literatura venezolana

de hoy y de siempre

Cármenes

Nov 23, 2021

Juan Liscano

Metamorfosis

Tu bloque de hielo flotante
tu iceberg tu castillo de escarcha
tus labios de cascada helada
tu soledad polar
en la noche gélida del mes de enero.

Tus labios como dos cuchillos fríos
tu lengua y tu saliva
como lento glaciar que resbala
tu pubis como un bosquecillo de pinos
sobre la estepa nevada.

Para vencer la noche y la helada
para ahuyentar la soledad como un hambriento lobo
establecimos ritos de sangre
de fuego
de marcha lunar.

Tú cantas. Yo canto.
Las lenguas de nuestro canto nadan en el viento
como dos peces de fósforo.
Tú cantas desde el fondo de ti.
Yo canto desde el fondo de mí.
A nuestros rostros asoman desconocidos rostros.

Tú cantas desde el fondo de ese nuevo rostro aparecido
y tu carne se irisa florece en cristalería de nieve.
Una luna marina la enciende una luna interior
y es como resplandeciente gruta de hielo.
Yo canto desde el fondo de mí y nazco otro.

Brota una voz desconocida
un verbo una lengua de mí que no sabía
brota un hombre de deseos como una llamarada:
delfín que salta
oso que se yergue
flecha que da en el blanco.

Yo canto. Tú cantas.
Dejamos de ser los mismos.
Los hielos retroceden. Se funden los glaciares.
La noche se llena de murmullos de aguas.
Nuestras voces nadan en el viento
como dos peces de fósforo
vuelan por el aire azul de luna
como dos aves de estrellas.

Tú cantas desde el fondo de los seres que te pueblan.
Te llena el coro de sus voces.
Eres la tierra el agua el fuego
eres un pájaro hembra y un tibio nido.
Yo canto desde el fondo de mis verbos:
soy la lluvia el cauce la ceniza el humo
soy el viento y mis lenguas lamen tus plumas.
Eres el eco del viento
cuando suena su rumor de fondo del mar entre los pinos
y yo soy el pinar.

Yo canto. Tú cantas.
Tu voz suena mía. Suena tuya mi voz.
Eres ahora la lluvia la nieve el granizo de mil pisadas
y entonces soy la tierra el agua: lo que eras tú.
Te miras en mí como un paisaje
eres el lecho en mi río
fluyo
te mojo toda
soy el agua de erizadas crestas de gallo
el agua que canta como un gallo y sacude sus plumas
soy el gallo de lumbre que te seca y te enciende
y te convierte en ceniza en humo y en distancias.

Tú cantas. Yo canto.
Soy el eco de tu voz. Eres la sombra de mi voz.
Nuestros pueblos se juntan en paz.
Retrocede el invierno. Reverdece el otoño.
Amanece la noche
el hielo corre río de la aurora
el polo resplandece como trópico
fulgura el eterno verano el equinoccio justo
la Edad de Oro
y tú y yo somos clarividencia
doble pájaro del sol.

 

Joven rostro milenario

Me asomo al agua corriente de su cara
a la cambiante luna de su espejo
la estoy mirando, la miro al fondo
parece otras en ella misma
sus rostros pasan, se arremolinan
se van a pique surgen de nuevo:
el de la infancia afortunada
dueña de guardas y de siervos
el de la joven voluntariosa
que pudo quemar sus edad en un gesto
el maternal y lleno sin una sombra
el que equivocó los signos
el que tiznó el deseo
el del acecho, el de las trampas
el naufragado, el amanecido
el que miró la muerte y la locura
con los ojos del vidrio o de la llama
el que brilló entre las tinieblas
el que despuntó un día.

Rostro sin tiempo el suyo
modelado por los dedos de la tormenta.
Joven rostro milenario
que destruye y reconstruye su apariencia
como el tiempo
como la noche
como el fuego
como el agua que siempre da frescura
y al pasar se va quedando en agua, siempre.
En sus mejillas rozo su infancia.
Su juventud
persiste en su cabellera.

El tiempo hirió su nariz de ave serrana.
Carbón de luna brilla en sus ojos.
Sus párpados tienen el peso de sus alas
las huellas de sus caídas.
El júbilo y la tristeza se besan en su boca.

Asomado al río de su rostro
miro profundamente
pasar en su semblante todas sus caras.
Ríe, se alza un vuelo, tiembla el follaje
la empaña algún eclipse
oscurece
cae una estrella
resplandece otra vez
resplandece ahora mi risa sobre su risa
mi rostro asciende sobre sus rostro
sus labios son el reflejo de mis labios.

Entonces aflora el rostro doble de la dicha.

 

Manos en el zodiaco

Tan sólo con un gesto
puedes abrir las puertas más herméticas,
quebrantas los muros con un dedo,
cortas la coraza de mi duda
con el filo de tu uña más pequeña,
llenas de ti el aire que respiro
cuando tus manos hablan, cantan
cuando tus manos tocan, anuncian o desnudan
no sé qué lumbres, qué frutas, qué esculturas.

Tus dedos danzan la pequeña bailarina que fuiste,
danzan la primavera, las fiestas de la infancia,
danzan la adolescencia hecha a tu imagen,
la juventud de un largo y sólo día,
y aquella crepuscular historia
del corredor secreto de la alcoba prohibida
de la llave del castigo
—la llave siempre a punto de sangrar—
con que abriste la puerta rechinante
de un miedo curioso, retenido.

Eran sombras en suspenso, rincones poblados,
maderas denunciando las pisadas,
polvo como arenal de soledades
y de pronto el tajo, el relámpago,
el brinco de un tigre de silencio
la herida aullante, desmelenada, venosa,
el pavor con sus mil lenguas trabadas
y la fuga, el aire hecho añicos,
entre espejos deformantes, muros dehiscentes,
corredores asaltados por un viento andrajoso
que amontona desperdicios contra las paredes.

Niña hechizada: para huir de un secreto
rompiste vidrieras de seculares ventanas
y empujando de un golpe tu vida
caíste en la noche, en la grama nocturna,
bajo los presagios de la luna;
te arrojaste a la calle, al día caliente,
a las tormentas próximas del verano,
cuyos torbellinos de arena y de espuma negras
cubrieron tu adolescencia enamorada,
la alcoba maldita, la casa abandonada,
la primavera rota en mil cristales.

En la piel de tus palmas
el verano puso montes para ocultarte,
sequías para asfixiarte, desiertos para perderte.
En la piel de tus palmas
el estío aventó su mies solar,
los rubios granos de las bayas
que en los mediodías extenuados
estallan con ruidos de cáscaras partidas.
En la piel de tus palmas
¡cuánto camino veraniego volcado en una playa,
cuánta escondida senda caída en un abismo,
cuánto riachuelo convertido en cauce seco,
cuánta fuente clavada, cuánto volcán, cuánta ceniza,
cuántos arbolillos de fuego en el viento de la desdicha!

El otoño advino sobre el dorso de tus manos
a espaldas del feroz estío
y exprimió sus uvas, sus lunares de oro,
sus racimos de lumbres y follajes.
Las horas eran colinas ondulantes
llenas de nuestra nostalgia o de nuestro anhelo.
Una quietud apasionada y sin nombre
nos juntó en una misma entrega lúcida.

El otoño: resina que gotea de una herida,
monte de fermentos y de olores amargos,
dunas del crepúsculo, playas del equinoccio.
Pudiste alzar la copa con la frente en alto,
beber, a veces, junto con el vino,
algún reflejo de astro, alguna exhalación.
Pudiste contemplar en paz las huellas,
las obras que tu deseo o tu esperanza levantaron
contra lo que sin cesar nos deshace:
rompientes y mareas, ventiscas y tormentas,
cuernos del Tiempo, rebaños del Tiempo enfurecido,
simplemente lluvia, lluvia interminable del Tiempo.
Estabas ante tus obras y también ante tus derrotas:
ecos, rompecabeza de sonidos, de recuerdos,
imágenes que volvían a la superficie del sufrimiento
como un atroz ahogado que los légamos soltaban.

Entonces el otoño se hinchaba de gritos.
No era ya la estación templada
—rojo fulgor milenario de las yedras—
ni era prado tibio el dorso de tus manos,
sino la escarcha, la helada, el crudo invierno,
caídos de un golpe sobre la estepa del recuerdo
donde errantes y solitarias aullaban
las bestias insomnes de tu pena y de mis celos.
El otoño clavaba en mí sus dientes,
hincaba en mí tus uñas,
tus diez carámbanos de hielo,
tus diez cortantes láminas de vidrio,
tus diez hojillas de nácar afilado.
Me revolvía mugiente, cavernoso,
era preciso pelear por la dicha,
pelear contra el Tiempo, arrancarte del ayer,
empezarte otra vez, cubrirte con todo el humus mío;
ronco , gimiente, sordo, intemperante,
hasta que al cabo de las nieves holladas,
al término de los meses amoratados por el frío
se escuchaba un despertar cristalino,
el regreso de los vuelos, de las fuentes
y los dedos volvían a bailar
los invisibles triunfos de polen
la estación de la primavera recóndita
y era, en otoño, otra vez el verano,
una tórrida vendimia gozosa,
los mediodías llameantes,
las parras transformadas en trigales,
los climas confundidos en los labios,
el solsticio de estío sangrado por tus palmas,
las líneas de fuego del destino,
el calendario como rueda de cambiantes luces,
estrella giradora de los vientos:
¡y tus manos en el centro del trémulo zodíaco!

 

El reino de tu cuerpo

Mi cuerpo es tu cuerpo.
Sol en Trópico de Cáncer.
Días del invierno abrasado
de los candentes alisios y las lunas del trueno.
Entre jardines colgantes reluce la lluvia:
anillos, cristales y relámpagos.
Mi cuerpo en tu cuerpo abre sus plumajes
agita sus alas, canta, vuela
llama las aguas fértiles
pájaro del verano, pájaro heraldo.
Mi cuerpo en tu cuerpo se arraiga
pone sus huevos, echa semillas, se soterra,
sangra su amarga miel, su dulcedumbre que huele a humus.
Mi cuerpo en tu cuerpo de aguas madres
sol en Acuario, luna de Cáncer
cangrejo azul entre tus ríos nobles
crecidos bajo las tormentas equinocciales.

Han vuelto los tiempos del Diluvio.
En el llano inundado miro las islas de soledad
tierras recién salidas de las aguas
sobre las que aún no se ha posado la paloma de Noé.
Estamos solos en medio de la lluvia
en medio de los vuelos, en medio de la fuga de los días,
soles y dobles, habitados el uno por el otro
reflejados uno en otro
cuerpo exacto que junta la imagen con su objeto
y atraviesa, cantando, los espejos del tiempo.
Estamos solos en medio del invierno tórrido
aquí en el Trópico, aquí entre nieves
en todas partes, en ninguna parte
caídos uno en otro, entrando uno en otro
mientras nos rodean el círculo de las tempestades
las voces de la muchedumbre
el resplandor de las ciudades
las inocentes parejas del Arca
la noche pródiga, los soles rumorosos.

El zodíaco gira sobre nosotros
mezclando los meses y los signos.
Cáncer navega en Acuario
Julio es un río en el que tú te bañas
Agosto sacude su melena de llamas
y te envuelve en un rugiente clima de estío
Septiembre derrama un vino crepuscular
Octubre suelta su jauría de monteros
Noviembre tiene el gusto de tus labios
tu olor a enredadera y a tierra recién mojada
Diciembre sale de tu cabellera
sale de tus ojos, sale de tu risa
lleno de balcones soleados donde besarnos
y abre un abanico de caminos verdes
para que nos fuguemos hacia Enero
hacia sus montes de hielo o sequía
hacia su sol de montaña pascual
hacia el Año Nuevo de rostro doble
Enero de dos filos, Enero de dos cuerpos
arco de escarcha o de lumbre
que hemos cruzado tomados de la mano
pasándonos el alma de boca en boca
zozobrados en nosotros mismos
como peces en celo, frenéticos peces que desovan
en los mares nupciales de Febrero
hasta varar su furia de espumas y de dientes
en los puertos de Marzo, playas del equinoccio
donde la Primavera y nuestra despedida
confundieron en una misma promesa de renuevos
sus nombres, sus memorias, sus pasos, sus adioses.

II

En la penumbra tu rostro color de luna
las alas de tus ojeras
la negra planta de tus cabellos
y el trópico de tu cuerpo
los días de verano o de invierno lluviosos
las cosechas dadas o las cosechas perdidas
el mar rompiendo contra mis litorales
tú: llanura, salinar, montaña a la que subo
para tocar cerca de tus senos alguna estrella tibia
tú: selva cuyo pesado olor milenario
se estira y en mí se enrosca como una sierpe
tú: guijarro, pluma al viento, trepadora en flor
monte por el cual me pierdo
yermo por donde padezco
huerta florecida en mi costado
ría de la noche, fuente de luna llena
Encantada de las aguas.
Voy cayendo en ti
caigo en tu imagen, en tu espejo
hacia la rosa ardiente, secreta de tu boca
naufrago en ti, en tu vaivén de ola
en tu flujo y reflujo constelados.
Mecida en tus corrientes
te mueves, ondeas, nadas, flotas
trémula medusa de cabellera de obsidiana;
eres el mar cuando buscas tu dicha,
soy un pez entre tus aguas nocturnas
por donde pasan jardines de fucos
estrellas, anémonas, guirnaldas de fósforos;
eres el mar cuando buscas tu dicha
como una herida que vas gozando con los ojos cerrados.

Oh Amada, en el fondo de tu sexo
toco hasta sangrar de gozo, tu corazón caliente.
Lo voy sacando hasta tus labios
lo beso en tu revuelta cabellera
lo asomo al día que nos mira
al aire que respiramos juntos
mientras rompen a volar las campanadas
del instante de plumas tibias en que desfalleces.

 

Hoy

Temporada de júbilo junto a tu cuerpo.
Todo es hoy, todo es presencia activa,
los números del año suman este mes de trinos,
multiplican el brillo de este día compacto,
restan la angustia en que me dividía
y ahora, colmado de tiempo, de resonancias,
frente al mar, frente a las Islas Felices,
entro en el resplandor de la primavera.

Suena el instante, da la hora.
Largamente huele a lavanda.
Un barco se aquieta junto al muelle.
Está lleno de pesca crepuscular.
Las redes húmedas cuelgan de sus mástiles.
La estela es apenas un ondulante cabello verde.
Cierro los ojos para tocar el fondo,
para sentirme en tanta unidad, en tanta paz.
Pero zozobro en el recuerdo,
me alejo, me quebranto,
lo que estoy viviendo se desploma hacia el ayer.
Entonces mi mano corre hasta tu cuerpo,
me aseguro de ti que estás tan cerca,
abro los ojos, leo la hora exacta,
son hoy, ahora mismo, tiempos vivos, cabrilleantes,
y empiezo a ser de nuevo el que te roza,
el que visita tus rincones y te piensa.

Sábados, sábados de luna llena,
domingos de cara al sol marino,
a los jardines de azaleas y palmeras,
semanas cortas de un solo y mismo día jubiloso
y cuando ardemos juntos: no hay medida;
y cuando el sueño y el cansancio gozosos:
¡todo se vuelva dunas y arenas que se vierten!
Nunca sospechaste la dicha que guardabas
ni sabías que las heridas cantaban
ni que las espinas podían resolverse en polen
ni que una fecha igual, un día semejante,
la misma hora regresaba, repetida,
daban lugar a penas o a alegrías tan contrarias.

Es un reír en la risa del otro,
un entrar y salir de los besos,
un caernos recíprocamente al agua,
un zambullirnos y nadar el uno en el otro,
para, al fin, salir al aire, mutuos, reflejados,
y volver a reír con todo el cielo,
con el tiempo, la edad adulta, el porvenir, presentes.

¡Cómo te exijo y te contengo,
cómo te pido más hasta sangrar de dicha,
cómo me empeño en esta obra de vivirnos,
de estar juntos, a solas con el mundo,
de estar solos, junto a todo lo que existe!

 

Dicha sangrante

De cosa en cosa tejo tu existencia
te persigo en cada forma porque te amo
te acepto entre mis propias negaciones
me pierdo a veces en tu angustia selvática
y al influjo de imprevisibles meleficios
te ofrezco un lucero que se vuelve cardo
quiero acariciarte y te desgarro.

Entramos y salimos de las cosas
sumados sin cesar al tiempo que nos resta.
Te llevo de eco en eco
te repito
te imagino yacimiento para hacerme minero
me transformo en barro
para que tú seas la mano alfarera
respiro en tu resplandor y te pienso
con la desesperada certidumbre de morir

Sueles perderte en mí ávidamente
sueles esconderte en mi sueño en mi vigilia
quieres ser mis labios para que te nombre
aceptas ser agua para que te beba
asumes por momentos mi existencia
te sorprendes contando tu vida con mis dedos
y cuando menos lo advierto
te alcanzo
caigo en ti
me sumerjo en tu presencia
me convierto en tus sentidos
te huelo a mí y a ti sabe mi gusto
hablas en el fondo de mi oído
veo con tu mirada me toco en tu recuerdo.

Dame tu sombra para esclarecerte.
Te defiendo contra mí contra ti misma
aparto de tu paso las horas
para que tu cuerpo siempre sea floresta.
Acepto que los vientos me gasten
que me pudran las lluvias de abonos
que me devoren las hormigas de talle esbelto
para que tú puedas ser una escultura milenaria
y atravieses los tiempos con gesto interminable.

Fuerza marina
rompe contra mis huesos
alimenta tu energía con el soplo con que te amo
afila en mi costado tus estrellas cortantes
muérdeme en los hombros
clávame tus uñas de vidrio
aprésame en la red de tu cabellera
dispara tu largo gemido que me hiere los ojos.

Desde la raíz de esta dicha sangrante
me arrojo sobre ti fiero inválido afanoso
te araño a ciegas para desnudarte
rompo la cáscara que oculta tu almendra dulce
te descorazo te despojo de tus armas te encorazono
te tomo delicadamente entre mis labios
mis manos cantan sobre tu piel
mis dedos pulsan una cuerda menor tremulante
música de espinas y de plumas suena
nada se nos opone ya
nada nos separa mientras cae este grano de arena
mientras dura su liviana caída
somos el tiempo
somos las playas radiantes del verano
y ahora las parejas se acoplan en nosotros.

 

Marea viva

Como la ola pero no como la mar inacabable
como la ola solamente que nace y se derrumba
como la ola que muere de su propio impulso
que se expande rugiente y se estrella espumea destella
hasta abolirse en la ribera o regresar a su origen
como la ola que es un temblor del tiempo
tú y yo sobre la playa
frente a las olas
en el tiempo que nos destruye y nos repite.

Más tarde
después
cuando no estemos
¿verán otros ojos este mismo movimiento
con los ojos de quienes lo contemplamos ahora?
¿podremos asomarnos a aquella mirada?
¿tendrá la nostalgia en otros labios
sabor a salitre
como ahora la tiene en tus labios?
¿despedirán las aguas descendentes
este profundo macerado olor sulfuroso
levemente carnal y carnívoro
que evoca despojos de líquenes de algas de mariscos?
Si así fuese: ¿lo sabrán nuestros polvos
lo sabrá nuestra muerte?

Desde lo profundo del otoño marino
te invito a subir hacia el día futuro clarísimo
en que alguna pareja enlazada
semejante a la nuestra
al contemplar las olas que rompen destellan espumean se abolen
pensará en la muerte uniforme general
pensará en la suya y en quienes más tarde
podrán perpetuar la mirada con que se aman ahora
la mirada con que también ven moverse las olas
en el tiempo sin duración que las repite y las destruye.

Acaso sientan ellos entonces vivir su eternidad.
Acaso la sentirán como si fuera el firmamento
acaso empiecen a ascender hacia su nebulosa
como las aguas vivas del mar en tiempos de equinoccio.

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