literatura venezolana

de hoy y de siempre

Cuarteto de amor para una historia de dos

Rodolfo Porras

(El escenario recuerda un circo. Un cilindro cuyo tope, de dos metros de diámetro, es más estrecho que la base, de unos tres metros de diámetro y de cincuenta centímetros de ancho, está a un lado del escenario. Dos cilindros similares, mucho más pequeños, hacen las veces de sillas. Al fondo, al lado izquierdo, una pareja de músicos. Una mujer esbelta con traje de payasa muy suavizado, toca un instrumento de cuerda, un cello o un violín. La acompaña un hombre, también con traje de payaso suavizado. Toca instrumentos de percusión y ocasionalmente un instrumento de viento. Entra a escena otra pareja de payasos, estos con trajes con más colorido, narices falsas redondas, sombreros estrafalarios, etc. La pareja de músicos interpreta alguna pieza de Scott Joplin o similar. Los payasos reproducen una escena de cine mudo. Todo un proceso de seducción. Hay mucho de erotismo y de parodia en toda la situación. Ella hace gestos seductores, pero no suelta prenda. Él no puede resistir ni sus encantos ni sus desplantes. Llega el momento que la resistencia de ella decae. Él está a punto de lograr su cometido. Un cambio de luces les delata que el público los observa. Se sienten descubiertos. Se acomodan como pueden y se colocan en situación de presentadores. Entra música circense de presentación.)

Payaso. Señoras y señores, la Compañía de Teatro “La mala costumbre”, les presenta con carácter absolutamente de exclusividad…

Payasa. (Por lo bajo.) Ya que no hay otra compañía que se preste a hacerlo.

Payaso. (Tratando de ignorarla.) Sin deudas literarias…

Payasa. (Se saca los bolsillos vacíos.) Pero sí económicas.

Payaso. (Incómodo.) Sin pretensiones…

Payasa. (Más descarada.) Que no sean las de opacar a William Shakespeare.

Payaso. (Reparando directamente en la payasa.) …y sin censura…

Payasa. (Burlona.) Porque no lo necesita.

Payaso. (Al público, mal disimulando el enojo.) Le presenta la comedia teatral “Cuarteto de amor para una historia de dos”…

Payasa. (Ofendida.) Comedia teatral el padre que inoculó a tu madre para que vinieras tú a desdibujar el mundo. ¡Desgraciado! Esta vaina no es ninguna comedia, esto es una tragedia.

(Se interrumpe la música abruptamente. Los músicos quedan a la expectativa.)

Payaso. Que tú sepas de géneros teatrales lo que sabe un fabricante de armas sobre la hambruna infantil, no te da el derecho a desinformar a la honorable audiencia.

Payasa. (Como para sí y un poco al público.) No sé qué tiene de comedia esta historia que, además, venimos representando desde hace décadas, que siempre hace llorar y que siempre (Melodramática.) hace que un temblor de dignidad recorra mis venas libertarias.

Payaso. (Erudito.) La tragedia necesita personajes trágicos, personajes colocados en una altura importante, (Ella deja el melodrama y lo mira fastidiada.) con un teleos definido, con una grandeza… cómo diríamos…una grandeza… ¡divina! (La mira de arriba abajo con cierto desprecio.) Tú no eres preciosamente Lady Macbeth, ni mucho menos Medea, o alguna otra de esas grandes y maravillosas heroínas trágicas. (Para sí.) Aunque divina sí que estás.

Payasa. Y tú tampoco eres así, un héroe que se diga… Payaso, eres un triste payaso.

(Él la mira con cierto desdén.)

Payaso. Sí, pero el maquillaje se quita, la nariz sale con suficiente facilidad. Lo difícil es arrancarte esa mirada, adocenada y sobreviviente de feminista del siglo pasado.

Payasa. (Retadora. Autosuficiente.) ¿Una mirada sobreviviente de feminista del siglo pasado? A ver, ¿qué es una mirada sobreviviente de feminista del siglo pasado?

Payaso. Tú sabes, esa mirada…

(Ella se siente descubierta y se tapa los ojos. Luego trata de mirar sin mostrar los ojos.)

Payaso. ¡Esa mirada que se ha ido acomodando, poco a poco, para poder subsistir a los últimos comerciales de toallas sanitarias!

(Ella deja de esconder la mirada y lo enfrenta indignada.)

Payasa. ¡¿Toallas sanitarias?!

Payaso. Sí, toallas sanitarias.

Payasa. (Amenazante.) ¡¿TOALLAS SANITARIAS?!

Payaso. Toallas sanitarias. La imagen clásica, en la contemporaneidad, de lo que es una mujer liberada y, más aún, ¡feliz!

Payasa. No estoy hablando de cómo la mujer de hoy encara sus rutinas menstruales. Estoy hablando de tu manera de calificar esta obra. Y yo insisto que esto es una tragedia. Es una tragedia porque esa mujer está enamorada de alguien como tú. Y, visto como sea visto, eso es una tragedia.

Payaso. Estar enamorado de quien sea, o de lo que sea, no es una condición trágica. Lo que le da la condición trágica a una historia es el destino inexorable y la nobleza del héroe.

Payasa. Espérate un momento.

Payaso. ¿Qué pasa?

Payasa. O sea que tú eres un payaso trágico y yo una payasa cómica. Sales jodido.

Payaso. (Despectivo.) No, ni tú ni yo somos trágicos. Ya te lo dije. (Se quita la nariz y se la enseña.) Y esos personajes, menos. Alguien de todos los días nunca es trágico. (Se coloca de nuevo la nariz.) A lo mejor patéticos, pero, ¿trágicos? ¡Nunca!

Payasa. Estar enamorada de un imbécil te destina inexorablemente al fracaso.

Payaso. ¡Ya basta de desatinos! Es lo que uno haga, la acción que uno tome lo que te lleva al fracaso o a la victoria. Si te enamoras de un imbécil, pero tú eres de buena madera, no tiene por qué ser un fracaso. Se puede cambiar hasta la vida misma, para ser feliz al lado de la persona que amas. Yo lo haría.

Payasa. ¿No dijiste que la tragedia tiene que ver con el destino?

Payaso.

Payasa. ¡Y bueno! ¡Estos seres están destinados!

Payaso. Sí, pero no es lo mismo. Mira, el hombre o huye o enfrenta. Eso define el carácter del personaje y su historia.

Payasa. (Harta.) A tus teorías teatrales las meto en una licuadora y sale bosta de vaca. Pura paja. A mí me interesan son los hechos. ¡Vamos! Dile al “Honorable público” a qué viene tu personaje a esta habitación de hotel.

Payaso. A tirar amiga mía, a tirar.

Payaso. (Autosuficiente.) ¿Sí?

Payaso. (Con impaciencia contenida.) ¿A qué va una pareja a una habitación de hotel? (Al público.) ¿A alguien se le ocurre qué otra cosa puede hacerse en una habitación de hotel? Hey, hey, hey… No estamos hablando de viajes… ni de mudanzas… Estamos hablando de un hotel más o menos decente, a pocas cuadras de tu oficina, al que acudes de vez en cuando en horas de oficina. ¿A qué se puede ir? Vamos a ver, vamos a ver…

Payasa. Sí, pero este día, precisamente este día, tu personaje y mi personaje vienen a otra cosa.

(Él pone cara de desencanto.)

Payaso. ¿A otra cosa? Es que no vamos a…

Payasa. (Hastiada.) Coño, ¿me vas a decir que no conoces la historia?

Payaso. Pero nunca he estado de acuerdo. Al fin y al cabo tú estás muy buena… y me gustas… ¡Al Diablo con todo! ¡Qué importa el director o la obra! Vamos a cambiarla… (Suplicante.) un poco… Vamos, vamos… un besito (La abraza, ella se resiste.) Vamos payasita mía, un besito y después quién sabe, entretelones podemos encontrar la felicidad.

(Ella se zafa con displicencia y se aleja.)

Payasa. ¡Aléjate de mí, so bellaco!

Payaso. (Romántico melodramático.) Te juro que, por este deseoque me carcome, soy capaz de cambiar hasta las más finas hebras que componen el pasado, que sostienen tú existencia y la mía, para que en el presente todos los resortes del universo armen un destino en el que tú seas mía… mía.

Payasa. Deja la ridiculez… ¡Payaso!

Payaso. (Se mira a sí mismo de pies a cabeza.) ¡Y dale con lo de payaso! ¿Por qué será que las mujeres te echan en cara tu condición, como si eso fuera un pecado? A un oficinista le arrojan en pleno rostro de seis de la mañana, recién afeitado y olorosito a after shave, su rutina asquerosa y asfixiante, su montaña de requisitos inútiles, hasta para echar un polvo. A un banquero le salpican, con delicados punticos de saliva, su faz recién masajeada con finas cremas traídas directamente de la France, con aquello de que vive de la usura y que no presta ni una caricia, al menos que con eso se gane un millón de besos, sin importarle que cada uno de ellos le sea otorgado por mero interés. A un político le lanzan en su cara recién fotografiada, que es un hipócrita y un demagogo y que nada de lo que ofrece se ve reflejado a la hora de la verdad, provocando insatisfacciones por doquier. A un carnicero le estampan en sus mejillas, manchadas con la sangre del cordero de hoy, que quita el hambre en algunos, que solo está pendiente de la carne y que no se fija en los sentimientos de lo que él considera una simple mercancía. A un militar le disparan en plenos cachetes mofletudos, que es un dictador en potencia y que quiere mandar hasta en el más mínimo movimiento, en la batalla amorosa que suelen librar debajo de sábanas verde oliva. A un payaso… bueno, que somos unos desequilibrados, que hablamos muy alto, que solamente decimos la verdad, que somos graciosos, demasiado inteligentes, que nos mantenemos en forma, que no le tenemos miedo al ridículo, ni a los golpes, ni a las caídas y que nos maquillamos mejor que ellas… ¡Uf! ¡Nos detestan! Pero yo sé perdonar. Ven amada mía, no hagas que luche con todo un universo, cuando solamente basta que mudes tu férrea voluntad.

(Él trata de acercársele. Ella lo rechaza con una sacudida.)

Payasa. ¡Déjame, estúpido! ¡¿Cómo se te ocurre ofrecerme la felicidad en diez minutos, detrás de una cortina?!

Payaso. (Ofendido.) ¿Diez minutos?

Payasa. (Para sí.) Tal vez… ni siquiera diez minutos.

Payaso. ¿Qué insinúas? Nunca hemos…

Payasa. (Lo calibra.) ¡No hace falta! ¡Se te nota! Sueñas con un Ferrari. Te encanta la comida rápida, el “fast fut”, como le dicen, en vez de una buena sopa de costilla hecha lentamente a la leña. En fin querido, eres un video clip, porque no puedes con un largo metraje…

(Él trata de esconderse para no seguir siendo calibrado.)

Payaso. ¡Ya basta! Vamos a nuestro asunto… (Al público.) ¡Distinguido público! (A la payasa.) Esta vez no interrumpas. (Al público.) El grupo teatral “La mala costumbre”… (Los músicos corren a sus instrumentos y retoman la pieza circense.)… tiene el honor de presentarles la comedia (Mira a la payasa de reojo.) la comedia dramática… “Cuarteto de amor para una historia de dos”.

Payasa. (En tono discursivo y grandilocuente.) Es una historia urbana, de las postrimerías del siglo pasado y del comienzo de este, en donde el anonimato de cada individuo… (Se interrumpe.) ¿De verdad tengo que decir toda esta paja?

Payaso. Ya está bueno, termina de una buena vez.

Payasa. Pero es que eso de las postrimerías del siglo pasado…

Payaso. ¡Ya!

Payasa. …y del comienzo de este, en donde el anonimato de cada individuo provoca estilos de vida que se desvanecen… ¡Guácala! ¡No lo soporto más! (La música se interrumpe de nuevo. Los músicos se ven molestos.) Eso que viene sobre la ineluctibilidad de yo no sé qué diablos, aunque me saquen del espectáculo no lo vuelvo a decir. La otra vez, cuando salí del teatro, estaban dos tipos conversando, me reconocieron, y eso que no llevaba la nariz. (Se aprieta el pantalón con coquetería para destacar sus formas. Él la mira enamorado.) En fin, me reconocieron y comenzaron: “Mujer estás ineluctablemente buena”.

Payaso. ¡Ya basta!

(Se retoma la música.)

Payasa. (Reinicia con grandilocuencia.) Señoras y señores, ante ustedes una extraña historia que, según este (Señala al payaso.) ser, es una comedia, en la cual dos personajes, que también vamos a representar nosotros, se encuentran periódicamente en un cuarto de hotel a disfrutar de lo que se ha dado por llamar “encuentros sexuales de amigos con derechos”, pero este encuentro será diferente…

Payaso. (Tono declamatorio.) Sí, será diferente. Cada quién viene con una intención y un destino que hallará la confrontación antologi… etnológi… sicolo… coñoelamadre… (Piensa.)

(Mira pidiendo ayuda a la payasa. Esta se hace la desentendida. Luego cede a regañadientes.)

Payasa. (Con displicencia.) On…

(Él la mira desconcertado. Hace un gesto de meditación, haciendo un círculo con el índice y el pulgar de cada mano, y luego la interroga con otro gesto. Ella se da una palmada en la frente.)

Payasa. ¡Chico! ON…on… ¡ontológica!

Payaso. ¡Ah…! (Retoma.)… que hallará la confrontación ontológica… para luego descifrar las verdaderas fuerzas del destino, que solamente el amor puede desatar.

(La payasa hace un gesto de hartazgo y rompe.)

Payasa. Este “mecié” hará las veces de Mario… Un tipo como cualquiera, de esos que si se consiguen a la mujer pendeja ideal la usan hasta que se consiguen a otra mujer pendeja ideal y así construyen su ilusión de felicidad…

Payaso. No todos somos así…

Payasa. Tú eres peor mi amor.

Payaso. (Enamorado.) ¿Mi amor? ¿Me dijiste mi amor? (Trans.) Vamos pa’detrás de la cortina… un ratico… (Por lo bajo.) Aunque sea diez minutos…

(Los músicos interrumpen de nuevo. Los payasos los miran. Los músicos, molestos, les hacen señas de que continúen. Los payasos asienten y hacen gestos de disculpas.)

Payasa. (Ignorándolo. En tono discursivo.) La ineluctibilidad del destino se hará eco en la vida de estos dos seres que han olvidado lo más importante. (Rompe.) ¡Ya! Vamos al grano.

(La payasa se quita la nariz y el sombrero. Él hace lo mismo y sale. Ella se acuesta en el cilindro grande que hace de cama. Cambio de luces. La música cambia radicalmente. Los músicos quedan a obscuras. Mientras están Mario y María, los músicos apenas se ven en sombras e interpretan una música más contemporánea e incidental. Se oyen pasos. Ella se incorpora con nerviosismo. Va al espejo y se arregla con coquetería. Se da cuenta de que los pasos siguen de largo. Se desencanta. De nuevo oye pasos. Se acomoda. Tocan la puerta. Ella camina coqueta y enamorada. Abre la puerta y hace un gesto, esperando ser besada. Entra el payaso sin nariz, con saco y corbata elegante. Los mismos pantalones y camisa de payaso. Él entra como una tromba. Mira el reloj. Hace un gesto de desespero.)

Mario. Hola María. Vete desvistiendo, que estoy un poco apurado.

(Mario se afloja la corbata y se comienza a quitar el saco. Lo hace de manera rutinaria. Todavía ni ha mirado a María. María no se mueve, solo lo mira. Está más desconcertada que triste.)

Mario. Uf… ¡Un día de mierda! Y lo peor es que tengo que estar temprano en la casa, para recibir una llamada de un cliente que es incapaz de llamar a horas normales. O por lo menos podría llamar a mi celular… En fin, el tipo es un necio, pero tiene real parejo. Así que una tiradita y a volar…

(Ante el silencio de María, Mario levanta la mirada y la descubre inmóvil, mirándolo con desconcierto.)

Mario. (Sin agresividad, más bien con apremio.) ¿Qué te pasa mujer? ¿Es que no me escuchaste?

María. Imposible no escucharte, Mario.

Mario. ¿Y entonces qué haces vestida? Vamos, vamos, vamos… A la ca-mi-ta, a la ca-mi-ta. Mira que aunque vengo apurado tengo las ganas alborotadas. (Ríe. Predice.) Vamos a gozar una bola.

María. No quiero.

Mario. ¡¿Qué?!

María. No quiero.

Mario. ¿Cómo que no quieres? ¿Y a qué viniste? Si querías conversar, hemos podido ir a un café… De verdad Mariíta, estoy engatillado y tengo prisa… Combinación perfecta para lo que llaman un polvode gallo perfecto.

María. Hoy me hace falta más que eso.

Mario. ¡Ah no mujer! Filosofías a la hora del té solamente en Inglaterra, que de verdad se toman un té y hablan pendejadas. Aquí se tira, que es más divertido y más sano.

María. No quiero hablar de filosofía, quiero hablar de…

(Mario se tapa los oídos.)

Mario. No lo digas. Si dices esa palabra se nos empava la vida. Y eso no lo podemos permitir. Si se nos echa a perder que sea por “motus” propio y no por la mala suerte.

María. ¿La palabra amor te parece pavosa?

Mario. (Horrorizado.) ¡La dijiste! ¡La dijiste! Y yo que me estaba jugando el cero ocho. Ahora no sale ni con siete velas amarillas. Por lo menos avisa y uno se agarra la izquierda, para que la cosa no sea tan grave. ¿Cuándo vas a aprender que hay cosas que no se dicen?

María. (Sugerente.) Pero se hacen.

Mario. ¡Tampoco! Yo follo, tengo sexo, coito, tiro, pero nunca hago el “eso”. ¡Ni nadie lo hace! Eso es demagogia de cama. Así como antes ella preguntaba “¿papi tú me quieres?”, ahora se dice vamos a hacer el… la palabra esa. Y claro, al mojigato que tenemos por dentro se le hace más fácil ir a un hotel a hacer sentimientos profundos que a tirar. ¡Hipocresía! ¡Eufemismo! ¡Y falsa virtud! (Trans.) Y bueno, María, estamos perdiendo un tiempo precioso.

(Mario comienza a quitarse de nuevo la camisa. Silba. Mira sonriente a María, pero ve que esta no se mueve. Se le congela el silbido.)

Mario. ¿Qué te pasa mujer?

(Silencio.)

Mario. Ah, coño…discúlpame. Quieres una escena de violación como el otro día. (Socarrón.) Te estás poniendo medio perversona. Pero bueno… ¡Todo sea por un buen polvo!

(Mario se coloca la camisa como un pasamontañas. Respira jadeante. Se mueve con cierta lascivia.)

Mario. (Imitando a un malandro.) Ajá, ajá… llegó el duro (se señala a sí mismo.) El máh duro (Se señala el sexo.) (Se le aproxima, ella se aleja.)

María. Deja.

Mario. (Imitando a un malandro.) Como te voy a dejá si tú ere el ángel de mi sueños mojao. Ven mamita pa que lo goce.

María. (Seria.) ¡Qué me dejes chico!

Mario. Pero, cómo te voy a dejá si te amo.

María. (Sonriendo.) ¿Me amas?

Mario. Te amo… Te amo a violá el mah duro… (Se señala el sexo.) y yo.

(Mario se le encima. Ella lo aparta con violencia, lo golpea. Él se aleja desconcertado.)

Mario. (Furioso.) ¿Tú te volviste loca? ¡Ah no, chica! ¡Mira lo que me hiciste! ¡No, qué va! Yo me voy.

(Mario comienza a vestirse. Ella se sienta en la cama. Está abrumada.)

María. Ven.

(María le señala con la mano que se siente a su lado. Él, que se ha vestido casi completamente, sonríe y se comienza a desanudar la corbata. Arroja la corbata y se desabrocha tres o cuatro botones de la camisa.)

Mario. (Contento.) Por fin, mujer. (Mira el reloj.) Mira todo el tiempo que hemos perdido.

María. Mario, por favor, quiero hablar.

Mario. ¡Adiós coroto! María, María. ¿Qué te pasa mija? En serio miamor tengo prisa, prisa y ganas. ¿Qué te pasa, que tienes ese halo de trascendencia?

(María suspira, Mario arruga la boca y, tras una pausa, hace un gesto de resignación. Se palpa el bolsillo donde está la carta.)

Mario. María, si tú quieres hablamos un ratico… Pero dime, ¿vamos a echar uno? ¿Sí o no?

María. Sí, a eso vinimos.

(Mario la observa. Hace un gesto negativo con la cabeza. Se palpa de nuevo el bolsillo y con aire culpable se dirige al baño.)

María. (Sumisa.) ¿A dónde vas?

Mario: A la China Meridional… ¿A dónde voy a ir? Tú sí que estás rara. ¿No conoces estas habitaciones? Tenemos viniendo para este hotel como nueve años.

María. (Nostálgica.) Siete.

Mario. ¿Siete? De todos modos, más que suficiente como para saber dónde quedan los baños. A esta misma habitación hemos venido como quinientas veces.

María. (Nostálgica.) No tantas.

Mario. ¡Ah bueno pues! Doscientas veintidós… y media, porque hoy vale por la mitad. ¡Ya vengo chica, voy a orinar!

(Mario sale del escenario. Ella se queda melancólica, mirando por donde él salió. Se oye un silbido de él entre bastidores. Ella saca la nariz y se la pone. Él entra al escenario y se sorprende. Ella se incorpora altanera. Se iluminan los músicos.)

Payasa. ¡Vamos! ¡Bicho! ¡Dile a la “honorable audiencia” para qué fuiste a ese baño!

(Él hace un gesto de hartazgo. Se coloca la nariz con cierta prosopopeya. Saca el gorro con gesto contenido. Se lo coloca. Comienza a hablar mirándola a ella más que al público.)

Payaso. Mi personaje, el personaje que represento, Mario… no yo el payaso, sino Mario, el personaje, fue al baño a orinar…

Payasa. ¿Qué dices, so mentiroso? ¡Canalla entre canallas, no fuiste a ningún orinar! Lo que pasa es que te da pena confesar semejante cobardía, semejante porcina y rastrera acción.

Payaso. (Impaciente.) Mario, el personaje, fue a orinar. (Ella va a comenzar de nuevo, él la para en seco con un gesto.) Fue a orinar y a dejar una carta.

Payasa. ¡Ah! ¡Una carta! Una carta porque eres un cobarde…como todos los hombres. Ni de vaina le dicen a una mujer que vamos a dejar esto hasta aquí, o mira, me enamoré de una putica… ¡No! Comienzan a portarse como lo que son, como unos puercos, para que sea la mujer quien asuma la responsabilidad de la ruptura.

Payaso. Pero este tipo no se está portando así, le está dejando una carta…

Payasa. (Irónica.) ¡Que noble es!

(Sale al baño. Entra con la carta. Él se asombra.)

Payaso. ¡No se te ocurra leer esa carta!

Payasa. ¿Por qué no?

Payaso. Porque…eso es violar la correspondencia ajena.

Payasa. (Lo mira con desprecio.) ¡¿Correspondencia ajena?! ¿A quién va dirigida esta carta?

Payaso. A María.

Payasa. O sea (Se señala a sí misma.)

Payaso. Tú no eres…

Payasa. (Arbitraria.) Claro que lo soy… (Lee.) “María. Nos llegó la hora. Fueron nueve años intensos y cómodos de una polvorosa relación…” (Interrumpe.) Ni que fuera una pastelería… (Retoma la lectura.) “Así fuimos, no dejamos que el sentimentalismo se interpusiera. Tiramos bien y bastante. Por mi parte ninguna queja. Y ahora, para que veas que el sentimentalismo sí es una mierda, tengo que confesarte algo: me enamoré de una maracucha, o por lo menos dejé que se involucraran los sentimientos. Ahora me da culpa hacerlo contigo…” (Interrumpe.) “Hacerlo contigo”, pero qué ridículo… Ahora dice “hacerlo contigo”. Esto es patético… (Retoma la lectura.) “Ahora me da culpa hacerlo contigo y es peor que eso, me voy a casar con ella. Por eso es mejor que no nos veamos más. Es un asunto de respeto… respeto por ti…” (Ella deja de leer y suspira indignada. Retoma la lectura.) “Como nuestro próximo encuentro siempre se ha acordado en la última cita, esta vez no decidamos una próxima vez. Te aprecio y te tuve ganas siempre. Mario” (Deja de leer.) ¡Pero qué sucio! ¡Rata de cañería!

Payaso. Pero por lo menos se lo informa.

Payasa. Y por qué no se lo dice en su cara o le entrega esta… cosa en sus manos.

Payaso. (Incómodo.) Qué sé yo.

Payasa. Claro que sabes, ¡bicho! Tú que te la pasas estudiando los personajes, no te pelas esa respuesta ni borracho. ¡Degenerado! ¡Claro que sabes!

Payaso. Ya te dije que no sé. No sé y se acabó.

Payasa. (Lo imita con chocancia.) “No sé y se acabó”. ¡Mentiroso!

Payaso. Ya que tú sí sabes, ¿por qué no lo dices y ya?

Payasa. Porque quieres tirártela una última vez… Hipócrita, cobarde… Traicionero, es por eso: sabes que ella solamente va al baño al final de la jornada, y así va a descubrir la carta después de que te hayas ido. ¡Eres de lo último!

Payaso. Ya te dije que es Mario… no yo.

Payasa. Tú eres igualito. No estabas ahí haciéndote el lelo… (Lo imita.) “No sé, no sé y se acabó”…

Payaso. No, no soy igualito… yo nunca te dejaría… o por lo menos te lo diría en tu cara.

Payasa. Yo sé que tú nunca me vas a dejar.

Payaso. (Gratamente sorprendido.) ¿Me crees?

Payasa. Claro, si nunca vas a estar conmigo, cómo coño me vas a dejar.

(Se ríe malvada.)

Payaso. Vamos a seguir, por favor.

Payasa. (Al público.) Pero que quede claro a qué fue ese bicho para el baño.

(El payaso, le quita la carta a la payasa. Entra el ambiente de iluminación y musical de Mario y María. Vuelve a salir y entra como Mario. Se queda mirando a la payasa. Esta lo mira en personaje de María. Pero él no reacciona. Ella se da cuenta y se quita la nariz y la esconde. Él silba y le sonríe.)

Mario. Bueno María, creo que hoy no es tu día… eso pasa… lástima, porque yo en cambio estoy de a toque.

(Ella asiente.)

Mario. Primera vez, chica, que no estamos a tono.

María. Sí estamos a tono. Yo vine como siempre.

Mario. No se te nota.

María. Es que llegaste tan distante, tan como si yo no importara… ¿Cómo es que decían en esa película? El viejo y aburrido juego del mete y saca… no sé.

Mario. ¡No! Yo llegué como siempre. Ese fue nuestro trato. Relación sexual, dijimos. Hace siete años, ¿no? (Para sí.) ¡Siete años! (Gesto de asombro.) Nada de sentimentalismos. Tú me gustas, yo te gusto… Nos deseamos… Vamos a la cama sin pedir nada que no sea asunto de la misma carne. Allí sí que vale todo… Pero nada de compromisos fuera de las cuatro paredes. ¿No te acuerdas? Ni siquiera tenemos nuestros teléfonos, en cada cita se acuerda la siguiente… ¡Una maravilla!

María. Sí.

Mario. Y entonces, qué es eso del “viejo y aburrido juego del mete y saca”. Viejo sí, aburrido nunca. Y sobre todo por eso, porque no están metidos los niños, los suegros, las quincenas, el día aquel que te quedaste mirando a otra, o no me ayudaste la tarde aquella con el trabajón que tenía. El amor, a la larga, trae todas esas cosas, y pone aburrido lo más divertido que tiene la vida.

María. Sí, puede ser.

Mario. Puede ser no. ¡Es!

María. Es. Pero también esta manera es como demasiado parecida a una caja de “Corn Flakes”. (Él la mira interrogante.) Cuadradita, ajustada matemáticamente al estante y a las exigencias del tiempo moderno.

Mario. (Con lascivia.) Sabroso y muy nutritivo.

María. ¿Sabroso? Sí, también fácil, sin complicaciones. Está bien, es un desayuno… pero a veces, al mediodía, no te acuerdas si desayunaste o no.

Mario. ¿Qué hora es?

María. No sé.

Mario. (Mira su reloj.) Las cuatro y media.

María. Sí, ya sé, estás apurado.

Mario. Las cuatro y media y te puedo decir que esta mañana comí “Corn Flakes”, el original, con cambur picado, mucha azúcar, leche fría, en un plato que quedó limpiecito y me acuerdo perfectamente porque me encantó.

María. Y porque es lo que desayunas todos los días… Pero que tal unas caraoticas fritas, con queso blanco esparcidito por arriba, con dos arepas recién horneadas, mantequilla…

Mario. ¡Ya va! ¡Ya va! Me estás dando la razón… eso es lo que yo digo. ¿Para qué vas a querer el mismo cereal todos los días, si puedes variar y lograr el producto esmerado que da el “a veces”?

María. No es “el a veces” lo que da el producto esmerado, es otra cosa. Nada que venga ya listo y metido en una caja te va a dar lo que yo digo, aunque te lo comas cada mil años.

Mario. ¿Y quién te está diciendo que te metas en una caja y que estés lista?

María. No sé.

Mario. ¿Cómo que no sabes? Yo no te he obligado a nada, más bien te he propuesto una relación que nos haga libres, una manera de vivir sin traumas, ni dolores innecesarios.

María. Yo acepté todo, y me ha gustado… es verdad… pero en todo este tiempo no hemos tenido tiempo de pensarlo.

Mario. ¿Y para qué hay que pensar?

María. Bueno, digo yo, son siete años y no hemos tenido tiempo de pensarnos, de mirarnos. Es como si fuesen siete años desechables.

Mario. Pero divertidos, que es lo que cuenta.

María. Sí, como las comiquitas de Disney, tú eres Donald y yo soy Daysi.

Mario. ¡Epa! Ese Donald es pato. Mejor me pones como Mickey.

María. ¡Es en serio chico! ¿Cómo vamos a ser solamente divertidos? Somos gente, ¿o no?

Mario. (Un poco harto.) Claro chica, ni patos, ni ratones, ni el pendejo de Tribilín.

María. Pero hemos sido tan comiquita, tan prescindibles… como una máquina de afeitar, como un platico de torta… como una servilleta de papel…

Mario. María, tienes una obsesión con el automercado. No será que tienes hambre.

María. Tal vez.

Mario. Papa y sexo, la razón de todo. Tú con hambre y yo con ganas.

María. Coño Mario, a ti las dos cabezas te sirven para lo mismo. Ya deja de escaparte. Esto no es libertad, es miedo al dolor, al fracaso…

Mario. (Fastidiado.) Aja.

María. Mírame a los ojos y dime que en siete años no has sentido nada por mí.

(Se miran. Él sonríe retador. Ella aparta la mirada y baja la cabeza.)

María. (Sin mucha convicción.) Está bien, está bien, me puse susceptible. Vamos a olvidarlo y a la cama. Vente.

(Ella lo toma por una mano y lo pretende conducir hacia la cama. Él hace resistencia. Ella se sorprende. Se vuelven a mirar. Él le rehúye la mirada.)

María. ¿Qué te pasa?

Mario. No he terminado.

María. Ya ese cuento me lo sé, lo inventamos juntos.

Mario. Bueno, en realidad no lo inventamos, nos lo copiamos. Eso lo dice todo el mundo. Lo bueno de nosotros es que lo practicábamos… y con mucha eficacia. Hasta se me ocurrió en algún momento que era feliz… ¡Ojo! Felicidad sin sentimientos ni nada de esas cosas. ¡Felicidad operativa!

María. ¿Practicábamos? ¿Ya no?

Mario. Practicamos pues, mujer. Practicamos. Hoy estás con la precisión por delante. La susceptibilidad te da condiciones como para entrar en la NASA.

María. Es que tú estás raro.

Mario. (Con impaciencia.) ¡Qué joder! María, “tú sí estás raro” en ese tono, tampoco se dice.

(Mario se queda paralizado. María se pone la nariz y ahora es payasa. Le habla a un Mario que no se mueve.)

Payasa. ¡Ves, este era el momento para decírselo! Sí, María, estoy raro. Lo que pasa es que me enamoré de otra… y no puedo verte más…o algo por el estilo. Pero no. Dices con suficiencia y cierto desprecio: “qué joder… bla bla bla bla”. ¿Por qué no puedes ser sincero y decir tus cosas con transparencia?

Mario. Nadie es así…o bueno habrá alguno que dice su la verdad simple y llana, porque no tiene contradicciones. Yo si las tengo y que jode. Esto me está pasando. No lo estoy decidiendo. No le digo la verdad porque quiero tenerla una vez más, porque la necesito, y a la vez me quiero ir porque, viéndolo desde otro lado, lo que hago es una canallada. Si las cosas tuvieran un solo punto de vista…

Payasa. Sea como sea la que sale jodida es María. La relatividad es una verdad, una mierda y una trampa en un solo trago.

(La payasa vuelve a María.)

Mario. (Retomando.) ¡Qué joder, María! “Tú sí estás raro” en ese tono, tampoco se dice. Esas son cosas de esposa, no de amante.

María. Pero los amantes tampoco se ponen raros de ese modo. Tú empezaste.

Mario. ¡No señor! Yo llegué bajándome la bragueta. Tú fuiste la que comenzó con toda esta ridiculez. Ya hasta hubiéramos echado el primero. (Mira el reloj.) Mira. (Le muestra el reloj en un gesto acusador.) Se nos está acabando el tiempo.

María. (Con un dejo de tristeza.) ¿Ya te vas?

(Los dos se miran.)

María. (Entre irónica y triste.) Eso sí lo puedo preguntar… ¿verdad?

Mario. Pregunta lo que quieras, María. Hoy estás rarísima… (Para sí.) Justamente hoy.

María. Sí… tienes razón…estoy rara. Pero somos amigos, ¿verdad? No, digo… además de tener sexo exclusivamente físico… podemos de vez en cuando… no sé… aceptar una debilidad del otro… qué te digo, cada seis o siete años, una vez, un día. A lo mejor, a veces uno necesita conversar algo, sentir algo. No puede ser tan horrible que a veces una esté rara… no sé. Es muy duro sentirse como una arpía porque necesitas un poco de cariño. No siempre somos lo que deseamos ser.

(Él se pone la nariz. María se queda paralizada.)

Payaso. Y es aquí cuando tú has debido ser más sincera. ¿Un poco de cariño? ¡Nada de eso! Estás pidiendo formalidad, estás pidiendo una relación amorosa. Saltándote todas las normas, lo estás cocinando para hablar abiertamente de amor. Pero no, de manera circunstancial dices que necesitas un poco de cariño (imita la voz.) “No siempre somos lo que deseamos ser”. Ni somos lo que decimos ser, diría yo.

María. Él sabe hace tiempo que eso es lo que quiero. Pero hoy estaba decidida a enamorarlo, a proponerle que nos amáramos. Pero justamente hoy él está más distante, más cínico. Me duele, no puedo evitar que me duela. En cierto modo lo estoy traicionando… Pero no soy yo… Es que estoy enamorada de ese bicho.

Payaso. Si estamos bravos, no somos nosotros; si estamos alegres o enamorados, tampoco… Y es por esas cosas que actuamos. ¿Entonces? ¿Quién es el responsable de nuestros actos? (El payaso se quita la nariz, vuelve a la situación anterior. María retoma su parlamento.)

María. No siempre somos lo que deseamos ser.

Mario. Sí María, yo sé. Pero hoy no te has debido poner así.

María. Hoy, u otro día…es igual para ti…pero hoy para mí es distinto.

Mario. Está bien, me rindo. Hoy no se tira.

(Mario se sienta en actitud resignada y dispuesto a escuchar.)

María. No, no… Ya está… De verdad que me estoy portando como una boba. Vamos a dejar toda esta tontería atrás. Un “lapsus sentimentalis”, eso le pasa hasta a las más duras… Y a los más duros también. Me vas a decir que tú no has tenido tu corazoncito.

Mario. Pero a los quince años, cuando uno todavía no ha vivido. Después es imperdonable. Es decir, después que conoces a la mujer, bíblicamente, como se decía antes. Es decir, después del primer hachazo. Eso del corazón se queda muy atrás. Y después, si te casas, desaparece para siempre.

María. Tú no eres así.

Mario. (Malcriado.) Sí soy.

María. (Niega.) Hum, hum.

Mario. (Enfático.) Sí soy así.

María. Está bien, eres así. Atila, corazón de piedra.

Mario. ¡Coño! Yo no digo que sea Atila.

María. (Burlona.) Mario, el cínico sin corazón.

Mario. Eso está mejor.

María. (Desmintiéndolo con cariño.) Mario, te he visto llorando. Aquí en este cuarto, en mis piernas. ¿No te acuerdas? (Mario recuesta la cabeza en sus piernas.) del matrimonio desaparece para siempre. ¡Y no tienes que estar sacándome eso!

María. Nunca hablo de eso… pero ya que el día se puso caprichoso. (Recordando.) Eso fue al principio. Cuando estábamos comenzando a salir.

Mario. Ya ese matrimonio estaba listo.

María. Eras un desgraciado… Te quitabas el anillo para hablar conmigo.

Mario. ¡Ajo! (Trans.) Esa caraja ya había decidido mandarme al carrizo y yo como un mismo pendejo escondiendo el anillo. ¿Salvando qué?

María. Tú me gustabas mucho, pero se te veía en la cara que eras un vagabundo. Desde el primer día vi lo del anillo. Pero, vaya usted a saber por qué, eso me atraía. Era como la certeza de que yo te gustaba. ¡Una sí que es boba!

Mario. No, boba no. La soledad que es una mierda. (Trans.) Eva sabía lo de nosotros y no decía nada… (Se levanta y va a proscenio.) ¿Será que me estaba montando cacho la muy coño e’madre?

María. A pesar de que yo sé cómo son los hombres, no sé por qué me creí eso de que tú no la querías.

Mario. ¡Claro que no la quería!

María. ¿Y las lágrimas?

Mario. Claro que no la quería… Orgullo de macho.

María. A mí tampoco me querías.

Mario. ¡Epa! Páralo ahí. Yo nunca te dije que te quería, ni que te amaba, ni nada de eso. Al contrario, siempre te lo dije y tú estabas de acuerdo, nada de sentimientos. ¿Te acuerdas? Había un loco que decía que eso de mezclar la cuchara, la paloma y el corazón era un invento de la edad media. ¿No te acuerdas? La pasión tiene que ver con Jesucristo, es decir, mezclar la pasión de la muerte con la pasión del amor. Y entonces el resultado era un dolor y una sufridera y una vaina.

María. (Recordando.) Sí… “Sólo se ama si duele”… Y entonces la gente buscando la manera de sufrir para tener la certeza de estar amando.

Mario. Los propios pendejos.

María. ¡No digas eso, que todos somos más o menos así!

Mario. Pero tú y yo logramos una cosa distinta y bien rica. Era desencadenar la pasión sin tener dolor, empatarse sin sufrir.

María. ¿Para qué tenías que decirme que no la querías? ¿Por qué tenías que darme explicaciones relacionadas con los sentimientos? Eso es como decir te quiero en entrelíneas.

Mario. No me jodas María. Eso fue hace más de siete años. Nos hemos pasado el Kamasutra de arriba abajo… y ahora me vas a venir con que te dije “te quiero” por debajo de cuerdas. A lo mejor, no lo sé. Pero, por arriba de cuerdas, quedamos que nada de amorcito corazón,que nada de sentimientos, ni de celos, ni de preguntarme después de un tremendo orgasmo que si te quiero. Quedamos en eso, ¿sí o no?

María. Quedamos.

Mario. No me vengas entonces con vainas de entrelíneas. Eso es para leer el periódico, no para tirar.

María. Ya, ya, no es para tanto.

(Mario mira el reloj y luego a María.)

Mario. Bueno, no se pudo… Me tengo que ir.

(María se acuesta en la cama de manera sensual.)

María. (Serena.) No te vayas.

Mario. (Mira el reloj.) Te dije que estaba apurado.

María. Deja a ese cliente. Por un día no se te va a ir. A lo mejor deja de ser tan fastidioso.

Mario. Es mi mejor cliente.

María. Y yo soy tu mejor cama.

Mario. Tú hoy me quieres volver loco.

María. (Seductora.) Volvernos locos.

(María se levanta. Se acerca a Mario. Están muy cerca.)

Mario. María, de verdad me tengo que ir.

María. (Sin soltarlo.) Ese sí que no eres tú. Desde cuándo el deber antes que el placer.

Mario. Si este negocio se me cae estoy frito.

(María se aparta. Se desabrocha los botones de la camisa. La suelta en el piso. Se acuesta de nuevo en la cama.)

María. (Juguetona.) Está bien, tú te lo pierdes.

(Mario suspira. Se termina de vestir lentamente. Se pone la corbata. Evita mirar a María. Ella sigue en su actitud seductora y sonríe. Él está que no se aguanta. Comienza a salir de la habitación, totalmente tomado entre la fuerza que lo retiene y la que lo impulsa a huir. Ella disfruta este caminar de él. Es claro que María cree que va a ganar. Pero él llega a la puerta, la abre a duras penas y sale dando un portazo. A María se le congela la sonrisa en la boca. Está a punto de llorar. Se comienza a desinflar. Se queda un buen rato inmóvil.)

María. (Tristísima, dice a la puerta por donde salió Mario.) ¡Qué vaina! (Transición.) Si alguien me pregunta, yo diría que soy una mujer libre. Por lo menos no hay un test feminista que me raspe. Tengo una profesión, hablo bien, doy la pelea en el mundo laboral, tengo prejuicios más bien pendejos, me visto como me da la gana y hasta hablo mal de los hombres… ¡Coño! Y este tipo me tiene de cabeza. (Pausa.) No tiene por qué tenerle miedo al amor. ¡Por supuesto que se sufre! ¿Y, qué tiene de malo? También sufriendo uno sabe que está vivo. No es lo único. ¡Claro! Es que nadie puede ser feliz así, sin comprometerse con nada, sin sentir nada. Como una máquina de refresco, que ni sufre ni padece, ahí, contra la pared, viendo cómo la vida le pasa por delante, dando su vaina cuando le metes un billete y le das su golpecito. ¡No amigo! Ser feliz no es lo contrario a no sufrir. A lo mejor te pasas la vida evitando todo sufrimiento y es eso lo que te hace infeliz. ¡Está bien! Ni la pareja ni nadie es responsable de tu felicidad, pero no es para quedarse un montón de años huyéndole a los sentimientos. Eso también es parte de uno. Una tiene manos, brazos, alegrías, tristezas, tetas, ganas de comerse una pizza, envidia, dientes, primos, vestidos nuevos, zapatos viejos, recuerdos, compañeros de trabajo, amor… ¡Coño una es todo eso! La próxima vez te lo digo aunque me vengas con tu discursito de último tango… (Cayendo en cuenta.) No quedamos para la próxima vez.

(Se levanta, coge la camisa, se la pone lentamente. Camina hacia la puerta por donde salió Mario. Se detiene y hace un ademán de resignación. Llora. Entra al baño. (Pausa.). Tocan. Ella entra al escenario.)

Mario. (En off.) María… mejor me quedo. Que se joda ese cliente.

(María sonríe. Se da cuenta de que tiene la camisa y se la quita apresuradamente. Corre a abrir. Luego se da cuenta de que dejó caer la camisa en otro lado. Corre, la coloca más o menos en donde estaba.)

Mario. (En off.) María… María, abre, coño.

(María camina lentamente hacia la puerta. Abre y camina hacia la cama sin esperar que él termine de entrar. Mario camina hasta quedar frente a la cama. Se miran.)

Mario. ¿Fuiste al baño?

(María lo mira interrogante.)

Mario. Digo, como te demoraste tanto para abrir.

María. No, estaba decidiendo si dejarte entrar o no.

(Mario mira el reloj.)

Mario. Perdí el día con ese cliente.

María. Ya le dirás alguna excusa. Tú eres bueno en eso.

Mario. ¿Qué? ¿Vas a seguir?

María. (Sonríe.) No.

Mario. ¿Comenzamos?

(Ella asiente con una sonrisa. Él se acerca y se sienta en la cama.)

María. ¿Un masajito?

(Mario comienza a darle un masaje en los pies. Ella comienza a relajarse y cierra los ojos. Él se queda frotando los dedos de una manera algo maquinal. La mira y sonríe enamorado. María de pronto se incorpora.)

María. (Con apremio.) ¡Ya va! ¡Ya va! ¡Ya va!

Mario. ¿Qué pasa?

María. Nada… Ya vengo.

(Mario se incorpora como un rayo y la intercepta.)

Mario. ¿Para dónde vas?

(María lo mira divertida.)

María. (Lo imita.) A la China Meridional… ¿A dónde voy a ir? Tú sí que estás raro. ¿No conoces estas habitaciones? Tenemos viniendo para este hotel como nueve años.

Mario. Siete.

María. Bueno ya, déjame pasar.

Mario. ¡No!

María. (Con apremio.) ¿Estás loco?

Mario. No. Hay una nueva técnica. Si lo haces aguantándote puedes alcanzar un orgasmo increíble.

María. (Urgida.) Yo quiero tener orgasmos creíbles. Apártate.

Mario. Pero tú nunca vas al baño… sino después.

María. Pero esta vez voy antes. ¿Quítate, que me voy a reventar?

Mario. María, no…

María. ¿No qué? ¿Qué te pasa?

Mario. Nada.

(Mario hace un gesto de quien tiene muchas ganas de orinar.)

Mario. Yo primero… Yo lo hago más rápido.

(Mario entra. Tranca la puerta tras él. Ella se ríe. Él sale casi enseguida. Ella lo mira extrañada. Él también la mira extrañado. Ella entra al baño. Él corre, busca por todos lados. Levanta el colchón. No consigue nada. Levanta la cama a duras penas. Entra María. Se le queda mirando divertida. Él la descubre y baja con lentitud la cama. Se miran. Ella divertida y él tratando de decir algo que no le sale.)

María. Estás haciendo ejercicios.

Mario. Sí… ¡No! ¿Qué ejercicio chica? Nada. Qué se me quedó una media atrapada en la pata y… (Se mira los pies y tiene las dos medias puestas. Se siente descubierto.)

María. Mentiroso.

Mario. Yo…

María. Estabas haciendo ejercicio… para que se te hincharan los músculos y te cacé.

Mario. Me… Me descubriste…

María. Pero no se te nota.

Mario. ¿Y qué tú quieres? ¿A Rambo?

María. (Sincera y tierna.) A mí me gustas tú… sin que tenses los músculos, sin que a veces te pongas más joven. Siempre me has gustado mucho. Y nunca has estado así muy bueno que se diga.

Mario. Eso dices tú. Yo tengo mis fans.

María. No lo dudo.

(María se le aproxima, se abrazan. Se comienzan a besar suavemente, iniciando el acto amoroso. Se acarician los brazos, la espalda. Se miran a los ojos. Él aparta la mirada. Mira nerviosamente al baño, luego a María, como tratando de descubrirla. Ella se deja mirar y devuelve una mirada mansa.)

Mario. ¿Estás bien?

María. (Asiente.) ¿Y tú?

Mario. Te estás burlando de mí.

María. ¿Yo? ¿Por qué?

Mario. Cuando yo salí, ¿qué hiciste?

María. ¿Cómo que qué hice? (Coqueta.) Yo sabía que ibas a venir y te esperé, pero te demoraste más de la cuenta… Pero yo sabía que iba a venir…

Mario. ¿Lo sabías?

María. Es que así eres tú, nunca te vas. No me olvido de aquella vez, que estábamos en Barbados… Y aquel gordo, más simpático… ¿Te acuerdas? Me comenzó a echar los perros… Y tú…

Mario. Y fuiste al baño.

María. (Extrañada.) ¿En Barbados?

Mario. ¿Qué Barbados? ¡Ahorita!

María. Sí, tú viste… que no me querías dejar entrar.

Mario. ¡No! Cuando yo salí.

María. Si hubiera ido, no me hubiera estado reventando cuando tú no me querías dejar entrar.

Mario. Pero entraste.

María. ¿Cuál es la obsesión con el baño? ¿De verdad hay un cuento con el orgasmo y no hacer pipí?

Mario. ¿Entraste o no?

María. ¿Qué sé yo? A lo mejor entré, no me acuerdo… ¿Qué importa?

Mario. (Desconcertado.) No… No importa.

María. ¿Cómo que no importa? Tienes rato con el cuento del baño.

Mario. Deja, deja… Loqueteras mías.

María. Bueno… Pero yo sabía que ibas a volver… Tú nunca has preferido un cliente a una cuchara.

(Él ríe con desgana. Está muy intrigado por el paradero de la carta.)

María. Además, tú no eres de los que se van… Bueno, ningún hombre es de los que se van… Ay que botarlos.

Mario. Sí.

María. ¿Qué te pasa? Estoy hablando, como toda mujer adulta contemporánea, mal de los hombres, y no saltaste a decir tus lugares comunes.

Mario. Imagínate uno adecuado para esa estupidez y ya tienes la respuesta.

María. Me gusta más que me la digas tú. A veces te lo tomas en serio y te pones medio bravo… y me excito.

(María se le aproxima sensual, llena de erotismo. Mario, que está como ausente, intenta una sonrisa.)

Mario. Ya vengo.

(María lo mira desconcertada. Mario va al baño y cierra la puerta. María, con una sonrisa enigmática, se va a la cama. Se acuesta. Entra Mario.)

Mario. ¿La leíste?

María. No.

Mario. Dámela.

María. (Soez.) ¿Me la estás pidiendo? ¡A estas alturas!

Mario. ¡Déjate de vainas! Dame la carta… ¿La leíste o no?

María. ¿Cuál carta?

Mario. La leíste.

María. Era para mí, ¿no?

Mario. Sí, pero…

María. No la he leído todavía.

Mario. ¿Me lo juras?

(María le enseña la carta.)

María. No tuve tiempo.

Mario. Dámela… Y sin jueguitos… Dame la carta.

María. Aquí dice María.

Mario. Pero si no la has leído, esa carta todavía me pertenece.

María. ¿Según quién?

Mario. Según la ley.

María. ¿En cuál artículo de la constitución dice eso?

Mario. ¿Y cuál dice que la correspondencia es inviolable?

María. No sé, pero ese sí existe.

Mario. Bueno, pero la ley funciona cuando se manda por correo. Esta la puse yo en el baño, así que es mía y me das mi vaina.

(Mario se le encima para quitarle la carta. Ella no se deja.)

Mario. No, en serio María, devuélvemela. Ya no quiero que la leas.

María. (Juguetona.) ¿Por qué?

Mario. Si te lo digo es lo mismo.

María. (Juguetona.) Tú estás loco si crees que una mujer te va a devolver una carta cerrada, dirigida a ella. Y mucho menos con ese misterio.

Mario. (Serio.) Ya esa carta no es para ti.

María. Y sí era para mí hace cinco minutos.

Mario. Sí.

María. ¿Hace cinco minutos yo era otra?

Mario. (Muy serio.) No… yo era otro.

María. Si yo soy la misma… esta carta sigue siendo para mí.

(María hace el gesto de abrirla. Mario se la arrebata y se dispone a romperla.)

María. (Con urgencia.) ¡No la rompas!

(Mario se detiene y la mira.)

María. Por favor…

(Mario se detiene y la guarda.)

Mario. No la vas a leer.

María. Dime ¿Por qué eres otro?

Mario. A lo mejor soy el mismo, pero antes me estaba haciendo el pendejo.

María. No me puedes hacer eso… Mario, en serio, puedo morir.

Mario. Si sigues insistiendo la rompo en tu cara.

(María se pone la nariz y se le queda viendo a Mario, quien trata de ignorar a la payasa. Ella con el gesto lo increpa. Él, con resignación, se pone la nariz y espera con marcado ademán de paciencia el comentario de la payasa. Pero esta lo observa inquisitivamente. Poco a poco el gesto de paciencia del payaso se va tornando en tensión y furtividad. La payasa, con las manos en la espalda, lo mira fijamente. El payaso se muestra cada vez más intimidado.)

Payasa. Esto está muy raro.

Payaso. (Harto.) ¿Qué es lo raro?

Payasa. Así no es la historia.

Payaso. ¿Cómo que así no es la historia?

Payasa. No.

Payaso. ¡Deja la payasada!

Payasa. No puedo. Además, así no es la historia. Todo esto es nuevo.

Payaso. Sí, a lo mejor. Quién sabe, a lo mejor la cambiaron.

Payasa. ¿Quién?

Payaso. ¿Qué se yo? El autor… el director… el destino… En fin, quien haya sido es lo de menos… Para qué la cambió, es lo importante.

Payasa. Sí supiéramos quién fue, podríamos saber qué se trae entre manos…

Payaso. No seas ilusa. Si de verdad hay algún cambio, estamos dentro de los planes. Y nunca sabremos cuál fue la intención. Incluso pronto olvidaremos que hubo cambios. El público tampoco sabrá si los hubo, al menos que hayan venido a la función anterior… (Despectivamente.) Pero no creo… El pasado nunca existió… O mejor dicho, cada cambio trae consigo siglos y siglos de pasado que justifican este nuevo presente.

Payasa. Si fuese así, ¿por qué me doy cuenta de que algo está raro?

Payaso. (Prosopopéyico.) ¡No sé! Una grieta en el inexorable destino del personaje teatral.

Payasa. (Seria.) Pero no es a nosotros que están cambiando… Es a ellos, a los personajes.

Payaso. (Prosopopéyico.) ¿Qué sabes tú? Los designios del autor son inconmensurables para unos seres diminutos como somos nosotros, atenidos a la buena fe del teclado, la calidad de la tinta, el capricho instintivo del actor, la reflexión activa del director, los azares de la puesta en escena… En fin, caracteres intangibles presos en un remolino creativo, azaroso, furtivo, esplendoroso, abismal.

Payasa. ¡Deja la payasada!

Payaso. No puedo. (Le muestra la nariz.)

(Se hacen muecas.)

Payaso. Vamos a seguir nuestro asunto. En definitiva, ni siquiera

estamos seguros de que algo cambió… Y de todos modos es poco

lo que podemos hacer.

Payasa. Hay algo que no me cuadra.

Payaso. (Se quita la nariz.) Volvamos mujer, que el tiempo apremia.

(Ella se quita la nariz. Es claro que no está para nada convencida. Él va a su puesto. Ella está un poco desubicada. El Payaso la lleva a su sitio y la moldea hasta llegar al gesto preciso que tenía cuando se interrumpió la escena. Él hace otro tanto consigo mismo.)

María. No me puedes hacer eso, tengo que saber que dice ahí… Mario, en serio, puedo morir.

Mario. Si sigues insistiendo la rompo en tu cara.

María. Está bien, está bien, guárdala… ¡Pero no entiendo!

Mario. No hay nada que entender. Mira, ya me perdí al cliente por hoy, ya pasamos por esa vaina medio metafísica de conocernos mejor. ¡Después de siete años! Salí de esta habitación como huyendo de un presentimiento y regresé cambiado. Hoy hemos sufrido y reído. Me hiciste recordar una parte del pasado que es un espanto. Nos hemos puesto tristes, me puse furioso, actué como un violador, me diste unos coñazos. Haz demostrado aptitudes insospechadas para la NASAy para el kung fu. Estamos cansados, vueltos mierda y mira tú, no hemos echado ni un solo polvo. ¿Qué nos está pasando María? ¡Esto es muy serio! Vamos a dejarnos de carticas y pendejadas. Vamos a lo que vinimos mi amor. Todavía están intactas las fuerzas en ese músculo que se llena y se vacía de sangre, que late, que se entrega, que crece y se encoge, que es el verdadero órgano del amor y que nunca, nunca ha estado ubicado en el pecho, sino entre las piernas.

María. (Riendo. Sincera.) Estoy enamorada de ti.

(Mario se deja caer en la cama. Se queda sentado mirándola.)

Mario. ¡María!

María. Por todas esas estupideces que dices. Porque no puedes esconder detrás de esa máscara cínica una ternura que me da en los huesos. Porque aprendí a mirarte… y sé exactamente quién eres…

Mario. (Culpable.) No sabes quién soy.

María. Sí, lo sé.

Mario. María, ¿no dijimos…?

María. No lo vuelvas a repetir. Sé quién eres, sé lo que dijimos, sé lo que siento. Esto no tiene nada que ver con la carta. Hoy vine a eso, a decirte que estoy enamorada de ti, desde hace siete años, desde antes de que me tocaras, desde antes del pacto… Y lo he seguido religiosamente para poder estar contigo de una manera muy distinta al pacto… Y estoy segura de que tú sabes eso… Y si me has seguido el juego es porque tú también sientes lo mismo… (Sonríe.) Si estoy equivocada o no, de todos modos ya más nunca será igual. Los dos vinimos hoy a cambiar las reglas. Esa nota que me dejaste en el baño, esa carta…

Mario. No quiero hablar de esa nota.

María. ¿Qué pasó? ¿Por qué te arrepentiste?

Mario. Por todo lo que estás diciendo.

María. No entiendo. Dame la carta.

Mario. No.

María. Mario, me acuerdo como si acabara de pasar. El día que ya no podíamos con las ganas, los dos teníamos miedos a encadenarnos. Tú todavía estabas con Eva y yo tratando de olvidarme de ese pendejo. ¿Ves? Todavía no lo olvido, todavía me da rabia. Tú me dijiste que si queríamos mantener una relación fluida, que nunca habláramos de amor, que nunca habláramos de compromisos. Yo lo comprendí porque era mi circunstancia. Y te vi como una especie de salvador. Nunca hablé de amor, pero me enamoré de ti. ¿Sabes por qué? Porque me propusiste exactamente lo que yo necesitaba. Y tú ya sabías que lo mío era amor, pero me aceptaste porque yo asumí el pacto. Yo te era cómoda y tú me eras cómodo. Éramos libres y no estábamos solos. Pero sabes qué pasa, que el tiempo de tener hijos se me está acabando. Y quiero tener uno. Y peor aún, quiero tenerlo contigo. Y no quiero tenerlo como ese montón de mujeres modernísimas que cargan su chamo como un emblema, y que entran en desventaja a toda relación, que están solas pero son amiguísimas del papá del carajito, un tipo buenagente que lo busca algunos fines de semana y que tiene una novia joven y enterita. Y una los ve desde la ventana como se van. Y una suspira, no sabe si alegre o triste, porque tiene el día para una sola. Sola o con el tipo que nos pudimos levantar, al que respetamos mucho porque se cala a nuestro hijo con madurez, y siempre lo vemos más inteligente que al exmarido. ¡No me joda! Cuando digo que quiero un chamo contigo, quiero decir que quiero tener un hijo contigo todos los días. Que las fiebres, las peleas en la escuela y las buenas notas sean compartidas, que los fines de semana sean para los tres. Y quiero seguir echándome unos polvos fenomenales contigo, mientras el niño duerme en la habitación de al lado. Eso significa hablar de quincenas, levantarse todos los días y ver la misma cara. Y a veces me va a gustar, otras veces no. Y quiero un hijo contigo y no con otro porque a ti te amo. Y creo que es eso lo que me puede hacer feliz. Ya no es el no compromiso de hace siete años. Porque yo cambié. Ya no me hace libre la libertad de hace siete años.

Mario. Está bien, vamos a echar por la borda siete años de felicidad operativa. Y entremos en el fabuloso mundo de la felicidad metafísica.

María. No te burles.

Mario. No me estoy burlando.

María. Te estoy hablando en serio. Por lo menos respeta. Sabes que estoy dejando el alma en este cuarto.

Mario. ¿Y para qué vas a dejar el alma aquí? Recoge tu vaina quete estoy hablando en serio.

María. Mario…

Mario. Te estoy hablando en serio. A mí también me estaba faltando algo. Yo en la carta… me… decía… pero ahora…

María. (Ansiosa.) No me hables de la carta. Dijiste que ahora eres otro. ¿Qué dice ese otro, el de ahora?

Mario. Me parece que embasurar un tipo de polvorete como el nuestro con un poco de cotidianidad le da su vainita. Además… (Respira para coger fuerzas.) bueno, yo… (Respira de nuevo.) Yo te amo. (Retoma el cinismo.) ¡Bueno no sé! Digo yo… Es una manera de decir que… ¡Tú sabes de qué estoy hablando! ¡Mira pues! ¡Donde hemos llegado!

María. Mejor cállate, que ibas muy bien.

Mario. Hace un rato, cuando me quise ir, me di cuenta de que eres lo más importante en mi vida. Y decidí mandar al diablo todo. Hoy, con lo maniático que se puso el día, no pude hacerme el idiota, y se me vino encima la certeza de que te amo. ¡Mira, lo dije sin agarrarme la bola izquierda!

María. ¡Estás hablando en serio!

(Él la mira. Ella sonríe. Se aproximan. La luz comienza a desvanecerse. Ellos se aproximan.)

María. Y no te arrepientes de haber escrito la carta. A mí me encantó.

(Mario se sobresalta.)

Mario. ¿La leíste?

(Ella asiente.)

María. De la primera a la última letra.

Mario. María… yo me equivoqué con esa carta…

María. Deja ya de decir eso. De todos modos hablamos. Ya sé lo que sientes, no vayamos para atrás.

Mario. Entonces, la rompo…

María. Guárdala, algún día nos va a servir para recordar este momento.

(Él va a decir algo, pero ella le pone la mano en la boca y lo calla. Se comienzan a quitar la ropa. El escenario queda a oscuras. Pausa. Se desarrolla toda una onomatopeya sexual.)

Payasa. (Disfrutando.) Hey, hey, que no tienes que ser tan realista. Ay, ay… ¡huuum! (Orgasmo vocal y musical.)

Payaso. Guao, payasita, eres maravillosa.

Payasa. ¡Y tienes lo tuyo payaso! Mira que hemos perdido tiempo.

Payaso. Te lo dije. ¡Te lo dije!

(Entra música. Hay un pequeño lapso de silencio. Sigue la oscuridad total. Entra luz y vemos a los payasos que se están terminando de vestir.)

Payasa. ¿Cómo llegamos aquí? Esto no había pasado nunca.

Payaso. El destino hizo su trabajo.

Payasa. No entiendo… (Trans. Enojada.) Y tú, no tenías por qué seguir actuando después de que se apagó la luz.

Payaso. (Pícaro.) Ni tú tampoco.

Payasa. Es que me agarraste fuera de base… y la escena anterior me dio en la madre.

Payaso. ¿Te gustó?

(Ella asiente entre tímida y coqueta. Él sonríe y le da un gran abrazo de payaso. Se dan un beso de piquito.)

Payaso. Este final me gusta más.

Payasa. O sea, que tú también sabías que había otro final.

Payaso. De saberlo… no lo sé… pero tú y yo… nunca…

Payasa. Lo que no entiendo es cómo esa boba después de haber leído la carta…

Payaso. (La interrumpe.) Pero todo terminó muy bien.

Payasa. Sí, pero no es lógico.

Payaso. (Evasivo.) En el amor no hay lógica.

Payasa. Además, dijo que le había encantado la carta.

Payaso. ¡Qué sé yo! El estilo, la prosodia, la cadencia, la estructura paradigmática.

Payasa. No, no fue eso.

Payaso. Tú que tanto me críticas, ahora haciéndote preguntas trascendentales.

(La Payasa se aproxima al Payaso, quien la espera tenso. Ella le saca la carta del bolsillo. Él está muy tenso y preocupado. Él la persigue. Ella abre el sobre.)

Payaso. Deja eso.

Payasa. (Lee.) “María, no quiero que más nunca la última cita marque la primera. Quiero verte todos los días. (Se interrumpe.) ¡¿Qué?! (Retoma.) Quiero hacerte el amor aunque a veces no tenga ganas. Porque de eso también estamos hechos. Hemos dicho demasiado en contra de algo que ahora me hace falta y espero que en estos nueve años no te haya convencido del todo. Por tus miradas y por tus abrazos sé que no. Lo que sí quiero es que me convenzas tú de que amarnos de esta nueva manera no es un error. Tienes toda la vida para cumplir con eso. Te amo: Mario.” (Deja de leer y encara al Payaso.). ¿Qué vaina es ésta?

(El Payaso está muy avergonzado. Ella lo enfrenta con la carta izada. El Payaso, que está cabizbajo, levanta la cara y sonríe abiertamente.)

Payaso. Me quedó bonita, ¿verdad?

Payasa. ¡Loco! ¡Loco! ¡Y mil veces loco! ¿Cómo se te ocurre? ¡¿Sabes qué significa lo que has hecho?! (Señala al público.) Ahora esta gente no sabrá qué es lo que en realidad pasa en esta obra. ¿Y Mario?

Tampoco sabe por qué María se comportó así. ¿Cómo se te ocurre cambiar la historia?

Payaso. Solamente haces historia si puedes cambiarla.

Payasa. ¿Y para qué un payaso quiere hacer historia?

Payaso. Porque la historia está hecha, sobre cualquier otra cosa, por la fuerza del amor.

(La Payasa abre la boca asombrada y mira al público. Se queda paralizada. Él ríe, hace un gesto de amor a la Payasa y se queda paralizado. Entra música al estilo del comienzo. Se va quedando oscuro lentamente.)

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