Carmen Verde Arocha
Danza de adobe
[Primera versión]
Nadie baila sin haber amado antes
Lo blanco del cielo
en las esquinas de las ventanas
Danzamos desnudos con la brisa
Aún no sabemos nada de nosotros
—¿Será cierto que el mar fue de terracota
y de madera hace tiempo?
Mis pies recostados a la pared
Todo gira lentamente hacia la sombra
Los dos somos niños
jugamos
a pulseras de bronce abanicos y bastones
Respiramos
Abajo el viento
Subes en dos voces
Llego a los huesos al besar tu piel
Acaso tiene sentido
¿Los zapatos de un metro para alcanzarte?
¿Callada sin equipaje cambiar mi vida?
Entre tanto soñaré
con niños abofeteados por pájaros violeta
con nuestros cuerpos dos mil años
con la quemadura del deseo
con mujeres que lloran flores
con guerras
Danzo sobre una falda de largos pliegues
Te acaricio en este ruido de pan
Una claridad extraña logra alcanzarme
Tu deseo coronado de eucaliptos y limón
en la pureza del más alto mediodía
bendiciéndome
Danza de adobe
[Segunda versión]
Llegan las mujeres con olor a miel
Una a una enciende su cigarrillo inglés
La fuerza del deseo nos arrodilla
Rezamos
—Pedimos perdón en esta danza
por este amor
que nos enseña
el amarillo más profundo
por tu voz dorada
y dulce
por los pájaros
resguardados sobre nuestros pies
Canto para un cocodrilo
[Primera versión]
Por un atajo el deseo se transforma
Tú vienes hacia mí como un tren sobre el mar
con un íntimo sagrado anhelo
Me dueles
Cocodrilo
Los árboles por doquier
nuestras manos recogen
flores de manzanilla
Nos sentamos juntos a mirar el bucare
Aprieto los labios
Te escucho muda
Cocodrilo
acaricias los rizos de mi cabeza
los disimulo bien al peinarme
Llueve detrás del mar
La tierra
sigue abriendo mi boca
Por eso llueve
Canto para un cocodrilo
[Segunda versión]
Te acercas a la orilla
Me baño
Me miras
Sonrío con un abanico en las manos
Cocodrilo
La tristeza en tu voz
Lo marchito se vuelve oro
Me sigo bañando
Aparezco y desaparezco
Tu deseo te impulsa hacia el río
Cada vez te inclinas más
con tus escamas abiertas de colores
En un descuido del viento
Caes al agua
Me sigo abanicando
Moneda
[Primera versión]
Una moneda de plata roída
limpia al pasar la lluvia
Refleja las facciones de un rey celta
Lo imagino con sus manos arrugadas
sacudiendo con desenfado los bolsillos
A lo mejor este rey…… un tirano
¿de qué maleficio habrá surgido?
¿La gente aún llora su odio?
¿Será un rey
abandonado a la suerte por su pueblo?
No sé la historia de esta moneda
Tampoco sé de qué me servirá saberla
La vida siempre más sencilla que una moneda
Tal vez hallada por unos marinos
en el blando hueco vacío que hacen las olas
Moneda
[Segunda versión]
Una moneda vale por todas
Hay unos cinturones
de diademas femeninos esculpidos
en los mínimos detalles de su dorso
¿Las mujeres de entonces usaban máscaras?
¿o envolvían sus cuerpos en hojas de bananas?
Lo que agita mi atención
el diálogo amoroso
de un joven ahogado en una marejada de encajes
y una doncella estrangulada
¿Por qué esta moneda
tiene sofocante oscuridad?
No quiero seguir viendo esta moneda
Ni hallar el riesgo
de que estos amantes sean unos dioses
Esta mañana de mayo
sentada en este café de Los Palos Grandes
la dejo sobre esta mesita
con sus dos amantes
que en la última caída
el amor les anunciaba una muerte feliz
Hada tierra
¿De qué manera duele el vientre de una mujer
que no ha parido?
Mi rostro mojado por el mar
oculto entre los pechos de mi madre
Tristeza o fatiga en el centro del cielo
y una melancólica hora que acobarda
Las manos enrojecidas de tanto trabajar la tierra
El sabor a parir llega a través de la placenta
Agrio como la orina de una cabra
La tierra bosteza siempre igual
Lo distinto es cómo tocamos el vientre
con los ojos
la carne en los huesos
la semilla en la vejez
y a veces con las manos
Difícil hallar la llave materna ¿Me comprendes?
Vivir tiene sentido y estar muerto también
Devocionario
Levantar la alfombra y escribir debajo
con la rodilla inclinada.
Un pergamino púrpura se ha perdido
hay que hacer uno con las letras de anís.
¿Debemos pesar el alma?
No hay que aspirar a tanto, decía la tía Consuelo.
La mentira será transformada en una verdad
y que no lastime los recuerdos.
En ocasiones es suficiente,
ver la luz de los candelabros
al momento de amar.
Quisiéramos que el día fuera la noche.
Ojalá la noche se pareciera a un racimo de uvas,
comerla despacio, no tener hambre
hasta la mañana siguiente.
En algún lugar está escrito
que el hombre y la mujer sean uno.
¿Quién cuida a un niño en su vientre?
¿Quién canta cumpleaños cuando lleva en la frente a un niño?
¿Quién alimenta un niño en su rodilla?
Son muchas las voces que recorren la vida de una.
Varios los adioses.
En este siglo las mujeres usan portafolios,
allí llevan consigo al amante.
Manuscrito de palo en el cielo
A Santos López
En algún lugar oculto entre las raíces,
mi abuela escondía sus tres arrugas verticales
que acentuaban la profundidad de sus ojos.
En algún lugar las mujeres
tienen una abeja incrustada en la laringe
y lo que sudan es miel.
Lo apurado fue la lluvia que llegó a desnudarnos a todas.
A ofrecer un cielo de madrea, sin el tiempo de mirarnos por dentro.
Muchas habíamos olvidado los ojos,
o nuestras piernas en alguna vidriera,
La penitencia es llevar un obsequio, algo que parezca un regalo.
Lo mejor es apurarse, estar allí cuando enciendan las velas,
aplaudir, abrazar y desear muchos años de vida.
Allá viene el herrero, que siga de largo,
tenemos varios dulces sobre la mesa.
La vela se apaga a las cinco de la tarde, la gente regresa a su casa
con los mismos zapatos, que nadie olvide sus pies en el baño.
Lo siguiente es aprender a cuidarse uno mismo,
tratar de que los labios no se queden en la boca de otros.
Por eso acá la gente baila, pero no se atreve a besar.
Olvidaron repartir los caramelos después de la fiesta,
la idea era entregarlos,
para no sentir hambre y no comer el cordero.
Otra vez un manuscrito de palo en el cielo.
Todos arrodillados, con las manos juntas, orando.
De nuevo, las mujeres se acercan al oído,
adivinando el susurro,
quizás digan que hablamos con nuestras sombras
si nos acomodamos en las almohadas
y proyectamos los nervios más allá de la arcilla.
No espero que me canten.
Le oí decir a mi padre cuando escribía su nombre
debajo de la tierra.
Lo leído fue escrito hace mucho tiempo.
Otra vez la duda,
el olor a pescado recogiéndose.
Es cuestión
de acostarse en una estera,
desmantelar los árboles hasta las canas
y dejar que brote el amor.