Por: Alirio Fernández Rodríguez
Betina Barrios Ayala (Barquisimeto, 1985) es una escritora, investigadora, docente y librera venezolana. Sus últimos años los ha vivido entre Caracas, Buenos Aires y Nueva York, donde participó en iniciativas independientes para promover la literatura; también trabajó en conversación con instituciones públicas y privadas: Cultura Chacao, International School of Brooklyn y la Red de Bibliotecas Públicas de la Ciudad de Buenos Aires. Actualmente vive en Argentina, desde donde realiza estudios doctorales y lleva adelante el proyecto «Afecto impreso». Para Betina Barrios la literatura y la escritura son espacios vitales de los que no puede separarse.
Una casa con patio en el centro por donde se veían las estrellas y caía la lluvia, es todavía un lugar vivo en la memoria de la escritora venezolana Betina Barrios. El sólido recuerdo de los orígenes, de aquella numerosa familia paterna entre tíos y primos, revive el feliz ruido infantil de esa casa en Barquisimeto. Se trataba del lugar que reunía y celebraba los afectos inmediatos de la pequeña Betina. Pronto vendría la separación de los padres y la niña se iría con su madre a vivir a Acarigua un tiempo.
Luego, teniendo seis años, volvería a Barquisimeto junto con su hermana, para vivir con su padre hasta los once años de edad. “Fue una etapa fantástica, vivíamos nosotros tres hacia la salida de la ciudad en Las Trinitarias; un tío tenía casa en Cubiro; hay espacios de memorias muy verdes, no tan calurosas del Barquisimeto que da hacia Maracaibo”, recuerda Betina. Es también el tiempo pasado en que vivió Patricio, un loro que fue una mascota muy querida; todo es un poco borroso ahora, pero fue feliz esa infancia que vivió entre el campo y la ciudad, dando saltos alegres.
La curiosidad profunda por las cosas, ese amor por lo puro, que todavía definen a Betina Barrios, vienen de la infancia. Surgieron en una casa con un granado en el patio, con tierra y jardín; era una casa modesta y pequeña, pero amplia para la infancia de la escritora. Quedaba en Cabudare, ciudad cercana a Barquisimeto; era de los abuelos maternos. Allí la niña, sin llamativos juguetes ni grandes artefactos, se encontró con la tierra, la geometría de las flores, las hojas verdes que al tacto se cerraban o a la formación curiosa de los hormigueros.
En esa casa de Cabudare, el reino de la terredad, el abuelo materno en su oficio de periodista le legó a la pequeña Betina el hoy extinto tecleo de la máquina de escribir, la madera y las cuerdas de la guitarra, las risas, la simplicidad y el trabajo. “Y aunque la infancia pasa, la mía que transcurrió muy dentro de la vida de mis abuelos en Cabudare… esa niña nunca se fue, lo vivo todavía, ese asombro por lo que está dado y es como el espectáculo del mundo, simplemente”, recuerda Betina.
“El castigo que me llevó a leer «El mago de Oz», que me hizo lectora, ocurrió un día en que peleaba con mi hermana –recuerda la escritora- y mi padre me castigó dejándome en el cuarto en la parte alta de la litera”. La niña estaba consternada porque sabía que había lastimado su hermana. El aburrimiento le dio un empujón y la hizo tomar un libro del estante al que llegaba, sin bajarse de la cama. Ese libro le ofreció un mundo paralelo que le dio sosiego. Le preocupaba su hermana y nada la tranquilizaba hasta que abrió el libro y comenzó a leer.
Betina recuerda que ese día, pasado un largo rato, volvió su padre a la habitación a levantar el castigo y dejarla bajar. La niña le dijo que no, que no había terminado el libro aún. “No seas malcriada, ya pasó, puedes bajar”, le dijo su padre, recuerda Betina. Pero no, no se trataba de una malcriadez; estaba dándose un nacimiento, aunque su padre y quizá ella misma no lo supieran: era el enigmático proceso que convertiría en lectora a Betina Barrios.
La escritura era un espacio posible para estrechar distancias. Durante toda la etapa de primaria tenía cuadernos donde escribía poesía y cartas, recuerda Betina Barrios. La pequeña elegía manifestar el amor mediante cartas a su madre, alguna amiga o a la abuela; pero también este lenguaje epistolar romántico lo usó para intentar decirles confidencias a personajes inalcanzables para la niña. Escribir era una forma de tocar lo que no se puede, dice la escritora.
Pasaría mucho tiempo y ahora la mujer se enfrentaba a la experiencia de ser migrante, allí sobrevino la escritura de nuevo. Betina se estableció en Buenos Aires para atender cuestiones de trabajo y también hacer estudios de postgrado. Ella sabía que quería, o necesitaba, hacer cosas distintas y comenzó a escribir, otra vez. Abrió un blog literario llamado experienceparoles desde el que “empezó una bitácora de escritura que se mantiene, es un espacio vivo, con sus intermitencias, es como mi libro interminable”, dice Betina.
Creo que nunca he trabajo por dinero, me he entregado a cualquier trabajo, pero claro que siempre he trabajado; como camarera, cuidando niños en Nueva York, llevando cuentas y organizando impuestos, he dado clases de yoga, trabajé en campañas publicitarias o fotografía de moda y un emprendimiento haciendo granolas muy relacionado al yoga, cuenta Betina Barrios. Para la escritora venezolana estos trabajos han sido experiencias importantes en la medida en que se relacionan con lo vivo, con lo humano y las ilusiones de otros, porque eso es lo que le interesa, ahí ella puede fundar sus propias ilusiones también.
La escritura es más bien un espacio elástico e intermitente.
La escritura ha sido como un arma con la que he conseguido virtud -dice Betina-; pero me cuesta identificar una evolución o un camino, es más bien un espacio elástico e intermitente. La escritora y la mujer son un andar de la mano, donde no hay distancias posibles. Para Betina Barrios la escritura es una especie de pulsión vital sin un norte establecido, es más bien dispersa y brota de la vida en sí misma. Está convencida de que su literatura busca en lo uniforme y desordenado, a la vez, donde todo parte de lo que va siendo su vida y así va como dibujándola, pero con palabras.
Betina Barrios entiende la literatura de hoy como una enorme abundancia que la interpela, como una gran masa que no se puede atravesar nunca. La literatura es para la autora, sobre todo, un espacio para el encuentro, lleno de redes y mapas que la contiene. A Betina Barrios no le interesa tanto un orden o un prototipo de escritura, sino el asombro que toda obra puede dar. Sobre nuestras letras cree que todavía está por verse porque quizá mucho de lo que se publica no refleje lo que se está escribiendo. “Me interesa el pulso de la literatura venezolana contemporánea que es un espacio heterocrónico”.
Lo que busco no tiene proyecto ni medida
“Lo que busco no tiene proyecto ni medida, siguiendo a José Emilio Pacheco, y así hago otras cosas, en razón de la literatura; otros experimentos en cosas como el collage, el subrayado, la música, el video. Todo esto me ayuda a mantener el compromiso con la inquietud”, cuenta Betina Barrios.
Por otro lado, ahora mismo la autora trabaja en una investigación abierta, «Afecto impreso» que busca mostrar el trabajo de argentinos en el libro venezolano. Ha recibido financiamiento en Argentina, incluso. Y en cierto modo lo que Betina Barrios ha encontrado es que hay mucho que Argentina ha dado a la “endogámica literatura venezolana”. Es un proyecto importante en el que la autora trabaja actualmente, pero que se nutre mucho de lo que otros aporten. La acompaña como diseñador en «Afecto impreso» su pareja, el argentino Germán Suárez.
Otro proyecto en el que participa activamente Betina Barrios es «Alliteration Publishing», bajo la dirección de Garcilaso Pumar, una editorial que está en Miami Beach y que está dedicada a la traducción de literatura latinoamericana, desde la que se perfila una colección sobre estética y arte contemporáneo.
Betina Barrios pone la vida plena primero y también hace otras cosas con mística, como vacacionar, hacer senderismo, ir en bicicleta, jugar ajedrez o ir al rio y contentarse sólo con observar el agua, como “caribeña hasta la pared de enfrente” que es.
En la mochila Betina Barrios Ayala sido “incluida como autora en los volúmenes antológicos: I Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas (Caracas, 2016); Todas las mujeres fulanas y menganas (Miami, 2018) y El puente es la palabra. Antología de poetas venezolanos en la diáspora (Caracas, 2019).
Agradezco la presencia del poeta César Suppini en este blog, que perfila un universo de voces nacionales, donde el poeta Suppini pertenece por derecho propio, aunque no ha logrado el protagonismo que su obra merece.
Gracias por eso.
Gracias a ti, por habernos hecho llegar sus textos. Y así es, este es un espacio para incluir… a todos.