Enza García Arreaza
1.
A veces cuento una historia porque no puedo moverme. Pero la verdad es que me gusta
volver sobre las cosas que me paralizan. El otro día leí en Twitter unos versos de Auden: And
ghosts must do again / What gives them pain. Y me reí. Además, uno siempre quiere sentirse
especial creyendo que tiene algo en común con los poetas ingleses, lo cual no sé si es amor
literario o racismo endógeno.
leí que alguien escribe
con «valentía sobrecogedora»
wow
yo sólo escribo con pesar
hace tres días que no voy al baño no queda otra
que regar mi planta venenosa
y soñar que un pollo en brasa me persigue para ofrecernos
un dios de precarias connotaciones republicanas
cuando era niña
temía una invasión alienígena
aullaba en secreto cada vez que pensaba en la nave nodriza
y además quería cogerme a Fox Mulder
quizás por eso al mismo tiempo
temía que llegaran los hombrecitos verdes cabezones
o mis abuelos muertos a castigarme
con fuego eterno
porque había descubierto
mi centro de gravedad entre labios mayores
qué infeliz era dios mío
gordita y libidinosa
hija de pobres y taciturna además creía que era muy bruta
y que jamás obtendría un empleo en el FBI
la asfixia era una alternativa
ponías a prueba
la veracidad de las estrellas
en 1991
un congorocho invadió
mi canal auditivo derecho y Aleida señora madre
lo extrajo
con su uña meñique
esa noche hubo conmoción y rescate
éramos una familia joven
de pocas anomalías
a la mañana siguiente
Aleida indispuesta por mi lentitud comensal
estrelló mi cabeza contra el plato de lentejas
y desde entonces una cigarra
se poza sobre el oficio de mi canon occidental
de mira ve
a nadie le importa
un bólido te quemó la ropa que ayer tarde la lavé
en silencio coño en silencio
que la cigarra no haga bulla es desde luego
lo peor
2.
la mayoría de las historias que bosquejo no llegan al papel o a la pantalla, se conforman con transcurrir en esa licuadora ciclotímica que es mi interior. Puedo jurar que he escrito varias obras maestras en el autobús que me lleva desde el supermercado hasta la casa, en esos días raros en que no me asesinan o me roban, pero se deshacen en algún olvido; sólo me queda la certeza de haber sido otra persona, de haber vivido un deleite envidiable en silencio. Tal vez escribir no sea más que el falaz eufemismo del aislamiento, incluso cuando se está desesperado por atención.
3.
Pero entonces a veces cuento una historia muy larga que es siempre la misma pero siempre me asfixia y es porque no puedo moverme. Escribir, en mí, es negociar el aire con la parálisis y el mundo. También es luchar contra el aburrimiento o la flojera, y últimamente contra la sensación de que es ridícula esta parte de mi vida frente a esa otra parte de mi vida donde corro por salvarme en un país sin antibióticos ni democracia. Ser escritor tiene algo de sálvate como puedas y de montaje pretencioso. A mí me encanta, especialmente si me invitan a otro país y termino como el centro de atención, porque vengo de esta filial del averno y todo lo que digo se interpreta alegóricamente o con lástima. Luego hay que llegar a casa y rumiar lo estrambótico del espectáculo, hay que asumir la soledad primaria que subyace en cada palabra –y cada palabra, que es más o menos tiempo robado a la sentencia de muerte, la distancia entre un juego y el destino. Entonces te avergüenza todo y te preguntas si esa vergüenza, en parte, no es también otro show.
YO SÉ QUE NUNCA
me quedan bien los poemas
porque necesito probar mi grandeza
malduermo todos los días
pero sueño que somos felices
vivo pidiendo un diagrama cosmológico
un esplendor que justifique los ruidos
y no sé cómo salir de mi cuarto
sin romper las ilusiones de la estirpe
vivo una edad ridícula
no soy una niña
quiero sexo
no soy sabia
no tengo seguro médico
todavía menstrúo
no tengo hijos
me gustan los juguetes
no bebo
no quiero matarme
no quiero vivir
no quiero morirme
nunca sé a quién darle
mi voracidad triste de animal despierto