Miguel Otero Silva
DOS POETAS SE CAEN A TIROS
Es corriente que dos poetas se caigan a versos, pero no lo es tanto que se caigan a tiros. Sin embargo, sucede. Tal fue el caso acontecido en el Restaurant Popular de la Plaza López (cinco platos por real y medio) cuando coincidieron a la hora del almuerzo el poeta neoromántico Guillermo Austria y el poeta neoclásico Rafael Yépez Trujillo, ambos neo-pantagruélicos.
El rapsoda Austria se presentó ese día con el apetito que lo ha hecho famoso y, tirando tres bolívares sobre la mesa, ordenó al mesonero:
—Tráigame cuatro menús de arriba para abajo y de abajo para arriba. ¡Arriba España! ¡Franco, Franco, Franco! —porque de ñapa es falangista.
Y se puso a engullir con la dulzura de San Francisco y la voracidad del hermano lobo. Pocos minutos después apareció el bardo Yépez Trujillo, se sentó en la mesa vecina y pidió sobriamente dos menús. El mesonero, con veinte años de experiencia en el oficio, ha observado que en Venezuela ni los parihueleros, ni los luchadores libres rivalizan en capacidad gastronómica con los poetas.
Ambos aedos se miraban en el transcurso del yantar con ojos torcidos por la rivalidad nutritivo-literaria. Austria se comía lo suyo pero no desprendía la vista de lo que Yépez embutía. Y Rafito, en tanto que con los dientes despachaba su condumio, devoraba con los ojos los manjares de Guillermito. Hasta que Austria no pudo contenerse más, se irguió a la vera de un costillar de novilla y le lanzó al otro el siguiente soneto:
Vate lacustre de la musa ahíta,
¿por qué atisbas así mis tropezones,
por qué envidias mis tiernos macarrones
y anhelas mi dorada carne frita?
Si es suculenta y tibia tu arepita,
¿por qué en mi pargo tus suspiros pones,
desdeñando tus rubios chicharrones
y tu chuleta que a mascar invita?
Yo soy sentimental cual la polenta,
pero vuelto un solomo con pimienta
ante un acto de gula tan notorio,
juro por los raviolis de mi vida
que tú me estás velando la comida
y que yo no tolero ese velorio.
Yépez Trujillo escuchó pacientemente los catorce endecasílabos, cuya sensitiva simplicidad no desmentía la estirpe bucólica de su rival. Pero como él no es hombre que se queda con un soneto de nadie, se trepó al pedestal de su clasicismo y respondió de esta manera:
El león hisperio de la garra hirsuta
rampa sobre mi níveo menestrón
y mi psiquis escancia su aguijón
en la fontana de tu fuerza bruta.
A la paella en flor Hebes tributa
su zalema de grávida intuición
y tramonta el viacrucis del jamón
y el pericarpio dúctil de la fruta.
Tritón diuturno de la henchida panza,
yo no te estoy velando la pitanza
ni me infunden tus guisos sobresalto.
Tu núbil apetito me conmueve
y no te asesto un silletazo aleve
porque me apiada tu pesebre alto.
Después de aquella contienda oral, los liridas sacaron sus respectivos revólveres. Guillermito le metió un balazo exterminador al bistec a caballo de Rafito. Rafito acribilló sin piedad la fabada asturiana de Guillermo. Austria fusiló con tres tiros los plátanos al horno de Yépez Trujillo. Y Yépez Trujillo pasó por las armas la tortilla a la española de Austria.
Y cuando ni sombra de sustento quedó sobre las mesas, los dos trovadores se abrazaron arrepentidos de su dietético arrebato, guardaron los revólveres y rompieron a llorar.
SE AMPLÍAN LAS CAUSALES DE DIVORCIO
La verdad es que al divorcio ya no le quedan sobre la faz de la tierra sino dos enemigos: la Santa Madre Iglesia y los colombianos. Advirtiendo de paso que en la actitud adversa del clero entra como ingrediente una elevada dosis de egoísmo. O dicho más llanamente: como los curas y las monjas no se casan, poco les importa que los demás se enzanjonen a perpetuidad.
El periodista lo dice y lo repite: mientras los clérigos y las hermanas estén libres del lazo conyugal, el Vaticano seguirá impugnando irreductiblemente la legalidad del divorcio. Pero en cuanto les permitan el matrimonio (que algún día, si Dios quiere, se les permitirá), y el primer obispo se enfrente a la primera suegra, y le caiga sobre la mitra el primer escobazo, y lo lleven a ver la película que abomina, y le pongan los primeros cuernos (que se los pondrán, Dios mediante); y en cuanto a la primera madre superiora recién casada le llegue el primer marido a las cinco de la mañana, oloroso a Chanel No 5, veremos operarse una radical transformación en los principios antidivorcio de nuestra amada religión.
Lo de los colombianos es aún más inadmisible. Reconocemos que la hermana y vecina República tiene más industrias que nosotros, mayor número de universidades y colegios, mejores transportes, una cantidad increíble de godos y liberales que se saben poemas de memoria, pero, ¿de qué les sirve todo eso si no está permitido el divorcio? Tal interdicción obliga al marido colombiano, y a la esposa colombiana, cuando les llega el momento de no poder soportar más al cónyuge que la Ley les ha deparado, a acudir al desagradable procedimiento de espolvorearle arsénico en las papas chorreadas del almuerzo.
En Venezuela las cosas son otro cantar. La Comisión Codificadora Nacional acaba de aumentar, con un criterio tan moderno como humanitario, a diez las causales de divorcio, añadiendo de ese modo cuatro a las ya existentes. La Codificadora se niega a dar a la publicidad sus resoluciones; se defiende con tozudo hermetismo del asedio de los reporteros. Sin embargo, este periodista ha logrado investigar en fuente fidedigna que las diez causales de marras serán estatuidas de la siguiente manera:
1. Será motivo automático de divorcio la embriaguez consuetudinaria del marido, siempre y cuando esa embriaguez se traduzca en expresiones que menoscaben la dignidad de su cónyuge: quitarse los pantalones en el Teatro Municipal, arrojarse de cabeza en fuente pública de Los Caobos, gritar «Abajo el gobierno» sin motivo justificado, mentarle la madre a un coronel de artillería, etc. Los borrachos pacíficos, los que la cogen llorona y los miembros del Country Club, estarán eximidos de esta causal.
2. Será motivo de divorcio el exceso de cariño del marido hacia la sirvienta de adentro. En este caso, la esposa tendrá dos recursos igualmente legales: divorciarse o desquitarse con una tercera persona. Este periodista está completamente a la orden.
3. Otro motivo sine qua non de divorcio será el ronquido nocturno de uno de los cónyuges. En caso de denuncia, el juez verificará por medio de sismógrafos especiales si la escala del ronquido es suficiente-mente elevada como para trastornar el sueño de la compañera o compañero de lecho. También se tendrá muy en cuenta el ronquido del aparato.
4. Se mantiene como motivo de divorcio la incompatibilidad de caracteres. Si a uno de los cónyuges le agradan las películas de Charles Chaplin y el otro se empeña en ver Lo que el viento se llevó; si el uno es amante de la buena literatura y el otro un idiota de esos que todavía leen a Xavier de Montepin; si al uno le place el caviar del Irán y el otro se desvive por la ensalada de espinacas, hay manifiesta incompatibilidad de caracteres. Las divergencias deportivas no se tomarán en cuenta, a menos que terminen a piñazos.
5. Otra causal contundente de divorcio será el morbo telefónico, dolencia mucho más frecuente en el sexo débil que en el otro, aunque de que los hay los hay. Cuando el marido llame más de diez veces consecutivas para advertir que no va a almorzar porque tiene una reunión de negocios (¡farsante!), o para decirle a su mujercita que la adora (también existen) y suene y resuene la chicharra del «ocupado», y la escena se repita durante semanas enteras, el divorcio estará totalmente justificado.
6. La esposa tendrá derecho a divorciarse automáticamente del marido si se descubre que dicho marido pertenece a cualquiera de los cuerpos de la policía (secreta o no).
7. Estará bien fundado el divorcio de los hombres cuando la mujer les haya salido llorona. Las mujeres que lloran cuando recuerdan a una novia que tuvo su esposo a los 19 años, las que lloran cuando se les quiebra un jarrón de porcelana o cuando pasan una semana sin recibir la visita de su honorable madre, las que lloran cuando leen los versos de Amado Nervo, no tienen derecho a casarse. A las mujeres no debe permitírseles que lloren sino cuando están dando a luz. En cuanto a los hombres, el único llanto lícito es cuando están jugando dominó y levantan más de cuatro dobles.
8. Otra causal aplastante de divorcio será la obesidad. Mujer u hombre, quien sea, que aumente más de veinte kilos después de contraer nupcias, deberá ser repudiado por su cónyuge, arrojado del tálamo como una ballena al mar. «Los barrigones no tienen opción al amor», Balzac.
9. No será solamente justificable sino también aconsejable el divorcio cuando uno de los contrayentes descubra que su compañero o compañera de vida le ha salido pavoso. Antes de dictar sentencia, será conveniente que el juez realice algunos experimentos comprobatorios con el acusado o acusada: sellar un cuadro de caballos a medias, invitarlo al cine, frecuentar su amistad. En caso de reacción positiva, el divorcio será concedido inmediatamente por el juez que sustituya al difunto.
10. La mujer tendrá su divorcio garantizado (y ésta parece ser la única causal que acepta la Iglesia Romana) cuando el marido no se porte como «gitano legítimo», véase «La casada infiel» de Federico García Lorca.
El periodista, por su parte, opina que la única solución jurídica superior al divorcio es no casarse.
¿ES NECESARIA ESTA LLAMADA?
La Compañía de Teléfonos de Caracas ha enviado a sus suscriptores una circular apremiante encabezada por un titulo conminatorio: ¿Es necesaria esta llamada? Parece que las máquinas están gravemente enfermas de surmenage y que el cúmulo creciente de comunicaciones superfluas amenaza con silenciar para siempre al amigo del rostro rectangular y la boca de marciano. El efecto ha sido fulminante; los suscriptores han temblado de pavor. Una vez mas ha venido a demostrarse cuanta razón tenía el general Lopez Contreras cuando dijo por radio aquella frase suya tan original: «Nadie se acuerda de Santa Bárbara sino cuando truena». ¿Qué va a ser de Caracas sin teléfonos? ¿En qué ocuparán sus innumerables horas muertas las niñas de la alta sociedad y los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores?
Como es del dominio público, el teléfono fue inventado por nuestro compatriota Manuel Madriz a fines del siglo pasado, tras diversos y complicados experimentos en el corral de su casa, sin mas instrumentos que dos potes de petit-pois vacíos y una cabuyita. Infortunadamente, el nombre del auténtico inventor no pasó a la posteridad. Para ese entonces llegó a Caracas una troupe teatral denominada la Compañía Bell, contratada precisamente por el susodicho Manuel Madriz para el Teatro Nacional, y uno de los cómicos —Alejandro Graham Bell se llamaba el abusador— le robó el invento al empresario, lo patentó en los Estados Unidos y se hizo millonario. Eso fue exactamente en 1876.
Para diferenciarse en alguna forma de los potes vacíos de Manuel Madriz, mister Bell les agregó una manivela. Con ese aditamento vinieron a Caracas los primeros teléfonos. Eran unos cajones largos, con un par de timbres en la cornisa y una repisita para descansar el codo mientras se hablaba. Los suscriptores no tenían numero sino toques específicos: un toque corto y dos largos, la Policía; tres largos, otro largo, uno corto y otros dos también cortos, el Manicomio; tres largos, los hermanos Pechio; uno corto y uno largo, los López de Ceballos; uno corto pero amarguísimo, el general Cipriano Castro. Los suscriptores tenían derecho a levantar la bocina y escuchar las conversaciones ajenas que mas les tentaran: sorprender por ejemplo a don Guillermo Tell Villegas Pulido proponiéndole a una dama casada que se quitara la crinolina con él, o adelantársele en un negocio al poeta del alto comercio Tomás Sarmiento, que era un tigre vendiendo quesos llaneros.
Mis tarde fueron suprimidos los teléfonos de manivela porque resultaron pavosísimos, ocasionaron el terremoto del 900, la guerra del 14 y la gripe española. Dichas manivelas fueron sustituidas por señoritas y de esa manera entramos en la Edad Media de la telefonía. El suscriptor descolgaba el auricular y esperaba unos veinte minutos. En la central se encendía una lucecita roja, la señorita de turno terminaba el capitulo de la novela de Carlota Brame que estaba leyendo, se chupaba un caramelo acidulado para endulzar las amarguras de aquel libro y luego preguntaba con su tonito displicente:
—¿Número?
—28-59.
—¿28-59? iQué número tan feo! No lo encuentro. —
—Bueno, señorita, comuníqueme con la bodega de Horno Negro que necesito pedir medio kilo de caraotas blancas.
Y la señorita decía invariablemente:
—Ocupado. Volvía a llamar uno al cabo de un cuarto de hora y, si la señorita disfrutaba de mejor humor porque la novela se estaba componiendo, lo comunicaba. Hablo con la bodega de Horno Negro?
—No, señor. Habla usted con la casa de la familia Lamache. ¡Y no sea grosero! Mis horno negro es su madre. . . —y le tiraban la bocina.
Sin embargo, el teléfono con señoritas tenía una sola ventaja: eran menos frecuentes que ahora los insultos anónimos por el aparato. Si to llamaban a uno y le decían:
—Oye, bembeperro, ¿es verdad que te comiste un queso en la Renta de Licores? Y además, ten cuidado porque tu mujer te está volteando con el pintor Tito Salas.
A uno le quedaba el recurso de suplicar a la señorita:
—Ten la bondad, mijita. ¿Quién era ese tipo que acaba de hablar conmigo?
Y la señorita respondía servicialmente:
—Quien lo llama primero para cobrarle los cinco pesos que usted le quedó debiendo del trueno de anoche, fue el cochero Concha ‘e Piña. Pero quien lo puso como un trapo fue Federiquito León, el periodista —y a uno le quedaba el consuelo de ir a buscar con un chaparro a Federiquito, que media un metro veinte, y sacar su campañota.
Finalmente apareció el discado automático y se acabó la tranquilidad en este país. Los hilos de Graham Bell comenzaron a transmitir palabrotas que antes no fueron pronunciadas sino en las covachas de El Silencio y en la prosa coprológica de José Fóscar Ochoa. Ahora nadie escribe anónimos. Los dice por teléfono y se economiza la estampilla.
Y por último la Compañía de Teléfonos pretende que, antes de usar el aparato, uno se haga un examen de conciencia: ¿Es necesaria esta Ilamada? Como se ve que la Compañía no conoce a sus suscriptores. E ignora que, aparte de los anonimistas ya mencionados, el 99 por ciento de las conversaciones que en Caracas se establecen, puede clasificarse dentro de las siguientes categorías:
1. La amiga que llama a la amiga para contarle la película de anoche; iAy, en eso llegó Clark Gable hecho un sueño y le metió dos trompadas al sheriff, y Toñito al lado mío tratando de meter mano, y la pobre Bette Davies estaba turberculosa, y Toñiito avanzando sin contemplaciones, quédate quieto, Toñito, que nos pueden ver, etc.»
2. La señora que no tiene nada que hacer y llama a la otra señora que tampoco tiene nada que hacer para hablar horrores de otra señora que no hace nada.
3. El novio que llama desde la oficina a la novia para decirle «mi puchunga» y que ella le responda «mi tuyuyo», «¿me quieres?», «cantidad», «¿de que tamaño?», «de aquí al cielo», «quiero un besito», «¿dónde?», «en su trompita», «bueno», «iqué sabroso!», «¿y tú me quieres a mí?», lo que se llama un dialogo de Platón.
4. El zagaletón idiota que disca un número al azar y después pregunta: «¿Hablo con la Maternidad, jo, jo?»; «¿Hablo con la Casa Madre, je, je?»; «¿Hablo con la Floristería Madreselva, ji, ji?»; y todavía anda suelto.
5. Las solteronas feas pero con voz de contralto que llaman a las redacciones de los periódicos y le dicen suspirando a la primera voz masculina que les salga: «mi vida es una inmensa soledad».
Todas son llamadas necesarias, estrictamente necesarias para preservar el orden social, garantizar la paz publica, proteger al país de las predicas disociadoras. «El teléfono es el opio del pueblo», decía Lenin.