José Pulido
A Petra Simne, amor de siempre
Primera escena
Michael y Guillermo están en un parque. Al salir del parque hay una calle y enfrente un viejo bar. Ese podría ser un escenario.
Michael y Guillermo caminan y hablan.
Guillermo: A veces la gente no escucha lo que le están diciendo y en muchas ocasiones responde sin escuchar las preguntas. Tocas un tema y cuando empiezas a comentarlo, apartan el rostro y se ponen a hablar de otra cosa con los demás.
Michael: Son demasiadas las maneras que utiliza el ser humano para determinar y dirigir su propia miseria. En materia de charlas prefiero a mi nieta. Ella me dice «Abuelo: estás sordo” y yo le respondo: “Claro que estoy gordo…la pasta, las cervezas…”. Y nos reímos. ¿Qué es eso que veo en el suelo?
Michael se agacha y recoge una cartera estropeada. La revisa junto con Guillermo a su lado.
Guillermo: Tiene una cédula de identidad vencida… se llama Cardenio el propietario…los billetes son lo que son: siempre valen algo. Podemos quedarnos un poco más en el bar gracias al fulano Cardenio.
Michael: Caminemos con parsimonia para que las cervezas se vistan de novia.
Cuando avanzan un poco más encuentran a un hombre joven en harapos, tirado en la acera.
Guillermo: Según veo, es el mismo del documento de identidad. Y parece vencido también. Tenemos que ayudarlo, es muy joven.
Michael: demasiado joven para estar tirado como fardo y demasiado viejo para gatear.
Lo levantan y se dirigen al bar de mala muerte.
El barman Panza: Cada vez que ustedes entran en escena se marea mi cerebro y mi corazón se emborracha porque todo lo alborotan…
Guillermo: Si somos como un licor para ti, deberías pagarnos. Aunque me parece que tus mareos son obra de esa barriga que todo lo contiene y todo lo evapora.
Michael: Vapores que hemos sufrido sin quejarnos, como sólo pueden hacerlo un chinchorro o un excusado. Pero hablando de otro tema, tenemos que conseguirle ropa limpia a este joven ¿tendrás algo con remiendos o sin remiendos en tu vestuario de otoño?
El barman Panza: Me extraña su empeño en ayudar a un semejante que no se ha bañado en meses.
Michael: es nuestra materia prima. Y está sucio porque ha caído muy bajo.
Guillermo: Y ha caído muy bajo porque la suciedad pesa y te arrastra. Además, cuando te vuelves indiferente ante la piquiña de la sarna estás perdido…
El barman Panza: Si Jesús hubiese convertido los ríos en vino yo me bañaría cada media hora. Bueno, bueno: hay que llevarlo a mi cuarto para ver qué podemos hacer por su mugre.
Guillermo: Eres como las matemáticas: se puede contar contigo…
El barman Panza: A muy porfiado pedir, no hay que resistir. Amistades que son ciertas, mantienen las puertas abiertas.
Lo meten al cuartucho. Hay una cama apenas y una mesita de noche.
Michael: Con este muchacho le agregamos el perfume que faltaba a la guarida de nuestro barman predilecto.
El barman Panza: Burlas pesadas, ni para viejas ni para casadas. Buen porte y buenos modales, abren puertas principales.
Guillermo: Déjense de tanto refrán y busquen un trapo mojado, un agua de colonia o algo parecido para que limpiemos a este joven antes de vestirlo con la ropa de renacer…
Panza busca un trapo húmedo y Michael y Guillermo desvisten al joven. Panza llega y le limpia la cara mientras los otros dos le quitan la camisa. Un enredo. Cardenio murmura, como soñando:
Cardenio: Luscinda…Luscinda…
El barman Panza: (No resiste la oportunidad) Alteras lo que me guinda…
Cardenio: Tu caricia es olorosa…Luscinda…
Guillermo: ¿Quién será Luscinda?
Michael: No lo imagino, pero es un poderoso recuerdo…Deberíamos dejarle puestos los mugrosos pantalones. Tiene un sueño muy…
El barman Panza: (Riéndose) Alteras lo que me guinda…
Guillermo: Estos pantalones que lleva están más sucios que mochila de loco. Y deja de hacer rimas baratas, Panza…que no le guinda nada, que más bien debería soñar con una niña descalza…porque todo se le alza…
Michael: Es mejor que mojes ese trapo con agua bien fría, Panza…porque este muchacho sigue soñando con la Luscinda descalza o lo que sea…
En ese momento Cardenio abre los ojos.
Cardenio: Soñé que me acariciaban…
El barman Panza: Por eso nos apartamos. (Le lanza unos pantalones y una camisa a Cardenio) ponte la ropa para que comas algo.
Cardenio se viste rápidamente.
Guillermo: ¿Todavía está alterado?
Michael: Ahora su hambre es otra.
Ya está listo Cardenio. Salen hacia la barra del bar con el joven más o menos presentable. Le dan comida en la barra. Lo miran comer. No lo interrumpen.
Guillermo: Ya comiste con el apetito lógico de tu padecer ¿podrías decirnos qué te ha pasado?
Michael: ¿Por qué has caído tan bajo teniendo tantas alas?
Cardenio: Les contaré todo lo que me ha acontecido con una sola condición: no me dejen beber un trago de licor porque entonces me hundiré de nuevo en un pozo sin fondo.
Michael: Beberemos por ti.
Guillermo: Y por todo el que se agregue.
Cardenio: Mi nombre es Cardenio; mi patria es una ciudad de las mejores; soy hijo de padres ricos y mi desventura es tanta que mis padres no han podido aliviarla con su riqueza. Para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes de fortuna.
De esta misma tierra es la hermosa Luscinda a quien amé, quise y adoré
desde mis tiernos y primeros años, y ella me quiso a mí con aquella sencillez y
buen ánimo que su poca edad permitía.
De pronto, Cardenio parece entrar en trance y su voz recita:
Desde niños nos amamos,
Luscinda y yo
Y cada año que pasaba
Ese amor se triplicaba
Ahí no cabía la espera
Y a los cielos le pedía
que esposa mía la hiciera
su padre dijo que no
que mi padre la pidiera
y mi padre me creía
muy tierno para esa brega
me dijo que trabajara
para un duque y que después
podría casarme con ella
El padre de mi Luscinda
Me prohibió que la viera
Y el deseo y el amor
Incendiaron la pradera
Guillermo: ¿Por qué narrará con versos este muchacho su vida?
Michael: Porque todo el que no ama desafina
Guillermo: (Dirigiéndose al joven) ¿Y qué pasó después? ¿Y por qué tiene fortuna ese duque? ¿no se han venido a menos?
Cardenio: Este duque es criador de caballos de carrera. Bueno: el fulano duque quería que fuese asistente de labores su hijo mayor. Y así fue. Pero el hijo menor fue quien se hizo gran amigo mío.
Como amigo me contó que deseaba mucho a la hija de un criador de caballos que era socio de su padre. Ella era hermosa, recatada, discreta y honesta y don Fernando me confió que le daría palabra de ser su esposo para poder obtenerla. La quería engañar.
Michael: Caramba: mal ejemplo el de ese amigo.
Guillermo: Por culpa de esos machismos es que ya nadie canta aquellas canciones que parecían tan graciosas y no lo eran.
Canta: “dijo el sabio Salomón, que el que engaña a una mujer, no tiene perdón de Dios, si no la engaña otra vez….”
Cardenio: Yo, obligado de su amistad, con las mejores razones que supe y con los más vivos ejemplos que pude, procuré estorbarle y apartarle de tal propósito. Pero, viendo que no aprovechaba el consejo, decidí comentarle el caso al duque Ricardo, su padre. Otra vez entra en trance y comienza a recitar:
Por ser su amigo sincero
Lo quise apartar de aquello
Pero insistió en que lo haría
Y no tuve más remedio
Que contárselo a su padre
Don Fernando me engañó
Al decir que desistía
Y plantear que lo mejor
Para evitar tal intento
Sería irnos a mi casa
Y pasarnos algún tiempo
Lejos de la tentación
Y yo creí que era cierto
Pero de todo ese entuerto
Solo obtuve una traición
Un romance medio muerto
Y un luto en el corazón
Guillermo: Menos mal que no canta. Compondría baladas cursis…
Michael: Y baladíes…
Cardenio: Don Fernando le dijo a su padre que iría a mi casa y pasaría un tiempo con nosotros para comprar unos caballos. Yo estaba muy feliz porque vería a Luscinda….
Michael: Todo parecía marchar bien…
Cardenio: Don Fernando me confesó que había logrado engañar a la muchacha…eso me echó a perder el cuerpo…
Michael: (recitando)
Ese don Fernando
tiene caras dobles
Es un embustero…
y si has de insultarle
no le digas perro:
los perros son nobles
Guillermo: (respondiendo en el mismo tono) El que engaña por placer logra amargos desengaños y se le acortan los años.
Michael: ¿Qué alboroto irrumpe ahora? Tenemos público…
Una multitud de hombres y mujeres de diversas edades se agolpa en el bar celebrando un triunfo deportivo. Una de las mujeres toma un trago de una jarra, se vuelve hacia Cardenio, lo besa en la boca y le echa el trago de cerveza en el beso. Luego le entrega la jarra y Cardenio, alumbrado, bebe desesperado. Cardenio agarra una botella, la esconde bajo su camisa, alguien trata de arrancársela y se arma la tángana. Cardenio sale corriendo a la calle y se pierde.
Barman Panza: Cuando el perro muerde a su barman… esa botella la pagarán ustedes.
Guillermo: (Haciendo caso omiso de lo que dice Panza, observa al mujerío) Las mujeres se han embellecido al mismo ritmo que nuestros cuerpos se han vuelto un desastre…
Michael: Creo que tendremos aventuras más cónsonas con nosotros si buscamos a Cardenio y seguimos oyendo su historia. ¿Dónde se refugiaría un ser en ese trance?
Guillermo: ¿Con una botella de whisky robada? ¡en lo profundo del parque!
Guillermo y Michael salen hacia la tarde que está a punto de anochecer.
Segunda Escena
Escuchan que Cardenio habla. Está sentado en un banco. Saca la botella y trata de leer la etiqueta en el atardecer opaco.
Cardenio:
¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
Y ¿quién aumenta mis duelos?
Los celos.
Y ¿quién prueba mi paciencia?
Ausencia.
De ese modo, en mi dolencia
ningún remedio se alcanza,
pues me matan la esperanza
desdenes, celos y ausencia.
¿Quién me causa este dolor?
Amor.
Y ¿quién mi gloria repugna?
Fortuna.
Y ¿quién consiente en mi duelo?
El cielo
De ese modo, yo recelo
morir deste mal estraño,
pues se aumentan en mi daño,
amor, fortuna y el cielo.
¿Quién mejorará mi suerte?
La muerte.
Y el bien de amor, ¿quién le alcanza?
Mudanza.
Y sus males, ¿quién los cura?
Locura.
De ese modo, no es cordura
querer curar la pasión
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.
Guillermo: Su locura no se aparta de la poesía.
Michael: Su poesía impide que la locura lo venza.
Cardenio: ¿Por qué quieren conocer mi cruel historia?
Michael: Porque no nos perdonaríamos dejarte sin ayuda en caso de que exista la posibilidad de ayudarte.
Cardenio: La única posibilidad es que Dios me borre la memoria y no lo hace, pero inventó el licor que ayuda un poco.
Guillermo: Yo bebo y recuerdo hasta el día en que dejaron de amamantarme. Me pongo sentimental. En fin, muchacho: no pierdes nada si nos cuentas lo que te ha ocurrido y de paso puedes desahogarte. Luego eres libre de ahogarte en licor, si eso es lo que quieres.
Cardenio: Tiene usted razón. Comenzaré por el recuerdo de un mensaje que recibí de aquella hermosa Luscinda. Ella me escribió una nota que decía: “Cada día descubro en ti valores que me obligan y me fuerzan a quererte más”.
Guillermo: Esa es una confesión de amor cargada de decencia.
Cardenio: Decidí pedirla como esposa, pero le conté a don Fernando que mi padre no quería que me casara tan joven hasta ver lo que el duque Ricardo hacía conmigo. Y le dije que yo no me atrevía a decirle a mi padre que solicitara su mano ante el padre de ella.
Michael: Muy poco atrevimiento para quien ahora se arriesga mucho.
Cardenio: Don Fernando dijo que él se encargaría de hablar a mi
padre para que hablase con el de Luscinda. (Se molesta con el recuerdo) Traidor, cruel, vengativo y embustero, ¿Qué ofensa te hice? ¿Qué palabras te dije, o qué consejos te di, que no fuesen todos encaminados a acrecentar tu honra y tu provecho? (Cardenio lanza un golpe a alguien invisible y casi le pega a Guillermo).
Guillermo: Es inútil lamentarse y una pérdida de tiempo lanzar reclamos a quien no está por estos lados…no me gustaría recibir un golpe dirigido a don Fernando el engañoso.
Cardenio: Perdón…prosigo el cuento: don Fernando me pidió que fuera a buscar un dinero a su territorio. Me dijo: “ve donde mi hermano a buscarme un dinero. Cuando vuelvas estará todo listo”. Se lo conté a Luscinda y ella me dijo que procurase volver pronto. Cada vez era más bella…la tenía tan cerca.
Guillermo: ¿Intercambiaron caricias, besos?
Michael: Eres indiscreto como un gato…
Guillermo: Curioso…los gatos son curiosos como yo.
Cardenio: Hablábamos de cien mil niñerías y solo una vez, de un lejano día, tomé una de sus blancas manos y la besé. La reja que nos dividía era estrecha.
Michael: Déjalo que siga con su historia.
Guillermo: Los besos forman parte de su historia, aunque sean poquitos.
Cardenio: Cuando llegué a la casa de don Fernando fui bien recibido pero tardaron en entregarme el dinero. Pasaron ocho días angustiosos. Y todo fue invención del falso don Fernando, pues no le faltaban a su hermano dineros para despacharme luego.
Guillermo: Si desconfías, acortas tus pasos y si confías puedes tropezar.
Cardenio: Pero, a los cuatro días llegó un hombre en mi busca con una
Carta de Luscinda que decía, poco más o menos, que Fernando la había pedido en matrimonio y su padre había aceptado gustoso. El enojo me puso alas y pronto estuve hablando con Luscinda.
Guillermo: Creo que todo cambiará después de ese enojo.
(Se oscurece el ambiente, atmósfera de sueño. Cuando vuelve la luz, Cardenio y Luscinda están muy cerca uno del otro)
Cardenio: Ahora sé que eres tú quien huele a jardín nuevo. Nunca te había visto tan de cerca.
Luscinda: El amor crece cuando se conoce todo lo que contiene el ser amado. Pero también puede disminuir si lo conocido es terrible o vulgar. Yo, sencillamente, soy una mujer fascinada por la posibilidad de querer libremente a quien yo quiera.
Cardenio: Debería comprenderte, pero estoy temblando…
Luscinda: (pasándole un brazo por la cintura y atrayéndolo, tomando ella la iniciativa) No seré una mujer entregada a un hombre por conveniencia o negocio. Ardo en mi propio fuego, reconozco mis gustos y mis deseos y nunca los rechazaré ni los sacrificaré, aunque amo a mi padre y a mi madre y tampoco podría hacerles daño…pero el amor mío, este que pide placer y ternura, no está en discusión.
Luscinda, audazmente se levanta la falda, toma una mano de Cardenio y se la coloca entre las piernas.
La luz se va de nuevo y cuando vuelve aparece Cardenio con Michael y Guillermo.
Cardenio: Ella estaba en la oscuridad con sus ojos brillando. Me acerqué y me abrazó, cosa que jamás había hecho. Temblé, pero ella levantó su falda así: con su mano derecha y con la izquierda tomó mi mano y la llevó hasta donde ni siquiera había soñado.
Me conoció Luscinda y yo la conocí, aunque no era así como debíamos conocernos. Pero ¿quién hay en el mundo que se pueda alabar que ha penetrado y sabido el confuso pensamiento y condición mudable de una mujer? Ninguno, por cierto.
Guillermo: En medio de tanto drama tenía que haber un panal.
Michael: Si quieres probar la miel, afronta los aguijones.
Guillermo: Aunque nunca se “conoce” a nadie en una sola “conocida”…
Cardenio: Luscinda me dijo “estoy vestida de boda pero me mataré con una daga que llevo sin vaina, desvestida y escondida”. (Medita un poco) Salió como una canción. Ahora me doy cuenta… ella actuaba como atropellada en el hablar.
Michael: No podrías permitir eso. Que se suicidara con una daga o con cualquier otra cosa.
Cardenio: Le respondí “aquí llevo yo una espada para defenderte con ella o para matarme si la suerte resultara contraria».
Guillermo: Eso tampoco estuvo muy acertado…
Cardenio: La llamaron y se fue. Entré a la casa sin que me notaran. Así que,
me escondí detrás de unas cortinas por entre las cuales podía ver sin ser visto, todo cuanto en la sala se hacía.
Guillermo: Era como decir “mátate que yo sacaré la espada y veré qué hago”…
Se oscurece el ambiente y la luz ilumina solamente a Luscinda, quien habla como si pensara.
EL MONÓLOGO DE LUSCINDA
Luscinda: Mientras sigan creyendo que todo lo que se impone y se hace a juro es bueno no habrá verdadero amor. Solo mediocridad. Estoy rodeada de obligaciones que atentan contra la vida y me están condenando a la pena capital de no ser yo misma.
Decir sí acepto, sí acepto, sí acepto, es como lanzarse a un pozo creyendo que se sabe nadar y sin tener la certeza de que el pozo es profundo, es transparente o está lleno de rocas afiladas semejando colmillos.
Decir “sí acepto” ante un juez o un sacerdote es solo una frase que puede ocultar la realización de un matrimonio por obligación, conveniencia, ambición o ganas de escaparse de una situación desesperante.
A veces el matrimonio es el resultado de un espejismo que de repente se borra y la realidad aparece en forma de soledad o desesperación.
Cuando dos personas se conocen bloquean el conocimiento sincero, al fingir que son otras personas para atraerse, porque no creen que siendo lo que son merecen admiración, cariño, amor o respeto. Y por eso, al convivir y descubrir sus personalidades se encuentran con que cada quién se ha unido a un extraño y comienza a derrumbarse la relación.
Ningún hombre suda cuando te dice “eres diferente, eres bella, te amaré siempre”. Porque hablar y prometer es más fácil que beber agua. Y para colmo ni siquiera cambian el repertorio de las frases gastadas y comunes. El amor es probar con realidades lo que el alma desea. La gente debe probar con hechos sólidos la verdad de su amor. Lamentablemente un alto porcentaje de los quereres masculinos asume un comportamiento al revés.
Te prometen un día claro, te dejan que viajes sin abrigo y ponen nubarrones en tu senda. Te ofenden y después quieren borrar la ofensa con nuevas mentiras. Un bálsamo que cura las heridas, pero no cura la humillación, no es un buen remedio.
La mujer o el hombre que ofenden, acostumbran a mostrarse arrepentidos, pero la pena del que ofende no da alivio a quien sufre la carga de la ofensa.
El amor solo es posible cuando una persona sabe lo que es y lo que quiere y se lo transmite a la otra. Y pueden llenar sus soledades. Porque hay que encontrar unos labios amantes para que tus labios tengan una razón de existencia; tus ojos necesitan otros ojos para mirarse en profundidad; tu cuerpo todo ansía el abrazo amoroso del otro cuerpo y tu espíritu quiere encontrar al espíritu que hará sonar el lenguaje con que se llenan todos los vacíos.
El amor no descansa: se mueve, crece, sueña, trabaja siempre para ser mejor y adaptarse al tiempo que va pasando y cambiando todo.
Quisiera decirle a Cardenio cuánto lo amo, pero no lo sé y este trance terrible me acongoja.
Si mis carnes fueran pensamiento no existirían distancias injuriosas: donde quiera que estés te seguiría a despecho de límites y espacios. Si estuviera en las tierras más alejadas de ti, Cardenio, con solo pensar dónde te encuentras, brincaría sobre océanos y reinos.
Pero soy una mujer delicada en manos de un monstruo: La sociedad que juzga con las leyes del prejuicio, las reglas absurdas que vienen desde las oscuridades del pasado y peor que todo eso: el monstruo de la ignorancia cree que tiene ojos y es completamente ciego y por eso aplasta todo lo que florece.
Decir “sí acepto” es florecer en medio de la nada.
Se oscurece y vuelve la luz ahora con Cardenio, Michael y Guillermo. Cardenio cuenta lo mismo. Es un sueño.
Cardenio: Don Fernando entró en la sala vestido como cualquier día. Traía por padrino a un primo hermano de Luscinda, y en toda la sala no había persona de fuera, sino los criados de la casa. Luscinda apareció acompañada de su madre y de dos mujeres de servicio. Ella sí estaba bien vestida y adornada como su calidad y hermosura merecían.
Guillermo: O sea: se puso bonita para matarse, para un entierro o para lo que surgiera.
Cardenio: Entonces entró el cura de la parroquia, y, tomando a los dos por la mano preguntó apurado, como purgado: »¿Quiere usted, Luscinda, al señor don Fernando, que está presente, como legítimo esposo, como lo manda la Santa Madre Iglesia?», yo saqué toda la cabeza y cuello de entre los tapices, y con atentísimos oídos y alma turbada me puse a escuchar lo que Luscinda respondía, esperando de su respuesta la sentencia de mi muerte o la confirmación de mi vida.
Michael: ¿Qué respondió ella?
Cardenio: Estaba esperando el cura la respuesta de Luscinda, que se detuvo un buen espacio en darla, y, cuando yo pensé que sacaba la daga para acreditarse, o desataba la lengua para decir alguna verdad o desengaño que en mi provecho redundase, ella dijo con voz desmayada y flaca: »Sí quiero»; y lo mismo dijo don Fernando; y, dándole el anillo, quedaron en disoluble nudo ligados.
Guillermo: Me cagoenlostia…
Michael: (Murmura) “Hubo un tiempo en que el hombre moría con el cerebro machacado”
Cardenio: Quedé falto de consejo, desamparado de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negándome el aire aliento para mis suspiros y el agua humor para mis ojos; sólo el fuego se acrecentó de manera que todo ardía de rabia y de celos.
Guillermo: (Hablándole a Michael en voz baja) ¿Qué dijiste, Michael?
Michael: Algo que leí por ahí o que escuché en una pieza de teatro.
Cardenio: Mi boca soltó palabras terribles y después hui como queriendo salir y escapar de mí mismo.
Guillermo: ¿Ni siquiera pensaste en hablar con todos y reclamar lo ocurrido?
Cardenio: Me subí a mi mula, me fui de la ciudad y estando en la oscuridad de la noche solté la voz y desaté la lengua en tantas maldiciones de Luscinda y de don Fernando, como si con ellas satisficiera el agravio que me habían hecho.
Michael: Qué terrible experiencia para tan pocos años.
Cardenio: Ésta es, ¡oh señores!, la amarga historia de mi desgracia: díganme ahora: ¿soy demasiado sentimental? ¿estoy pasado de pasional y de furioso? No se cansen de decirme qué puede ser bueno para mi remedio. Aunque la verdad es que yo no quiero salud sin Luscinda; y si a ella le gustó ser ajena debiendo ser mía, no es raro que yo quiera ser desventurado pudiendo haber sido dichoso.
Tercera escena
Un muchacho de blanca belleza se lava los pies en una fuente del parque. Un muchacho que en realidad es una muchacha disfrazada.
Dorotea: ¡Ay Dios! ¿Será posible que haya encontrado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada de este cuerpo, que tan en contra de mi voluntad sostengo?
Michael: Dios me perdone, pero ese es un muchacho muy bello. Si quiere botar ese cuerpo yo lo recojo…
Guillermo: No puedo divertirme a tu costa con eso: comparto tu criterio.
Cardenio: Me anoto también. Es un muchacho de belleza sorprendente. Pero ¿cómo pensabas divertirte a costa de don Michael?
Guillermo: Pensaba decirle “Eres un Alejandro Magno cualquiera” pero no funcionaría con Michael: su humor es superior a eso.
Michael iba a responder, pero en ese instante el mozo se quitó la montera y sacudía la cabeza con una gracia evidente.
Michael: El sol debe envidiar esos cabellos.
Guillermo: Y el cuerpo y todo.
Cardenio: Es una mujer. ¿Se dieron cuenta? ¡es una preciosa mujer! Qué alivio. Pero no es la bellísima Luscinda y por lo tanto no es persona humana, sino divina. Un espíritu, un hada. Una aparición.
Ella escucha las voces y se asusta y trata de huir, pero los zapatos están un poco retirados: se le hace difícil.
Michael: No corra, hermosa señora, quienquiera que sea, que los que aquí estamos solo tenemos intención de servirle.
Guillermo: Y de escuchar las razones que tuvo para convertir en muchacho dulcificado a una bellísima mujer.
Ella se detiene y los deja acercarse.
Cardenio: Escuchar su historia será un buen motivo para olvidar unos minutos la mía.
Dorotea los mira, los sopesa y se sienta más tranquila.
Dorotea: Se ve que son de fiar porque parecen hombres muy maltratados y sin suerte.
Cardenio: El maltratado soy yo. Estos dos solo están muy usados.
Guillermo: Cardenio se está avispando y hace gala de su juventud.
Michael: Es una buena señal para alguien que ha sido “usado” una sola vez.
Dorotea: Les cuento: en esta región hay un duque que tiene dos hijos. El mayor que heredará su título y el menor que es un traidor engañoso. Me juró que me amaba y que sería mi esposo y se aprovechó de mi debilidad momentánea. Luego se alejó y se casó con otra.
Michael: ¡Cómo será la segunda que se convirtió en primera!
Dorotea: Mis padres se preciaban de tenerme a mí por hija; y, así
por no tener otra que los heredase, yo era una de las más regaladas hijas que padres jamás regalaron. Era el espejo en que se miraban, el báculo de su vejez, y el sujeto a quien encaminaban, midiéndolos con el cielo, todos sus deseos.
Michael: El hombre que la engañó debe estar ciego del alma.
Dorotea: Pienso en don Fernando y lo llamo traidor de una vez.
Cardenio: (en voz baja, palideciendo) ¿don Fernando?
Dorotea: Mis padres me decían que en mi virtud y bondad
dejaban y depositaban su honra y fama, y que considerase la desigualdad que
había entre don Fernando y yo. Y decían que los pensamientos de ese hombre, aunque él dijese otra cosa, más se encaminaban a su gusto que a mi provecho.
Guillermo: Todo hombre promete el cielo aunque sus pies estén al borde de un abismo…
Michael: O pisando la vegetación digerida de una vaca.
Se oscurece la escena. Cuando se ilumina la escena ha cambiado.
Una muchacha de servicio lleva de la mano a don Fernando y entran a la habitación de Dorotea. El hombre le hace señas de que se vaya y la muchacha lo deja solo cerca de la cama donde duerme la bella Dorotea. Está arropada desde la cintura hacia abajo. El hombre se sienta en la cama y Dorotea se agita. Él le acaricia el rostro y ella se despierta a punto de gritar, pero no lo hace al descubrir quién es.
Dorotea: ¿Qué hace usted en mi habitación? ¿quién lo dejó entrar?
Don Fernando: El amor me trajo hasta aquí. Ya usted sabe cuánto la amo. Y sabe que haré todo lo que sea posible para que me ame.
Él la mira y ella se cubre el pecho. Está impactada, nerviosa.
Dorotea: Está completamente loco…¿Y si grito y llamo a mi padre?
Don Fernando: Sería un regalo para mí porque deberá aceptarme a juro y no quiero nada obligado de la mujer que es dueña de mis pensamientos y de mis sentimientos. Si grita sería malo para usted y su honra. No quiero perjudicarla. Le repito que la amo.
Dorotea: Puede hablar todo lo que quiera: no le creo.
Él se acerca más y le coloca la mano derecha encima del vientre. Ella se estremece y cierra los ojos.
Dorotea: Por favor: váyase…
Don Fernando: Le juro por Nuestra Señora sagrada que quiero casarme con usted, que seré su esposo…
Se recuesta y la besa en la boca, luego en las mejillas, ella se estremece más.
Dorotea: Mentira…mentira…
Él llora emocionado:
Don Fernando: Le juro por lo más sagrado que seremos marido y mujer.
Se mete debajo de la sábana con ella. Dorotea gime. Él la toma, ella termina abrazándolo.
Vuelve la oscuridad y cuando se ilumina regresa la escena de Dorotea, Cardenio, Michael y Guillermo.
Dorotea: Aprendí tarde lo del engaño. En aquel momento le hice ver que sólo podía tener mi amor haciéndome su esposa y me juró por la imagen de Nuestra Señora que sería mi esposo. Y lloraba: hacía el traidor que sus lágrimas acreditasen sus palabras y los suspiros su intención. Yo, pobrecilla, mal ejercitada en casos semejantes, comencé a tener por verdaderas tantas falsedades…me repetía: “juro que seré tu esposo, amada Dorotea…”.
Cardenio: (sobresaltado y hablando a solas) ¿Dorotea? Entonces ese don Fernando es el mismo…el mismo… ¿Dorotea es tu nombre, señora? tiempo vendrá en que te diga cosas que te espanten en el mismo grado que te lastimen.
Guillermo y Michael se miran comprendiendo lo que ocurre.
Dorotea: Después de cumplido aquello que el apetito pide, don Fernando se dio prisa en alejarse de mí. Y, al despedirse, aunque no con tanto ahínco y vehemencia como cuando vino, me dijo que estuviese segura de su fe y de ser firmes y verdaderos sus juramentos; y, para más confirmación de su palabra, sacó un rico anillo del dedo y lo puso en el mío. Entonces desapareció, se fue, se dedicó a cazar, a huir, a distraerse.
Michael: Alma ciega y apetito de serpiente.
Guillermo: O hambre de mosquito.
Dorotea: De allí a pocos días, se dijo en el lugar que en una ciudad cercana se había casado don Fernando con una doncella hermosísima en extremo y de muy principales padres, aunque no tan rica que, por la dote, pudiera aspirar a tan noble casamiento. Dijeron que se llamaba Luscinda, con otras cosas que en sus desposorios sucedieron dignas de admiración.
Cardenio encoge los hombros, se muerde los labios, enarca las cejas y se notan sus lágrimas en silencio. Dorotea lo mira extrañada.
Dorotea: Llegó esta triste nueva a mis oídos, y, en lugar de helárseme el corazón, fue tanta la cólera y rabia que se encendió en él, que faltó poco para no salirme por las calles dando voces, publicando la alevosía y traición que se me había hecho.
Guillermo: ¿Qué podía hacer después de algo tan terrible?
Dorotea: Me puse este hábito de hombre, tomé unas joyas y dinero, y me hice acompañar de un criado supuestamente fiel y me encaminé hacia la ciudad a pie, llevada en vuelo del deseo de llegar. Quería nada más preguntar a don Fernando con qué alma había hecho lo que había hecho.
Michael: Inició usted un doloroso carnaval.
Dorotea: Llegué en dos días y medio donde quería, y, en entrando por la ciudad, pregunté por la casa de los padres de Luscinda, y al primero a quien hice la pregunta era el padre de ella y me respondió más de lo que yo quisiera oír.
Guillermo: Diga, por favor lo que le contó…
Dorotea: Me contó todo lo que había sucedido en el desposorio de Luscinda, cosa tan pública en la ciudad, que se hace en corrillos para contarla por toda ella.
Michael: Pueblo chiquito…
Dorotea: Me dijo que la noche que don Fernando se desposó con Luscinda, después de haber ella aceptado ser su esposa, le había tomado un recio desmayo, y hallaron en su pecho un papel escrito de la misma letra de Luscinda, en que decía y declaraba que ella no podía ser esposa de don Fernando, porque lo era de Cardenio, que, a lo que el hombre me dijo, era un caballero muy principal de la misma ciudad; y que si había dado el sí a don Fernando, fue por no desobedecer a sus padres.
Guillermo: Infierno grande.
Dorotea: En resolución, tales razones dijo que contenía el papel, que daba a
entender que ella había tenido intención de matarse en acabándose de
desposar, y daba allí las razones por que se había quitado la vida.
Michael: Tratando de comunicarse hubo incomunicación.
Dorotea: Todo lo cual dicen que confirmó una daga que le hallaron no sé en qué parte de sus vestidos. Sintiéndose burlado, don Fernando, trató de matar a Luscinda con esa daga pero los padres y los presentes no lo permitieron.
Guillermo: ¿Qué pasó con Luscinda?
Dorotea: Desapareció y no sabían dónde buscarla.
Dorotea: Lo que supe me dio esperanzas porque don Fernando no estaba casado y me pareció que aún no se había cerrado del todo la puerta a mi remedio. Como es cristiano debería sentir la obligación desde el alma…Todas estas cosas revolvía en mi fantasía, y me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para entretener la vida, que ya aborrezco.
Guillermo: Al menos ya pasó por un purgatorio y está a punto de salir.
Dorotea: Estando en la ciudad, sin saber qué hacer, pues a don Fernando no hallaba, llegó a mis oídos un público pregón, donde se prometía recompensa a quien me hallase y oí decir que me había escapado con aquel criado. Cosa que me llegó al alma, por ver cuán de caído andaba mi crédito.
Michael: Y el criado también supo del pregón…
Dorotea: Después de escuchar el pregón salí de la ciudad con mi criado, que ya comenzaba a dar muestras de titubear en la fe que de fidelidad me tenía prometida, y aquella noche entramos a una montaña. El criado quiso aprovecharse de mí y logré tirarlo por un derrumbadero. Ahí lo dejé, no sé si muerto o vivo.
Guillermo: Si se recuperó habrá perdido toda pasión.
Dorotea: Disfrazada de muchacho comencé a trabajar para un ganadero. Él se dio cuenta que era mujer y quiso abusar de mi condición. Como no había derrumbadero ni barranco donde despeñarlo, hui y me escondí hasta que ustedes me encontraron.
Guillermo: Ha sufrido usted lo suyo y lo de otros…como hombre y como mujer.
Dorotea: Esta es, señores, la verdadera historia de mi tragedia: juzguen ahora si los suspiros que han escuchado y las palabras que oyeron y las lágrimas que vieron apenas mostraron el tamaño y la calidad de mi desgracia.
Los hombres la miraron con admiración. Cardenio tomó una mano de Dorotea y le dijo:
Cardenio: En fin, señora, que usted es la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo.
Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, pronunciado por alguien que estaba tan mal vestido.
Dorotea: Y ¿quién eres tú, hermano, que conoces el nombre de mi padre?
Cardenio: Soy aquel sin ventura, esposo de Luscinda sin casamiento de Luscinda. Soy el desdichado Cardenio, a quien el mal término de aquel que a usted también ha ofendido, me ha hecho andar roto, desnudo, falto de todo humano consuelo y, lo que es peor de todo, falto de juicio, pues no lo tengo sino cuando al cielo se le antoja dármelo por algún breve espacio.
Dorotea: El mundo es un pañuelo…
Cardenio: Como Luscinda no puede casarse con don Fernando, por
ser mía, ni don Fernando con ella, por ser vuestro, y haberlo ella tan
manifiestamente declarado, bien podemos esperar que el cielo nos restituya lo
que es nuestro, pues está todavía en ser, y no se ha enajenado ni deshecho.
Dorotea: Un pañuelo usado…
Cardenio: Juro, señora, que no la desampararé hasta verla con don Fernando y si no me escucha lo desafiaré por la injusticia que le ha hecho a usted y no por la que me ha hecho a mí.
Dorotea: (Queriendo besar las manos de Cardenio) No se cómo agradecerle, caballero…
Guillermo: Nos haremos cargo de ambos…
Michael: Los ayudaremos a encontrar a sus otros corazones.
Se abrazan.
Cardenio vuelve a entrar en trance:
O le falta al Amor conocimiento,
o le sobra crueldad, o no es mi pena
igual a la ocasión que me condena
al género más duro de tormento.
En todo desengaño hay una historia
en donde el egoísmo traza un cuento
y hace una extraña mezcla en la memoria
que es olvido de un bello sentimiento
o le falta al amor conocimiento.
Si persiste en mi pecho un corazón
que has borrado mil veces en tu arena
es quizá porque tiene la ilusión
de sufrir un amor que lo cercena
o le sobra crueldad o no es mi pena
Si te has sentido amada y adorada
en tu perfecto altar de luna llena
deberías entender que estás plantada
como un engaño en medio de la escena
igual a la ocasión que me condena
Lo cierto es que camino sin sentido
Y ya no reconozco un buen momento
porque hasta de una flor me siento herido
siendo tu desamor sometimiento
al género más duro de tormento
Dorotea: ¿Qué le ha ocurrido? ¿Es poético epiléptico?
Guillermo: Nada de eso. Él es como un aparato de radio lleno de boleros que de repente se enciende y suelta la andanada. Así se alivia su alma, según parece.
En ese momento pasa enfrente de ellos, bailando, un elefante rosado. Dorotea se asombra. Michael y Cardenio sonríen. Guillermo dice:
Guillermo: Ha comenzado el carnaval.
Y se escucha la canción que dice “Al carnaval, del Uruguay, vendrá mi negra…”
Cuarta Escena
Cardenio, Guillermo, Michael y Dorotea se han acercado al viejo bar. Es carnaval. Van y vienen personas con disfraces. Unos hombres y una mujer con capuchas y antifaces llegan.
Dorotea y Cardenio están con los rostros cubiertos, pero sin ganas de participar en una fiesta. Se han apartado hacia un rincón y hablan entre ellos, como si fuera un secreto.
Guillermo: El carnaval es solo un espejo más de la vida.
Michael: Todos andan perdidos con máscara o sin ella.
La mujer extraña se sienta en una silla recostada a la pared y suspira como a punto de llorar.
Guillermo: ¿Quién será esa dama que tanto sufre?
Michael: Parece sometida al hombre que encabeza el grupo. Lo mira con temor.
Guillermo: Entonces esos suspiros no son para él…
(Suena la canción: “Esos suspiritos no serán pa mí, no serán no serán” )
Compasiva y solidaria, Dorotea se levanta y se acerca a la mujer que suspira.
Dorotea: ¿Qué mal siente, señora mía? Si es uno de esos males que las mujeres usamos y sabemos curar, entonces me ofrezco para prestarle mi ayuda y mi servicio.
El hombre embozado y encapuchado que gobierna el grupo se acerca a Dorotea y le habla:
Caballero: No se canse, mi señora, ofreciendo nada a esa mujer, porque tiene la costumbre de no agradecer lo que por ella se hace, ni procure que le responda si no quiere oír alguna mentira de su boca.
La embozada: Jamás dije mentiras antes, porque siempre he sido muy verdadera, pero ahora me veo en tanta desventura, y de esto usted mismo es responsable, pues mi pura verdad lo convierte a usted en falso y mentiroso.
Cardenio, Guillermo y Michael se acercan a donde están las dos mujeres y el embozado. Cardenio, reconociendo la voz de Luscinda exclama:
Cardenio: ¡Válgame Dios! ¿Qué es esto que oigo? ¿Qué voz es esta que ha llegado a mis oídos con música que alegra y sonido que duele?
La embozada vuelve la cabeza ante la exclamación, toda sobresaltada, y busca con sus ojos al hombre que ha gritado. Se levanta de la silla, pero el caballero embozado la retiene y no la deja moverse.
A ella, con la turbación y desasosiego, se le cae el tafetán con que ha cubierto su rostro, y se nota una hermosura incomparable y un rostro milagroso.
Mira para todas partes como animal que quiere escapar, pero no puede. El hombre la tiene agarrada fuertemente por los brazos.
Con el esfuerzo al hombre se le cae el antifaz. Dorotea lo ve.
Dorotea: ¡Es don Fernando!
Da la impresión de que intenta decir algo más, hace un gesto con las manos como quien explica algo. Se desmadeja y se desmaya. Guillermo la sostiene, no la deja caer.
Guillermo: La belleza también pesa. Ayúdame, Michael…
Michael le quita el embozo a Dorotea para darle aire y don Fernando la ve y se asombra.
Don Fernando: ¡Es Dorotea! Su belleza me aplasta como una avalancha de piedras…siento una culpa tan grande…Nunca un carnaval ha sido más sorpresivo. Si pregunto ¿A que no me conocen? Todos responderán “eres la indignidad enmascarada”.
Luscinda: (tratando de soltarse para buscar a Cardenio) ¡Suéltame y compórtate como un hombre noble si es que alguna vez lo has sido!
Cardenio corre hacia donde don Fernando tiene agarrada a Luscinda:
Cardenio: ¡Suelta a Luscinda, traidor, si no quieres botar sangre!
El ambiente se oscurece. Se ilumina solamente Cardenio cuya rabia es evidente.
Cardenio: He soñado que peleo a muerte con don Fernando y ya no aguanto esas ganas. ¡en guardia, maldito!
Se va la luz de nuevo y aparece iluminado solamente don Fernando.
Don Fernando: Tendré que demostrarle que también puedo ganarle en el terreno del odio ¡deja de hablar y pelea!
Se ilumina la escena y los dos hombres escenifican una pelea feroz en total soledad. De pronto se apaga la luz y al encenderse de nuevo Luscinda repite:
Luscinda: (tratando de soltarse para buscar a Cardenio) ¡Suéltame y compórtate como un hombre noble si es que hay alguna nobleza en ti!
Don Fernando la suelta y entre confundido y avergonzado le dice a Cardenio:
Don Fernando:
Fue mi esposa y no lo ha sido,
acostarla no he podido
Pero siendo novia tuya
Me ha traicionado contigo
No es que de mi culpa huya
Cardenio: (completando los versos)
-Eres traidor como amigo…
Cardenio trata de abrazar a Luscinda pero las serpentinas de carnaval comienzan a separarlos. Las serpentinas se convierten en lianas. Él se aferra a una liana y trata de avanzar hacia otra. Ella avanza trabajosamente entre los bejucos.
Luscinda: ¡Ay, Cardenio mío! La incomunicación es la peor enfermedad que amenaza al amor. Tienes el corazón roto porque no pude explicarte aquello que sucedió. Y todavía hay cierta incertidumbre en ti.
Cardenio: Se supone que los enamorados se comunican con los ojos, con los besos. Pero hace falta hablar abiertamente, sin mentiras. Claro que tengo el corazón roto ¿quién puede tenerlo entero si se enamora?
Poco a poco avanzan entre las lianas.
Luscinda: Pero ya nada podrá separarnos. Si juntamos nuestros sentimientos con toda la sinceridad posible y actuamos juntos, haremos una fiesta con cualquier obstáculo, los muros serán de aire.
Dos lianas se convierten en un columpio. Ella se mece y él la atrapa. Él la mece.
Dorotea se recupera y avanza hacia el columpio improvisado. Dorotea se coloca al lado de Luscinda. Ella, Cardenio y Luscinda se quedan abismados, pensativos. Se miran entre todos. También don Fernando se acerca y mira a unos y a otros en completo silencio.
Se miran: Dorotea a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio. Pero quien rompe de primero el silencio es Luscinda, hablando a don Fernando de esta manera:
Luscinda: Déjame don Fernando; déjame llegar al muro de quien yo soy yedra, déjame arrimarme a ese de quien no has podido apartarme con tus amenazas, ni con tus promesas ni tus dádivas. Nota cómo el cielo, por desusados y encubiertos caminos, me ha puesto a mi verdadero esposo delante. Sabes que sólo la muerte podría borrarlo de mi memoria.
Dorotea, derramando lágrimas, se hinca de rodillas ante don Fernando:
Dorotea: A tus pies está arrodillada la sin ventura, hasta que tú quieras, la desdichada Dorotea. Soy la que, encerrada en los límites de la honestidad, vivió vida contenta hasta que, a las voces de tus importunidades, y, al parecer, justos y amorosos sentimientos, abrió las puertas de su recato y te entregó las llaves de su libertad: dádiva de ti tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo a ti de la manera que te veo.
Guillermo: (hablando para sí mismo) Hombre sortario que su suerte ignora.
Michael: (Hablando para sí mismo) Yo soñé a casi todas estas personas. O las estoy soñando ahora.
Dorotea: Tú no puedes ser de la hermosa Luscinda porque eres mío, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio. Y si esto es así, como lo es, y tú eres tan cristiano como caballero, ¿por qué tardas tanto en hacerme venturosa al final como lo hiciste al principio?
Todos señalan hacia don Fernando con la mirada, con los índices.
Dorotea: Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y admíteme por tu esclava; que, como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada.
Cardenio se aferra a Luscinda y la jala hacia su cuerpo como demostrando que ella le pertenece.
Don Fernando: (atolondrado, viendo solamente hacia Dorotea) Santo cielo. Ahora es que me dy cuenta del desastre que he causado.
Dorotea: No permitas que se hagan corrillos para mi deshonra; no les des tan mala vejez a mis padres. Ten un poco de nobleza…
Cardenio: (Mascullando para sí mismo) Le voy a sacar las tripas a este cerdo si no reacciona con decencia.
Irrumpe un grupo de disfraces con una pancarta que dice “La decencia es una necesidad” y se hace un gran silencio. Pasan otros disfrazados bailando, ignorando lo que ocurre entre estas personas: pasan de largo bailando una canción muda, que no se oye.
Cuando los disfraces terminan de irse, don Fernando se dirige a Luscinda:
Don Fernando: Te pido perdón, noble Luscinda y a ti también amigo Cardenio, aunque sé que nunca se borrará el mal que te hice, pero en todo caso tienes una historia de lealtad y de amor hacia ti que podrás contar a tus nietos.
Don Fernando mira luego a Dorotea:
Don Fernando: Venciste, hermosa Dorotea, venciste, porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas.
Cardenio sostiene a Luscinda, la revisa como si buscara algo roto. Luego dice:
Cardenio: Si el piadoso cielo gusta y quiere que ya tengas algún descanso, leal, firme y hermosa señora mía, en ninguna parte creo yo que le tendrás más seguro que en estos brazos que ahora te reciben, y en otro tiempo te recibieron, cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mía.
Luscinda lo mira a los ojos, le echa los brazos al cuello y responde:
Luscinda: Tú, señor mío, eres el verdadero dueño de esta cautiva, aunque lo impida la contraria suerte.
Don Fernando, se cubre los ojos como si quisiera ocultar un llanto.
Dorotea: Ya es tiempo de que arreglemos lo que se ha desarreglado. ¿Qué es lo que piensas hacer, único refugio mío, en este tan impensado trance? Tu verdadera esposa te ha perdonado y se encuentra tus pies. Ahora debes perdonarte tú y pensar más en el prójimo que en tus apetitos y deseos. Porque cuando nos dejamos dominar por el ego hacemos daño a quien podría amarnos y con eso sembramos la semilla del odio.
Cardenio tiene abrazada a Luscinda, pero mira hacia don Fernando y le dice:
Cardenio: Yo puedo hacer borrón y cuenta nueva, aunque no te niego que me queda cierto reconcomio. Pero cultivar el amor es siempre más beneficioso sobre todo para los que vendrán. Debemos pensar que un día seremos padres y abuelos.
Guillermo y Michael se acercan dispuestos a intervenir.
Michael: El paso siguiente de un final feliz entre enamorados, es que tengan muchos hijos, porque esa es la parte del amor que justifica dramas y alegrías.
Guillermo: (declamando)
Diez veces más feliz, serás de lo que eres,
si los diez que has creado, a ti se te parecen.
¿Qué podrá hacer la muerte, cuando tengas que irte,
si tú sigues viviendo en esa descendencia?
Dorotea: Me duelen las rodillas en este final feliz.
Don Fernando: (A Dorotea) Levántate, señora mía. No es justo que esté arrodillada a mis pies la que yo tengo en mi alma; y si hasta aquí no he dado muestras de lo que digo, quizá ha sido por orden del cielo, para que, viendo yo en ti la fe con que me amas, te sepa estimar como mereces.
Michael: Ha reaccionado usted como lo manda la ley del amor, que no es ley sino verdad.
Don Fernando: Perdona mis errores, amada Dorotea. Deseo que Luscinda viva largos y felices años con su Cardenio y le ruego al cielo que me deje vivir felices tiempos con mi Dorotea.
Don Fernando abraza a Dorotea; y Cardenio abraza a Luscinda. Guillermo y Michael se dan la mano, alegres.
Las dos parejas lloran de felicidad, se abrazan, se separan y se vuelven a abrazar.
Luscinda: (Dice como para sí misma) De Cardenio he adorado su bondad, pero es tan confiado…!Cree en pajaritos preñados! Para él es siempre verdad todo lo que ven sus ojos, aunque sea un espejismo. Como novio fue débil y además bruto. Ojalá que como esposo sea fuerte y tenga fe en mi amor y sobre todo, en el suyo…
Cardenio: (En trance)
He admirado su dulzura
Y su belleza he querido
Aunque por ser buena hija
Pésima novia haya sido
Pero estoy agradecido
De que en medio de la duda
Ella sepa que es la cura
Del mal que llevo escondido
Guillermo: (A Michael) ¿De qué mal habla Cardenio?
Michael: De las ganas de beber que el despecho hace crecer.
Guillermo: (A Michael) Eso no es mal de morir. Míralos: se recuperarán. Lloran y ríen de felicidad y de nervios. Y en ese trance no podremos acompañarlos.
Don Fernando: (Comenzando a recitar también)
Desde el fondo más profundo
de mi cuerpo tormentoso
surge un huracán morboso
un deseo tremebundo
el placer más alevoso
que con el amor confundo
dejé de lado el querer
y no creí en mujer buena
solo quise poseer
la delicadeza tierna
aunque sufriera en mis manos
como estrujado clavel
Nunca pensé en la maldad
que me estaba poseyendo
creí que acertaba haciendo
lo que hace la sociedad
que es hipócrita inmoral
ignorante y caprichosa
pero fui la peor cosa
que se pueda imaginar
Hoy, entendiendo el amor
que es querer sin condiciones
estoy viviendo mejor
porque mentir es peor
que esconderse en los rincones
Todos aplauden.
Guillermo: Y éste torpe mocetón ¿de dónde sacó ese canto?
Michael: De la musa que lo abraza: tiene la belleza intacta que te tira en un barranco…
Michael y Guillermo ríen. Y se quedan en silencio un instante.
Michael: Reiremos poco pero no lloraremos ni siquiera de alegría. Porque debemos dejar a estos enamorados para que sigan sus caminos.
Guillermo: El llanto marca el comienzo y el final de la vida y el amor siempre produce mejores frutos si la risa lo adorna. Aunque nosotros dos deberíamos retornar al inicio y sentarnos en una barra. Unas cervezas frías, son las únicas rubias que van con nuestro modo.
Michael: Cervezas frías. He ahí la única frialdad que acerca a los hombres.
Guillermo: Con este calor, es la única frialdad que soportamos.
Cardenio los mira, los saluda y les recita:
Sé que quiero lo que quiero
porque ustedes han logrado
que el lenguaje sea primero
y segundo lo pensado
que primero sea el sentir
y segundo lo soñado
que todo lo aquí narrado
sea bueno para escribir
y revivir lo sincero
porque el legado que ustedes
han volcado en mi existir
es que en la verdad no muero
Se apaga la luz del escenario.
En lo oscuro se enciende una luz sobre Guillermo. Está ante un pequeño escritorio con su pluma en la mano. Medita.
Guillermo: Soñé que deambulaba y conversaba con Miguel de Cervantes y Saavedra y es que desde que leí su Quijote lo llevo para todas partes como un espíritu hermano del mío. Puedes reír con sus dramas y llorar con sus comedias, porque el universo entero ha germinado en su voz. ¡Ah, qué sueño más precioso!
La luz se apaga lentamente y cuando vuelve a encenderse, aparece Michael bajo la luz y ante el escritorio.
Michael: Soñé que me hice amigo de William Shakespeare y ahora hasta lo siento al lado mío. Si él fuera río tendría cuatro orillas. Sus palabras contienen tanta sabiduría y gracia que ha vencido el olvido y ha iluminado todo el lenguaje humano: jamás podría olvidarse una sola de sus frases. El universo entero ha florecido en su poesía y en sus tramas. ¡Ah, qué sueño tan perfecto!
La luz se apaga y cuando se enciende lentamente aparece el elefante rosado. Detrás del elefante se esconde el elenco que comienza a salir como si despertaran todos de un sueño.
FIN
Enero de 2016