literatura venezolana

de hoy y de siempre

Ciencia, americanismo y venezolanidad

Dic 7, 2023

Gilberto Antolínez

El americanismo, como ciencia de lo americano indígena y movimiento espiritual autoctonista, no ha cumplido en Venezuela su finalista función humanizante. Los que aquí han hablado alga del indio lo hicieron hasta ahora para un pequeño núcleo intelectual de elite, mas nunca para las grandes masas ni para la gente de cultura media. El indio no ha penetrado en la escuela intensamente, ni su conocimiento tuvo puesto notable en nuestras universidades. Los indianistas generalmente hablaron desde arriba, ex cátedra, y manipularon al indio como al gusanejo inerme que el naturalista observa a través de una campana de cristal. Lo miraron como a concepto abstracto, nunca como a realidad humana, ni mucho menos como a realidad humana vergonzante. Pero el indigenismo militante dice que hay que tomar de nuevo al indio en nuestras manos, pero en plan de igualdad, de hombre a hombre, en sentido humanista, como a un acreedor que el es de nuestra cultura y sangre.

Dos americanismos hay: uno que observa desde afuera, y uno que siente desde adentro; el primero trabaja con el intelecto sobre un objeto neutro; el segundo estudia con emoción simpática algo de lo cual el mismo participa: es cirujano que opera en su propia sangre viva y siente profundamente el escalpelo. Yo quiero permanecer dentro del último americanismo. ¿De qué nos serviría desentrañar la esencia de lo indígena, de que sabernos al dedillo la clasificaci6n de las diversas tribus, ni conocer sus lenguas y dialectos, ni desovillar sus creencias ancestrales, si de toda esta encuesta fatigosa no hubiera de derivar provecho alguno el indio? El indio esta viviente en nuestra carne y sangre, se ha codeado con nosotros a lo largo y ancho de nuestra geografía e historia, y se estira en nuestra risa coma se estremece en nuestras agonías, y se adhiere, aun sin quererlo, a nuestra propia suerte. Alguien me ha tildado por ahí de pasatista porque amo tender la vista al pasado precolombino americano; pero este volver mis pupilas a pasos ya estampados, es en mí una gimnasia, y un conocimiento de las fuentes del futuro, y una recolecci6n de fuerzas para tender la ruta hacia el mañana. En función del pasado, trabajo en el presente, para hacer un llamamiento a los hombres neo-indios de buena voluntad, con el fin de empezar a prepararle el mundo del futuro a nuestro padre, a nuestro hermano, a nuestro acreedor el indio. «El indio ha sido factor fundamental en la formación de nuestras nacionalidades … Imaginémonos a los conquistadores, llegados a una tierra desierta desprovista del elemento humano … »ha dicho el pensador boliviano Enrique Finot. Un gran filósofo azteca agrega por su parte: «América, sustentativamente, es una entidad universal lanzada hacia el futuro… No podría este continente conocerse por entero mientras siga ignorando la esencia entrañada en aquel mundo de sus primigenias culturas … Conocer a América supone desentrañar la parte que en su pasado y, por lo tanto, en su porvenir, corresponde al elemento materno o autóctono antes del choque habido con el elemento paterno constituido por la invasión europea… De la compenetración de ambos términos esta surgiendo y surgir:i aun mas decisivamente el nuevo hombre y la nueva conciencia capaz de encararse de manera distinta con la realidad universal en cuyas proximidades nos movemos … » Y esto lo dice al discutir la posibilidad de fundamentar una Filosofía Americana autentica. Pero yo no me quedo mirando bobaliconamente al indio del pasado, puesto que se que el indio actual es una fuerza viva y necesaria del futuro. Así, pido respeto, cariño e interés para el indio y para lo indio. Somos pueblos de mestizos mimetizados tras lo blanco y tras lo negro; y somos pueblos ingenuos, por lo negro y por lo indio, y con ingenuidad tomamos, y con ingenuidad nos damos y entregamos. Damos nuestros oros y se nos devuelven vidrios. Y sabre todo eso adoramos y servimos al mercachifle engañador que nos explota. Remos enriquecido al mundo con los productos de nuestro maravilloso suelo, y se nos ha dado en cambio todo el oropel, todo el abalorio, todo lo de muladar de Europa. Cuando un europeo dice algo de América, la nombra como a un continente todavía sin explotar. América ha sido, es y seguirá siendo La Gran Dadora Universal: su símbolo histórico más cierto es aquella Isabel Chimpu Ocllo, madre del Inca Garcilaso de la Vega, nieta de incas que muere en la miseria, despreciada de los suyos y de los advenedizos. Pero podemos todavía torcer el aparente trágico sino de este símbolo. «Ya hemos llegado a nuestra mayoría de edad», según dice el escritor Alfonso Reyes. Y los tesoros de América que codician otros pueblos se encuentran en las inmensas extensiones boscosas, montañosas o desérticas, inhospitalarias e insalubres. Las vías de penetración hacia esas áreas son impracticables para el negro y para el blanco. Toda la población civilizada de América queda vialmente desconectada de los graneros americanos naturales. El indio es el único ser capaz de penetrar a esos inaccesibles silos. Solamente la planta del indio, solamente el esfuerzo del indio, únicamente el sacrificio del indio, pueden llevar al blanco, al afroide y al neo-indio hasta aquellos escondidos límenes. Hacia esas maravillosas bodegas sin muros ni techumbre que el conquistador intuyera en el mito de Eldorado y del País de la Canela, ese lugar ideal donde enriquecerse sin sudores, esa Jauja paradisíaca para la codicia y el oportunismo blancos. Aquí esta la circunstancia que puede torcer nuestro fatal destino. Porque este sacrificio, y este esfuerzo, y este trasudar del indio, piden también su precio; porque la conciencia vigilante de los neoindios que militamos en el americanismo beligerante, ya no esta dispuesta a ser capataz ni gamonal del blanco para con su hermano el indio, sino a tomar en sus puños redentores el gonfalón de lucha por los intereses del indio. Si es que el mundo necesita de nuestras fabulosas reservas que las tome, pero que nos de una mano en esta labor de humanidad y de justicia: ayudar al indio, reconocer al indio, respetar al indio, reponer al indio en su condición antigua de «hombre entre los hombres». No queremos esclavos de ningún color en las tierras de América. Que se nos admita el derecho a utilizar lo ancestral indígena -sangre, lengua y cultura-en la conformación de esa nueva cultura ya naciente: la futura Cultura Americana. Para algo pesamos lo bastante en la recta balanza del futuro del mundo.

Para redimir al indio tenemos, en principio, que estudiarlo. Pero en Venezuela, ni se quiere, ni se aprecia, ni se respeta, ni mucho menos se estudia cariñosamente al indio. Para penetrar en el silo íntimo de los pueblos, como apuntara Van Gennep, hay que escudriñarlos amorosamente; «en amor de caridat», según decían los caballeros de la Reconquista Española. Aquí no ha existido nunca persistentemente una cátedra de Antropología Americana, ni una de Historia del Arte Americana Indígena o de su Literatura correspondiente. El indianismo, que ya no es indigenismo, se había muerto de muerte dolorosa con Ernst, Tavera, Rojas, Salas, Febres, Toro y otros varones similares. Y aquellos hombres jóvenes que hemos sentido el llamamiento de la sangre y saber quisimos algo acerca de los indios, tuvimos que abrirnos hacia afuera, hacia los hermanos de allende, los de México, Perú, Brasil, Colombia, Guatemala, Bolivia y Argentina; por eso se nos ha tildado de exotistas, cuando lo que ansiamos es el tuétano mismo de la tierra americana, su vibración sonora en nuestros huesos, el relámpago de sus volcanes en nuestro pensamiento y la fluencia de sus grandes ríos en nuestras venas. Y por eso mismo hemos tenido que utilizar en una enorme parte el producto del trabajo paciente y tesonero animado de simpatía emocional que algunos europeos acumularon en torno a nuestros indios. De este modo, el pensador brasileño Guerreiro Ramos, cuya amistad me honra, ha hecho resaltar, ha pocos meses, en sus trabajos de «Cultura Política», ese alejamiento voluntario del suramericano, de nuestras propias realidades, de nuestra médula verdadera y levantado en alto la seriedad con que los científicos extranjeros las encaran; y de paso elogia el que el gran escritor Gilberto Freyre y el que estas líneas modestamente escribe, hayamos utilizado en un gran porcentaje de nuestros trabajos indigenistas (y negroides), el material recogido en lenguas francesa, inglesa, italiana y alemana.

Spranger ha fijado como uno de los tipos de contacto de cultura aquella forma que llamamos colonización, que aquí tuvo su sitio después de la conquista, supuesto que ella se inicia solamente después de la posesión de hecho de la tierra. Entre los particulares procesos que la siguen se nos aparecen los que provienen de fenómenos de «prestigio». «En un momento dado (explica José Luis Romero, escritor y sociólogo argentino), ciertos hechos, ciertas ideas o, simplemente, ciertos estilos de cultura, se presentan ante un grupo social señalados por un acento peculiar … El valor que se ve realizado en ellos se ofrece con caracteres de evidencia y a su alrededor se produce un oscurecimiento irrazonado de todo lo que se aparta de aquel modulo cultural». El «prestigio» que da categoría a esos hechos o esas ideas las transforma en fuerzas históricas de gran poder; «a veces se traducen en lemas y polarizan ciertas corrientes historicas alrededor de formulas esquemáticas que solo valen porque suponen, tácitamente, aquellas ideas o aquellos hechos … En todo caso, el grupo social ante quien se produce esta hipervalorizacion del hecho ve en el una forma arquetípica de cultura». Este es el proceso capital de Venezuela a partir de la Colonia, y fue agudizado por las corrientes revolucionarias que la emanciparon de Espana y la entregaron en manos de las formas arquetípicas culturales latino-europeas. Y allí esta la explicación de esta admiración ingenua, pasiva y entreguista del venezolano de hoy hacia todo lo exótico: poseemos en alto grado ese fatal complejo de minusvalía que encuentra el filósofo Leopoldo Zea en el actual hombre de America. «Lo nuestro, lo propiamente americano, no esta en la cultura precolombina. ¿Estará en lo europeo? Ahora bien, frente a la Cultura Europea nos sucede algo raro, nos servimos de ella pero no la consideramos nuestra, nos sentimos imitadores de ella. Nuestro modo de pensar, nuestra concepción del mundo, son semejantes a los del europeo. La Cultura Europea tiene para nosotros el sentido de que carece la cultura precolombina. Y sin embargo, no la sentimos nuestra. Nos sentimos coma bastardos que usufructúan bienes a los que no tienen derecho… Lo que nos inclina hacia Europa y al mismo tiempo se resiste a ser Europa, es lo propiamente nuestro, lo americano … América se siente inclinada hacia Europa como el hijo hacia el padre; pero al mismo tiempo se resiste a ser su propio padre … De aquí este sentirnos cohibidos, inferiores al europeo … El mal esta en que sentimos lo americano, lo propio, como algo inferior … La resistencia de lo americano a ser europeo es sentido como incapacidad…» Yo diría, pues, que nuestro complejo de minusvalía no es mas que una consecuencia de una mala solución del infantil complejo de Edipo cultural americano. La cultura precolombina es la fuente materna de lo americano, y el hombre americano pretende borrar en sí todos los caracteres de lo que el considera como culturalmente «femenino»: pero es tal la fuerza de lo precolombino que, como el hijo no puede borrar las huellas de la madre en la naturaleza de su ser, la gran masa americana mestiza, aun contando la población de los grandes centros urbanos, tampoco puede extirpar de sí las huellas frescas, pero indelebles y eternas de lo indio: de allí su resquemor hacia lo autóctono. De modo que en Venezuela lo arquetípico ha sido lo europeo. El estado actual de cosas nos empuja a ser americanos, mas esto implicaría reconocer la validez de los elementos culturales ancestrales autóctonos.

Yo desearía incitar a ese reconocimiento. Empero hay toda una tradición por derribar. El gusto por las modas e innovaciones mantuvole al venezolano cerradas las pupilas alas bellezas sorprendentes que creara el aborigen trabajando la piedra, el barro, las plumas, la madera, la fibra, el metal y las pieles, siempre que sean miradas estas cosas con un ojo distinto del europeo clasicista o académico; cuán pocos hemos buceado en la fantasmagórica cueva submarina en donde el indio -Bruno Edmundo Dantes-guardara sus rutilantes pedrerías de mitos, costumbres, creencias y poéticos idiomas. Como ha sentado Ermilo Abreu Gómez, es por las paginas de los buenos escritores americanistas de hoy- Valcarcel, Mediz Bolio, Henestrosa, etc.- como llegamos al mundo en que es posible entender que las cuestiones indias no constituyen meros fenómenos históricos, reconstruibles por la habilidad del erudito y del arqueólogo, «Sino que implican la conciencia de mundos humanos, vi tales, de tremenda y perentoria actualidad… Las culturas indias, así vistas, llenan con sus gracias y sus razones los predios en que se desenvuelven y se proyectan… De ahí que haya que considerarlas como saetas lanzadas al futuro… Sus organismos espirituales, sus organismos sociales y religiosos (por consecuencia morales y artísticos), día con día, maduran en expresiones de la mas fina hondura .. . Y tan recio es el poder vital de lo indio, que se nota no solo en la influencia que proyecta, sino también en la transformación que imprime en las influencias que recibe … De esta suerte las artes europeas que fueron conocidas aquí, al cabo de los años, acabaron por alterar su forma, provocando el establecimiento de nuevos cánones … ». Pero el venezolano jamas ha querido palpar tales verdades ni nadie le ha constreñido a que las palpe. Por esta ceguera espiritual, en las Escuelas de Artes Plásticas y Aplicadas de Venezuela, al atender a la ilustración de nuestros futuros artistas, se ha buscado (salvando la inquietud de Don Mariano Picón Salas) mas exponer el arte asirio, egipcio, griego, micénico, o hitita, a cualquier otro de la humanidad antigua, que al desvelamiento intensivo de nuestras formas estéticas originales desaparecidas o todavía existentes, creadas por la sensibilidad y la capacidad del indio americano. Mas bien correspondió a los maestros chilenos, como Lira, señalar el interés de lo venezolano indígena. Por los de acá, lo artístico de América ida fue implícitamente considerado como inferior a lo euro-asiatico o afroide, y tachado de infantil, de rudo, de aestético. Ignoraron o quisieron ignorar que lo indígena es predominantemente expresionista. Entonces, ¿por que se atiende allí al estudio del arte de post-guerra, a las monstruosas proliferaciones del cubismo, del expresionismo, del idealismo subjetivo, del dadaísmo y de todos los demas ismos? ¿Por que se enseña allí a comprender el arte gótico, y las creaciones calenturientas de! Greco, y las figuras hieráticas de los sepulcros pétreos de los primeros siglos de! arte cristiano y de la pseudomórfosis, tan lejanos como están del canon puro de la belleza griega? ¿Buscaron acaso todas esas manifestaciones expresivas el dominio de la belleza formal, de la belleza por la belleza, o rompieron lanzas sempiternamente por ese dulzón calomorfismo que, como bien se sabe, hizo degenerar la fuerza original del Renacimiento Italiano? No: cuántas veces no privo el valor del sentido sobre el valor de la forma, la psiquis de! artista sobre la tiranía del modelo-arquetipo. Y un criterio semejante debió partir de los redactores de los programas referentes a Educación Artística, tanto en lo que toca al bachillerato como a lo que atañe a las escuelas de artes plásticas: la América Indígena no ascendió nunca en los hervideros de su sangre. Traidores a América, solamente el Mundo Viejo fuera para ellos valedero. Por eso hoy traigo este mensaje que quiero sea escuchado por todos los maestros y profesores honrados de Venezuela: «Hay que incrementar el estudio de lo indígena en la formación cultural del futuro hombre venezolano». Yo traigo este mensaje, y lo traigo con deseos irrefrenables de polémica, porque yo no represento la paz sino la guerra, no la serenidad de la indolencia sino la fogarada nerviosa de las inquietudes espirituales de! moderno hombre americano reconstructor de América. Tenemos que destruir en la mente del niño y del adolescente y desquiciarlo del pensamiento del adulto, ese prejuicio tendencioso de que «en América nunca existió en la Pre-conquista un arte verdadero ni una cultura digna de tal nombre»; y esotro de que «el símbolo de! indio americano son la pluma, el pigmento de onoto y el sucio y grotesco taparrabos». Adentraos en la selva de la mentalidad indígena con corazón sencillo y oíd la pulsación cadenciosa de la raza, y podréis captar el hondo sentido de lo indígena, su honda cosmicidad y su honda humanidad. Yo soy la voz de! que clama en los desiertos espirituales de! mestizo de America: «¡Venid a alumbrar los caminos ancestrales por donde anduvo el indio americano, con las luces mas puras de la civilización occidental; mesticemos en indio esta cultura heterogénea y ficticia que padecemos ahora como cruel cilicio, e insuflemos en ella ese espíritu esencialmente americano que el indio descubrió y expreso naturalmente al sentirse fundido en mística con unión sentida con nuestra poderosa tierra americana!»

Este mensaje que traigo, desde las remotas fuentes de mi hirviente sangre chibcha-jirajara, vocacionalmente, avasalladoramente, al neo-indio venezolano, es un mensaje de justicia, de responsabilidad, de valentía. Ha llegado la hora de gritar en América negras verdades que los intereses de reducidos grupos dominantes acallaron por siglos para justificar sus procedimientos antihumanos para con las razas vencidas. Salgamos de los moldes hasta ahora tradicionales en Venezuela, a buscar aires mas puros; desechemos lo pintoresco por pintoresco, lo anecdótico por anecdótico, y persigamos, no ya una forma, sino un sentido: el Sentido Humana de lo Indígena. Comprendamos que lo indio es intrínsecamente venezolano: aun cuando nos hubiésemos distanciado mucho del ameríncola; su influencia cultural y su presencia prosigue matizándonos en indio, entretejiéndose como lianas entre las ramazones de nuestras creaciones en la materia y el espíritu. Quizás Gómez fue el último Manaure. Pero Marcos Vegas ve crecer su progenie mestiza en los talleres, en la escuela, en la universidad, en el estadio. Como el sociólogo brasileño Gilberto Freyre ha indicado felizmente: «La cultura primitiva – tanto la indígena coma la africana- no se aísla en bloques rudos, secos, indigestos, inasimilables al sistema social europeo… Mucho menos se estratificó en arcaísmos y curiosidades etnográficas, sino que se hizo sentir coma presencia viva, activa, neoconformadora, y no apenas pintoresca, de elementos con actuación creadora en el desenvolvimiento nacional». El mundo mental del indio, a mí me consta, vive todavía su vida agazapado en el mestizo de la provincia venezolana, y yo soy uno de esos mestizos provincianos: y estoy vivo, bien vivo, y el indio es un ser luminoso, sonoro y vibrante en mi pulsación y voz. Como he sentido el palpitar del indio en sus creaciones aparentemente muertas, es que quiero hacer notar que los pueblos de América Aborigen no fueron pueblos muertos coma algunos interesados autores nos los pintan, sino pueblos vivos en lucha y movimiento; yen los que aun subsisten, dormita latente aquella gran fuerza expansiva para la hora en que tenga necesidad de ella la historia. Siendo el arte y la ideología del indio americano expresión cultural de esa gran fuerza, deben ser tenidos justicieramente -no ya como teórica abstracción- sino coma viva y viviente gran creaci6n humana, y, como ta!, constelada de las mismas excelencias como de las mismas taras que el hombre sobrio y sencillo que de ese modo la formó. Hay que entrar a considerar el arte, la ética, la religión y el mito de los indios como pura emoción vívida -como expresión fluente de algo mutuamente vivido como contemplación del mundo y la vida americanos – todavía esencialmente subsistentes- hecha puro espíritu; coma espíritu objetivado del grupo social humano en que cada forma de arte o cada noción mítica hallo su propia vida. Los impulsos vitales del querer subsistir y el querer reproducirse; los impulsos espirituales del querer salvarse a sí y salvar al propio grupo -porque allí todo fue comunitario- a que el hombre pertenece, en un mundo casi siempre imaginado coma mágico, agresivo y trascendente; y los impulsos culturales de sublimar impulsos inferiores y traducirlos en creación estética, deben ser tomados en su recta y total significación. Acostumbrémonos a reconocer al indio americano coma entidad vital libre; como sujeto, ni romántico (esto es, como motivo pintoresco «exótico») ni romantizable, sino como hombre real, palpable y material; como espíritu beligerante frente a los demás hombres de la tierra, sus iguales; coma ser creador y neoconformador, capaz de engendrar una cultura propia como de modificar una cultura advenediza que contra su voluntad le impongan: un indio capaz de decir no (capacidad que para Scheler significa la máxima prerrogativa humana), y de guardar un silencio frio, condenatorio, rebelde, que rumia en su aislamiento, una venganza. Imaginemos al indio padeciendo, amonedando humillaciones y miserias, con la vista tendida hacia el mañana: al indio como fuerza social sorda y subterránea que va minando en América la frágil estructura que erigieran las blancos. Configuremos al indio coma agente potencial que no debemos olvidar en modo alguno en la futura reorganización venezolana, sino como entidad potente venezolana y actual, que tenemos que desenterrar, regenerar y utilizar, no ya como agente pasivo o destructor, sino como punto de apoyo formidable para reconstruir el mundo americano.

Sobre el autor

*Del libro: Hacia el indio y su mundo: pensamientos vivos del hombre americano (1946). Publicado en: https://icaa.mfah.org

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