Julio Planchart
Al juicio del Libertador sobre el “Canto a Junín” de José Joaquín Olmedo, si de bastante mérito y probatorio de ilustración y agudeza de ingenio, gran valía le da el inmenso renombre de su autor. Uno de los atractivos de las cartas de Bolívar a Olmedo[1] respecto al poema de éste, reside en que el elogiado haga él mismo el juicio del elogio: el héroe, risueño, juzgando el himno heroico; Aquiles y Diómedes guiñándose los ojos a propósito de la hipérbole homérica de sus hazañas.
Bolívar se picaba de conocimientos literarios: los tenía, y su gusto era fino, y genial en su buen sentido, y con el Canto de su amigo Olmedo halló una ocasión preciosa de manifestar que poseía leña de buena calidad para quemar en el vivo fuego de su imaginación.
La primera de las cartas es, entre otras cosas, el aviso del recibo del poema y la expresión rápida de la impresión que en el agílisimo ánimo del Libertador causó el verse ponderado de manera tan brillante, en tono tan sublime que, como tal, lindaba con lo ridículo; impresión humorística y jovial resultante del contraste de cómo siente el que actúa, aún en las acciones más altas, lo prosaico, lo contingente e inconsciente de la acción con la manera de verla y sentirla el mero espectador o el que la considera a distancia y pos sus consecuencias, y más si esa manera es poética y ditirámbica. Y así Bolívar dice a Olmedo: “Usted nos eleva con su deidad mentirosa, como el águila de Júpiter elevó a los cielos la tortuga para dejarla caer sobre una roca que le rompiese sus miembros rastreros: usted, pues, nos ha sublimado tanto que nos ha precipitado al abismo de la nada cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes”.
“Si yo no fuese tan bueno y usted no fuera tan poeta me avanzaría a creer que usted había querido hacer una parodia de la Ilíada con los héroes de nuestra pobre farsa”.
Bolívar tenía derecho a reírse un poco del poema de su amigo, mas, a nosotros, a quien él nos emociona como Olmedo, el poema nos produce sentimiento de admiración y de grandeza. Pero aun así podemos pedirle prestado a Bolívar, deponiendo por instantes aquellos sentimientos, un tanto de su derecho a sonreír para sonreír a nuestra vez por el esfuerzo visible, si logrado, para sostener el tono sublime. Así como en la Ilíada en ocasiones podemos sonreír de Aquiles, el de los pies ligeros, o de que Ayax se mantuviera contra los troyanos como el asno testarudo que entrando en un campo no se retira de allí, a pesar de los esfuerzos de los niños que parten sus bastones sobre el lomo del asno, hasta que no se haya hartado a su gusto.
En la segunda de las cartas, análisis del Canto y censura del elogio a la vez, Bolívar sigue riéndose de Olmedo, risa amable que da gracia y sutileza a la epístola. Se ríe de sí mismo el Libertador por meterse a crítico, y por costumbre de guerrero y por buen táctico toma una posición ventajosa antes de entrar en materia: “Usted se ha empeñado en suponerme sus gustos y talentos. Ya que usted ha hecho su gasto y tomado su pena, haré como aquel paisano a quien hicieron rey en una comedia y decía: – Ya que soy rey haré justicia. No se queje usted, pues, de mis fallos por imitar al rey de la comedia, que no dejaba títere con gorra que no mandase preso”.
Si toma aquí posición, no sólo es por táctica, sino equilibrada modestia, porque el árbitro de la paz y de la guerra no se creía con autoridad suficiente para disertar sobre materia que no poseía bien. Equilibrio, buen sentido, buen humor, cariño a Olmedo y admiración por el poeta, son las cualidades y condiciones que informan la crítica de Bolívar del “Canto a Junín”; las cuales, movidas por aquella inteligencia suprema, colocan las dos cartas entre las piezas más notables de su estupendo epistolario.
Tanto es así que, bastante a pesar suyo, porque el elogio de Bolívar es renuente en su pluma, Menéndez y Pelayo al tratar del poema de Olmedo y de las cartas de Bolívar, habla de la sagacidad admirable con que aquél señaló los lunares del Canto y de que el buen sentido habló por su boca y cita párrafos de esas cartas, cuyo estilo, por su nervio y pureza, no desdice al involucrarse en la admirable prosa del gran exégeta español.
Bolívar en su segunda carta comenzó censurando para lego alabar “usando de una falta oratoria”, pues no le gustaba “entrar alabando para salir mordiendo”; y luego pasa de la risa a lo grave, de la censura al férvido elogio con decisión notable, con un salto limpio y preciso de su ágil y segura inteligencia. Bolívar en sus cartas a Olmedo demuestra que multiplicaba las ideas en muy pocas palabras, como él dijo de sí mismo, y en esta ocasión con mucho orden y concierto.
Al ir leyendo ordenadamente las cartas del Libertador y terminar la segunda y última que trata del Canto de Olmedo y seguir con las otras, en las cuales nunca más se hace crítica literaria, se siente uno tentado a exclamar, parodiando, pero ennobleciendo, la frase atribuida a Nerón en el momento de su muerte: “Qué crítico ha perdido el mundo!”
[1] Fueron dos: de 27 de junio y de 12 de julio de 1825.