Por: Rafael Victorino Muñoz
Quería comenzar esta nota diciendo que Carlos Paz García es verdaderamente un desconocido, un ilustre desconocido. Sobre él aparece una pequeña nota en el Diccionario general de la literatura venezolana (1987), en la que apenas se menciona que nació en Valencia. El año es, presumo, inverosímil, pues se dice que fue en 1801. (Presumo que debe haber sido 1881.) En la ciudad que lo viera nacer fundó una publicación: Tartarín. Vivió después en Caracas, donde colaboró con El cojo ilustrado, El Universal y la Revista de Caracas. Allí murió en 1925. Antes, en 1919, había publicado su único libro de cuentos: La daga de oro.
Aparte de todo esto, hay poco que informar sobre su vida, que aparentemente transcurrió sin muchos sobresaltos, literarios, políticos, o de cualquier otra índole. Se podría decir que no es más que un escritor menor, un escritor de provincias. Aparentemente prefirió el ejercicio del periodismo al de la narrativa. De lo poco publicado por nuestro autor, en cuanto a literatura se refiere, podría inferirse también que acaso ambos oficios se anulan, aún a pesar de trabajar, en apariencia, con la misma materia prima.
Paz García dio a la luz un solo libro. Sin embargo, me llaman la atención un par de detalles: la cantidad de bibliografía indirecta que aparece en la nota referida; me temo que ese rasgo ha llegado a constituirse para mí en un claro indicativo de la importancia de un escritor: cuando la bibliografía indirecta sobrepasa la directa, es un autor al que vale la pena tener en cuenta. De allí que me pareciera inicialmente digno de indagar, sobre todo porque la bibliografía indirecta incluye nombres como los de Picón Salas, Uslar Pietri, Díaz Seijas.
Quizá toda esa importancia concedida se deba al otro pequeño detalle: ser prácticamente el pionero de la tradición cuentística en Valencia. (Aunque en general en Venezuela, en los inicios del siglo XX, poco se cultivó el género del cuento, en comparación con la novela o el ensayo.) Por ello, respetando una estricta cronología, Zupcic (1997) lo coloca abriendo fuegos en la antología por él elaborada. Y en efecto, la Daga… fue publicado tres años antes que los Cuentos grotescos de Pocaterra.
Claro que no todos los iniciadores tienen la suerte de ser Montagine; por el mero hecho de ser el innovador, descubridor, fundador, inventor o precursor de algo no está garantizado que ese algo sea bueno o notable per se. Es posible que muchos iniciadores hayan desaparecido de la memoria, opacados por la gloria de los que continuaron con mayores aciertos. Shakespeare no inventó ningún género (aunque Harold Bloom asegura lo contrario); presumo que tampoco importa mucho.
Pasemos a los relatos de La daga de oro de Paz García. Más que relatos, yo diría que son retratos, estampas, daguerrotipos, puesto que hay más psicología, o más evocación, que acción. Son, en su mayoría, retratos de seres marginales, (auto)estigmatizados por algún hecho del pasado, en cuyo remembranza discurre el texto.
El relato que da título al libro es una joya sin duda, antologable desde todo punto de vista, no sólo local ni nacional; hay algo de Poe, sin duda, y si no fuera al revés el asunto, diría que hay algo de Borges. Asimismo, las Jornadas bárbaras en conjunto son lo más notable; son crónicas, muy precisas, condensadas, a las cuales imagino que el autor estaría muy acostumbrado.
Ahora, aunque demuestra gran dominio de la prosa (es el hábito del escritor), para mi gusto las descripciones son más bien románticas y, normalmente, sustituye la evidencia con la explicación, es decir, en vez de hacer que un personaje se exprese de manera caótica, lo dice, dice que es caótico, y con eso basta. (Esto era lo que Dostoiewsky no quería, que le dijeran que las monedas sonaban. “Hágalas tintinear”, demandaba.)
En la mayoría de estas remembranzas, hay gran predominio del elemento afectivo-amoroso como eje temático; por supuesto, se trata de desamores. Al respecto, Uslar Pietri señala que el carácter de las letras venezolanas, entre otras cosas, evidencia un gran pesimismo y frustración, que se manifiesta bien en la presencia de personajes añorantes, abúlicos o fracasados, o bien en la presencia de un tono satírico.
Tal como lo he venido exponiendo, el horizonte de expectativas que un lector se formaría sobre Paz García no sería nada prometedor. Quizá por eso sonará aún más contradictorio decir que buena parte de la narrativa venezolana pasa por sus relatos, es decir, nuestro autor parece explicar por sí solo muchas de las vertientes que posteriormente desarrollaría la narrativa breve venezolana a lo largo del siglo XX. No quiero expresar con esto que haya sido una gran influencia; acaso no lo fue, acaso no ha sido muy leído, ya que su libro conoció una única y pequeña edición.
Más bien creo que funciona como un prisma, como un aleph. De un modo u otro, los temas que aparecen después en los narradores venezolanos ya estaban en Paz García. Por ejemplo, el relato El sapo recuerda (o prefigura) a esos personajes atípicos y estrambóticos que abundan en la narrativa de Mariño Palacio (verbigracia, su Abigaíl Pulgar), en Jiménez Ure, en Ednodio Quintero, y hasta en Garmendia.
El ejercicio de la memoria, de la nostalgia fabuladora, en el cuento del trapecista, muestra otra gran corriente de nuestra literatura, muy frecuentada desde Teresa de la Parra. También se encuentra en sus jornadas bárbaras el antagonismo civilización-barbarie, tan caro a Gallegos y a otros; además del historicismo (gran filón de la narrativa venezolana). Pero a quien más me remiten estas jornadas, es al Armas Alfonzo de las historias de montoneras (incluso con ese dejo de oralidad).
Se me multiplican hasta el infinito estas presencias. Casi todo lo que habría de estar en la narrativa venezolana ya estuvo en Paz García[1]. La mayoría de los cuentistas venezolanos que he leído a veces se parecen un poco, sólo un poco, entre ellos; pero a menudo sólo se me parecen a Paz García, casi todos. Me recuerda un poco esa frase que comúnmente atribuyen a Paracelso: hay muchos hombres, pero están en uno. Yo diría: hay muchos narradores venezolanos, pero están en Paz García.
Por eso, me cuesta imaginar la narrativa venezolana sin él; y viceversa: imaginarlo a él sin la narrativa venezolana, ya que la presencia de todos esos temas en otros narradores posteriores, es lo que lo mantiene vivo en la memoria, al menos para mí.
Bibliografía
Diccionario general de la literatura venezolana (1987). Mérida: Consejo de Fomento U.L.A.
Paz G., C. (1919). La daga de oro. Caracas: Imp. Bolívar.
Uslar P. A. (1958). Letras y hombres de Venezuela. México: Fondo de Cultura Económica.
Zupcic, S. (1997). Manual para una cabra. Antología del relato carabobeño. Valencia: Universidad de Carabobo.
[1] Dar buena cuenta de ello requeriría quizá de un largo estudio, de una tesis, que busque esas relaciones intertextuales con otros tantos autores venezolanos.