literatura venezolana

de hoy y de siempre

Banderas sobre el Esequibo

Emilcen Rivero

Sumido en la angustia del final de la campaña electoral de la elección presidencial de 1983, el doctor Alberto Solano, se encontraba en Caracas un jueves al mediodía de un noviembre que agonizaba, tanto como sus pretensiones presidenciales. Empezó a salir de cierta depresión al ver lejos la estatua ecuestre del Libertador y una euforia repentina le brotó en la mirada. Aquel era faro de su vida; claro, al recordar que anda quebrado se preocupa por el diario condumio de su familia, la deuda en la imprenta y por los recursos para el viaje a sus convicciones, a cumplir su promesa estudiantil cuando soñaba en lo grandioso que volvería a ser Venezuela. Por eso era necesario emprender un largo viaje a lo exótico y lo anhelado de la selva.

Entonces, le regresa el dolor que tenía incrustado en sus ideas de patria, desde que era un adolescente y entró a la academia Militar: Allí supo que Bolívar era una lágrima, cayendo sin pañuelo y sin dolientes, en la Venezuela que el petróleo transformó en derroche y corrupción, mientras ocurría una impactante transformación económica y educativa, no obstante, desvinculadas de ideales superiores. Y eso tenía que cambiar, él lo cambiaría.

Se dispone a regresa a su hogar después de reunirse con el secretario de su partido y discutir la actividad electoral y la toma del Esequibo, para ese fin de semana largo. Era el candidato presidencial de Fuerza Emancipadora, recordó que aún debía la mitad del pago de unos afiches y unos volantes. El impresor no quería entregarle la publicidad hasta que pagará y había que pegarlos, repartirlos, respectivamente y ya quedaba poco tiempo. Ve la carpeta y ojea el acta que habían discutido en la reunión del comando presidencial y vuelve a ver las curvas matemáticas de las intenciones de voto, las proyecciones, y se dio cuenta por datos que tenía de las encuestas, que iba muy mal, terriblemente mal, casi de último entre la chorrera de candidatos que se competían y caviló, o mejor reflexiono profundamente sobre lo que pensaba hacer, sobre el viaje que medio habían planificado, viaje que si lo lograba tomaría un segundo aire en la carrera presidencial.

Tenía temor a quedar, como otras veces, en el palabrerío, no lograr ningún avance electoral, y volvió a pensar que los políticos que pierden son como héroes desahuciados. Son seres que sufren, y no es para menos, nadie se acerca a un político perdedor, a menos para burlarse o verlo con lástima, tantas veces había pasado por esa y alegar que le habían robado los votos, era una excusa de tontos. Lamentó que su propuesta electoral: mejorar la situación económica de los más necesitados, castigar la corrupción de los funcionarios públicos, repotenciar los valores patrios y girar hacia la Gesta de los antiguos Libertadores; no había calado en los electores. Total, era casi la propuesta de todos, pero que ninguno cumpliría si llegaba al poder (la corrupción era la meta subterránea y en Venezuela la mejor opción para joder al pueblo es hablarle de Bolívar y enternecerlo con cuentos y batallas). Mientras tanto, andar en el huracán de la corrupción para ascender económicamente, y por arte de birlibirloque permutar lo bolivariano en resultados malos y a punta de muela crear borracheras como parrandas interminables de promesas.

Él era diferente, él quería fusilar o por lo menos encarcelar a los corruptos, pero los otros tenían economía, apoyo de los gremios y sindicatos, y del sector empresarial. Muchísima publicidad, (por lo menos los que encabezaban la contienda, los partidos del status quo,) se repartían los votos y los partidarios a granel, además bien organizados, con dinero y palangre que es casi lo mismo en la época electoral. La publicidad es la clave, y un golpe de audacia publicitaria podía variar las cosas, golpe que procuraría, sin vender sus ideas, sino más bien volver a las ideas que cuando era joven insuflaron su voluntad, y hasta le hicieron acaudillar un levantamiento de la policía de Caracas contra uno de sus comandantes por pro yanqui y corrupto.

En la universidad, estudió Derecho, postulaba unas ideas nacionalistas que quedaban ahogadas en el internacionalismo proletario de casi todos los estudiantes, todos eran de izquierda, una izquierda exquisita y rochelera pero más atractiva que sus ideales nacionalistas y bolivarianos. Recordó los comentarios de Emilcen sobre su libro ASÍ SE TOMA EL PODER, y los volvió a disfrutar, pensó lo acertado de ellos. En la dedicatoria del libro de puño y letra le ofreció un Ministerio a Emilcen, recordó con dolor cuando Emilcen leyó la dedicatoria al poeta Gil y entre risas dijo: Esta promesa es como un fantasma a pleno día, sin conjuro ni impeler.

Se acordó de los años y noches en los que leyó la epopeya de Bolívar. Leyó tanto y se convenció que si había un camino era el del Libertador y su fuerza emancipadora, siguió caminando, entró a una cafetería y se comió una arepa con queso y café y le vino a la mente la imagen de Guaicaipuro entregando cara la vida cuando fue atacado en su choza por muchos conquistadores, mando a varios al infierno antes de caer muerto. Eso era la vida, luchar o morir y pelear por la tierra hasta que haya ríos de sangre o de alegría, recordó a Jorge Eliecer Gaitán y su asesinato en el Bogotazo y sus libros que tanto había leído, y se afirmó que los hombres que mueren por ideales son los que tienen un cielo en su mirada y pensó que luchar y perder puede ser la razón de los valientes de siempre. Vivir era menos importante que los ideales y su combate y en la coherencia está el diapasón que afina nuestra felicidad.

Él apenas contaba con algunos partidarios aventureros, románticos y atrevidos. Foquitas de vanguardia, solitarios que quizás por ser izquierdistas que no llegaron a tiempo a la aventura. Ahora lo seguían, aunque a hurtadillas lo mentaban como el líder del desierto, lo que lo arrechaba, también tenía muchos partidarios en los tres barrios y en el parcelamiento agrícola del Jabillar que había fundado en invasiones amparadas en interdictos agrícolas, que él presentaba en los tribunales en invasiones memorables por la pobreza y la necesidad, la aventura y el dolor, aunque también las fiestas y el aguardiente no faltan en esos parajes, y él siempre se oponía a esas francachelas, porque pensaba que un pueblo borracho siempre es de lo peor.

Mientras caminaba hacia el estacionamiento pensó que Emilcen como manejaba sería muy necesario en el largo viaje de más de 1600 km, iría de segundo en la caravana con las banderas y los panfletos, con tristeza supo más adelante que los que se arriesgan siempre son pocos, solo los idealista o aventureros que viven con esperanzas el límite de su hastío y los que están claros en sus ideas arriesgan algo cuando la lucha es sin el pago del vil metal.

Era como un hombre antiguo de la época de La Independencia, envuelto en unos valores desesperados, hablando de una patria y una honradez que tenía más de quijotismo y fantasía y en su memoria arribaron como una ribazón los despojos y cenizas de la patria arrodillada y también las luces como un arcoíris del otro lugar que quería rescatar: El Esequibo. Ya había participado en otras elecciones presidenciales obteniendo tan pocos votos que ni una diputación había ganado, no obstante imponiéndose sobre la realidad su voluntad era una flecha en sus vacíos, en sus cuitas contra la realidad, un hombre cuya victoria era no darse cuenta de su derrota. Y sabía que tenía que inventar algo que pegará y a la vez coincidiera con sus convicciones nacionalistas y cualquier riesgo es poco cuando por ideas se va el combate. Era romántico con sueños atrevidos, ilusiones perdidas y también en su desesperanza habían creado una partitura cuya música en clave de sol sonaría en el Esequibo.

Cuando el doctor Solano llegó a su casa en el Concejo solo encontró desolación y nada organizado.
Su mujer le informó que apenas en el mediodía había visto a Emilcen Rivero y Gilberto Gil y habían ido a visitar el viejo Chucho, y este le dijo que estaba muy viejo para esas cosas, «que él apoyaba moralmente – les dio 30 bolívares- él no iría, que las aventuras de Solano siempre terminan mal».

Eran como las ocho de la noche cuando nos vimos con Solano en su casa. Fue duro decirle que las personas del Jabillar que estaban comprometidas y que la semana pasada habían jurado que marcharían al Esequibo los encontraron bebiendo, bailando y jodiendo, muchos paloteados. Celebraban el cumpleaños de uno de ellos quién había matado un cochino y lo habían asado y al lado crujían en un enorme caldero los chicharrones. Comían, bebían y bailaban como sí el mundo floreciese como una fiesta interminable. Le repetí con cierta arrechera que estaban bien rascados y bailando y que dijeron que dejáramos eso para después, nos vinimos cuando el dueño de la parcela donde celebraba la rumba le ofreció una cerveza a Emilcen y este volado como siempre se la echo encima y lo llamo traidor y coño de madre miserable. Estaban tan felices y borracho que yo preferí dejar todo eso y jalé a Emilcen y nos vinimos, luego llegamos al otro barrio y visitamos las casas de las siete personas que estaban comprometidas y solo me queda la imagen de un Guardia Nacional ( había recibido de Solano una bella parcela con un jaguey y vivía allí, con una mulata de cuerpo torneado y acaramelado, hermosa), que siempre saludaba parándose firme y le decía a Solano que estaba con él, que teníamos que asaltar a plomo el Esequibo y había ofreció un fusil y un revolver para el viaje.

Hablamos con la mamá y le preguntamos por su hijo, de parte del doctor Solano, pero la señora dijo que no había llegado a la casa, ya era oscuro y solo estaba prendida la luz de la sala, Emilcen me dijo a sotto voce, que buscaría por toda la casa y lo encontró metido y temblando bajo la cama. Nos fuimos desilusionados y dispuestos a contarle todo a Solano. Ya manejando hacia la casa de Solano, le dije a Emilcen que con esa gente no se podía, que le hacían la carantoña a Solano, porque éste con los fulanos interdictos judiciales los defendía y les regalaba las parcelas donde vivían, y a muchos les ayudaba a construir los ranchos ¡qué eran unos descarados! El agradecimiento que comienza en el esplendor del alba en los malagradecidos nunca pasa del atardecer, a menos que se refuerce con otros regalos y Solano no andaba para regalos ni dichas, sino para sus luchas, luchas que parecían aventuras indomables. La mayoría de los militantes de su partido eran habitante de los cuatro barrios que había fundado sobre terrenos de baldíos que de repente les salía un dueño y la lucha terminaba en tribunales, donde él a veces ganaba. Pero los querellantes al obtener sus tierras por las gestiones del doctor Solano y construir sus ranchos, se ablandaban y ya solo les interesaba culiar y tomar aguardiente. Y esperar alguna dádiva del gobierno de turno.

Esa noche del jueves 24 de noviembre surcada con una brisa agradable que giraba lentamente mientras uno veía inquieto el titilar de la luz de una que otra estrella, estrellas que desaparecían al danzar entre nubarrones grises, aunque desde la desilusión de Solano siembre le brotaba un optimismo contagioso. Se notaba muy preocupado, porque la supuesta invasión del Esequibo, se la había llevado la borrachera y la chanza de sus militantes, irresponsabilidad; o más bien, la fiesta interminable que se vive en Venezuela cuando toca cualquier hecho que puede ser trascendental. Recuerdo que cuando Milagro la esposa de Solano, viendo jugar a su hijo Albertico con las banderas, preguntó: «¿y ahora que harán, han quedado solos?» Casi al unísono los tres dijimos: «Irnos a la invasión y toma del Esequibo»

Colocamos las dos banderas en el Lebaron azul. Por cierto no tenía caucho de repuesto y el repuesto del carro de Emilcen no le servía. Decidimos irnos y nos fuimos hablando de lo que haríamos y que pasaríamos por Valle La Pascua a retirar más banderas y donde se incorporarían miembros del partido que habitaban el Barrio Alberto Solano de esa ciudad. Nos fuimos sin cenar y sin agua para beber. Anduvimos como cinco horas, al final ya cansados y durmiéndonos, preferimos aguantando en una bomba de gasolina que queda por la entrada hacia Cabruta, quedamos rendidos y durmiendo en el mismo carro como hasta las seis o seis y media de la mañana. A mí me parecía que realizábamos algo grande y no me importaba cualquier sacrificio. Y le echamos gasolina al carro y seguimos por los llanos inmensos, en una carretera solitaria donde los espejismos corrían hacia nosotros desde los primeros rayos del sol y fuimos directamente hasta el barrio Alberto Solano, donde se incorporaría más gente y más banderas. Las banderas nos la dieron y las metimos dentro de la maleta, eran como quince, pero solo nos esperó la señora que dirigía la junta de vecinos, muy amiga y agradecida con Solano.

Éste se volvió a lamentar y dijo: «Tenemos que seguir, ayer en la mañana en Caracas, le di unas declaraciones a un periodista del Mundo, de que este fin de semana tomaríamos El Esequibo y no puedo regresarme y quedar como un pazguato o un embustero, además cuando el clarín de la patria suena hay que luchar aunque sea solo, yo por lo menos voy con ustedes. Con esta gente sin conciencia y que se emborrachan no se puede contar, hoy ni uno solo tuvo el valor de incorporarse al viaje. Uno se cansa de vivir de derrota en derrota, porque la soledad no buscada duele, vamos».

Emilcen ayudo a manejar hasta la chalana para pasar el Caroní en el paso del Carruachi, allí nos tomamos fotos, y Emilcen y yo jodimos un poco, para bajar la tensión. Recuerdo y veo las fotos de Solano y Emilcen, Solano muy serio y circunspecto y Emilcen viendo el agua del río y pensando en el acontecimiento que le deparaba la vida. Ese día comimos poco, porque casi no llevábamos dinero y ya en la tardecita terminamos en un hotelito en Tumeremos, donde averiguamos mucho sobre la vía al Cuyuní, sin hablar nada de nuestros propósitos, más bien decíamos para disimular que andábamos en campaña electoral, y enseñando el tarjetón de las elecciones del domingo 4 de diciembre. Noté que ya Solano no le interesaba lo de las elecciones, solo hablaba de Bolívar y recuperar el Territorio en disputa. Hablaba de guerra y esperanzas, del renacer de la patria. Un renacido. Misericordia.

Nos tomamos unas sopas y mucha agua y volvimos a echarle gasolina el carro. Dormimos en el hotel más barato del pueblo, en tres camas en una misma habitación, Solano dio un largo discurso, recuerdo cuando viendo por la ventana hacia una oscuridad de un cielo encapotado dijo que la patria era su dolor más grande. En la mañana ya se veía en lontananza el sol venezolano naciendo en el Esequibo, coleándose entre nubes y esperanzas, surgiendo delicado y seguro sobre una selva intrincada, inhóspita que nosotros teníamos que cruzar y la batalla al final será bajo esas nubes, prefigurábamos misterios e incógnitas, cuando veíamos el rostro de Solano nos sentimos alegres, pero algo preocupados porque ninguno de nosotros sabíamos qué encontraríamos en la frontera del río Cuyuní.

Vi al doctor Solano anotar algo en su agenda, extraído de un libro sobre la gesta fracasada de Valerie Paul Hart, una audaz líder indígena (enamorada de la rebelión de Guaicaipuro) que comandó un grupo de amerindios en Guyana en enero de 1969, la llamada Insurrección de Rupununi, movimiento que tomó la zona en reclamación del Esequibo y la declaró venezolana. Mantuvieron libre el territorio durante tres días, y al no recibir ayuda de Venezuela, fueron derrotados y como cien de ellos murieron en combate o por la tortura, y por la combinación del ejercito guyanés, con militares ingleses y brasileños. Al final, Valerie llegó piloteando una avioneta al territorio venezolano, le expropiaron todo su patrimonio en Guyana. Ella murió abandonada y solitaria en Estados Unidos.

El doctor Solano nos dijo que, la revindicaría y su gesta patriótica, en el acta que escribiría al tomar el Esequibo, la nombraría en mayúsculas, que esa heroína tenía la belleza y valor de los que crean memoria con dignidad y coraje. Lamentó su final e hicimos un minuto de silencio. Siguió viendo la intrincada selva, ya no hablaba de votos ni le dijo a Emilcen que el viaje servía para darle fuerza a la campaña electoral, eso ya no era importante, era bagatela, que debemos jugarnos algo grande al rescatar nuestro territorio, que los venezolanos deberían repetir la gesta de Valerie Paul Hart, eso sí era vibrar con el corazón de la patria, y no un poco de votos de gente cómoda o muertos de hambre que vende su voto por cualquier nimiedad.

Continuó viendo hacia la selva, parecía desarrollar alguna idea y se apartó algo de nosotros, entonces nos fuimos a comer una empanada con el dinero de don Chucho. Sentí que Solano había cambiado cuando nos habló de la heroína, se venía más serio y enigmático, desde su rostro, ya tocado por arrugas, emergió su voz nacionalista, parecía otro, un soldado renacido en el clarín de los libertadores.

Analicé con Emilcen por qué a Solano le había ido mal en la política venezolana, en los quince años que había participado en la política no había llegado ni diputado ni concejal y pensé lo estricto que era en su lucha contra la corrupción y los vicios. Estaba en contra que sus militantes y la gente que andaba con él bebiera aguardiente, o si veía que alguien dispensaba alguna basura al suelo o pasaba riéndose por la plaza Bolívar, lo reprimía con un discurso nacionalista, quizás los veía como unos traidores, veía al dinero y a las borracheras como lo peor; para él, el dinero todo lo corrompe, tuerce los ideales y la pureza de espíritu, ante él uno no podía interesarse por el dinero, cuando a él le pagaban por sus casos de abogado, el dinero le duraba poco, era capaz de dárselo a cualquiera, incluso sin antes asegurarle a su familia el diario condumio, además era un excelente abogado( uno que otro profesor universitario estudiaba sus casos ante la Corte Suprema, por lo refinado y precisos de sus argumentos, además se le citaba en algunos libros sobre jurisprudencia y ante los estudiantes).

Era un hombre de armas tomar cuando iba a litigar ante los tribunales, temido y odiado; por muchos jueces, secretarios de los tribunales y los abogados de la otra parte, porque los dejaba en ridículo y su pasión por la verdad y la justicia, lo hacían meterse en tantos problemas. Ganaba muchos casos, pero cobraba poco o no cobraba por defender a las personas humildes. Era un gritón elegante cuando encaraba un caso jurídico y eso ayuda, gritar más que los contrarios, quienes al amilanarse pierden. No tenía ningún problema de decirles a los abogados contrarios que eran unos mentirosos e ineptos, desconocedores de las leyes o simples arribistas vendidos por la paga.

Era él mismo un caso de honradez, mezclado con unos ideales y testarudez ante la realidad. Siempre escribía artículos para la prensa, aunque siempre andaba bloqueado en los medios de comunicación, quizás las únicas sonrisas que se le veía eran cuando andaba con su hijo Albertico, un niño precoz que con sus travesuras y su elocuencia, imitando los discursos de su padre, lo hacían sonreír cada vez que perifoneaba en la campaña electoral y lanzaba tremendos insultos a los adecos y copeyanos que se turnaban en el poder. Tenía buena amistad con Emilcen quizás porque éste vivía una vida intelectual mezclada con la aventura, los viajes y siempre buscando un no sé qué, dispuesto y lanzado a cualquier viaje, o lucha o lectura, aunque parecía que Emilcen solo viajaba hacia sí mismo, hacía los arcanos de su espíritu y pasar con alegría la vida. Además Emilcen le decía: «Tú eres la copia en el Derecho, en los tribunales, en la ley como búsqueda de la verdad: el enantiómero del Venerable médico Dr. José Gregorio Hernández. Eres abogado para defender viudas, menesteroso, la gente de los barrios pobres, o a los obreros para que no le violen sus derechos, a todos de gratis; el problema es que también defiendes a gentes con recursos económico que tampoco te pagan, o te pagan muy poco, he ahí el detalle; sin dinero, es cuesta arriba avanzar en la lucha política».

No sé si Emilcen decía eso por joder o porque lo creía, pero lo decía y a Solano le caían bien esas frases.
La luz cuando caía sobre Solano se polarizaba de una manera donde solo fulguraba la soledad como si fuese el líder del desierto, un hombre que estaba atrapado por el olvido, lo seguía porque mi deseo de aventura y acción es incontrolable, no me interesaban los resultados sino la adrenalina y ejercer mis destrezas en tiempos de violencia, de lucha, lucha que siempre se contamina con la maldad, y hay que andar con cuidado, ser feliz en el caudaloso Cuyuní y en esa selva intrincada por donde corre, oscura como un túnel sin entrada ni salida, debo avanzar al combate. ¡Qué lástima que esta toma será simbólica, debimos traer armamento! Ni un fusil traemos porque el Guardia que lo prometió se escondió.

Compensar y liberar aquella frustración que tengo desde hace unos años cuando me incorporé a un movimiento revolucionario, era más joven y más romántico, y cuando me seleccionaron en el grupo que secuestraría tres aviones en Maiquetía y Barcelona y lo llevaríamos para Cuba, para pedir la liberación de los presos políticos.

Me sentí inmenso y realizado, me sentía feliz. Pero teníamos que buscar las armas, asaltando policías, o militares y con Miguel El Tuerto que era el jefe del comando que se encargaría del secuestro de uno de los aviones nos decidimos quitarles las armas a unos vigilantes de un centro comercial, pero tuve un percance y al tratar de desalmar a uno de los vigilantes, éste me pico adelante y me dio un tiro y la bala me quedo alojada en una de las vértebras cercana a los pulmones y por eso me llaman el Poeta del Balazo. Siempre me han gustado las armas, los tiros, las manifestaciones contra el Imperio y la revolución, las mujeres y el vino y fumar viendo caer la tarde mientras leo y escribo poesía, anda por allí mi poemario EL HUMO DE LA MADERA VERDE. Emilcen me lo editó y se arrecho muchísimo cuando el día del bautizo en la casa de la cultura de Los Teques, me dio por quemar cuatro de los ejemplares puestos en forma de cruz y el director me dijo que yo no era poeta sino un piromaniático; me importó poco lo que dijo el burócrata. Disfrute ver el fuego mientras se quemaban los poemarios, es que el fuego es mi dios particular y le rindo culto.

El secuestro de los aviones se hizo. No pude participar porque estaba recuperando de la herida de bala. ¡Cómo me dolió por no poder participar! Por eso me encanta esta toma del territorio Esequibo, lástima que solo llevamos banderas y no armas. Porque hay cosas que solo se pueden resolver con la violencia, el combate y correr riesgos, eso es emocionante, quizás al final solo escriba un verso épico sobre este viaje. Pero me gusta andar cruzando el peligro y el combate, es una manera de ser realmente feliz y como dice Solano, amar a nuestra patria es guerrear por su grandeza, aún desalmados. Lo de desalmados no lo entiendo cuando de luchas se trata.

Mejor es seguir con el relato del viaje, que estas digresiones a veces tuercen el interés por la crónica y le quitan ritmo a la narración y cuando una narración pierde su ritmo, también pierde sus verdades y su belleza. Todos ya sabemos, porque lo hemos descubierto los poetas oscuros, melancólicos y profundos como filósofos: verdad y belleza son las dos alas de un ave que planea cantando y extendiendo su plumaje con optimismo y que termina cantando sobre un ramaje sin importarle el gavilán ni el cazador ni la muerte ni la lluvia, aunque sea un aguacero, el vuelo es su felicidad para mí es este viaje a una región donde debe darse una gran batalla en el futuro, esto es el abrebocas pletórico de alegrías. Nos faltan armas para que los invasores griten misericordia.

De repente llegando a la isla de Anacoco nos topamos con una alcabala de militares venezolanos, que no nos quería permitir continuar. Emilcen peló por el tarjetón electoral y se lo enseñó al guardia, quien se acercó a Solano para ver si era el mismo de la foto y dijo que por primera vez un candidato presidencial andaba por esos lares, aunque se puso un poco remolón porque en la foto de Solano en el tarjetón, se veía mucho más joven y él dudaba, pero al fin aceptó. Como a las nueve de la mañana llegamos al pueblo de San Martín de Turumbán, que está a tres kilometros de la isla, anclado en las riberas de un caudaloso río Cuyuní.

Ya Solano no estaba para campaña electoral y Emilcen con una lona, a hurtadilla envolvió las banderas venezolanas, y luego se acercaron a la margen derecha del rio de un marrón intenso, con tonos negros y amarillos, era ancho y medio peligroso. El río avanza hacia el lejano río Esequibo, la verdadera frontera de nuestros adversarios, si seguimos el curso del agua que anda como solapada y tensa. Allí todo se ve solitario, pero invita a cruzar el río. Varios parroquianos nos dijeron que no se podía cruzar hasta la mitad del río Cuyuní, que los soldados guyaneses no permiten ir más lejos. Emilcen les preguntó a los parroquianos sobre una embarcación que estaba amarrada a la orilla, y le informaron que era de Antonio da Silva, un venezolano descendiente de brasileños que vivía como a unos trecientos metros en una calle solitaria. Y con uno de los chamos se fue a buscarlo.

Regresé con Antonio Da Silva, quien se puso temeroso cuando Solano le dijo que lo llevara a conocer el río, incluso la costa del Esequibo y Antonio le respondió que los soldados guyaneses no lo permiten, que lo podían apresar como ha pasado varias veces, que nosotros solo podemos navegar y pescar hasta la mitad, que el rio es ancho y tiene parajes bonitos. Yo le dije arranca y empezamos a avanzar por el río, era inmenso, y volteé a ver la estela de espuma que marcaba el alejamiento de San Martín de Turumbán, llegamos al medio y Antonio Da Silva no quiso seguir a hacia las costas del Esequibo. Y siguió por el medio del río con mucho cuidado de no alejarse de la costa, la selva caía sobre las aguas como si fueran manglares gigantes, los árboles eran enormes, en una degradación de verdes como un calidoscopio, andando vimos al frente dos soldados guyaneses.

Gilberto y yo le dijimos que avanzará hacia alguna playa que estuviese del lado de allá. Solano iba en la punta delantera del peñero, que era bastante largo, parecía un capitán preparado para un abordaje. Entonces Gilberto con astucia y muy seguro le dijo al chamo que esto era la toma militar del Esequibo. Antonio Da Silva se puso pálido, le regalé un de los tarjetones, y me dijo que la foto del tarjetón el candidato se veía más joven y nosotros le dijimos que era el mismo Solano. Y le dije arranca hacia la primera playita que veas, esto está ganado. Solano, parecía ensimismado, taciturno, como asombrado ante la inmensidad del rio y la totalidad de verdes de hojas, en una selva intrincada, donde la vida vibra en las aves y sus diferentes cantos, era como si se encontrará con todo lo que en su vida había anhelado, a su manera se veía feliz.

Gilberto se acercó para hablarle del efecto propagandístico que tendría algunas fotos de él, izando banderas en la embarcación y en la Zona en Reclamación del Esequibo, no obstante Solano le dijo que ya eso no era importante, que se jugaba algo mayor, que la patria no es una elección sino algo terrible cuando no se le ama, que siempre soñó con este día, que elección era por esta liberación, que la vida estaba aquí, comenzaba en este rio en estas riveras, que el carnaval electoral de Caracas ya no le importaba.

Luego Gilberto regresó y le refirió a Antonio Da Silva que ya esto estaba ganado, que lamentaba no haber traído armamento, que con él ya hubiese dejado fuera de combate a los soldados que habían dejado atrás y le mintió al decirle que ya el ejército venezolano estaba entrando y tomando El Esequibo, por múltiples zonas, desde hacía varias horas y que avanzará hacia la primera playita que encontrará del otro lado del río, y Antonio enfilo la nave y terminamos en una pequeña playa donde izamos banderas tricolor con ocho estrellada, esta vez las vi más radiantes. Solano alzo la primera y dijo algo que no logré escuchar porque le estaba pasando banderas a Gilberto, entonces Antonio dijo que regresáramos al peñero, que eso puede ser peligroso si los soldados guyaneses se enteraban podían dispararnos y preguntó: «¿Por qué no suenan los tiros si el ejército venezolano está tomando esos terrenos?», preguntó.

Sabía que esos soldados guyaneses son capaces de cualquier cosa, y no se entregarían así como así. Le dijimos que siguiéramos avanzando hacía Anacoco y buscando claros y playitas en la orilla para seguir clavando banderas y cuando vimos una playita como a cien metros Gilberto me dice en voz baja para que escuchara Antonio Da Silva y no escuchará Solano: <> Antonio Da Silva escuchó con asombro y al pararse Gilberto saltó primero y colocó una bandera y continuamos navegando y más adelante vimos una pequeña ensenada en el río y le dije a Antonio esta playa se llamará Emilcen, nos paramos y junto a Solano colocamos cuatro banderas.

Antonio seguía navegando, pero por la orilla del Esequibo, ya sin miedo ni precaución. No regresaba el peñero a la mitad del río, sino que veía todo y tenía el rostro alegre, ahora iba más seguro, potente. Quería decir algo y no se atrevía y al final no se aguantó y nos preguntó que sí podía nombrar algún
lugar del Esequibo como de él, que tenía familia, y necesitaba tener alguna parcela, mejor apartar un terreno para crear una finca grande, antes de que llegaran los soldados venezolanos y que le dijéramos al doctor que se la diera con algún papel, que la firma de este vale (señaló el tarjetón y puso el dedo índice en la foto de Solano). Seguimos navegando y Antonio estaba como ambicioso, viendo con mucho cuidado el río y la selva intrincada.

Al final llegó a una ensenada y playa muy grande y bastante despejada, con un terrero plano sobre rocas altas y arrimó el peñero a la orilla y fue a clavar las cinco banderas que quedaban, Solano tomaba notas o escribía algo en una agenda, Antonio se nos acercó y nos dijo que esta parte del río tenía buena pesca y que sería la de él y su familia, que él y su mujer estaban viviendo con la suegra y era hora de tener algo propio y siempre le gustó esta zona del río, además está cerca de la Isla de Anacoco y continuó navegando hacia el lado derecho donde nos paramos un rato y tomamos fotos, Antonio Da Silva iba contento cuando regresamos por el río hacia San Martín de Turumbán.

Allí Solano se puso a redactar el acta de la toma del Esequibo, la fecha que la encabezaba era 26 de noviembre de 1983 y en ella decretó el nuevo estado Piar, escribió contra los ingleses, que los llamo La Pérfida Albión aclaró todo lo que había que aclarar sobre el territorio que acabamos de pisar e izar banderas, era venezolano. Mientras Solano redactaba el documento, Gilberto se alejó hacia el puesto de mando de unos soldados venezolanos, estaban hablando amigablemente hasta que les propuso que le prestaran un fusil, les dijo que lo mejor era dispararles a los soldados guyaneses que estaban de la otra margen del río y estos le dijeron que lo mejor era que se retirara. Sin embargo, el hizo el aguaje de dispararle colocando las manos como si tuviese un fusil.

Era un acta de dos folios en papel sellado y varios lo firmamos, Antonio Da Silva, lo leyó detenidamente y después de firmar me llamó aparte y me dijo que en ese papel no aparecía lo de su terreno y que era una tierra y una costa muy bella y grande y allí se trasladaría con su familia, pero que tenía que tener la propiedad registrada.

Entonces nos comimos unas arepas de pescado y jugo de papelón con limón y nos dispusimos regresar como a las cuatro de la tarde, nos despedimos y Gilberto le dijo a Antonio que lo de él estaba seguro, que le mandaría los papeles de propiedad a la isla de Anacoco. Y partimos de regreso pero como a la media hora se espicho un caucho y Solano se para en plena selva y de repente una camioneta cargada de mercancía iba rumbo al pueblo de San Martín de Turumbán y le hicimos señas para que se parará. Y le comentamos nuestro problema y el propuso vendernos un caucho con ring, pero no teníamos dinero y Solano se acercó y le habló de la patria y la solidaridad y que nos prestará ese caucho que nosotros se lo dejaríamos en la cauchera que está en la bomba de gasolina de la salida del pueblo. El hombre no quiso y hasta discutió con Solano, luego se fue.

Entonces, empezó a caer la noche, donde se confundían el sonido de los grillos, las hojas que temblaban y la lobreguez que cada vez era más intensa, esperábamos que alguien pasara para auxiliarnos, pero el reloj y nuestra angustia avanzaban en la noche, sin comida, solo un litro de agua y la noche cada vez se tornaba más negra, trancada, empezó una garúa y ceso y levanto más calor. Pensé en los animales salvajes ese sitio era un paso de jaguares hacia el Roraima y las culebras hacen ola, creo que pasaron guacharos y murciélagos, la oscuridad aumentaba.

Nos metimos en el Lebarón, pero el calor era insoportable, y al abrir la puerta llegaban los fastidiosos mosquitos. Entonces Gilberto y yo, nos dijimos que debíamos trancar la calle con ramas y palos porque en la oscuridad nadie se pararía; sí es que pasaba alguien y sí regresaba el viajante, esta vez no le pediríamos el caucho sino se lo quitaríamos. Ese carajo solo pensaba en dinero y nosotros no lo teníamos. Gilberto cortó chamizas y ramas pequeñas, más unos leños que encontramos y tapamos la calle al lado del Lebarón. Vinos dos luces en el horizonte combinadas con muchas luces de las luciérnagas. Ya cerca nos metimos en el medio de la calle y se detuvo la camioneta del mismo viajante, quien al ver a Gilberto con el cuchillo, seguramente pensó que esto ya no sería por las buenas y dijo bueno les presto el caucho hasta Tumeremos, así fue y nosotros regresamos emocionados..

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