literatura venezolana

de hoy y de siempre

Canción gótica (y otros poemas)

Mar 23, 2022

Carmen Verde Arocha

Danza de adobe
[Primera versión]

Nadie baila sin haber amado antes

Lo blanco del cielo
en las esquinas de las ventanas

Danzamos desnudos con la brisa

Aún no sabemos nada de nosotros

—¿Será cierto que el mar fue de terracota
y de madera hace tiempo?

Mis pies recostados a la pared
Todo gira lentamente hacia la sombra

Los dos somos niños
jugamos
a pulseras de bronce abanicos y bastones

Respiramos

Abajo el viento

Subes en dos voces
Llego a los huesos al besar tu piel

Acaso tiene sentido
¿Los zapatos de un metro para alcanzarte?
¿Callada sin equipaje cambiar mi vida?

Entre tanto soñaré
con niños abofeteados por pájaros violeta
con nuestros cuerpos dos mil años
con la quemadura del deseo
con mujeres que lloran flores
con guerras

Danzo sobre una falda de largos pliegues

Te acaricio en este ruido de pan

Una claridad extraña logra alcanzarme

Tu deseo coronado de eucaliptos y limón
en la pureza del más alto mediodía

bendiciéndome

Danza de adobe
[Segunda versión]

Llegan las mujeres con olor a miel
Una a una enciende su cigarrillo inglés

La fuerza del deseo nos arrodilla

Rezamos

—Pedimos perdón en esta danza
por este amor
que nos enseña
el amarillo más profundo
por tu voz dorada
y dulce
por los pájaros
resguardados sobre nuestros pies

Canto para un cocodrilo
[Primera versión]

Por un atajo el deseo se transforma

Tú vienes hacia mí como un tren sobre el mar
con un íntimo sagrado anhelo

Me dueles
Cocodrilo

Los árboles por doquier
nuestras manos recogen
flores de manzanilla

Nos sentamos juntos a mirar el bucare

Aprieto los labios
Te escucho muda

Cocodrilo
acaricias los rizos de mi cabeza
los disimulo bien al peinarme

Llueve detrás del mar

La tierra
sigue abriendo mi boca

Por eso llueve

Canto para un cocodrilo
[Segunda versión]

Te acercas a la orilla

Me baño
Me miras
Sonrío con un abanico en las manos

Cocodrilo

La tristeza en tu voz
Lo marchito se vuelve oro

Me sigo bañando
Aparezco y desaparezco

Tu deseo te impulsa hacia el río

Cada vez te inclinas más
con tus escamas abiertas de colores

En un descuido del viento
Caes al agua

Me sigo abanicando

Moneda
[Primera versión]

Una moneda de plata roída
limpia al pasar la lluvia

Refleja las facciones de un rey celta

Lo imagino con sus manos arrugadas
sacudiendo con desenfado los bolsillos

A lo mejor este rey…… un tirano
¿de qué maleficio habrá surgido?

¿La gente aún llora su odio?

¿Será un rey
abandonado a la suerte por su pueblo?

No sé la historia de esta moneda
Tampoco sé de qué me servirá saberla

La vida siempre más sencilla que una moneda

Tal vez hallada por unos marinos
en el blando hueco vacío que hacen las olas

Moneda
[Segunda versión]

Una moneda vale por todas

Hay unos cinturones
de diademas femeninos esculpidos
en los mínimos detalles de su dorso

¿Las mujeres de entonces usaban máscaras?
¿o envolvían sus cuerpos en hojas de bananas?

Lo que agita mi atención
el diálogo amoroso
de un joven ahogado en una marejada de encajes
y una doncella estrangulada

¿Por qué esta moneda
tiene sofocante oscuridad?

No quiero seguir viendo esta moneda
Ni hallar el riesgo
de que estos amantes sean unos dioses

Esta mañana de mayo
sentada en este café de Los Palos Grandes
la dejo sobre esta mesita

con sus dos amantes
que en la última caída
el amor les anunciaba una muerte feliz

Hada tierra

¿De qué manera duele el vientre de una mujer
que no ha parido?

Mi rostro mojado por el mar
oculto entre los pechos de mi madre

Tristeza o fatiga en el centro del cielo
y una melancólica hora que acobarda

Las manos enrojecidas de tanto trabajar la tierra
El sabor a parir llega a través de la placenta
Agrio como la orina de una cabra

La tierra bosteza siempre igual
Lo distinto es cómo tocamos el vientre
con los ojos
la carne en los huesos
la semilla en la vejez
y a veces con las manos

Difícil hallar la llave materna ¿Me comprendes?
Vivir tiene sentido y estar muerto también

Devocionario

Levantar la alfombra y escribir debajo

con la rodilla inclinada.

Un pergamino púrpura se ha perdido

hay que hacer uno con las letras de anís.

¿Debemos pesar el alma?

No hay que aspirar a tanto, decía la tía Consuelo.

La mentira será transformada en una verdad

y que no lastime los recuerdos.

En ocasiones es suficiente,

ver la luz de los candelabros

al momento de amar.

Quisiéramos que el día fuera la noche.

Ojalá la noche se pareciera a un racimo de uvas,

comerla despacio, no tener hambre

hasta la mañana siguiente.

En algún lugar está escrito

que el hombre y la mujer sean uno.

¿Quién cuida a un niño en su vientre?

¿Quién canta cumpleaños cuando lleva en la frente a un niño?

¿Quién alimenta un niño en su rodilla?

Son muchas las voces que recorren la vida de una.

Varios los adioses.

En este siglo las mujeres usan portafolios,

allí llevan consigo al amante.

Manuscrito de palo en el cielo

A Santos López

En algún lugar oculto entre las raíces,

mi abuela escondía sus tres arrugas verticales

que acentuaban la profundidad de sus ojos.

En algún lugar las mujeres

tienen una abeja incrustada en la laringe

y lo que sudan es miel.

Lo apurado fue la lluvia que llegó a desnudarnos a todas.

A ofrecer un cielo de madrea, sin el tiempo de mirarnos por dentro.

Muchas habíamos olvidado los ojos,

o nuestras piernas en alguna vidriera,

La penitencia es llevar un obsequio, algo que parezca un regalo.

Lo mejor es apurarse, estar allí cuando enciendan las velas,

aplaudir, abrazar y desear muchos años de vida.

Allá viene el herrero, que siga de largo,

tenemos varios dulces sobre la mesa.

La vela se apaga a las cinco de la tarde, la gente regresa a su casa

con los mismos zapatos, que nadie olvide sus pies en el baño.

Lo siguiente es aprender a cuidarse uno mismo,

tratar de que los labios no se queden en la boca de otros.

Por eso acá la gente baila, pero no se atreve a besar.

Olvidaron repartir los caramelos después de la fiesta,

la idea era entregarlos,

para no sentir hambre y no comer el cordero.

Otra vez un manuscrito de palo en el cielo.

Todos arrodillados, con las manos juntas, orando.

De nuevo, las mujeres se acercan al oído,

adivinando el susurro,

quizás digan que hablamos con nuestras sombras

si nos acomodamos en las almohadas

y proyectamos los nervios más allá de la arcilla.

No espero que me canten.

Le oí decir a mi padre cuando escribía su nombre

debajo de la tierra.

Lo leído fue escrito hace mucho tiempo.

Otra vez la duda,

el olor a pescado recogiéndose.

Es cuestión

de acostarse en una estera,

desmantelar los árboles hasta las canas

y dejar que brote el amor.

Sobre la autora

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