Ugo Ulive
I
Música sacra y solemne. Una iglesia. Quizás se ve proyectado un crucifijo un vitral de tema religioso. Una luz con ínfulas de halo descubre a Carlos de rodillas, ensotanado, rezando con aire de absoluta unción.
Por el fondo penumbroso surgen en fila varias monjas jóvenes. Al descubrir a Carlos una de ellas se detiene y lo señala. Comentan algo en voz baja, apenas visibles. Una de las novicias se separa del grupo y pasa muy cerca del rezador. Pese al hábito y a la semioscuridad, se adivina una mujer hermosa. Llega a un extremo del escenario y, de rodillas, parece entregarse también a la oración. Se oye, amplificada, la voz de Carlos:
Voz de Carlos:
Ante la imagen de Jesús rezaba
con místico fervor mi devoción,
cuando cerca de mi pasó una hermana,
casi rozando con mi corazón.
Carlos ha interrumpido su plegaria y mira a la monjita. Se pone de pie, llega hasta ella y la besa apasionadamente. De manera simultánea sigue escuchándose su voz:
El demonio bíblico y maldito
me hizo, Dios mío, profanar mi rezo;
corrí tras ella, la alcancé y la vida,
la vida toda se la di en un beso.
Carlos vuelve adonde estaba. Las novicias siguen mirando.
Cuando a mi puesto me volví cual Judas,
con la cabeza baja, avergonzado,
el buen Jesús me dijo con ternura:
Voz de Jesús (bondadosa y resonante): Dale otro beso… que eso no es pecado…
Regresa a la noyicia que intenta retirarse y ejecuta las acciones dictadas por el poema:
Voz de Carlos:
Obedeciendo yo a Jesús prolijo,
corrí tras ella, la volví a alcanzar,
val agarrarla me gritó:
Todas las monjas (al unisono): ¡Bandido!
Voz de Carlos: Pero más dulce la volví a besar…
Durante el beso las novicias salen corriendo en desorden. También lo hace la que ha sido besada. Carlos, a solas, se persigna. Una pausa. Desde el fondo avanza el Superior.
Superior: ¡Ay, padre, padre! Me pregunto qué haremos con usted… No es que dude de su vocación, lo sé hombre religioso y sincero, me consta que ha sentido realmente el llamado de la fe.
Carlos: Lo he sentido, Monseñor, lo he sentido.
Superior: Pero el llamado de la fe no basta. El Señor es quien nos convoca, pero es responsabilidad del sacerdote responder a su incentivo plenamente.
Carlos: Eso también lo sé. Me lo repito a diario.
Superior: ¿Lo sabe, padre?
Carlos: ¡Y tanto!… Pero me ocurren cosas, cosas incontrolables en ese campo de Ágramante donde fe y sensualidad luchan y se confunden …
Superior: No deben confundirse.
Carlos: ¿No?
Superior: No deben confundirse jamás,
Carlos: Pero se confunden desde la noche de los tiempos. El conflicto entre el alma y el cuerpo sólo puede explicarse porque… (vacila) … porque el dogma del pecado original torció para siempre los instintos naturales del hombre.
Superior: ¿Qué dice usted? ¡Blasfemia!
Carlos: ¡Piénselo, Monseñor, es cierto lo que digo!
Superior: No vale la pena prolongar esta conversación.
Carlos: ¡San Pablo, asceta y virgen, lamentaba con gritos los estímulos de la carne! ¡Y San Francisco, para dominar la turbación que le provocaba la presencia de una mujer hermosa, tenia que tenderse sobre un lecho de espinas, que lo llenaban de sufrimiento y sangre!
Superior: Lo exhorto a guardar silencio ahora mismo.
Carlos (que no parece haber oído): ¡Si hasta las santas vírgenes! Santa Rosa de Lima, Santa Catalina de Siena… confesaron que sentían carnales ardores ante la imagen del Esposo crucificado… ¡Y en el momento mismo de la comunión, con las mejillas encendidas y palpitante el seno, solían padecer, aterradas, delicias vergonzosas e inefables!
Superior: ¿Ha terminado?
Carlos: Le ruego me comprenda. Mi lucha es constante y siempre encuentra un solo desenlace: la derrota, ¿Qué hacer, Monseñor, qué puedo hacer?
El Superior se aleja. Carlos lo sigue, gritando:
¡No bastan oración ni penitencia! ¿Qué debo hacer, Monseñor, qué debo hacer?
II
Una taberna en Caracas. Varios parroquianos sentados a una mesa. Hay vasos y botellas de vino.
Armando: …Y entonces ella dijo: vamos a hacerlo, sí, pero poquito a poquito.
Carcajadas. Vicente se pone de pie y golpea con su vaso una botella para llamar la atención. Se hace silencio.
Vicente: Compañeros contertulios, fablistanes y nefelibatas, amigos todos, devotos fieles del dios Baco, miembros de la Sociedad Científico-Literaria o redactores de esa publicación señera de las letras americanas, El Cojo lustrado, creo sinceramente que hoy debemos dedicar algunos momentos de reflexión al infausto hecho que acaba de ocurrirle a uno de nuestros cofrades: nuestro entrañable amigo, el sacerdote, se ha visto excluido de la Iglesia.
Armando: ¿Ahorcó los hábitos?
Ramón: Nada de eso.
Vicente Nada tan grave. Sabemos de su fe.
Ramón: Que es muy sincera.
Vicente: Eso iba a decir. Sabemos de su fe sincera y firme. Se ha decidido una suspensión eclesiástica provisoria.
Ramón: Por algún tiempo.
Jesús: ¿Cuánto?
Vicente: Nadie sabe cuánto. Pero sí se sabe que retorna a la vida de seglar.
José: Pero es una medida…
Tito (interrumpiendo): ¿Por qué lo hacen?
Armando: ¿Por qué lo hacen? Todos lo conocemos.
No importa por qué, Importa que ahora será otro. Y será siempre el mismo, nuestro amigo. Brindo por su amistad.
Beben. Silencio.
Ramón: Lo que pasa… pasa que es demasiado talentoso, humilde y magnífico a la vez.
Jesús: Yo se lo dije cuando estaba a punto de ingresar al Seminario: Piénsalo bien, tú necesitas horizontes, no cadenas.
Tito: Durante los primeros años se comportó como un sacerdote ejemplar.
Armando: ¿Y después? ¡Qué va! Más de una vez, fuerza es reconocerlo, se le perdieron las fronteras de lo correcto y de lo permitido.
Ramón: Que Dios lo ayude. Brindo por eso.
Se oye el golpeteo producido por un bastón en el piso. Aparece el Ciego, guitarra a la espalda, bastón blanco. Pausa.
Ciego (voz profunda): Buenas noches,
Algunos responden.
Jesús: ¿Y este quién es?
Ramón: El Destino.
Tito: O la Justicia. ¿No ven que es ciego?
Carlos (entrando, vestido de negro): No es más que un hombre humilde como yo.
Todos. ¡Bienvenido! ¡Hermano! ¡Siéntate!
Carlos (al Ciego): Siéntese usted también, maestro. ¿Quién será el Ganímedes que escancie una copa de vino al trovador?
Jesús: Por supuesto.
Sirven. Se sientan.
Carlos: ¡Amigos! ¡Cuánto gusto me da verlos reunidos! (Bebe). Me hacía falta la compañía de ustedes, oír sus voces y sus carcajadas.
Tito: Nosotros también queríamos verte.
Armando: A decir verdad, nos preguntábamos si vendrías.
Carlos: ¿Cómo no iba a venir? Hoy es jueves y yo nunca he faltado a estas tertulias, ¡Salud! (Bebe nuevamente, se llenan otra vez las copas). Pero quiero pedirles un favor… no hablemos hoy de mí, de lo que me ha ocurrido. Pues ya todos lo saben, me imagino. (Varios asienten) Entonces,
¡silenciemos el tema con un brindis! ¡Venga el Orinoco!
Chocan vasos, beben, vuelven a servir, incluso al Ciego, que tiempla su guitarra un poco apartado.
José: Aunque haya pasado lo que sea, supongo que tu estro no deja de fluir…
Jesús: Sí… sin duda sigue activo tu numen soberano.
Tito: Seguramente,
Carlos: Es cierto, no me abandona esa loca de la casa, la poesía. Trato de acallarla y olvidarla y ella, obediente, se va desaparece…
José :¿Desaparece?
Carlos: Tan sólo por un rato. (Bebe). Y de pronto, insólita, violenta y tempestuosa, se arroja sobre mi, pide que la posea, y después me abandona, hembra traidora.
Risas.
Jesús: ¡Por ella, por la poesía!
Beben y sirven. No ha dejado de oírse muy queda la guitarra del Ciego.
José: ¿Y cuándo conoceremos algo…?
Carlos: ¿De mi producción? Ya mismo, si quieren. Viajaba yo en tranvía rumbo a este lugar, y de pronto me comenzó a nacer un poema.
Vicente: Léelo, entonces.
Carlos: No llegué a escribirlo, surgió así, sin pensar. Pero aún lo recuerdo. ¿Quieren conocerlo? (Asentimiento general). ¡Antes un nuevo brindis! ¡Por nuestro Mare Nostrum, el Caribe! (Bebe. Al Ciego). Maestro, acompáñeme un poco, como pueda. (El Ciego inicia un leve rasgueo que sirve de fondo al recitado).
He ascendido a un tranvía e, instalado en mi asiento,
curiosean mis pupilas cual pupilas de niño:
un perfume a magnolias dentro del alma siento
y es que tiene una dama descotado el corpiño.
Risas, intentos de aplauso, pedidos de silencio.
Con el alma vibrando de infinito contento,
acorto la distancia, un poco más me ciño,
y la gloria es más gloria cuando atisbo el portento
que define en capullos sus dos senos de armiño.
Nuevas risas y comentarios.
Yo, que he buscado siempre en la inquieta natura
el modelo perfecto de una viva escultura,
el motivo sincero de la galante rima,
yo, que he sufrido mucho porque he gozado poco
y que tengo de artista, de poeta y de loco,
¡hoy siento como nunca más amor a la vida!
Aplausos, gritos de aprobación.
Tito: Es magnífico!
José: ¡Genial!
Carlos: Gracias, amigos, (Alza el vaso). ¡Que vengan los siete mares a inundarnos!
Todos beben.
Ramón: Es un soneto extraordinario. Tienes que escribirlo.
Carlos (comienza a notarse su ebriedad): ¿Escribirlo? ¿Para qué? ¿Para qué? El árbol no se inclina a recoger sus flores.
Armando: Tu alma de poeta se asfixiaba en la Iglesia.
Carlos: Te equivocas, amigo, te equivocas. Yo no soy un apóstata, no renegaré nunca de mi fe. Pero a la vez me he preguntado por qué he de renunciar a la más alta expresión de la belleza.
José: ¿La más alta expresión de la belleza?
Carlos: El cuerpo femenino. El cuerpo femenino, raíz y germen de la vida.
Jesús: Y de la muerte.
Carlos: También, también. Ese cuerpo de carne perecedera, cuerpo sitiado siempre por la muerte.
Armando: No nos pongamos lúgubres.
Carlos: ¿Por qué no? Yo sí me siento lúgubre esta noche… De eso quería hablarles. Hace años, leyendo al poeta alemán Heine, se me ocurrió la idea muy atrevida de imitarlo, y en muy largas horas de insomnio escribí un poema bien triste que fue atribuido a un tal Julio Flores pero que es mío, muy mío. Le han puesto música y en más de una ocasión lo he oído cantado por la calle o en la penumbra de lóbregos tugurios, Hace poco rato me lo volví a encontrar en la voz de este hombre, noble artista del pueblo, y por eso le pedí que viniera conmigo… Maestro, ¿quiere hacerme el favor? Lo escuchamos
El Ciego rasga una introducción y canta con gran melancolía. Se hace un silencio absoluto.
Ciego (cantando):
Oye la historia que contome un día
el viejo enterrador de la comarca:
era un amante a quien con saña impía
su dulce bien le arrebató la Parca.
Por el fondo, inadvertida, se ve pasar a La Novia, toda vestida de blanco, el rostro cubierto por un velo. Se desplaza con extrema lentitud y termina de cruzar el escenario al finalizar la canción.
Todos los días iba al cementerio
a visitar la tumba de la hermosa
y la gente murmuraba con misterio:
Ese es un muerto escapado de la fosa.
En una horrenda noche hizo pedazos
el mármol de la tumba abandonada,
cavó la tierra y se llevó en sus brazos
el rígido esqueleto de su amada
Y allí en su triste habitación sombría.
de un cirio fúnebre a la lama incierta,
sentó a su lado la osamenta fría
y celebró su boda con la muerta.
Ató con cintas los desnudos huesos,
el yerto cráneo coronó de flores,
la horrible boca la cubrió con besos
y le contó llorando sus amores,
Llevó la novia al tálamo aullido,
tendiose junto a ella enamorado
y para siempre se quedo dormido,
al rígido esqueleto abrazado…
Silencio
Vicente: Boda Macabra. ¿Entonces tú eres el autor?
Ramón: ¿Cómo pudiste escribir algo así?
Carlos: Devaneos juveniles. Durante una época de mi vida, casi tan lúgubre como ésta, me deleité en cantar serenatas a las tumbas bajo los cipreses melancólicos. Así surgió este poema, esta canción. La canta el pueblo y eso me complace (Al ciego). Mil gracias, maestro. Será hasta pronto (Le da dinero y
lo ayuda a irse. Se queda mirando el sitio por donde salió). Yo soy también como ese ciego, he vivido sin ver, sin darme cuenta (Bebe, no se ha sentado). ¿Por qué ustedes se dicen mis amigos? (Protestas) ¡Yo soy la hez de la escoria humana! (Tambalea, tratan de ayudarlo a sentarse, los rechaza, bebe un largo trago a pico de botella). ¿Por qué negar la verdad? No soy más que un fantoche lúgubre y rijoso (Señala la botella). ¡Aquí está la verdad, in vino veritas! Adiós, amigos, no, no me acompañen. A mi sólo me queda el triste desenfreno.
Sale vacilante de la taberna y avanza hacia proscenio, botella en mano. Vuelve a beber, suspira. Decide sentarse en el bordillo de la acera, ante un muro gris descascarado. Canta un gallo a lo lejos. Aparece el Basurero. Carga un saco al hombro y tiene un aire levemente siniestro. Recoge algo del piso, lo guarda, descubre a Carlos y se le acerca. Carlos bebe otra vez. El Basurero se sienta a su lado. Carlos lo ve.
Carlos: Hermano lobo, hermano…
Basurero (voz ronca): Hay sed. Comparte la botella.
Carlos: Con gusto. Toma. Bebe (El Basurero bebe largamente). Pensar que tú vives de recoger residuos, desperdicios. No me vayas a meter en tu saco. Porque yo también, aquí donde me ves, no soy más que una misera basura … un desecho de Dios…
Basurero: No cabes en mi saco, hermano. Y menos aún caben tus pecados.
Carlos (frotándose las manos): Siento frio de pronto.
Basurero: Bebe otro trago.
Carlos: No queda casi nada en la botella,
Basurero: ¿Estás seguro? Prueba.
Carlos (la examina sorprendido): ¡Está llena! (Bebe con avidez). ¿Cómo ocurrió esto?
Basurero: Un milagro vulgar y repetido. Carece de importancia.
Carlos: ¿Quién eres tú?
Basurero: Ya lo dijiste, soy un basurero, colecciono bazofias. Pero hoy estoy aquí para ayudarte.
Carlos: ¿Ayudarme? Ya nadie puede hacerlo.
Basurero: Yo sí puedo. Puedo porque sé que te equivocas. Puedo porque sé que no has pecado.
Carlos: No he pecado, ¿verdad? Soy un santo varón, tal vez me canonicen algún día, comprendan mi poesía sacrosanta. Me convertiré en mártir, el santo protector de la lujuria.
Basurero: ¿Qué pecado es el tuyo? Reflexiona. Todo empezó con la expulsión de Adán. ¿Por qué cargar con una culpa ajena? El placer de procrear sin procrear es también atributo de tu Dios.
Carlos: Me alejan de Él los nefandos encantos de la carne.
Basurero: ¿Y por que resistirlos?
Carlos: El fragor del orgasmo mancilla el resplandor del intelecto.
Basurero: Ni tú mismo lo crees. Jesús tenia semen, pudo haber procreado. (Se para grandilocuente frente al muro). El celibato no es más que una patraña, invento de unos papas resentidos.
Carlos: ¡Estás loco! ¡No viertas más sal sobre mi herida!
Basurero: El amor es la herida delicada, “el misterioso y dulce amor de las mujeres”, tú mismo lo dijiste.
Carlos: Me confundes y me desconciertas, ya no sé qué pensar.
Basurero: ¡Rompe con tu Iglesia! ¡Sé un hombre entero, ahora y para siempre!
Carlos (se pone de pie de un salto): ¡Ya sé quien eres tú! ¡No des más coces contra el aguijón de Dios! ¡Aléjate de mí, no quiero oírte! (Le arroja la botella de vino, que se estrella contra el muro. Recoge la bolsa de basura abandonada y lanza su contenido hacía el sitio donde estaba el Basurero, que ha desaparecido). ¡Vete y no regreses nunca! ¡No quiero verte ni oírte nunca más!
Ha perdido totalmente el control, parece pelear contra un rival invisible, grita y solloza. Se oyen silbatos estridentes. Aparecen dos uniformados. Al verlos, Carlos contiene su frenesí. Los dos hombres lo ponen de rodillas y luego, a rastras, lo llevan a otro lugar del escenario donde hay una silla recta ante una pequeña pared blanca. Lo sientan. Ahora lo ilumina una luz muy potente. No se ve al Interrogador, sólo se oye su voz. El Basurero ha regresado al sitio donde ocurrió la escena anterior, recoge los residuos y va guardándolos en el saco mientras escucha con aire divertido.
Interrogador: Ciudadano, usted está acusado de alterar el orden público en estado de ebriedad.
Carlos: Patrañas. Nada de eso es cierto.
Interrogador: No negará que peleaba con un hombre.
Carlos: Discutia.
Interrogador: ¿Con quién?
Carlos: Un basurero.
Interrogador: ¿Un basurero?
Carlos: Si, un basurero muy especial.
Interrogador: ¿Ustedes venezolano?
Carlos: Caraqueño de pura cepa, nací en la parroquia de La Candelaria. El Anauco me vio de niño como a Bello cazar mariposas en sus márgenes. La música doliente del apacible Guaire inspiró mis primeros cantos. Y el Ávila augusto, padre tutelar, fue la primera visión de grandeza que contempló mi espíritu.
Interrogador: ¡Qué manera tan extraña de hablar tiene usted! ¿Cuál es su oficio?
Carlos: Presbítero … Sí, soy un sacerdote, hijo, un cura. Yo soy el padre Carlos Borges.