Argenis Gadea
Ayer asistí al cumpleaños de mi amigo Richard Hugles; un británico de pura cepa por sus cuatros costados. La reunión estaba compuesta con una mescolanza de nacionalidades; había un brasileño, un americano y un venezolano que era yo. La fauna típica de las reuniones en Inglaterra se desarrolla en un ambiente tranquilo con un jazz de fondo que apenas se puede oír, y todos sentados alrededor del cumpleañero con una copa de vino tinto hablando sobre la actualidad del mundo. Todo el mundo declaró su preocupación de la nueva variante del coronavirus; el nuevo escándalo sobre el gabinete de Boris Johnson y sobre el apetito de Putin de comerse opíparamente a Ucrania.
Luego de la tercera botella de vino, el cumpleañero se levanta de su asiento y se para al lado de su biblioteca, muy bien ordena, saca un libro de William Shakespeare le da un beso y dice mirándome a los ojos «¡Este es uno de mis héroes!». Luego tomó una biografía de Isaac Newton y mira al americano y le expresa lo mismo: «¡Este es uno de mis héroes!». Y, por último, toma un libro de Winston Churchill, mira al brasileño y le dice: «¡Este es uno de mis héroes!». De inmediato empezó el parloteo de los héroes de cada uno; el americano dijo con un brillo en los ojos que sus héroes eran Benjamín Franklin, John Adams y Thomas Jefferson. El brasileño replicó rápidamente diciendo que sus héroes eran Vital Brazil y María Quitéra de Jesús: esa gran mujer que se disfrazó de varón para combatir en la independencia de Brasil. Y yo respondí para salir rápidamente de la órbita de la pregunta, que mis héroes eran Simón Bolívar y Rafael Cadenas.
Luego de mi respuesta, el cumpleañero retomó el mando de la conversación y le preguntó al americano que nombrara un héroe actual de su país; el americano artículo enseguida «¡El doctor Anthony S. Fauci!». Repitió la ecuación con el brasileño que inmediatamente respondió: «¡Pelé!», e hizo lo mismo conmigo, donde respondí obviamente «¡Rafael Cadenas!». Comimos en silencio, cada uno concentrado en su plato escuchando un disco de Frank Sinatra que había puesto la esposa del cumpleañero, y allí empecé a recordar algunos héroes que vi cuando vivía en Venezuela. Lo primero que vino a mi memoria fue la imagen del pelotero como un héroe —en aras a la verdad, debo confesar que en mi adolescencia vi al pelotero como un verdadero héroe—. Ahora entiendo que el hombre que va a un estadio de béisbol para asistir a un juego y ver a sus héroes mostrando sus mejores destrezas; se define como fanático —como un día yo lo fui—. Hoy pienso que realmente no era un fanático, sino un gran consumidor de cerveza donde la admiración por el héroe aumenta si es un gran mujeriego de raza.
Otro héroe que recuerdo es el «Brujo»; que para algunos de mis amigos de la infancia era su héroe de confianza. Gracias a mis perspectivas de vida, y por la formación que me dio mi madre, desde pequeño veía aquel héroe de mis amigos con poca simpatía. Mis amigos salían del consultorio de aquel brujo con una sonrisa diciendo que ya sabían su futuro y con una pequeña pulsera roja en sus muñecas con admiración y no dejaban de hablar de él por días. Empezaron asistir a sesiones todos los días y llegaron a el extremo de que antes de dormir, tenían que pedirle la bendición al brujo por si acaso algún espíritu maligno le arrebataba la vida mientras dormían.
Por cuestiones circunstanciales, terminé un sábado a las dos de la tarde con un sol que quemaba en el hipódromo con mi amigo Manuel Pérez apostando el capital que había reunido durante un año para un viaje a la isla de Margarita con mi novia de aquellos días; que luego de algunos años pasados nunca supe de él —espero que este bien donde quiera que esté—. El ambiente me sedujo desde el primer paso que di en el hipódromo, mi amigo Manuel Pérez sin pesar, pidió un par de cervezas y apostó una cantidad importante a su ejemplar favorito. Para mi amigo Manuel Pérez, los verdaderos héroes del mundo eran los jockeys, un caballo y su entrenador con una gran viveza criolla que era uno de las cualidades que más seducía a mi amigo Manuel.
La fiesta terminó como tenía que terminar; con una pequeña torta y cantando el Happy Birthday de una manera moderada. Todos nos despedimos como siempre colocándonos los zapatos en la puerta de la casa, y mi amigo Richard Hugles me prometió buscar una traducción de mi héroe: el poeta Rafael Cadenas. Le di las gracias por el interés y por lo bueno de la cena de su esposa, todos se montaron en sus vehículos y partieron inmediatamente escapando cobardemente del frío, y yo comencé la caminata que me llevaría de vuelta hacia mi casa pensando en silencio: ¿Dónde están los héroes? ¿Cuál serán los héroes de mi amigo Alberto Hernandez?
(He aquí la respuesta de Alberto Hernández)
NOS VAMOS DE “HÉROES”
Los “héroes” han muerto. Ya no quedan porque siempre fueron mortales. Su culto es una prefabricación, un acto en el que la mitología jugó –juega aún en algunos espíritus muertos- papel relevante. Un héroe, para quienes levantan estatuas y arguyen acciones increíbles, se somete al escrutinio de su propia inclinación a alejarse del ser humano. Cuando alguien inventa al héroe lo transforma en un sujeto inmortal y le lleva la contraria a la antigua mitología. Pero si ahora, en estos momentos donde los antihéroes son repasados como personajes de algunos cómics, volvemos a ilustrarnos con “héroes” nuevos, retornamos al incesto (esta palabra podría ser heroica para algunos héroes) según el cual muchos de esos héroes son hijos de padres adulterinos o padres de su hijos con sus madres. Es decir, los griegos y su bochinche de dioses y semidioses, fórmula que estos tiempos toma vuelo si hablamos de los héroes uniformados cuyas madres no sabemos dónde se esconden, sobre todo si esos hijos han asimilado la pasión por Nerón, Stalin, Hitler u otro vástago que dejó de tener familia y ahora forma parte de un museo, de un mausoleo donde el silencio es el que reina.
¿Cuántos héroes caben en la imaginación de un escritor, de un artista? Todos. Porque la imaginación es poderosa, pero de allí a martillar la imagen de un tipo o tipa y convertirlos en ensueños de poder, en manifestaciones mágico-religiosas o en pedestres o ecuestres símbolos políticos, vivos o muertos, hay una distancia que podría ser cortísima, porque la locura del culto a la personalidad ha llegado y al parecer para quedarse.
Mi amigo Argenis me pregunta acerca de mis héroes. Pues, no se me ocurre ninguno. Claro, admiro a algunos personajes, pero de allí a convertirlos en mis “héroes”, no creo que llegue a tanto. Tampoco tengo revelaciones guerreras, como mucha gente califica a personas que han muerto o han cultivado exitosamente un terreno profesional, etc.
Tuve muchos héroes en la infancia. Los de los suplementos o comiquitas. En la escuela nos enseñaron a ser seguidores incondicionales de los personajes de nuestra Independencia. Sí, según los hechos son héroes, pero yo no los pongo en tan baja escala: fueron seres humanos que se entregaron e hicieron posible eventos que lograron dar al traste con enemigos que después se hicieron nuestros amigos, por aquello de la herencia sanguínea, por el idioma, por la cultura.
Bolívar, Sucre, entre otros más, son personajes de la historia. Así como lo fueron Nerón o Julio César, Napoleón o Mussolini. Claro, cada quien en su sitio.
¿Son Nerón, Hitler o Mussolini héroes de alguien? Pues, sí. De manera que se descalifica al diccionario. El trastorno llega a límites tan delicados que hay gente que adora a quien le quita el pan, la pensión, los hijos…Hoy, cuando el mundo está lleno de dictaduras, hay personas que ven como héroes a quienes han mancillado su dignidad. Es decir, el culto a la personalidad devalúa la definición clásica del héroe.
Por supuesto, todo lo que digo aquí pertenece a mis contradicciones personales. Lo que aquí afirmo no son más que elucubraciones, porque para la mayoría los héroes existen y seguirán existiendo. Me quedo con los que yo invento para mis creaciones, que tampoco son héroes, son marionetas que manejo a mi gusto. Y a veces ellas me manejan a mí.
De manera, estimado Argenis, que la heroicidad podría estar en las manos de una lavandera que se apañe la vida con el amor a su oficio. Podría estar en la mirada del padre, en la caricia de la novia, en las palabras de los hijos hacia quienes los levantaron. Un héroe podría ser un recuerdo. Un orgasmo cósmico.