

—¿El día del crimen o sea el domingo antepasado, se levantó temprano?

—Estaba en el baño —recordó— cuando sentí el ruido producido por el carro del padre Pedro Luis.

—¿Se asomó usted a verlo?

—No. Era la hora más o menos en que él sale a dar sus misas.

—¿Regó usted las matas ese día?

—Sí, cinco minutos después que él salió yo ya estaba echándole su agüita a las matas.

La señora Salazar contestaba sin incomodarse este interrogatorio que inesperadamente le había caído encima.

—¿Observó algo extraño en el sector? —continué.

—No, me pareció un domingo igual a todos.

—¿Usted duerme bien?

—Hay veces.

—¿Duerme profundo o tiene un sueño liviano?

—La verdad es que me despierto con cualquier cosa, pero esta urbanización es tranquila y de noche no hay ruidos molestos.

—¿Usted sería tan amable y pudiera decirnos si recuerda, la noche en que posiblemente mataron a Lídice, haber escuchado o visto algo extraño?

—Imagínese que yo estaba despierta cuando los Cuzati llegaron, eran como las doce —relató— los oí hablar al entrar a su casa, me acosté y no sé qué tiempo había transcurrido cuando sentí un golpe, como algo que se cae, me asomé por aquella ventana, que es la de mi cuarto —dijo señalándola—, y no ví nada, no sentí más ruido y me dormí.

—¿Señora Salazar, por qué se asomó cuando escuchó el golpe o ruido?

—Me asomé porque el carro de mi esposo, ése que está allí, duerme afuera y pensé que a lo mejor lo habían chocado.

—¿Logró escuchar gritos, lamentos o como si alguien llorara o se quejara?

—No, sinceramente la noche estaba muy tranquila y callada, no escuché nada de eso.

—¿Cómo se enteró de la muerte de Lídice?

—Después que terminé de regar, preparaba el desayuno y escuché los gritos de la señora Cuzati, luego esto se llenó de gente y la policía se presentó.

—¿Comentó con su esposo lo ocurrido?

—Sí, naturalmente.

—¿Él no escuchó nada esa noche?

—Él duerme como un oso en invierno, no lo despierta nada.

—¿Qué otros comentarios ha oído usted con los vecinos del sector?

—Bueno, que un sádico después de violarla, la mató y tantas cosas que dice la gente.

—Señora Salazar, muy agradecido, nosotros posteriormente, si usted nos los permite, la volveremos a molestar.

—Con mucho gusto, ésta es su casa.

—Agradecidos señora, buenos días —nos despedimos.

Continuamos recabando informaciones en toda la vecindad, nadie escuchó, ni vio nada, únicamente la salida apresurada esa mañana del padre Pedro Luis.

***

A pesar de que contábamos con pocas evidencias en este crimen, yo me sentía optimista, aún permanecía en la oficina del Inspector Díaz; Maximiliano y Romero no se habían reportado, los esperaba para cambiar impresiones de lo que habían averiguado; además se acercaba la hora de cenar, era un momento muy oportuno para discutir el caso.

Habían transcurrido seis días de nuestra llegada a la región; en la última reunión que efectuamos en el dormitorio de la Delegación, contando ya con la presencia de Rojas Ochoa, el funcionario Maximiliano López y el detective Romero, sostenían la hipótesis de que el individuo que mató a Lídice, no forzó ninguna de las ventanas y puertas de la residencia de los Cuzati; que de la intensiva pesquisa efectuada en la Urbanización, no lograron ubicar a ninguna persona que escuchase grito o ruidos extraños en las inmediaciones de la vereda donde está situada la vivienda de Lídice.

Insistían en sostener que posiblemente el homicida podía ser conocido de la familia, que era posible que estuviese escondido dentro de la casa, esperando la llegada de los Cuzati. Preferí no opinar al respecto, sugiriendo que teníamos que seguir adelante; contábamos con una pequeña lista de individuos con enfermedades venéreas, los cuales eran tratados en las diversas unidades sanitarias de la ciudad guayanesa, estuvimos varias noches entrevistando a muchachas de la vida alegre, ellas también tuvieron su problemita con la Sanidad, de esto último no logramos nada en concreto; decidimos descartar a los tipos de la lista y comenzamos rápidamente a investigarlos, los citábamos a la Policía y los declarábamos sobre sus actividades y movimientos realizados en los quince días antes del crimen, posteriormente y cuando considerábamos que era necesario conversarle del día crítico o sea el día del asesinato, lo hacíamos. Trabajamos arduamente, pasaba el tiempo y sin resultados. El Director de la Policía Judicial me llamaba casi todos los días, afortunadamente en pocas oportunidades me ubicó, siempre estuve en la calle, pesquisando, preguntando, entrevistando e interrogando a todo el que pudiera aportar algo.

Pero lo que quería, no lo ubicaba: al asesino de Lídice. La prensa ya comenzaba a inquietarse y presionaba con diversos escritos y reportajes sobre el hecho ocurrido en la casa del sacerdote Pedro Luis Cuzati. Algunos de ellos nos atacaban sin piedad. Personalmente tenía experiencia de esta situación, si sacamos cien casos no nos felicitan, pero si hay uno impune, viene automáticamente la crítica a la Institución Policial y a sus hombres. Hablaban de los dos homicidios sin resolverse, el del buzo Sánchez y el de Lídice, desgraciadamente en parte tenían razón. A pesar de ello, todos éramos optimistas; en tres oportunidades volví de nuevo al sitio del crimen, revisamos buscando la verdad, algo que nos sirviera de indicio para poder orientar este hecho criminal. Yo tenía muchas dudas y preguntas sin respuestas, pero actuaba con prudencia; aún no había charlado con los familiares de Lídice, la madre estaba muy afectada, igual el sacerdote. Toda la versión de Manchales fue confirmada exactamente, hubo cumpleaños, el Padre Pedro Luis lo dejó cerca del estadio. No tenía sospechas contra este muchacho, pero no lo descartaba.

***

Amaneció otra hermosa mañana, con un sol radiante, lo que indicaba que sería otro día caluroso. El Inspector Pedro Díaz, pasó a buscarme como a las siete, todos nos habíamos levantado. Esa noche pensé en todas las diligencias que se practicaron en el caso, qué faltaba, por ello, antes de irme a San Félix, llamé a Maximiliano y le recordé que pesquisara a las personas que se dedican a poner inyecciones a domicilio, o que lo hacen en su residencia; él sabía exactamente lo que yo quería. Inmediatamente abordé el vehículo.

El inspector conducía la patrulla por la carretera que nos llevaría a San Félix, nos detuvimos en el restaurant, en el cual habíamos comido en otra oportunidad; desayunamos ligeramente y seguimos hacia nuestro destino. Cuando llegamos a Puerto Ordaz el Inspector Díaz me preguntó:

—¿Conoce el Salto de La Llovizna?

—No, —contesté— he venido a Puerto Ordaz, pero no tuve oportunidad de visitar ese lugar.

—Es temprano, Comisario, vamos para que conozca esa belleza —me invitó…

—De acuerdo —contesté con interés.

Maravilloso espectáculo el salto de la corriente, se unen las aguas del inquieto Caroní, con las aguas bronceadas del Orinoco. Caminamos por todo ese parque llamado Cachamay, observaba con éxtasis las distintas caídas de aguas, pequeñas cataratas en forma escalonada dan el espectador una sensación de espejismo, de algo que no existiese, pero la belleza del panorama y la enloquecida corriente de los ríos, dan un toque fascinante a esta bella naturaleza guayanesa. Jamás mis ojos vieron tanta hermosura. Contemplaba y gozaba de aquella maravilla, cuando Díaz me interrumpió diciéndome:

—Comisario, hay algo que me inquieta en el caso Cuzati y quiero aprovechar la oportunidad en que estamos solos para discutirlo con usted, no lo había hecho antes por lo delicado que es y quise constatar la información; hoy en día tengo mis sospechas y es necesario que usted se entere de la gravedad de la confidencia, pienso que sería interesante analizarla muy bien, reflexionar con detenimiento sobre lo que esto significa para el hecho en sí, para los familiares y para la Institución, de la cual formamos parte.

Sorprendido por lo que acababa de oír, requerí al Inspector Díaz, lo que pasaba.

—Comisario, fui informado de que el padre Pedro Luis Cuzati tiene blenorragia, además se dice que estaba enamorado de Lídice, que la golpeaba brutalmente por celos, de esto está enterado el novio Manchales y este individuo de apellido Álvarez.

Aún no entendía lo que Díaz me estaba diciendo…

—¿Pero y qué tiene que ver esto con el asesinato? —pregunté contrariado.

Mi informante me manifestó que investigara al Sacerdote, por cuanto era un tipo enamoradizo, y abrigaba la sospecha de que fue él quien la mató. Quedé estupefacto.

—¡No puede ser! ¡Imposible! Imagínate el lío en que nos meteríamos si esto lo investigamos y es incierto. Tú sabes el poder que tienen los curas en este país; créeme, ¡es para locos!

—Sé que es problemático, por eso quería conversarlo con usted en privado —insistió Díaz.

—¿Tú me dijiste que chequeaste algo de esto? —pregunté consternado por la increíble revelación.

—Sí, y el padre se las trae, además, ese sábado se emborrachó en el cumpleaños; no sé Comisario, estoy preocupado.

—Esto me ha caído, como si tú me hubieras lanzado a esas aguas turbulentas, — le dije— no sé.

Sinceramente que no tenía respuesta para el Inspector Díaz, lo que me acababa de informar, era tan grave, de una magnitud insospechable, yo que en ese momento me sentía tan feliz, apreciando las bellezas del Parque Cachamay, ahora estaba como acorralado, con una persona frente a mi esperando una respuesta, ¿cuál respuesta?, latían mis sienes por la preocupación que me embargaba, ¿cómo podía salir yo de esto? Pacientemente me dirigí a él y le dije:

—«Vamos a tomar esto con mucha calma y prudencia; ahora hablaremos con Álvarez, con sutileza lo interrogaremos y así iremos armando este rompecabezas, sea quien sea, que la investigación lo señale».

—De acuerdo con su decisión, Comisario.

—Gracias, Díaz por la confianza en plantearme tan difícil situación.

***

—Díaz, ¿quieres que te ayude a manejar?

—Cómo no, Comisario.

Arranqué el vehículo; sin hacer comentarios le pregunté hacia dónde íbamos ahora, ya que sabía que él tenía que averiguar algo sobre el caso del buzo.

—Vamos al Aeropuerto, allí se movilizan muchos mineros para tomar las avionetas que los conducen a los centros de las regiones mineras, trataremos de ubicar a unos tipos colombianos, que están trajinando con unos diamantes, me dijeron que se los compraron a unos brasileros, no sé si son los mismos del caso del buzo Sánchez.

En ese lugar se podía apreciar el intenso movimiento de personas para las zonas diamantíferas; en pequeños aviones y destartaladas avionetas, se efectuaba para esa región el transporte de diversos materiales tales como cerveza, refrescos, alimentos variados, etc.; yo tenía conocimiento de los altos precios que se cobraban allá por un litro de leche y así con todos los artículos; observé cómo cargaban de objetos hasta el tope aquellos pequeños vehículos aéreos; aquello parecía un mercado libre, el ir y venir de personas, bultos, huacales de frutas, pipotes de gasolina y kerosene; el traslado de una persona en avión costaba desde allí hasta el pueblo donde se agrupan los mineros, ciento cincuenta bolívares. No dudaba de la habilidad de los pilotos, pero la verdad es que hacía falta tener mucho valor para montarse en esos aparatos. Recorríamos toda la rampa anexa a la pista principal, cuando un efectivo de la Guardia Nacional, citó a Díaz diciéndole:

—Inspector, buenos días, deseo pasarle una novedad importante.

—Sí, dígame.

—En San Pedro de Icaburú, en la enfermería tienen a un buzo mal herido, al parecer se asfixió en el fondo del río, me acaban de reportar el accidente por el radiotransmisor.

La Guardia Nacional, cumple una excelente labor en esa área, es la única autoridad que se conoce y se respeta en las regiones diamantíferas, normalmente tienen avanzadas en todos los sectores y equipos de comunicación. La persona que informaba, era un cabo de ese servicio. Inmediatamente el Inspector le preguntó:

—¿Sabes si lo trasladarán para acá?

—No, esperan al médico, que saldrá pronto.

—¿Cuándo sale el Doctor?

—Lo mandé a buscar al hospital.

—Está bien, ya pasaré por tu Comando.

—Lo espero, a lo mejor es conveniente que usted viaje con él —sugirió el Guardia.

Después que se retiró el cabo. Díaz me dijo:

—Comisario, es necesario ir al sitio, es factible que saquemos algo concreto del otro caso, puede ser un nuevo Modus Operandi que impondrán allá para robar diamantes.

Sin titubear le respondí:

—Estoy de acuerdo contigo Díaz, vamos al Comando y analizaremos cuál es la realidad del hecho y entonces decidiremos al respecto.

—Está bien, venga por acá.

Atravesamos los pasillos del Aeropuerto y fuimos hasta las oficinas de las Fuerzas Armadas de Cooperación, entrevistamos al cabo y ya él había confirmado la novedad.

—Comisario, yo iré, —expresó el Inspector— conozco bien San Pedro y casi seguro demoraré dos o tres días, así usted aprovecha y sigue con el caso de Lídice.

Vi muy emocionado a Díaz, no podía ocultar la ansiedad de trasladarse al lugar a fin de conseguir alguna pista que nos permitiera resolver el caso Sánchez; esto me impidió hacerle alguna observación y sintiéndome orgulloso por la responsabilidad que demostraba aquel funcionario de nuestra Policía, con cariño le hablé.

—Eres el pesquisa ideal para esta Comisión, estoy satisfecho de que tú guíes la investigación, cuídate mucho y suerte.

—¡Gracias, Comisario!

Llamó al cabo preguntándole:

—¿Hay una avioneta lista para salir?

—Sí, Inspector, está esperando.

—¡Me voy en ella! —decidió rápidamente.

—Véngase por acá —lo guió el cabo de la Guardia.

—¡Pronto regreso, Comisario! —se despidió así el Inspector Díaz—.

Esperé que el avión tipo DC3, tomara pista y despegara, luego se me perdió en el horizonte soleado de aquella imponente región. Salí del Aeropuerto en busca de la patrulla para regresar a Ciudad Bolívar; nunca pensé que jamás volvería a ver vivo al abnegado funcionario de la Policía Judicial, Pedro Díaz.

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