literatura venezolana

de hoy y de siempre

Beber de la sombra

Víctor Fuenmayor

Devolución

Cumplo promesas que hace el anciano niño del ayer
al niño anciano del mañana.
Camino el largo trayecto de pasos perdidos entre
figuras del juego de ajedrez, después de pasadas las
tempestades y las vaguadas del tablero, que borran
caminos desde la edad temprana.
Soy la tranquilidad y ardiente deseo de volver siempre a la vida
cuando esta me deja vacío por momentos.
Recorro pasadizos pasados de la muerte sin perderme
con pasos que me devuelven aquí, donde firmo recibo
a todos los regalos dados en apuestas en favor de la
vida.
Soy el mismo que el otro que me levanta firme de la
cama,
tranquilizando la desesperación del tiempo, habiendo
ganado un día más
a la apuesta inicial que me mantiene de verdad toda mi
vida.

 

Aprieto el vacío

Las alas no salen los primeros días del encierro.
Salen poco a poco, pacientes, con la angustia
invadiendo territorios al aire
y aumentando dolores entre pecho y espalda.
Punzan la espalda de almohadones, los pies descalzos
sin pisadas, la cabeza con ideas obsesionantes.
Cansado de caminar la bestia, sumo los cambios de
caminos de espinas y abrojos bajo el sol inclemente
de cuarenta grados a la sombra, con el ahora descanso
encamado horizontalmente inmóvil.
Las plantas de mis pies me vencen, rebelándose al
encierro y a la inmovilidad.
Pisando rutas con espinas interiores, siguen huellas
de pasos sangrantes,
trazándome caminos de martirios en el ombligo del
dolor,
hasta llegar a liberarme danzando el cuerpo de
palabras en el espacio vacío.

 

Nombres

Descubro la magia de nombres que me escriben
en el tablero del juego
con el movimiento de la línea destinada en el ajedrez
de la pieza matriz.
Sin decirme ni oírme, juegos de nombres vienen
y van
en el eco interior del antes del despertar
o dan en el blanco del antes del nacer o del morir.
Oída antes que pensada, viva antes que muerta,
la derrota convirtiéndose en victoria,
la palabra que me nombra teje nudos urdiendo el
tejido del pañal y mi mortaja,
enrolla el curricán del trompo que giro en mis manos
orientando el sentido de la peonza
hacia la sonoridad con que me lanzo
a moverme en la tierra, marcando con pasos
los espacios del giro donde caigo.

Me levanto

Me levanto y doy mi rostro a la palabra.
Vestido y todo previsto para la cita final,
entregado a la línea de una cita a ciegas.

Atravieso sombras proferidas al pie de las palabras,
visto mi desnudez de negro,
y atravesando el blanco, al vacío me entrego.

Previendo el siempre y el cierre de la cita,
conmigo mismo murmurándome adentro,
me alejo hasta donde llegan los pies de las palabras.

 

Sin amarres

Solo la palabra desnuda me desviste
sin delante y sin detrás.
Solo la imagen huida en el tiempo
aparece del cuerpo sin espejos
ni fuentes de los ecos
en la superficie de agua de la página.

Encuentra al azar la propia desnudez
del cuerpo amado, amamantado,
canturreado, hamaqueado,
solitario andante sobrio,
siempre duro de atar,
y suelta las amarras.

 

Libro mi cuerpo

Este es mi cuerpo ahora
y libro mi voz
con un lomo escrito
que titula;
con un pie de imprenta
que nace y camina
sobre las trazas de la estraza,
sobre los cielos de celofán.
Este es mi cuerpo que libro
envuelto en el papel con la ñapa
dándole el vuelto a la lengua.
Y mi cuerpo libro de deseo
te continúa amando
con la lengua
sin un punto final
que nos envuelve…

 

Erinias
Aúllan de dolor haciéndose bestias.
Gritan, chillan y maldicen en medio de la calle
Nombran la lista de asesinos, muertos, secuestrados,
piden por los hijos pendientes siempre a cuestas.
Hilan y retahilan la vida en palabras insensatas.
Detienen el punto del tejido desgarrado
poniendo saliva en la malla con el índice del silencio.
Aprendo en la mano de su grito apagado.
Humedezco el dedo lector con saliva de mi boca,
apretando mi piel a la página en peligro de rasgarse.
Separo lentamente las páginas pegadas de mi vida.
Abro el espacio secreto de mi cuerpo, sin violencia,
del miedo a desgarrarme, desgarrando hojas escritas.
 
Ocupaciones
Ocupándome del retorno que dan los ojos a las cosas
sin nombre
después de una muerte, una lucha o una guerra,
vuelvo la mirada hacia espacios cotidianos
y transformo la ausencia en la mayor presencia
La muerte convierte la poesía en vida.
Así aparezco al final del recorrido,
derrotando derrotas,
matando las muertes impunes.
La felicidad del poeta se posa más allá de la vida, del
dolor y del amor,
cuando el que vela la historia de la lucha, ya sin brazos
ni armas,
vuela a las páginas con alas desplegadas
y, anunciando el pie de un verso caminante,
hace avanzar al lector hacia un peldaño de escalera.

Sobre el autor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *